jueves, 28 de mayo de 2015

Cristo Rey anuncia la Verdad y esa Verdad es la luz





Cristo Rey anuncia la Verdad y esa Verdad es la luz que ilumina el camino amoroso que Él ha trazado, con su Vía Crucis, hacia el Reino de Dios. "Si, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz."(Jn 18, 37) Jesús nos revela su misión reconciliadora de anunciar la verdad ante el engaño del pecado. Así como el demonio tentó a Eva con engaños y mentiras para que fuera desterrada, ahora Dios mismo se hace hombre y devuelve a la humanidad la posibilidad de regresar al Reino, cuando cual cordero se sacrifica amorosamente en la cruz.

Esta fiesta celebra a Cristo como el Rey bondadoso y sencillo que como pastor guía a su Iglesia peregrina hacia el Reino Celestial y le otorga la comunión con este Reino para que pueda transformar el mundo en el cual peregrina.

La posibilidad de alcanzar el Reino de Dios fue establecida por Jesucristo, al dejarnos el Espíritu Santo que nos concede las gracias necesarias para lograr la Santidad y transformar el mundo en el amor. Ésa es la misión que le dejo Jesús a la Iglesia al establecer su Reino.



Se puede pensar que solo se llegará al Reino de Dios luego de pasar por la muerte pero la verdad es que el Reino ya está instalado en el mundo a través de la Iglesia que peregrina al Reino Celestial. Justamente con la obra de Jesucristo, las dos realidades de la Iglesia -peregrina y celestial- se enlazan de manera definitiva, y así se fortalece el peregrinaje con la oración de los peregrinos y la gracia que reciben por medio de los sacramentos. "Todo el que es de la verdad escucha mi voz."(Jn 18, 37) Todos los que se encuentran con el Señor, escuchan su llamado a la Santidad y emprenden ese camino se convierten en miembros del Reino de Dios.

"Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tu me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos si están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. ...No te pido que los retires del mundo, sino que los guarde del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad." (Jn 17, 9-11.15-17)

Ésta es la oración que recita Jesús antes de ser entregado y manifiesta su deseo de que el Padre nos guarde y proteja. En esta oración llena de amor hacia nosotros, Jesús pide al Padre para que lleguemos a la vida divina por la cual se ha sacrificado: "Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros." Y pide que a pesar de estar en el mundo vivamos bajo la luz de la verdad de la Palabra de Dios.

Así Jesucristo es el Rey y el Pastor del Reino de Dios, que sacándonos de las tinieblas, nos guía y cuida en nuestro camino hacia la comunión plena con Dios Amor.



miércoles, 27 de mayo de 2015

Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros


«Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y clama: Este era de quien yo dije: el que viene después de mí ha sido antepuesto a mí porque existía antes que yo. Pues de su plenitud todos hemos recibido, y gracia por gracia. Porque la Ley fue dada por Moisés; la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás; el Dios Unigénito, el que está en el seno del Padre, él mismo lo dio a conocer»(Juan 1,14-18).

1.  “Un silencio sereno lo envolvía todo, y, al mediar la noche su carrera, tu Palabra todopoderosa, Señor, vino desde el trono real de los cielos”, dice la Antífona de Entrada, y la oración colecta pide al Señor “que la tierra se llene de tu gloria y que te reconozcan los pueblos por el resplandor de tu luz”. El Evangelio nos lleva al principio y a la luz: “ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió… La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre”.Con Jesús, la Luz; sin Él, el mundo está en tinieblas. Sí, con Él mi vida tiene sentido, soy hijo de Dios. Nos lleva de la mano por el camino de la vida. Él está muy cerca, al alcance de nuestra voz, siempre cerca.

“Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron”. Dios necesita nuestro amor. «Los suyos no la recibieron», no hay lugar en el mesón, pero le ofrezco mi corazón. «Los suyos no lo recibieron»: Jesús, yo quiero recibirte, quiero ser sencillo como los pastores, como los magos, como María y José, y poder decir: nosotros vimos su gloria. Ver tu gloria en medio del mundo. El que cree, ve. Quiero ser portador de tu luz que proviene de Belén por todo el mundo, sembrar paz, y después, rezar, lleno de confianza: “Venga a nosotros tu reino. Venga a nosotros tu luz. Venga a nosotros tu alegría” (Ratzinger).

 “Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios”. También se puede leer en el sentido de que él (Jesús) ha nacido de Dios, y no de hombre. Los dos sentidos se complementan: nosotros somos hijos de Dios, nacidos de la fe; a imagen del Hijo de Dios, nacido del Espíritu Santo, de María siempre Virgen. «Ninguna prueba de la caridad divina hay tan patente como el que Dios, creador de todas las cosas, se hiciera criatura, que nuestro Señor se hiciera hermano nuestro, que el Hijo de Dios se hiciera hijo de hombre» (Santo Tomás).

“Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad”. Y habitó (acampó) entre nosotros... "Esta frase del Ángelus -me contaba una madre de familia- me recuerda una cosa muy bonita que me ocurrió una vez que di catequesis de primera comunión a un niño cuyos padres no iban por la iglesia. Iba yo a su casa, usé el libro de una de mis hijas, del colegio, y le iba enseñando toda clase de oraciones. Él las devoraba, le encantaba aprenderlas, prestaba una atención... Cuando le enseñé el Ángelus, le conté que mi padre siempre dice y habita entre nosotros, en presente, y que yo nunca lo había hablado con mi padre, pero que a mí me gustaba decirlo así porque realmente Jesús habita con nosotros cada día, así nos lo ha prometido... Pensaba que Álvaro no se iba a acordar, pero en la primera ocasión que tuvimos para rezar el Ángelus, le oí decir con su buena voz : Y habita entre nosotros... Me miró, me guiñó un ojo, y me dijo bajito "...como tu padre"!



2. El Eclesiástico habla de la sabiduría: “Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y no cesaré jamás”. Hoy cantamos que la Palabra de Dios, en la noche de Navidad, vino al mundo, y su luz lo llena todo, "para que conociendo a Dios visiblemente, él nos lleve el amor de lo invisible" (prefacio). Las lecturas de este domingo son un repaso de la historia Sagrada: es como cuando se quita en el teatro el telón y se ve lo que se representa, así nos enseña Dios el regalo que nos tenía guardado con su sabiduría, su perfume, su aroma exquisito, nos enseña sus frutos que son dulces como la miel, y sus flores, abundantes… Jesús es como las manos de Dios y su sabiduría, por Jesús Dios hace todo.

Y es su Palabra y por Él lo dice todo cuando "...la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria", como recuerda el Salmo: “Glorifica al Señor, Jerusalén, / alaba a tu Dios Sión: / que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, / y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. / Ha puesto paz en tus fronteras, / te sacia con flor de harina; / él envía su mensaje a la tierra, / y su palabra corre veloz…”  Corre, de modo que… “Tras de un amoroso lance, / y no de esperanza falto, / volé tan alto, tan alto, / que le di a la caza alcance” (S. Juan de la Cruz). Volar este año con magnanimidad, como el pájaro solitario, vacío de riquezas y de querencias, libre de arrimos y ligaduras pues la “noticia” de Dios le mueve, ya nada puede distraerle, deslumbrarle, su vida es para Dios y los demás.

Nos da el Señor de lo mejor como alimento: "y si, ya aquí abajo, Jesús nos conforta dándonos a comer su propia Carne, ¿cómo saciará en el Cielo a quienes les desborde con la luz de su Divinidad?" (Casiodoro). Para los antiguos, el "pan" en abundancia es símbolo  de la felicidad y de la vida. Decía san Agustín que Dios “No supo dar más, no pudo dar más, no tuvo más que dar”, porque en Jesús y la Eucaristía se nos da del todo. Tenemos hambre del Pan vivo, hambre de Dios, y así seremos felices si no le dejamos este año que comienza.
Nos ayudan las oraciones para “correr” a Dios, hay algunas populares bien bonitas, que se pueden rezar en familia con los pequeños, haciéndonos pequeños, como éstas de la mañana: “Mañana de mañanita / voy a empezar mi camino. / Cuídame Madre bendita, / guíame Jesús divino”.  O esta: “Jesusito, ¡buenos días!, / Jesusito de mi amor. / Aquí me tienes, mi vida, / aquí me tienes, Señor. Muchos besos vengo a darte, / y también mi corazón. / Tómalo, Niño bueno, / es toda mi posesión. / Y si yo te lo pidiera / al llegar a ser mayor, / no me lo entregues, mi vida, / no me hagas caso mi Dios. / Guárdalo oculto en tu pecho, / encerradito, Jesús, / que yo no pueda cogerlo, / y siempre lo tengas Tú”. O bien: “Jesusito de mi vida, eres niño como yo, por eso te quiero tanto y te doy mi corazón. Tómalo, tómalo; tuyo es, mío no”.

Luego, durante el día, quizá tenemos costumbre de rezar otras, aquí pongo alguna, por ejemplo para comer: “Jesús, que naciste en Belén: Bendice estos alimentos, y a nosotros también”.

Y por la noche: “Niño Jesús, ven a mi cama. Dame un besito, y hasta mañana”.

También nos ayuda la compañía del ángel, como pedimos en esta oración: “Ángel de la Guarda, tú que eres mi amigo, haz que al acostarme yo sueñe contigo”.
Y así bien acompañados tratar a Dios en las tres Personas: “Que el Padre guarde mi alma; que el Hijo guarde mi sueño; y el Espíritu mi alma, mi sueño y mi cama”. Podría seguir con otras oraciones, y en otros idiomas, pero lo importante es que este trato nos lleva a sentir el consuelo de Jesús, y sentirnos hijos de Dios.



3. La carta a los Efesios cuenta nuestra vocación: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales, en el cielo. Ya que en Él nos eligió, antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos e irreprochables en su presencia, por amor. Nos predestinó a ser hijos adoptivos suyos por Jesucristo” y pide que Dios nos dé “un espíritu de sabiduría” y, con el “corazón” iluminado vivir la “esperanza a la que han sido llamados”. San Juan Crisóstomo al pensar en esto tan grande, "en Cristo", dice: "¿Qué te falta? Eres inmortal, eres libre, eres hijo, eres justo, eres hermano, eres coheredero, con Él reinas, con Él eres glorificado. Te ha sido dado todo y, como está escrito, "¿cómo no nos dará con Él graciosamente todas las cosas?". Tu primicia es adorada por los ángeles, por los querubines y por los serafines. Entonces, ¿qué te falta?". Y si Dios hizo todo esto por nosotros, "¿por qué nos ama de este modo? ¿Por qué motivo nos quiere tanto? Únicamente por bondad, pues la "gracia" es propia de la bondad". Todo lo ha hecho "por el amor" que nos tiene.

