jueves, 6 de octubre de 2011

Ilusionados o Ilusos



“Sin ilusiones la humanidad moriría de desesperación o de aburrimiento”, dijo Anatole France.

Todas las aventuras, los inventos, los hallazgos arqueológicos...se han llevado a cabo gracias a personas ilusionadas en la vida.

Acuérdense del alpinista Edmund Hillary, el neozelandés que escaló por vez primera la cima del Himalaya, clavando lleno de ilusión y sano orgullo su bandera nacional. La ilusión de los conquistadores españoles que se echaron a la suerte y se lanzaron a alta mar, conquistando México, Perú y las Américas, y llevando la fe cristiana, aunque a muchos les costó la vida. El bacilo de Koch, la penicilina de Fleming, la máquina a vapor de James Watt y Stephenson, el cine de los hermanos Lumiére, el submarino de Monturiol e Isaac Peral, el avión de los hermanos Whright...todos estos inventos se llevaron a cabo gracias a la ilusión de estos hombres. Sin ilusión no hay avances, ni progreso, ni heroísmo. Sin ilusión la humanidad muere de desesperación o de aburrimiento. La ilusión da ganas de vivir y nos hace crecer las alas de nuestra alma.

La ilusión empuja, arrastra, tira, fascina por su contenido y pone en marcha la motivación. Es como sentirse hipnotizado ante aquello que queremos conseguir.

¡Cuántas veces hemos oído de algún amigo que, con el rostro radiante, nos dice con palabras rotundas: “Estoy muy ilusionado”!

¿Qué podemos decir de la ilusión positiva, la que no deforma la realidad, como veremos después, sino que es el soporte de la acción, la energía emocional que nos mueve en pro de la consecución de nuestro proyecto?

No pocas veces la realidad cotidiana se nos presenta “gris”, enormemente rutinaria, por seguir una pauta marcada y, por tanto, desprovista de incentivos. Es verdad que cada día nos vemos obligados a realizar una serie de tareas que son más o menos iguales; pero detengámonos y pensemos:

1) ¿Por qué, en vez de mantener fija nuestra vista en el componente negro del gris, no impregnamos mucho más nuestra mirada del componente blanco?

2) Aunque desempeñemos todos los días las mismas tareas, no quiere decir que tengamos que realizarlas de la misma manera. Podemos hacer intervenir a nuestra fantasía, de manera que demos calor y alegría a lo que es rutinario y repetitivo.

3) Por otra parte, siendo el hombre ser inacabado y continuo proyecto, siempre es posible diseñar proyectos que se salgan de lo cotidiano, que sean asequibles y nos motiven.

Tanto si nos ocupamos en las tareas necesarias del cotidiano vivir, como si proyectamos cosas nuevas, debemos vivir con ilusión y realizando un constante ejercicio de esperanza. Un buen resultado se obtiene haciendo bien lo que debemos hacer, con ilusión positiva, fundada en la percepción real de las cosas.


1. El ilusionado nada tiene que ver con el iluso

El iluso distorsiona la realidad, huye de su compromiso con la realidad, se cruza de brazos y no actúa. El iluso es el que se deja engañar. Es el que vive sólo de ensueño, de utopías, de quimeras, de fantasías o de mitos, pero nada hace por llevar algo a la práctica. El iluso sueña, pero nunca se despierta para poner en práctica ese dulce y heroico sueño.

De hecho sólo hasta 1982 el diccionario de la Real Academia española recogió el término ilusión como algo positivo: “Ilusión es esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo. Viva complacencia en una persona, cosa, tarea”.

El hombre ilusionado goza de un sentimiento vital generador de optimismo, sabe canalizar todas sus energías hacia el logro de objetivos futuros. Al hombre ilusionado no le asusta el futuro, porque se proyecta hacia él con esperanza. Ve el mundo con verdadera simpatía y lo que no puede comprender ni dominar lo eleva hasta el plano de la esperanza o de la certeza. El hombre ilusionado pone en práctica sus grandes sueños, con motivación, con voluntad, con sacrificio.

El hombre ilusionado sabe ver el lado positivo y aprovechable de la realidad. Todo hombre con ilusión es un hombre creador. El hombre con ilusión es lo contrario del nihilista: éste se angustia y el ilusionado se entusiasma. El nihilista niega los valores; el optimista los afirma, proclama y realiza. El nihilista considera inútil cuanto existe; el ilusionado exhibe un ánimo mezcla de entusiasmo y de devoción por el mundo y por la vida. El nihilista ataca a los valores; el pasota (nihilista sin causa) es indiferente ante ellos. La persona ilusionada y entusiasta se abre por completo a todo lo que signifique valor, venga de donde venga.