“No podemos vivir el nacimiento del Señor sin pensar en esta elección. Estamos eternamente en el ‘predilecto’ Hijo del Padre. Esta elección permanece, ha revestido la forma de la noche de Belén. Se ha hecho el evangelio de la cruz y de la resurrección. Sobre el acontecimiento de Belén se ha puesto el sello definitivo. El sello de la ‘predestinación divina’.





martes, 26 de mayo de 2015

Don de la Fortaleza. Él viene siempre a sostenernos en nuestra debilidad




El objetivo de este artículo es tratar de examinar el correcto comportamiento y la mejor actitud que el confesor debe adoptar con algunas categorías de penitentes. Parece oportuno considerar a dichas categorías por separado, ya que necesitan de un tratamiento particular, por las delicadas circunstancias en las que viven. Son las siguientes:


Los niños y adolescentes

El confesor ha de tratar de acoger a los niños y adolescentes con la sonrisa en los labios y con un comportamiento benévolo para entrar en un clima de confianza.

Ha de usar palabras sencillas y fáciles, accesibles a su edad y si se sirve de algún término difícil, relativo a la confesión o a la verdad de la fe, hay que explicarlo.

Es bueno que ayude a los niños y adolescentes a acusarse de los pecados que acostumbran cometer y, si lo considera oportuno, pregunte si han cometido otro pecado grave o leve.

Hay que ser muy prudente en plantear preguntas en el campo de la pureza: se ha de tocar el tema solamente si se encuentra en lo dicho motivos y, de hacerlo, ha de ser en términos muy genéricos. Para entrar en cosas particulares se debe cerciorar de que el penitente es capaz de comprenderlos y, si lo considera oportuno, se pueden dar las primeras explicaciones sobre el sexo.

Terminar preparando al penitente al dolor y al propósito de enmienda, y exhortarlo a confesarse frecuentemente.


Los divorciados

Entre los casos difíciles de una particular categoría de penitentes se encuentran los divorciados, a los que se añaden los casados sólo civilmente y los que conviven (cf. C.E.C. 1650-1651 y 2386-2391).

En estos casos, el confesor no debe inmediatamente y siempre negar la absolución, sino que antes ha de ponderar con sumo cuidado la situación del individuo, tratando de ser lo más comprensivo posible, aunque siempre en los límites fijados por las enseñanzas de la Iglesia.

Los penitentes que desean vivir en la gracia de Dios y no pueden separarse de la compañera/o por deberes naturales surgidos después de la unión (edad avanzada o enfermedad de uno o sendos, la presencia de hijos necesitados de ayuda y de educación), podrán acercarse a la Santa Comunión si realmente se arrepienten de sus pecados y tienen el firme propósito de evitarlos en el futuro, viviendo con la compañera/el compañero como hermano y hermana.



Si recaen en el pecado, deben volver a confesarse, con las debidas disposiciones de espíritu.

¿Acaso no es éste también el comportamiento con los casados que muy a menudo cumplen el acto conyugal evitando la concepción? Así como es posible dar la absolución a éstos últimos -aunque reincidentes, pero siempre que tengan un verdadero arrepentimiento y un firme propósito, e invitándolos a confesarse de nuevo si siguen pecando- es posible hacerlo con los divorciados:

En la medida de lo posible, el confesor enseñe a estos penitentes el deber y el camino para sanar su situación irregular.

Un/a divorciado/a que convive o que se ha casado por lo civil puede intentar pedir al competente Tribunal Eclesiástico la declaración de nulidad del anterior matrimonio religioso suyo o de ambos. Se trata de tener un poco de buena voluntad y mucha paciencia.

Una persona libre que convive con otra, también libre, puede iniciar los trámites para la celebración del matrimonio religioso. Lo mismo ha de decirse de dos personas libres que se han casado sólo por lo civil.


Los homosexuales

Los homosexuales y todos aquéllos que tienen tendencias hacia anomalías sexuales constituyen una particular categoría de penitentes hacia quienes el confesor tiene que tener respeto, compasión y delicadeza, como para con todos. Al respecto, hay que evitar cualquier forma de injusta discriminación. Muy a menudo esas anomalías no dependen de los individuos, sino de la naturaleza humana recibida en suerte y revelan un fondo patológico especialmente en las formas más graves que conducen a perversiones sexuales. Como todos los demás fieles normales, ellos tienen que llevar la cruz de su concupiscencia, luchar en contra del mal para mantenerse castos y conquistar el Reino de los Cielos (cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, "La solicitud pastoral de las personas homosexuales", 1986; C.E.C 2357-2359).

El confesor debe usar bondad, caridad y comprensión hacia estos penitentes e indicarles los medios ordinarios naturales y sobrenaturales (especialmente la confesión frecuente), para que puedan vencer las tentaciones, evitando de manera particular las ocasiones próximas de pecado). Para la absolución, el confesor de tener en cuenta las reglas generales y pastoralmente los ayudará a profundizar y a vivir más intensamente su vida espiritual, donde encontrarán la fuerza para superar sus dificultades.


Penitentes que no se confiesan desde hace tiempo

Cuando acude a confesarse alguien que no se confiesa desde hace mucho tiempo, ante todo el sacerdote no ha de asombrarse, sino que con caridad y paciencia, empiece a dialogar preguntando el porqué de su decisión a confesarse justamente ese día. De las respuestas logrará entender si el penitente se siente impulsado por una verdadera conversión, o si pretende cumplir con una ceremonia piadosa con ocasión de una circunstancia particular: el matrimonio, la muerte de un ser querido, la primera Comunión o Confirmación del hijo, sus bodas de plata, etc.

Si el Confesor se percata de que el penitente tiene serias intenciones, pregunte si desea empezar la acusación de los pecados o si prefiere que le ayude. Si por el conjunto de la acusación de los pecados el confesor piensa que la confesión no ha sido total y completa, por deber de caridad ha de tratar que se complete planteando las preguntas que considere más oportunas.

Por último, es bueno que ayude al penitente a que se prepare al dolor y al propósito de enmienda, poniendo una penitencia mayor, por el tiempo transcurrido sin acercarse al Sacramento de la Reconciliación como exhortándolo a confesarse más a menudo.

Casos particulares Muy a menudo se acercan al confesionario enfermos psíquicos, personas psicológicamente agotadas, deprimidas, etc. Con estas personas el confesor ha de tener mucha bondad y, sobre todo, tiene que armarse de una santa paciencia, recordando que a veces se acercan a la confesión más para escuchar una palabra de consuelo que para recibir un sacramento. Es difícil establecer el grado de responsabilidad de estos enfermos, y en estos casos es preciso tener presente la relación enfermedad psíquica-pecado: para que haya un verdadero pecado mortal no basta la materia grave, sino que se requiere, sobre todo, la plena advertencia y el deliberado consentimiento, elementos indispensables que, muy a menudo, faltan del todo o están presentes a medias. El confesor preste atención en no ver como endemoniados a ciertos sujetos que en realidad otra cosa no son sino casos patológicos, necesitados de tratamientos psíquicos o psiquiátricos.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En las catequesis precedentes hemos reflexionado sobre los tres primeros dones del Espíritu Santo: sabiduría, inteligencia y consejo. Hoy pensemos en lo que hace el Señor: Él viene siempre a sostenernos en nuestra debilidad y esto lo hace con un don especial: el don de fortaleza.

Hay una parábola, relatada por Jesús, que nos ayuda a captar la importancia de este don. Un sembrador salió a sembrar; sin embargo, no toda la semilla que esparció dio fruto. Lo que cayó al borde del camino se lo comieron los pájaros; lo que cayó en terreno pedregoso o entre abrojos brotó, pero inmediatamente lo abrasó el sol o lo ahogaron las espinas. Sólo lo que cayó en terreno bueno creció y dio fruto (cf. Mc 4, 3-9; Mt 13, 3-9; Lc 8, 4-8). Como Jesús mismo explica a sus discípulos, este sembrador representa al Padre, que esparce abundantemente la semilla de su Palabra. La semilla, sin embargo, se encuentra a menudo con la aridez de nuestro corazón, e incluso cuando es acogida corre el riesgo de permanecer estéril. Con el don de fortaleza, en cambio, el Espíritu Santo libera el terreno de nuestro corazón, lo libera de la tibieza, de las incertidumbres y de todos los temores que pueden frenarlo, de modo que la Palabra del Señor se ponga en práctica, de manera auténtica y gozosa. Es una gran ayuda este don de fortaleza, nos da fuerza y nos libera también de muchos impedimentos.

Hay también momentos difíciles y situaciones extremas en las que el don de fortaleza se manifiesta de modo extraordinario, ejemplar. Es el caso de quienes deben afrontar experiencias particularmente duras y dolorosas, que revolucionan su vida y la de sus seres queridos. La Iglesia resplandece por el testimonio de numerosos hermanos y hermanas que no dudaron en entregar la propia vida, con tal de permanecer fieles al Señor y a su Evangelio. También hoy no faltan cristianos que en muchas partes del mundo siguen celebrando y testimoniando su fe, con profunda convicción y serenidad, y resisten incluso cuando saben que ello puede comportar un precio muy alto. También nosotros, todos nosotros, conocemos gente que ha vivido situaciones difíciles, numerosos dolores. Pero, pensemos en esos hombres, en esas mujeres que tienen una vida difícil, que luchan por sacar adelante la familia, educar a los hijos: hacen todo esto porque está el espíritu de fortaleza que les ayuda. Cuántos hombres y mujeres —nosotros no conocemos sus nombres— que honran a nuestro pueblo, honran a nuestra Iglesia, porque son fuertes: fuertes al llevar adelante su vida, su familia, su trabajo, su fe. Estos hermanos y hermanas nuestros son santos, santos en la cotidianidad, santos ocultos en medio de nosotros: tienen el don de fortaleza para llevar adelante su deber de personas, de padres, de madres, de hermanos, de hermanas, de ciudadanos. ¡Son muchos! Demos gracias al Señor por estos cristianos que viven una santidad oculta: es el Espíritu Santo que tienen dentro quien les conduce. Y nos hará bien pensar en esta gente: si ellos hacen todo esto, si ellos pueden hacerlo, ¿por qué yo no? Y nos hará bien también pedir al Señor que nos dé el don de fortaleza.