La ilusión es, por tanto, el ingrediente que mueve toda vocación y el carácter proyectivo de la trayectoria personal.

Tener ilusión es estar vivo y coleando, programar objetivos, soñar con sacar lo mejor de uno, crecerse ante las dificultades y llegar a esa cima que de joven uno se planteó.


2. La ilusión no es...

Hipervaloración: Hay gente que en el sentimiento de la propia valía personal cae en hipertrofia o exageración de sí mismo. Se trata de la hipervaloración de sí mismo, que hace del individuo un iluso, orgulloso y soberbio que desprecia a los demás. Es la megalomanía, que adopta una actitud rígida, dogmática y distante. Me estoy refiriendo a las conocidas actitudes del presuntuoso, jactancioso y engreído que cree saberlo todo.


Narcisismo: la actitud del narcisista es la vanidad. El vanidoso no se mueve por más objetivo que por el de hacerse reconocer y estimar por los demás. El orgulloso mira a los demás por encima del hombre, “desde arriba”; el vanidoso los mira como un espejo en el que ve reflejados sus méritos a través de la aprobación y admiración.

Unos y otros, orgullosos y vanidosos, aunque parezcan moverse por la ilusión y el entusiasmo, en realidad sólo lo hacen por los delirios de su propia grandeza y por su egoísmo.



3. En busca de la ilusión...

Quien ha experimentado una vez la ilusión, hace lo posible por volver a encontrarla en su vida. Los beneficios que nos reporta estar ilusionados, son tan grandes que cuando se pierde ilusión entramos en un estado de desgana, de apatía, que nos hace infelices, desgraciados. Trastornos psicológicos como la depresión se caracterizan precisamente por la falta de ilusión y de esperanza, por la desconfianza en la vida y en uno mismo.

Por eso, una buena forma de prevenir la tristeza, la depresión, consiste en dotarse de una dosis de ilusión, de optimismo, que nos permita enfrentarnos a la vida, ver en ella los aspectos más positivos y trabajar para superar las dificultades con confianza y seguridad. La ilusión constituye la dimensión esencial del porvenir. No su contenido, pero sí su envoltura. Con ella, con la ilusión, podemos sostenerle la mirada a la vida, abrir los ojos y soñar, pero sabiendo que hay que pelear a fondo para que esos sueños se hagan realidad.

Esta no es una tarea fácil. Determinadas circunstancias de la vida no nos facilitan ilusionarnos. Por eso, ante la vorágine de los tiempos que nos ha tocado vivir, es menester ir tejiendo ilusiones que se sitúen en nuestro horizonte como imanes que nos atraen hacia un campo magnético. Es necesario hacer todo lo posible por recuperar la sonrisa, por confeccionar nuevos planes y apostar por ellos, por tender a la felicidad, que es inherente al ser humano.

La ilusión es, por tanto, señal de un funcionamiento psicológico sano y maduro que se manifiesta en tres aspectos:

1) Una capacidad de conocer sus dones y limitaciones pero no por ello afligirse. Una persona así está más capacitada para emprender cualquier acción. Por ello, en la búsqueda de la ilusión, la persona debe empezar por trabajar aquellos aspectos que están relacionados con la visión que tiene de sí misma.

2) Una capacidad para madurar y crecer plenamente como persona: está convencida de que puede evolucionar, convertirse en la persona que desea ser. Por eso, tiene sus propios proyectos y se esfuerza por acercarse a ellos. Sabe que en la vida no sólo tiene que trabajar, comer y dormir, sino que todo lo que hace está dentro de un plan de acción que le permite ser ella misma, lo que desea ser.

3) Una capacidad para ser independiente y no necesitar el continuo apoyo de los demás: hay personas que sólo son capaces de ilusionarse ante los proyectos o ideas de los demás. Esto proporciona una gran inseguridad, pues se vive pendiente de los estados de ánimo, inquietudes y necesidades de los otros. Son como personas-remolque, que sólo se mueven si hay un vehículo que tira de ellas. La verdadera ilusión es la que sale de nuestro interior; la que nos empuja hacia lo que nosotros queremos conseguir.