No hay que pensar que el don de fortaleza es necesario sólo en algunas ocasiones o situaciones especiales. Este don debe constituir la nota de fondo de nuestro ser cristianos, en el ritmo ordinario de nuestra vida cotidiana. Como he dicho, todos los días de la vida cotidiana debemos ser fuertes, necesitamos esta fortaleza para llevar adelante nuestra vida, nuestra familia, nuestra fe. El apóstol Pablo dijo una frase que nos hará bien escuchar: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Flp 4, 13). Cuando afrontamos la vida ordinaria, cuando llegan las dificultades, recordemos esto: «Todo lo puedo en Aquel que me da la fuerza». El Señor da la fuerza, siempre, no permite que nos falte. El Señor no nos prueba más de lo que nosotros podemos tolerar. Él está siempre con nosotros. «Todo lo puedo en Aquel que me conforta».

Queridos amigos, a veces podemos ser tentados de dejarnos llevar por la pereza o, peor aún, por el desaliento, sobre todo ante las fatigas y las pruebas de la vida. En estos casos, no nos desanimemos, invoquemos al Espíritu Santo, para que con el don de fortaleza dirija nuestro corazón y comunique nueva fuerza y entusiasmo a nuestra vida y a nuestro seguimiento de Jesús.

Autor: SS Papa Francisco | Fuente: vatican.va

lunes, 25 de mayo de 2015

Consejos para la confesión




El objetivo de este artículo es tratar de examinar el correcto comportamiento y la mejor actitud que el confesor debe adoptar con algunas categorías de penitentes. Parece oportuno considerar a dichas categorías por separado, ya que necesitan de un tratamiento particular, por las delicadas circunstancias en las que viven. Son las siguientes:


Los niños y adolescentes

El confesor ha de tratar de acoger a los niños y adolescentes con la sonrisa en los labios y con un comportamiento benévolo para entrar en un clima de confianza.

Ha de usar palabras sencillas y fáciles, accesibles a su edad y si se sirve de algún término difícil, relativo a la confesión o a la verdad de la fe, hay que explicarlo.

Es bueno que ayude a los niños y adolescentes a acusarse de los pecados que acostumbran cometer y, si lo considera oportuno, pregunte si han cometido otro pecado grave o leve.

Hay que ser muy prudente en plantear preguntas en el campo de la pureza: se ha de tocar el tema solamente si se encuentra en lo dicho motivos y, de hacerlo, ha de ser en términos muy genéricos. Para entrar en cosas particulares se debe cerciorar de que el penitente es capaz de comprenderlos y, si lo considera oportuno, se pueden dar las primeras explicaciones sobre el sexo.

Terminar preparando al penitente al dolor y al propósito de enmienda, y exhortarlo a confesarse frecuentemente.



Los divorciados

Entre los casos difíciles de una particular categoría de penitentes se encuentran los divorciados, a los que se añaden los casados sólo civilmente y los que conviven (cf. C.E.C. 1650-1651 y 2386-2391).

En estos casos, el confesor no debe inmediatamente y siempre negar la absolución, sino que antes ha de ponderar con sumo cuidado la situación del individuo, tratando de ser lo más comprensivo posible, aunque siempre en los límites fijados por las enseñanzas de la Iglesia.

Los penitentes que desean vivir en la gracia de Dios y no pueden separarse de la compañera/o por deberes naturales surgidos después de la unión (edad avanzada o enfermedad de uno o sendos, la presencia de hijos necesitados de ayuda y de educación), podrán acercarse a la Santa Comunión si realmente se arrepienten de sus pecados y tienen el firme propósito de evitarlos en el futuro, viviendo con la compañera/el compañero como hermano y hermana.

Si recaen en el pecado, deben volver a confesarse, con las debidas disposiciones de espíritu.

¿Acaso no es éste también el comportamiento con los casados que muy a menudo cumplen el acto conyugal evitando la concepción? Así como es posible dar la absolución a éstos últimos -aunque reincidentes, pero siempre que tengan un verdadero arrepentimiento y un firme propósito, e invitándolos a confesarse de nuevo si siguen pecando- es posible hacerlo con los divorciados:

En la medida de lo posible, el confesor enseñe a estos penitentes el deber y el camino para sanar su situación irregular.

Un/a divorciado/a que convive o que se ha casado por lo civil puede intentar pedir al competente Tribunal Eclesiástico la declaración de nulidad del anterior matrimonio religioso suyo o de ambos. Se trata de tener un poco de buena voluntad y mucha paciencia.

Una persona libre que convive con otra, también libre, puede iniciar los trámites para la celebración del matrimonio religioso. Lo mismo ha de decirse de dos personas libres que se han casado sólo por lo civil.



Los homosexuales

Los homosexuales y todos aquéllos que tienen tendencias hacia anomalías sexuales constituyen una particular categoría de penitentes hacia quienes el confesor tiene que tener respeto, compasión y delicadeza, como para con todos. Al respecto, hay que evitar cualquier forma de injusta discriminación. Muy a menudo esas anomalías no dependen de los individuos, sino de la naturaleza humana recibida en suerte y revelan un fondo patológico especialmente en las formas más graves que conducen a perversiones sexuales. Como todos los demás fieles normales, ellos tienen que llevar la cruz de su concupiscencia, luchar en contra del mal para mantenerse castos y conquistar el Reino de los Cielos (cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, "La solicitud pastoral de las personas homosexuales", 1986; C.E.C 2357-2359).

El confesor debe usar bondad, caridad y comprensión hacia estos penitentes e indicarles los medios ordinarios naturales y sobrenaturales (especialmente la confesión frecuente), para que puedan vencer las tentaciones, evitando de manera particular las ocasiones próximas de pecado). Para la absolución, el confesor de tener en cuenta las reglas generales y pastoralmente los ayudará a profundizar y a vivir más intensamente su vida espiritual, donde encontrarán la fuerza para superar sus dificultades.



Penitentes que no se confiesan desde hace tiempo

Cuando acude a confesarse alguien que no se confiesa desde hace mucho tiempo, ante todo el sacerdote no ha de asombrarse, sino que con caridad y paciencia, empiece a dialogar preguntando el porqué de su decisión a confesarse justamente ese día. De las respuestas logrará entender si el penitente se siente impulsado por una verdadera conversión, o si pretende cumplir con una ceremonia piadosa con ocasión de una circunstancia particular: el matrimonio, la muerte de un ser querido, la primera Comunión o Confirmación del hijo, sus bodas de plata, etc.

Si el Confesor se percata de que el penitente tiene serias intenciones, pregunte si desea empezar la acusación de los pecados o si prefiere que le ayude. Si por el conjunto de la acusación de los pecados el confesor piensa que la confesión no ha sido total y completa, por deber de caridad ha de tratar que se complete planteando las preguntas que considere más oportunas.

Por último, es bueno que ayude al penitente a que se prepare al dolor y al propósito de enmienda, poniendo una penitencia mayor, por el tiempo transcurrido sin acercarse al Sacramento de la Reconciliación como exhortándolo a confesarse más a menudo.

Casos particulares Muy a menudo se acercan al confesionario enfermos psíquicos, personas psicológicamente agotadas, deprimidas, etc. Con estas personas el confesor ha de tener mucha bondad y, sobre todo, tiene que armarse de una santa paciencia, recordando que a veces se acercan a la confesión más para escuchar una palabra de consuelo que para recibir un sacramento. Es difícil establecer el grado de responsabilidad de estos enfermos, y en estos casos es preciso tener presente la relación enfermedad psíquica-pecado: para que haya un verdadero pecado mortal no basta la materia grave, sino que se requiere, sobre todo, la plena advertencia y el deliberado consentimiento, elementos indispensables que, muy a menudo, faltan del todo o están presentes a medias. El confesor preste atención en no ver como endemoniados a ciertos sujetos que en realidad otra cosa no son sino casos patológicos, necesitados de tratamientos psíquicos o psiquiátricos.



Las personas escrupulosas

Con las personas escrupulosas el confesor ha de usar el método de una gran firmeza y tratar de atenerse a lo siguiente:

- el escrupuloso tiene que obedecer sumamente al confesor

- el escrúpulo mayor ha de ser para él el no obedecer al confesor

- en la medida de lo posible, es oportuno que el escrupuloso no se confiese con varios confesores, sino siempre con el mismo, y éste puede ser también su padre espiritual

- el confesor debe dar al escrupuloso unas reglas generales, claras y precisas y sin ambigüedades

- en lo relativo a las confesiones del pasado, que el sacerdote enseñe al escrupuloso la obligación a repetirlas solamente en caso de que el penitente esté seguro, como para poderlo jurar, que en su pasado no ha confesado por vergüenza uno o más pecados graves muy ciertos o si no ha tenido el dolor o el propósito de los pecados graves. Si alimenta unas dudas al respecto, no ha de pensar en absoluto en el pasado. Cuando se va a confesar, tiene que renovar el dolor y el propósito de todos los pecados de la vida y así, si algún pecado no ha sido perdonado directamente, se borraría en ese momento. El confesor dé la absolución sacramental al escrupuloso solamente una vez por semana, de no ser que haya cometido un pecado grave del que se tiene plena certeza. El confesor mantenga con el escrupuloso un comportamiento más bien severo, especialmente cuando no obedece.

El confesor enseñe al escrupuloso que para cometer un pecado mortal se necesitan tres elementos: materia grave, plena advertencia, deliberado consentimiento. Es muy difícil que una persona escrupulosa cometa un pecado mortal, porque muy a menudo falta en él la plena advertencia y el deliberado consentimiento. En efecto falta en él aquel equilibrio psíquico necesario para dar un juicio recto a sus propias acciones y, por consiguiente, no puede haber plena advertencia y deliberado consentimiento necesarios para cometer el pecado mortal. Es preciso recordar que muy a menudo el escrúpulo es una enfermedad psíquica que ha de curarse.



Los consuetudinarios y reincidentes

Los consuetudinarios son las personas que han contraído un hábito en un determinado vicio y durante un período más bien largo, caen varias veces en el mismo pecado, sin que entre las caídas haya un largo intervalo. Los reincidentes son los que han recaído en el mismo pecado, sin alguna enmienda, tras varias confesiones.

El confesor puede absolver siempre a los consuetudinarios como a los reincidentes, con tal de que se dé en ellos la verdadera contrición y el firme propósito de enmienda, aunque prevean otras recaídas en el futuro, ya que por lo general no son pecados de malicia, sino de fragilidad y de debilidad. Hay que tener presente que el dolor y el propósito se desarrollan en la voluntad y no en el intelecto, que no influye en absoluto. En efecto, nadie tendría que irse a confesar, porque todos prevemos que en el futuro vamos a recaer en los mismos pecados o en otros. Esto vale también para los pecados veniales, en los que se cae a menudo, y que se acusan en casi todas las confesiones sacramentales. Ya que no estamos obligados a confesar los pecados veniales, hay que luchar en contra de uno o dos en los que se cae más a menudo: confesar estos pecados, de los que hay que tener verdadero dolor y firme propósito, porque aquel que confiesa a sabiendas y con ligereza sólo faltas leves, sin sentir el verdadero dolor y sin tener el firme propósito de no recaer en ellas, comete un pecado grave de sacrilegio, al invalidar el sacramento. Por consiguiente, el confesor intente ayudar al penitente para que tenga el dolor, y haga el propósito, de por lo menos un pecado venial.

El confesor ha de prestar una atención particular hacia los jóvenes consuetudinarios y reincidentes que se preparan a la vida religiosa y sacerdotal. Los candidatos que resultaran incapaces de observar la castidad religiosa y sacerdotal por la frecuencia de faltas en contra de la misma, o por la fuerte inclinación hacia la sexualidad, o por una excesiva debilidad de la voluntad, pueden ser absueltos solamente si prometen que no aceptarán emitir la profesión religiosa o recibir las órdenes sacerdotales, o por lo menos posponerlos para un cierto período de prueba. En efecto, la incapacidad de observar la castidad es una clara señal de que el candidato no tiene vocación.

Cuanto se ha señalado constituye el pensamiento constante del Magisterio ordinario de la Iglesia, expresado sobre todo en los siguientes documentos:

- S.C. De Sacramentis, Instructio, 27 diciembre 1930

- S.C. De Religiosis, Instructio, 1 diciembre 1931

- Pío XI, Ad Catholici Sacerdotii, 20 diciembre 1935

- Pío XII, Menti Nostrae, 23 septiembre 1950
S.C. Dei religiosi, Istruzione, 2 febrero 1961

- Pablo VI, Sacerdotalis Caelibatus, 24 junio 1967

El padre Marchioro pertenece a la Orden de los Franciscanos Conventuales

Autor: P. Raimondo Marchioro | Fuente: Sacerdos.org

domingo, 24 de mayo de 2015

20 consejos del Padre Pío para los que están sufriendo





Cada cierto tiempo Dios envía a nuestro mundo algunos hombres extraordinarios que hacen de puente entre la tierra y el cielo, y ayudan a que miles de hombres puedan gozar del Paraíso eterno. El siglo XX nos dejó uno especialmente singular: el Padre Pío de Pietrelcina, un religioso capuchino nacido en ese pequeño pueblo del sur de Italia y muerto en 1968 en San Giovanni Rotondo. San Juan Pablo II lo elevó a los altares en 2002 en una canonización que batió todos los récords de asistencia. Hoy se puede decir que es el santo más venerado en Italia.

El Padre Pío recibió unos dones especiales por parte de Dios como el discernimiento de las almas y su capacidad para leer las conciencias; curaciones milagrosas; la bilocación; el don de lágrimas; el perfume a rosas que desprendía y, sobre todo, los estigmas en pies, manos y costado que padeció durante 50 años.

A lo largo de su vida escribió miles de cartas a sus dirigidos espirituales que son una fuente de sabiduría cristiana práctica y de gran actualidad.



Pensamientos para afrontar el sufrimiento

ReL ofrece a sus lectores esta pequeña selección de pensamientos del Padre Pío ante el sufrimiento, extraídos, precisamente, de esas cartas. No tienen desperdicio. Dan esperanza y elevan el alma:

1.-  "Si puedes hablar al Señor en la oración, háblale, ofrécele tu alabanza; si por mucho cansancio no puedes hablar, no te disgustes en los caminos del Señor. Detenté en la habitación como los servidores en la corte y hazle reverencia. El te verá, le gustará tu presencia, favorecerá tu silencio y en otro momento encontrarás consuelo cuando él te tome de la mano”.

2.- "Cuanta más amargura tengas, más amor recibirás”.

3.- "Jesús quiere llenar todo tu Corazón”.

4.- "Dios quiere que vuestra incapacidad sea la sede de su omnipotencia”.

5. - "La fe es la antorcha que guía los pasos de los espíritus desolados".

6.- "En el tumulto de las pasiones y de las vicisitudes adversas nos sostenga la grata esperanza de la inagotable misericordia de Dios”.

7.- "Ponga toda la confianza sólo en Dios”.

8.- "El mejor consuelo es el que viene de la oración”.

9.- "No temas por nada. Al contrario, considérate muy afortunado por haber sido hecho digno y participe de los dolores del Hombre-Dios”.

10.- "Dios os deja en esas tinieblas para su gloria; aquí está la gran oportunidad de vuestro progreso espiritual”.

11.- "Las tinieblas que a veces oscurecen el cielo de vuestras almas son luz: por ellas, cuando llegan, os creéis en la oscuridad y tenéis la impresión de encontraros en medio de un zarzal ardiendo. En efecto, cuando las zarzas arden, todo alrededor es una nubarrada y el espíritu desorientado teme no ver ni comprender ya nada. Pero entonces Dios habla y se hace presente al alma, que vislumbra, entiende, ama y tiembla”.



12.- "Jesús mío, es el amor que me sostiene”.

13.- "La felicidad sólo se encuentra en el cielo”.

14.- "Cuando os veáis despreciados, haced como el Martín Pescador que construye su nido en los mástiles de las naves es decir, levantaos de la tierra, elevaos con el pensamiento y con el corazón hacia Dios, que es el único que os puede consolar y daros fuerza para sobrellevar santamente la prueba”.

15.- "Ten por cierto que cuanto más crecen los asaltos del demonio tanto más cerca del alma está Dios".

16.- "Bendice el Señor por el sufrimiento y acepta beber el cáliz de Getsemani”.

17.- "Sé capaz de soportar las amarguras durante toda tu vida para poder participar de los sufrimientos de Cristo”.

18.- "El sufrimiento soportado cristianamente es la condición que Dios, autor de todas las gracias y de todos los dones que conducen a la salvación, ha establecido para concedernos la gloria”.

19.- "Recuerda que no se vence en la batalla si no es por la oración; a ti te corresponde la elección”.

20.- "La oración es la mejor arma que tenemos; es una llave que abre el corazón de Dios”.

Artículo originalmente publicado por Religión en Libertad

sábado, 23 de mayo de 2015

La leyenda de Abgar



El historiador Eusebio guarda una tradición (H. E., I, xii), en la que él mismo cree con firmeza, respecto a una correspondencia que tomó lugar entre Nuestro Señor y el soberano local en Edesa.

Tres documentos se relacionan con ésta correspondencia:

- la carta de Abgar a Nuestro Señor;

- la respuesta de Nuestro Señor;

- un cuadro de Nuestro Señor, como era Él en vida

Ésta leyenda gozó de gran popularidad, tanto en el oriente como en el occidente, durante la Edad Media: la carta de Nuestro Señor era copiada en pergamino, mármol y metal, y era usada como talismán o amuleto. En la época de Eusebio, se pensaba que las cartas originales, escritas en sirio, estaban guardadas en los archivos de Edesa. En nuestros días, poseemos no sólo un texto sirio, sino también una traducción en armenio, dos versiones griegas independientes, más cortas que la siria, y varias inscripciones en piedra, todas ellas discutidas en dos artículos en el “Dictionnaire d’archéologie chrétienne et de liturgies” cols. 88 sq. y 1807 sq. Las únicas dos obras a consultar referentes a éste problema literario son la “Historia Eclesiástica” de Eusebio, y la “Enseñanza de Adai,” la cual afirma pertenecer a la época apostólica.



La leyenda, de acuerdo a éstas dos obras, se desarrolla de la siguiente manera: Abgar, rey de Edesa, quien sufre de una enfermedad incurable, ha oído la fama del poder y los milagros de Jesús y le escribe, rogándole que llegue y lo cure. Jesús no acepta, pero promete enviar un mensajero, dotado de Su poder, llamado Tadeo (o Adai), uno de los setenta y dos discípulos. Las cartas de Nuestro Señor y del rey de Edesa varían en la versión que da Eusebio y la de la “Enseñanza de Adai.” La siguiente está tomada de la “Enseñanza de Adai,” ya que es menos accesible que la Historia de Eusebio:

"Abgar Ouchama a Jesús, el Buen Doctor Quien ha aparecido en el territorio de Jerusalén, saludos:

He oído de Vos, y de Vuestra sanación; que Vos no usáis medicinas o raíces, sino por Vuestra palabra abrís (los ojos) de los ciegos, hacéis que los paralíticos caminen, limpiáis a los leprosos, hacéis que los sordos oigan, cómo por Vuestra palabra (también) curáis espíritus (enfermos) y aquellos atormentados por demonios lunáticos, y cómo, de nuevo, resucitáis los muertos a la vida. Y, al darme cuenta de las maravillas que Vos hacéis, me he dado cuenta de que (de dos cosas, una): o habéis venido del cielo, o si no, sois el Hijo de Dios, quien hace que sucedan todas éstas cosas. También me doy cuenta que los judíos murmuran en contra Vuestra, y Os persiguen, que buscan crucificaros y destruiros. Poseo únicamente una pequeña ciudad, pero es bella, y lo suficientemente grande para que nosotros dos vivamos en paz."