4. Los tres planos de la ilusión

La ilusión, como otros valores e ideales, ocupa todo nuestro ser. Para entender un poco mejor su funcionamiento vamos a desgranarla en tres planos fundamentales: el afectivo-emocional (lo que se siente), el cognitivo o intelectivo (lo que se piensa) y el conductual u operativo (lo que se hace).

Plano afectivo-emocional: la persona ilusionada vive en un estado de buen humor, de simpatía, de alegría contagiosa. Es capaz de transmitir a los demás la ilusión que experimenta a través de sus gestos y de sus palabras. Posiblemente, la ilusión es tal que no se da cuenta de cuál es la causa de todo lo que siente e incluso es capaz de mantenerla, aunque le cuenten malas noticias.

Plano cognitivo e intelectivo: nuestros pensamientos juegan un importante papel en nuestro estado de ánimo. A través de los pensamientos podemos planificar, organizar nuestro tiempo y canalizar nuestras energías para ponerlas al servicio de lo que queremos conseguir.

Plano conductual u operativo: nada tendría sentido, si nos quedásemos en el plano de los sentimientos o de las ideas; eso sería se iluso. Nuestros sentimientos y emociones pueden controlarnos, pero esto no significa que no podamos dominarlos mediante una acción adecuada. Con un acto de voluntad podemos directamente pasar a acciones claramente positivas, euforizantes, de ilusión, alegría y esperanza.

Pero, ¿cómo lograr un estado de ilusión cuando nos sentimos apresados en sentimientos negativos? Existen unas estrategias que nos permiten superar el mal humor o la tristeza cotidiana. Hay quienes recomiendan silbar una alegre tonadilla o pensar en las cosas favoritas de uno. Esto eleva el estado de ánimo. Leer libros que eleven nuestra capacidad de aliento y entusiasmo. Virgilio tiene una frase muy estimulante: “Puedo, porque creo poder”, es decir, podemos porque estamos convencidos de que podemos, con la ayuda de Dios.


Conclusión

La primera ilusión que deberíamos proponernos es la de trabajar sin prisa, con el alma, dando lo mejor que uno posee. Gozar con la tarea que se tiene entre manos, amando el trabajo bien hecho. De esta manera, uno se va haciendo dueño de su propia trayectoria a pesar de los mil avatares y circunstancias que la van bombardeando.

Hay que saber vivir sacándole el máximo jugo a la vida. En eso estriba la felicidad, que será el próximo tema que trataremos. Felicidad e ilusión forman un binomio inseparable. Inyectar ilusión en el proyecto de uno es revitalizarlo, darle energía, pulirlo, adecentarlo, vacunarlo contra ese enemigo que es la monotonía y el desgaste de todo lo que tocamos. Con la ilusión, cualquier naufragio o desventura o contrariedad, resulta positivo, enseña una lección concreta de la que cabe aprender algo, pues, aunque nos cuesta creerlo, el sufrimiento es necesario para la maduración de la personalidad. Es casi su mejor cabalgadura.

No podemos pensar que la vida es toda rectilínea. No. La vida es continua y discontinua, lineal y ondulante, trasparente y opaca, lúcida y tenebrosa.

Ilusión es despertar cada mañana con ansias renovadas y superar las adversidades. Ilusión es encontrar el viento de la mañana fresco y de cara, ver con nuevos ojos las mismas cosas y a las personas que nos rodean, trepar por enredaderas que ascienden buscando las cumbres en donde la adversidad se disuelve, igual que lo hacen las nieves en los riscos de las peñas escarpadas.

Si los años arrugan la cara, el carecer de ilusiones arruga el alma y uno se vuelve viejo. La juventud no depende de los años, sino de la frescura y lozanía de los planes por cumplir y las metas por rebasar. La ilusión es uno de los sentimientos más fértiles para avanzar, adelantarse y sobrevivir. Anticipación, futuro, expectativa, esperanza...La vida pidiendo paso, abriéndose camino entre masas de hechos. Una persona con ilusión está siempre vibrando y se eleva por encima de las realidades por difíciles que éstas sean.

La ilusión, pues, es alegoría gozosa vertebrada de desafíos, profecía que precede a la conquista, alegría de ser capaz de levantar los ojos y mirar por encima. Como dice Julián Marías, estar ilusionados es en algún modo desvivirse, verbo privativo y reflexivo a la vez: “Desvivirse es la forma suprema del interés, veo en él el correlato de la ilusión”. En pocas palabras, tener ilusión es ser uno mismo. Tener ilusión es patrocinar la alegría.

Autor: P. Antonio Rivero

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