Cuando Jesús recibió la carta, en la casa del sumo sacerdote de los judíos, le dijo a Hanán, el secretario, “Id, y decid a vuestro amo, quien os envió a Mí: ‘Feliz seáis, vos que habéis creído en Mí, sin haberme visto, porque está escrito de mí que quienes me vean no creerán en Mí, y que aquellos que no me vean creerán en Mí. En cuanto a lo que habéis escrito, que debería ir a vos, (he aquí, que) todo a lo que fui enviado aquí está terminado, y subo de nuevo a Mi Padre quien me envió, y cuando haya ascendido a Él os enviaré a uno de Mis discípulos, quien sanará todos vuestros sufrimientos, y (os) dará la salud de nuevo, y convertirá a todos aquellos con vos a la vida eterna. Y vuestra ciudad será bendecida por siempre, y el enemigo nunca prevalecerá sobre ella.’” De acuerdo a Eusebio, no fue Hanán quien escribió la respuesta, sino el mismo Nuestro Señor.



Ha surgido una curiosa evolución legendaria de ésta imaginaria ocurrencia. Se ha discutido seriamente la naturaleza de la enfermedad de Abgar, al crédito de la imaginación de varios escritores, sosteniendo que era gota, otros que era lepra, los primeros diciendo que había durado siete años, los últimos descubriendo que el enfermo había contraído su enfermedad durante una visita a Persia. Otros historiadores, nuevamente, sostienen que la carta fue escrita en pergamino, aunque algunos favorecen al papiro. El pasaje crucial en la carta de Nuestro Señor, sin embargo, es el que promete a la ciudad de Edesa la victoria sobre todo enemigo. Le dio al pueblecito una popularidad que desapareció el día en que cayó en manos de conquistadores. Fue una inesperada conmoción para aquellos que creían en la leyenda; estaban más dispuestos a atribuir la caída de la ciudad a la ira de Dios en contra sus habitantes, que a admitir el fracaso de una protección en la que en ése tiempo se confiaba no menos que en el pasado.

Desde entonces, el hecho al que aludía la correspondencia ha, por mucho tiempo, dejado de tener valor histórico alguno. En dos lugares, el texto está tomado del Evangelio, lo cual de por sí es suficiente para refutar la autenticidad de la carta. Por otra parte, las citas son hechas no de los Evangelios auténticos, sino de la famosa concordancia de Tatiano, compilada en el siglo II, y conocida como el “Diatesarón”, fijando así la fecha de la leyenda en aproximadamente la mitad del siglo III. Además, sin embargo, de la importancia que obtuvo en el ciclo apócrifo, la correspondencia del Rey Abgar también ganó un lugar en la liturgia. El decreto “De libris non recipiendis”, del pseudo-Gelasio, coloca la carta entre los escritos apócrifos, lo cual puede, posiblemente, ser una alusión al hecho que haya sido interpolada entre las lecciones oficialmente autorizadas de la liturgia. Las liturgias sirias conmemoran la correspondencia de Abgar durante la cuaresma. La liturgia celta parece haber concedido importancia a la leyenda; el “Liber Hymnorum”, un manuscrito conservado en Trinity College, Dublín (E. 4, 2), da dos oraciones sobre las líneas de la carta a Abgar. Tampoco es del todo absoluto que ésta carta, seguida de varias oraciones, pueda haber conformado un oficio litúrgico menor en ciertas iglesias.

El relato dado por Adai contiene un detalle al que se puede hacer referencia aquí brevemente. Hanán, quien escribió lo que Nuestro Señor le dictó, era archivero en Edesa y pintor del Rey Abgar. Se le había encargado pintar un retrato de Nuestro Señor, tarea que llevó a cabo, trayendo de regreso consigo mismo una pintura que llevó a ser objeto de veneración general, pero que, después de un tiempo, se dijo que había sido pintada por el mismo Nuestro Señor. Al igual que la carta, el retrato estaba destinado a ser el núcleo de una legendaria evolución; el “Santo Rostro de Edesa” era principalmente famoso en el mundo bizantino. Debe ser aquí suficiente una indicación mínima de éste hecho, sin embargo, ya que la leyenda del retrato de Edesa forma parte del extremadamente difícil y oscuro tema de la iconografía de Cristo, y de las pinturas de origen milagroso llamadas acheiropoietoe (“hecho sin manos”).

Autor: H. LECLERCQ
Transcrito por Michael C. Tinkler
Traducido por Leonel Antonio Orozco

viernes, 22 de mayo de 2015

¿Qué significa el nombre María?



El Dulce Nombre de la Ssma. Virgen María es un “nombre cargado de divinas dulzuras” nos dice S. Alfonso María de Ligorio, mientras que S. Ambrosio lo describe como un “ungüento perfumado con aroma de gracia divina”, y propone el significado “Dios es de mi linaje” (Inst. Virg., Cap. 5) para el nombre de la Madre de Dios.

Pero, otros santos eruditos opinan que “María” tiene otros significados. ¿Quién tiene razón? ¿Qué significa el Dulce Nombre de “María”?


I) Significado del Nombre “María”

Según la “Enciclopedia Católica”: “La etimología del nombre Miriam (MRYM) es extremadamente dudosa” y ha tomado desde el significado de “rebelión” [tras las acciones de Miriam, la hermana de Moisés y Aarón en el antiguo testamento], hasta el de “obesa” (lo equivalente a “bella” en esos tiempos). También hay quienes consideran la influencia egipcia en el significado “amada del Señor” (“Mari-Yam”).

Pero, lo más probable, y el significado más apoyado por los Padres de la Iglesia es el significado arameo y hebreo de “Miriam” or “Mariam”: “Señora” o “Soberana”, significado que los egipcios conocían en forma masculina e incluyeron en papiros (según se explica al final de esta fuente).

Así piensa S. Pedro Crisólogo: “El nombre hebreo de María se traduce por ‘Domina’ en latín; el Ángel le da, por tanto, el título de ‘Señora’. (Sermón sobre la Anunciación de la B. Virgen María, 142) Sto. Tomás concuerda, y asegura que a la Ssma. Virgen: “le es muy propio el nombre de María, que en siríaco quiere decir ‘Señora’” (“Sobre el Avemaría, 1.c., p. 183), aunque en la misma obra también dice que “quiere decir ‘iluminada’” (p. 182) y que “significa ‘estrella del mar’; como la estrella del mar orienta a puerto a los navegantes, María dirige a los cristianos a la gloria” (p. 185).

S. Beda explica la diferencia así: “La palabra María significa en hebreo estrella del mar, y en siríaco Señora. Y con razón, porque mereció llevar en sus entrañas al Señor del mundo y a la luz perenne de los siglos” (en “Catena Aurea”, vol. V, p. 36). S. Jerónimo sugiere que “maor” (estrella) con “yam” (mar) forma “estrella del mar”, traducción que acepta S. Bernardo (“Homilía sobre la Virgen Madre”, 2) Se parece el significado: “el Señor ilumina” o “luz del Señor”, derivado de “Me’ir” (“el que ilumina” y “yam” (como abreviación de “Yahve”), según esta página. Otras posibilidades de combinaciones etimológicas hebreas que se han sugerido para formar el sonido “miriam” incluyen: “marar” (amargura o fortaleza) y “yam” (mar) para formar “mar de amargura” o “mar de fortaleza”, significados que también serían apropiados para la Ssma. Virgen María, que como Madre Dolorosa encarnó ambos significados al pie de la Cruz.



II) Poder del Dulce Nombre de María

La que fue Inmaculada desde su Concepción, sufrió como ninguna los dolores de Su Hijo Jesucristo, Ntro. Redentor. Si en el Evangelio del XXIV Domingo de Tiempo Ordinario : “El señor tuvo lástima” (Mt. 18, 27) de un miserable siervo deudor cuando le pidió clemencia, ¡cuánto más escucharía nuestro Señor las súplicas de Su Ssma. Madre por los que la invocan por su nombre! En efecto, S. Alfonso María de Ligorio nos recuerda en “Las glorias de María” (Parte I, Cap. X):

”Son maravillosas las gracias prometidas por Jesucristo a los devotos del nombre de María, como lo dio a entender a Sta. Brígida hablando con su Madre santísima, revelándole que quien invoque el nombre de María con confianza y propósito de la enmienda, recibirá estas gracias especiales: un perfecto dolor de sus pecados, expiarlos cual conviene, la fortaleza para alcanzar la perfección y al fin la gloria del paraíso. Porque, añadió el divino Salvador, son para mí tan dulces y queridas tus palabras, oh María, que no puedo negarte lo que me pides. En suma, llega a decir S. Efrén, que el nombre de María es la llave que abre la puerta del cielo a quien lo invoca con devoción. Por eso tiene razón san Buenaventura al llamar a María “salvación de todos los que la invocan”, como si fuera lo mismo invocar el nombre de María que obtener la salvación eterna.” (5)

Vela, pues, por sus hijos espirituales la que es “bella” sin igual al ser llena de gracia y “amada del Señor” por haberle sido siempre fiel, hasta en un “mar de amargura”. A esta “estrella del mar” y “mar de fortaleza” se dirigen los que se ven necesitados para ser socorridos enseguida.

S. Alfonso María de Ligorio recomienda que se pronuncie con frecuencia los nombres de Jesús y María, sobre todo en cualquier peligro. Cita a S. Pedro Crisólogo diciendo “que el nombre de María es indicio de castidad” y muy eficaz en tentaciones contra la pureza. S. Alfonso María de Ligorio también asegura que repetir esos santos nombres es muy eficaz en la hora de la muerte, como demostró S. Camilo de Lelis al final de su vida. ¿Por qué es tan poderoso el nombre de “María”? Nos dice S. Alfonso:



“…los demonios, afirma Tomás de Kempis, temen de tal manera a la Reina del cielo, que al oír su nombre, huyen de aquel que lo nombra como de fuego que los abrasara. La misma Virgen reveló a santa Brígida, que no hay pecador tan frío en el divino amor, que invocando su santo nombre con propósito de convertirse, no consiga que el demonio se aleje de él al instante. Y otra vez le declaró que todos los demonios sienten tal respeto y pavor a su nombre que en cuanto lo oyen pronunciar al punto sueltan al alma que tenían aprisionada entre sus garras. Y así como se alejan de los pecadores los ángeles rebeldes al oír invocar el nombre de María, lo mismo –dijo la Señora a santa Brígida– acuden numerosos los ángeles buenos a las almas justas que devotamente la invocan. Atestigua san Germán que como el respirar es señal de vida, así invocar con frecuencia el nombre de María es señal o de que se vive en gracia de Dios o de que pronto se conseguirá; porque este nombre poderoso tiene fuerza para conseguir la vida de la gracia a quien devotamente lo invoca. (“Las glorias de María”, Parte I, Cap. X, 4)

Recemos, pues, con S. Alfonso esta oración de S. Bernardo: “¡Oh excelsa, oh piadosa, oh digna de toda alabanza Santísima Virgen María, tu nombre es tan dulce y amable, que no se puede nombrar sin que el que lo nombra no se inflame de amor a ti y a Dios; y sólo con pensar en él, los que te aman se sienten más consolados y más inflamados en ansias de amarte!”. (“Las glorias de María”, Parte I, Cap. X, 3)

 Recomendamos:

Mariología, todo acerca de María


Autor: Estado de la Ciudad del Vaticano | Fuente: www.vaticanstate.va

jueves, 21 de mayo de 2015

El Camposanto Teutónico




Entre la Basílica de San Pedro y la nueva Aula de audiencias se encuentra el Camposanto Teutónico, que es la más antigua fundación nacional alemana en Roma. El Camposanto está rodeado por un alto muro y, a primera vista no llama la atención, pero pronto el visitante queda fascinado por esta parcela cargada de historia.

En la antigüedad este espacio estaba ocupado por el circo de Nerón, teatro de numerosos martirios de cristianos. En el año 799 se habla por primera vez de una Schola Francorum, por ello, en la pared del edificio hay una imagen en azulejo que representa a Carlomagno como fundador. Otras noticias más precisas se conocen a mediados del siglo XV, cuando el Año Santo de 1450 convocó en Roma a muchos peregrinos.



En dicha ocasión, cementerio e iglesia, que estaban en un estado lamentable, fueron reconstruidos, y los miembros alemanes de la Curia constituyeron en el año 1454 una Cofradía para enterrar a los muertos pobres. Dicha Cofradía perdura hoy día bajo otra forma y es la titular de la fundación.

En el último cuarto del siglo XV surgió la iglesia actual según el estilo más difundido entonces en Alemania. En el año 1597, el ente fue promovido a la categoría de “Archicofradía de Nuestra Señora en el Campo Santo alemán en San Pedro”. Desde 1876 funciona también un colegio para sacerdotes estudiantes de Arqueología cristiana, de Historia de la Iglesia y otras disciplinas análogas, y en 1888 se añadió el Instituto Romano de la Sociedad de Goerres, que posee una biblioteca con cerca de 35.000 volúmenes.



El acceso a la iglesia (por el cementerio) fue completamente restaurado en los años 1972-75. Está formado por un un portal de Elmar Hillebrand (Colonia) regalo del Presidente de la República Alemana, Theodor Heuss, en 1957. En el batiente de la izquierda, debajo del escudo de la Archicofradía, se representa una Virgen con el Niño y una fusión del águila bicéfala con la Piedad. En el batiente de la derecha, la Resurrección. Las tablas pictóricas del altar mayor, de Macrino de Alba, representan, en el centro, la Piedad, y a ambos lados, de izquierda a derecha, San Pablo con San Juan Bautista, Santa Ana con María y Jesús, y los apóstoles Pedro y Santiago. La lápida de piedra de la parte anterior del altar mayor, hallada durante recientes restauraciones, y probablemente originaria del crucero del altar, es un ejemplo típico de estilo arcaizante altomedieval.

La Capilla de los Suizos sirvió, tras el saqueo de Roma, como sepultura de los guardias caídos. Los frescos de las paredes, de Polidor Caldara, discípulo de Rafael, son de alta calidad.

A causa de su posición especial, es natural que el Camposanto sea desde siempre un lugar de sepultura requerido. Según los estatutos, tienen derecho a la sepultura los miembros de la Archicofradía, los miembros de muchas casas religiosas de origen alemán y de otros dos colegios alemanes en Roma: el de Santa María del Anima y el Germánico. Guiados, tal vez, por la curiosidad, los visitantes buscan a menudo tumbas precisas de personajes del mundo eclesiástico, artístico, político o diplomático:



Josef Anton Koch, pintor paisajista (+ 1839)

Ludwig Curtius, arqueólogo (+ 1954)

Johann Baptist Anzer, primer obispo misionero de los misioneros verbitas (+ 1903)

Joseph Spithöver, decisivo promotor de la cultura alemana en Roma durante el XIX secolo (+ 1870)

Stefan Andrei, escritor (+ 1970)

Johann Martin von Wagner, arqueólogo y artista (+ 1858)

Anton de Waal, primer Rector del colegio (+ 1917)

Engelbert Kirschbaum, jesuita, arqueólogo, colaborador determinante en el descubrimiento de la tumba de Pedro (+ 1970)

Card. Gustavo von Hohenlohe (+ 1896)

Augustin Theiner, Prefecto del Archivo Secreto Vaticano (+ 1874).



Sitio Oficial del Campo Santo Teutonico


Autor: Estado de la Ciudad del Vaticano | Fuente: www.vaticanstate.va

miércoles, 20 de mayo de 2015

Contemplar para agradecer no basta, también hay que seguir al Buen Pastor



«El cuarto Domingo de Pascua, éste, llamado ‘Domingo del Buen Pastor’, cada año nos invita a redescubrir, con estupor siempre nuevo, esta definición que Jesús dio de sí mismo, releyéndola a la luz de su pasión, muerte y resurrección.

"El buen pastor da su vida por las ovejas" (Jn 10,11): estas palabras se realizaron plenamente cuando Cristo, obedeciendo libremente a la voluntad del Padre, se inmoló en la cruz. Entonces se vuelve completamente claro qué significa que Él es "el buen pastor": da la vida, ofreció su vida en sacrificio por todos nosotros: por ti, por ti, por ti, por mí ¡por todos. ¡Y por ello es el buen pastor!

Cristo es el pastor verdadero, que realiza el modelo más alto de amor por el rebaño: Él dispone libremente de su propia vida, nadie se la quita (cfr. v. 18), sino que la dona en favor de las ovejas (v 17). En abierta oposición a los falsos pastores, Jesús se presenta como verdadero y único pastor del pueblo: el pastor malo piensa en sí mismo y explota a las ovejas; el pastor bueno piensa en las ovejas y se dona a sí mismo. Al contrario del mercenario, Cristo pastor es una guía que cuida y participa en la vida de su rebaño, no busca otro interés, no tiene otra ambición que la de guiar, alimentar, proteger a sus ovejas. Y todo esto al precio más alto, el del sacrificio de su propia vida.



En la figura de Jesús, pastor bueno, contemplamos a la Providencia de Dios, su solicitud paterna para cada uno de nosotros ¡No nos deja solos! La consecuencia de esta contemplación de Jesús Pastor verdadero y bueno es la exclamación de conmovido estupor que encontramos en la segunda Lectura de la liturgia de hoy: ¡Miren cómo nos amó el Padre! ¡Miren cómo nos amó el Padre! …(1 Jn 3,1). ¡Es verdaderamente un amor sorprendente y misterioso, porque donándonos a Jesús como Pastor que da su vida por nosotros, el Padre nos ha dado lo más grande y precioso que nos podía donar! Es el amor más alto y más puro, porque no está motivado por ninguna necesidad, no está condicionado por ningún cálculo, no está atraído por ningún interesado deseo de intercambio. Ante este amor de Dios, experimentamos una alegría inmensa y nos abrimos al grato reconocimiento por lo que hemos recibido gratuitamente.

Pero contemplar para agradecer no basta. También hay que seguir al Buen Pastor. En particular, cuantos tienen la misión de guía en la Iglesia – sacerdotes, Obispos, Papas – están llamados a asumir no la mentalidad del mánager sino la del siervo, a imitación de Jesús que, despojándose de sí mismo, nos ha salvado con su misericordia. A este estilo de vida pastoral – de Buen Pastor - están llamados también los nuevos sacerdotes de la diócesis de Roma, que he tenido la alegría de ordenar esta mañana en la Basílica de San Pedro.



Y dos de ellos se van a asomar para agradecer las oraciones de todos ustedes y para saludar…

Que María Santísima obtenga para mí, para los Obispos y para los sacerdotes de todo el mundo la gracia de servir al pueblo santo de Dios mediante la alegre predicación del Evangelio, la sentida celebración de los Sacramentos y la paciente y mansa guía pastoral».


Autor: Papa Francisco | Fuente: es.radiovaticana.va (Traducción del italiano: Cecilia de Malak – RV)

martes, 19 de mayo de 2015

¿Quién fue el papa San Pío X?



I. Breve biografía

Nacido en una familia pobre, humilde y numerosa, Giuseppe Melchiorre Sarto vino al mundo el 2 de junio de 1835 en Riese, Italia. Desde pequeño se mostró muy afanoso para los estudios, siendo esa inquietud la que le llevaría a aprovechar muy bien la enseñanza del catecismo. Por entonces, y desde que ayudaba al párroco como monaguillo, el travieso "Beppi" ya les decía a sus padres una frase que reiteraría con frecuencia: «quiero ser sacerdote». Con el tiempo este deseo que experimentó desde niño no haría más que afianzarse y madurar en un ardiente anhelo de responder al prístino llamado del Señor.

Así pues, en 1850 ingresaba al seminario de Padua, para ser ordenado sacerdote del Señor el 18 de setiembre de 1858. Su primera labor pastoral la realizó en la parroquia de Tómbolo-Salzano, distinguiéndose —además de su gran caridad para con los necesitados— por sus ardorosas prédicas. Por ellas el padre Giuseppe atraía a muchas "ovejas descarriadas" hacia el rebaño del Señor. Sus oyentes percibían el especial ardor de su corazón cuando hablaba de la Eucaristía, o la delicadeza y ternura cuando hablaba de la Virgen Madre, o recibían también sus paternales correcciones cuando se veía en la obligación de reprender con firmeza ciertas faltas o errores que deformaban la vida de caridad que debían llevar entre sí.

Ya desde el inicio de su sacerdocio Giuseppe daba muestras de ser un verdadero hombre de Dios. El fuerte deseo de hacer del Señor Jesús el centro de su propia vida y de la de aquellos que habían sido puestos bajo su cuidado pastoral, le llevaba a darlo todo y darse todo él a los demás. Ningún sacrificio era muy grande para él cuando la caridad así se lo requería.

Luego de trabajar en Treviso (1875 a 1884) como canciller y como director espiritual del seminario, el padre Sarto sería ordenado Obispo para la diócesis de Mantua. Como Obispo se distinguiría también —y de modo ejemplar— por la práctica de la caridad.

En 1893, León XIII le concedió el capelo cardenalicio y lo trasladó a Venecia. Al igual que en Tómbolo-Salzano, en Treviso y en Mantua luego, el ahora Patriarca de Venecia daría muestras de ser un celoso pastor y laborioso "jornalero" en la viña del Señor. En ningún momento cambió su modo de ser: siempre sencillo, siempre muy humilde, siempre ejemplar en cuanto a la caridad. Es más, a mayor "dignidad" dentro de la Iglesia (primero como obispo, luego como cardenal), mayor era el celo con el que se esmeraba en la práctica de las virtudes cristianas, especialmente en el humilde servicio para con quienes necesitasen —de una o de otra forma— de su pastoral caridad.

Al tránsito de S.S. León XIII, acaecido el 20 de julio de 1903, el Cardenal Giuseppe Sarto sería el nuevo elegido por el Espíritu Santo para guiar la barca de Pedro.



II. Su pontificado

Cuentan los hagiógrafos que, cuando al tercer día de Cónclave ninguno de los Cardenales alcanzaba aún la mayoría necesaria para su elección, el Cardenal Sarto hizo lo imposible —dicen que lloraba como un niño— por disuadir a los Cardenales electores de que no le tomasen en cuenta, cuando cada vez más miradas empezaron a volverse hacia este sencillo "Cardenal rural" (como le gustaba decir de sí mismo). Así pues, repentinamente lo imprevisto e inesperado —¡para él y para todos!— comenzaba a vislumbrarse en el horizonte: la posibilidad —para él "el peligro"— de ser él el elegido para suceder a León XIII en la Cátedra de Pedro.

Muchos, incluso aquellos que hasta entonces no le habían conocido aún muy bien, comprendieron que detrás de la sencillez y sincera humildad de este hombre —que tanto se negaba a la posibilidad por sentirse tan indigno— se hallaba una enorme potencia sobrenatural, así que, dóciles a las mociones del Espíritu divino, terminaron dándole a él su voto.

El Cardenal Sarto, luego de esta votación, se supo incuestionablemente llamado y elegido por Dios mismo: con docilidad, aceptó su evidente designio —expresado por la votación del colegio Cardenalicio reunido en Cónclave—, y pronunció estas palabras: «Acepto el Pontificado como una cruz. Y porque los Papas que han sufrido por la Iglesia en los últimos tiempos se llamaron Pío, escojo este nombre».

Al pronunciar su "sí", lleno de la humilde consciencia de su propia pequeñez e insignificancia, el Cardenal Giuseppe Sarto respondía decidida y fielmente al llamado que Dios le hacía. Desde ahora, como Papa, su vida estaría plenamente asociada al sacrificio del Señor en la Cruz, y él —asociándose amorosamente a su Cruz— manifestaba su total disposición para servir y guiar al rebaño del Señor hacia los pastos abundantes de la Vida verdadera. Su más hondo anhelo, aquél que como un fuego abrasaba su corazón, quedaría expresado en la frase-consigna de instaurarlo todo en Cristo: «¡Omnia instaurare in Christo!». Ése era el celo que consumía su corazón, celo que le impulsaba a querer «llevar todo el mundo al Señor». Con este fuego interior buscaría, pues, avivar también el ardor de muchos de los corazones de los hijos e hijas de la Iglesia, para, de este modo, llevar la luz y el calor del Señor al mundo entero.


Programa Pontificio

Su "programa pontificio" no buscaba ser otro que el del Buen Pastor: empeñado seriamente en alimentar, guiar y custodiar al humano rebaño que el Señor le encomendaba, así como buscar a las ovejas perdidas para atraerlas hacia el redil de Cristo.

En este sentido su primera encíclica nos da una muy clara idea de lo que el santo Papa buscaría desarrollar a lo largo de todo su pontificado:

E supremi apostolatus cathedra... eran las primeras palabras de esta "encíclica programática", en la que comenzaba compartiendo los temores que le acometieron ante la posibilidad de ser elegido como el próximo timonel de la Barca de Pedro. El no se consideraba sino un indigno sucesor de un Pontífice que 26 años había gobernado a la Iglesia con extraordinaria sabiduría, prudencia y pastoral solicitud: S.S. León XIII.

Una vez elegido, no le cabía duda alguna de que el Señor le pedía a él sostener firmemente el timón de la barca de Pedro, en medio de una época que se presentaba como muy difícil. En la mencionada encíclica su diagnóstico aparecerá muy preciso y certero: «Nuestro mundo sufre un mal: la lejanía de Dios. Los hombres se han alejado de Dios, han prescindido de Él en el ordenamiento político y social. Todo lo demás son claras consecuencias de esa postura».

Considerando estas cosas, el Santo Padre lanza entonces su programa. En él recuerda a todos, como hombre de Dios que es, que su misión es sobre todo la de apacentar el rebaño de Cristo y la de hacer que todos los hombres se vuelvan al Señor, en quien se encuentra el único principio válido para todo proyecto de convivencia social, ya que Él, en última instancia, es el único principio de vida y reconciliación para el mismo ser humano. Sentada esta sólida base, proclamó nuevamente en esta encíclica la santidad del matrimonio, alentó a la educación cristiana de los niños, exigió la justicia de las relaciones sociales, hizo recordar su responsabilidad de servicio a quienes gobiernan, etc.

La fuerza con la que S.S. Pío X quería contar para esta monumental tarea de instaurarlo todo en Cristo era la fuerza de la santidad de la Iglesia, que debía brillar en cada uno de sus miembros. Por eso llamó a ser colaboradores suyos, en primer término, a los hermanos en el sacerdocio: sobre todo en ellos —por ser "otros Cristos"— debía resplandecer fulgurante la llama de la santidad. Llamados a servir al Señor con una inefable vocación, habían de ser ellos los primeros en llenarse de la fuerza del Espíritu divino, pues "nadie da lo que no tiene", ¿y cómo podrían ellos, los especialmente elegidos para esa misión, instaurarlo todo en Cristo si no era el suyo un corazón como el corazón sacerdotal del Señor Jesús, ardiente en el amor y en la caridad para con los hermanos? Sólo con una vida santa podrían sus sacerdotes ser portadores de la Buena Nueva del Señor Jesús para todo su Pueblo santo.

Recordará entonces que es competencia de los Obispos, como principales y últimos responsables, el formar este clero santo. ¡Este era un asunto de la mayor importancia!, y por ello los seminarios debían ser para sus Obispos como "la niña de sus ojos": ellos deben mostrar un juicio certero para aceptar solamente a quienes serán aptos para cumplir con perpetua fidelidad las exigencias de la vocación sacerdotal; han de brindarles una preparación intelectual seria; han de educar a sus sacerdotes para que su prédica constituya un verdadero alimento para los feligreses, y para que sean capaces de llevar adelante una catequesis seria para alejar la ignorancia religiosa de los hijos de la Iglesia; han de enseñarles —con el ejemplo— a vivir una caridad pastoral sin límites; han de educarlos en el amor a una observante disciplina; y como fundamento de todo, han de habituarlos a llevar una sólida y profunda vida espiritual.

El Santo Padre, para esta gran tarea de renovación en Cristo, fijó sus ojos asimismo en los seglares comprometidos: siempre fieles a sus obispos, los exhortaba a trabajar por los intereses de la Iglesia, a ser para todos un ejemplo de vida santa llevada en medio de sus cotidianos afanes.


Un impulso renovador

La fuerte preocupación del Papa por la santidad de todos los miembros de la Iglesia es lo que le llevaría a impulsar algunas reformas al interior de la misma.


El clero. Ya hemos hablado de la honda preocupación que sentía el Santo Pontífice por la santidad de los sacerdotes. Él mismo, con el ejemplo, se esforzó porque los clérigos cumpliesen cuidadosamente con las obligaciones propias de su estado, respondiendo de la mejor manera posible al don recibido de lo Alto, por la imposición de manos del Obispo. El sentido del deber y el ardiente amor al Señor debían llevarles a asumir con radical amor y fidelidad sus responsabilidades, y ése precisamente era el testimonio que él mismo daba a los clérigos. A esta preocupación se debió la reforma de los seminarios, así como la institución de numerosas bibliotecas eclesiásticas.

Música sagrada y liturgia. Es conocido el gran amor por la música sagrada que desde niño acompañaba al Santo Padre, cosa que se manifestó también inmediatamente en su pontificado: famoso es el Motu proprio que firmaba ya a los tres meses de su elección. En él daba a conocer algunas normas que renovaban la música eclesiástica. Su Santidad Pío X promovió, asimismo, la reforma de la liturgia de las horas.

El "Papa de la Eucaristía". Su gran amor a la Eucaristía y la conciencia del valor de la Presencia Real del Señor Jesús en el Santísimo Sacramento le llevaron a permitir la comunión diaria a todos los fieles, así como a cambiar la costumbre de la primera comunión: en adelante los niños podría recibir el Santísimo Sacramento cuando tuviesen ya uso de razón, a partir de los 7 años.

En 1905 la Sagrada Congregación del Concilio abría las puertas a la Comunión frecuente. La razón de esta disposición, promovida por el Santo Padre, la encontramos en estas palabras: «La finalidad primera de la Santa Eucaristía no es garantizar el honor y la reverencia debidos al Señor, ni que el Sacramento sea premio a la virtud, sino que los fieles, unidos a Dios por la Comunión, puedan encontrar en ella fuerza para vencer las pasiones carnales, para purificarse de los pecados cotidianos y para evitar tantas caídas a que está sujeta la fragilidad humana».

El Catecismo de San Pío X. Cuando niño Guiseppe había experimentado el gran beneficio de nutrir la fe —por medio de una buena enseñanza del catecismo— con las verdades reveladas y confiadas a la Iglesia para su custodia e interpretación. Sólo de este modo la persona, encendido el corazón en la verdad divina, podría vivir de acuerdo a ella en su vida cotidiana. Así, pues, como sacerdote, como obispo y luego como Papa, hizo todo lo posible por impulsar la enseñanza del Catecismo y por mantener la pureza de la doctrina. Bien sabía el Santo Padre que apartar la ignorancia religiosa era el inicio del camino para recuperar la fe que en muchos se iba debilitando y perdiendo incluso.

Siempre apacentando la grey del Señor y velando por la pureza de la doctrina cristiana, S.S. San Pío X debió actuar con firmeza ante el modernismo. Importante en este sentido es la publicación del decreto Lamentabili (julio de 1907) por el que condenaba numerosas tesis exegéticas y dogmáticas —influenciadas por aquella herejía de moda—, y su encíclica Pascendi (setiembre de 1907) por la que condenaba otras tesis modernistas.

Un nuevo Código de Derecho Canónico. Cuando era obispo en Mantua, mons. Sarto ya se había manifestado como un jurista de peso. Por entonces publicó diversos artículos sobre la materia. En Venecia, como Patriarca, fundó en aquella diócesis una Facultad de Derecho. Elegido Papa, vio la necesidad y conveniencia de elaborar una nueva codificación de las leyes canónicas, adecuada a las circunstancias concretas que por entonces se vivían. Esta labor monumental, a la que daría impulso a pocos meses de iniciado su pontificado, hallaría su culminación recién el año 1917, bajo el pontificado de S.S. Benedicto XV.

Empuje misionero. Su gran celo por difundir el Evangelio de Jesucristo a los que aún no lo conocían le llevó a dar un gran impulso a la actividad misionera de la Iglesia. En esta misma línea, incentivó la formación de seminarios regionales.

Otras iniciativas. Entre otras iniciativas el Papa Pío X impulsó una reforma de la curia romana, encomendó la revisión de la Vulgata a los benedictinos (1907), fundó el Pontificio Instituto Bíblico en Roma (1909) y dio inicio a la publicación de la llamada Acta Apostolicae Sedis (1909), que aún hoy es la publicación oficial que trae los documentos pontificios.


Firmeza en la persecución

Durante su pontificado se consuma en Francia (1905) la separación de Iglesia y Estado. Éste sería un capítulo muy doloroso para el Santo Padre. Sin transigir en lo más mínimo ante las presiones de un Estado que quería subyugar a la Iglesia de Cristo, alentó a sus pastores y demás fieles franceses a no temer ser despojados de todos sus bienes y derechos. El Papa sufrió mucho por esta nueva persecución desatada contra la "hija predilecta", la Iglesia de Francia, y se conmovió hondamente por la respuesta de fiel adhesión de los obispos.

Años después aquél mal ejemplo sería seguido: en España (1910) y en Portugal (1911) también se daría la definitiva separación entre la Iglesia y el Estado.


Propulsor de la paz ante los sucesos mundiales

S.S. San Pío X anhelaba la paz mundial, y sabía que sólo en Cristo ésta podía ser verdadera y duradera. Fue su más ardiente deseo el ayudar a evitar la primera gran guerra europea, que él veía venir con tanta claridad: mucho tiempo atrás, había predicho que estallaría en 1914. «Gustoso daría mi vida, si con ello pudiera conseguir la paz en Europa», había manifestado en una oportunidad.

El 2 de agosto de 1914, ante el inminente estallido de la guerra, el Santo Padre instaba —en un escrito dirigido a los católicos de todo el mundo, y como un último y denodado esfuerzo por obtener el don de la paz— a poner los ojos en Cristo el Señor, Príncipe de la Paz, y a suplicarle insistentemente por la paz mundial.


Ejemplo de virtudes

Humilde, muy humilde era aquel Papa que en su "Testamento espiritual" dejaría escrito a sus hijos e hijas: «Nací pobre, he vivido pobre, muero pobre». Se trataba, ciertamente, de una pobreza que iba más allá de lo puramente material: Giuseppe Sarto, dentro de los designios Divinos elegido sucesor de Pedro para gobernar la Iglesia del Señor, jamás se aferró a seguridad humana alguna, viviendo el desprendimiento en grado heroico, apoyado siempre en una total confianza en la Providencia divina.

A no pocos edificó su admirable testimonio de caridad y de amor al prójimo. Cuando a su puerta tocaba alguien que necesitaba de su ayuda, renunciaba incluso a lo que él necesitaba para alimentarse: su magnanimidad no tenía límites.

Sobrio y frugal en las comidas; amante de la limpieza y del orden; sencillo en sus vestidos; para nada amigo de recibir aplausos: así se mostró siempre Guiseppe, primero como presbítero, luego como Obispo y Cardenal, y también como Sucesor del Apóstol Pedro.


Modelo de un sacerdote dedicado al estudio y a la autoformación

Algunos sostienen que por la extrema modestia que mostraba se difundió la idea de que S.S. San Pío X, si bien era un hombre santo, era poco inteligente o no estaba muy bien preparado: hablaba siempre tan convencido de su propia insignificancia, de su falta de preparación, de su "condición rural", que muchos llegaron a tomarlo en serio. Sin embargo, la evidencia histórica muestra que la realidad estaba muy distante de aquella falsa idea.

El seminario de Padua conoció en Guiseppe a un joven bien dotado y muy aprovechado en los estudios: fue el más destacado alumno de su tiempo. Y si bien es cierto que a sus posteriores éxitos académicos —que también los tuvo— siguieron dieciocho años de intensa tarea pastoral, el Padre y luego Obispo Sarto nunca escatimó en recortar incluso algunas horas de descanso para dedicarlas al estudio: a costa de exigencia personal y disciplina jamás abandonó su propia formación, tan necesaria para nutrir su fe y para mejor poder responder a su misión de ser luz para los demás, maestro de la verdad. Los sermones, las conferencias, sus cartas pastorales, el mismo trato con las gentes, eran diversas ocasiones que le exigían gran dedicación en este importante asunto, y él así lo comprendió.

Además, dotado naturalmente con una insaciable curiosidad intelectual, ésta le llevaba a estudiar, escuchar, y buscar conocer. Años de formación en el silencio acompañaron su ministerio, iluminándolo, nutriéndolo, enriqueciéndolo, siempre abriéndole los horizontes para mejor conocer y comprender a aquellos a cuyos corazones quería acceder para iluminarlos con la verdad de Jesucristo, y ganarlos para Él.

En este sentido hay que añadir también que ya como Obispo y Cardenal era muy conocido por su versado manejo de la Sagrada Escritura y de los Padres de la Iglesia.


Su amor a la Madre del Señor

Santa María estaba muy presente en el corazón de este Santo Papa: le gustaba llevar entre manos el santo Rosario. Diariamente visitaba la gruta de Lourdes, en los jardines Vaticanos. Interrumpía cualquier conversación para invitar a sus interlocutores al rezo del Angelus.

Como preparación inmediata para el acontecimiento del 50 aniversario de la proclamación de la Inmaculada Concepción publicó su encíclica Ad diem illum.


Un Papa elevado a los altares

Su tránsito a la Casa del Padre acaeció un 20 de agosto de 1914, poco antes del estallido de la llamada "primera guerra mundial". Muchos ya en vida, sin duda impresionados por esa personalidad serena con la que transparentaba el amor del Señor, y que él hacía tan concreto y cercano a todos, no dudaban en llamarlo "Papa santo". Con su característica sencillez y humildad, sin dejarse impresionar por tal calificativo, y haciendo uso de un juego de palabras, respondía con mucha naturalidad a quienes así lo llamaban que se equivocaban por una letra: «No "Papa santo" —decía él—, sino "Papa Sarto"».

Lo cierto es que a S.S. Pío X se le atribuyeron ya en vida muchos milagros. Asimismo, testimonios abundantes concordaban en afirmar que tenía el don de penetrar en lo más secreto de los corazones humanos, y de "ver" lo que en ellos había.

El 14 de febrero de 1923 se introducía su causa de beatificación, iniciándose un largo y exigente proceso que duraría hasta el 12 de febrero de 1951. En aquella fecha memorable el censor (quien hacía las veces de "fiscal") se hincaba a los pies de S.S. Pío XII para certificar que luego del rigurosísimo proceso podía pasarse a su beatificación, cuando Su Santidad así lo dispusiese. Estas fueron las emotivas palabras que, luego de su informe, pronunció el censor:

«Permitidme, pues, Beatísimo Padre, que, postrado humilde a sus pies, añada también mi petición, yo que procuré cumplir fielmente el cargo de censor que se me había encomendado; impulsado por la verdad, juzgo saludable y oportunísimo, y lo confieso abiertamente, que este ejemplo puesto auténticamente en el candelabro ilumine con el multiforme esplendor de sus virtudes no sólo a los fieles, sino también a los que viven en las tinieblas y en la sombra de la muerte, y los atraiga y conduzca al reino de la verdad, de la unidad y de la paz».

S.S. Pío X fue elevado a los altares el 29 de Mayo de 1954, y de este modo, podemos decir, su ardiente deseo de instaurarlo todo en Cristo se prolonga, por su luminoso testimonio de vida y por su intercesión, por este y los siglos venideros.



III. Algunos de sus documentos más importantes
 

Tra le sollecitudini, Motu propio sobre la música sagrada (22 de noviembre de 1903).
 
Sacra tridentina Synodus, Decreto de la Sagrada Congregación del Santo Concilio soobre la Coomunión frecuente (20 de diciembre de 1905).
 
Lamentabili sine exitu, Decreto del Santo Oficio sobre los errores del modernismo, aprobado por el Papa (3 de julio de 1907).
 
Pascendi dominici gregis, Encíclica sobre las doctrinas de los modernistas (8 de setiembre de 1907).
 
Haerent animo, Constitución apostólica sobre la santidad del clero (4 de agosto de 1908).

Autor: P. Jürgen Daum | Fuente: www.newevang.org