viernes, 31 de mayo de 2013

Sed lo que veis y recibid lo que sois






Lo que veis en el altar de Dios..., es el pan y el cáliz: esto es lo que vuestros ojos os indican. Pero es vuestra fe quien quiere ser instruida, que ese pan es el cuerpo de Cristo, que ese cáliz es su sangre. Esto supone una breve fórmula, que puede bastar a la fe. Pero la fe busca instruirse... ¿Cómo este pan es su cuerpo, y este cáliz, o más bien su contenido, puede ser su sangre?
   
    Hermanos míos esto es lo que se llaman sacramentos: muestran una realidad y de ellos se deduce otra. Lo que vemos es una apariencia corporal en tanto que lo que comprendemos es un fruto espiritual.  Si queréis comprender lo que es el cuerpo de Cristo, escuchad al Apóstol, que dice a los fieles: “sois el cuerpo de Cristo, y cada uno de vosotros, sois los miembros de ese cuerpo” (1 Co 12,17). Así pues si sois vosotros el cuerpo de Cristo y sus miembros, es vuestro misterio quien se encuentra en la mesa del Señor, es vuestro misterio lo que recibís. A esto, lo que sois, responded: “Amén” y con esta respuesta, lo suscribiréis. Se os dice: «el cuerpo de Cristo» y respondéis “Amén”. Sed pues miembros del cuerpo de Cristo para que este Amén sea verdadero.
   
    ¿Por qué pues el cuerpo está en el pan? Aquí aun, no decimos nada de nosotros mismos, escuchemos una vez más al Apóstol, quien, hablando de este sacramento nos dice: “porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo” (1 Co 10,17) ¡Comprended esto y permaneced en la alegría: unidad, verdad, piedad, caridad! “Un solo pan”; ¿quién es este pan único? “un solo cuerpo, nosotros que somos muchos”. Recordad que no se hace pan con un solo grano, sino con muchos. Sed lo que veis, y recibid lo que sois.


San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia. Sermón 272, A los nuevos bautizados, sobre el sacramento


jueves, 30 de mayo de 2013

Anima Christi





Doy por seguro, Señor, que millares y millares, por no decir millones, de hombres y de mujeres, a lo largo de más de cuatro siglos, han recitado el Alma de Cristo, siguiendo la recomendación de San Ignacio, para el final de la oración personal o en momentos de especial intensidad religiosa. Esas letrillas litánicas, que el santo nombraba todavía en latín, te presentan, Señor crucificado, un recital breve y silencioso de querencias íntimas, nacidas todas ellas de nuestra pobreza radical. Son las cuentas preciosas de un misterio del rosario, a la vez doloroso y glorioso. Intentaré repasar, grano a grano, esta espiga de invocaciones.


Alma de Cristo, santifícame

Tú sabes mejor que yo a cuántos equívocos se presta hoy el nombre mismo del alma. Entiendo por alma con la Biblia, la Iglesia y la tradición cultural a la que pertenezco, esa otra dimensión fundante, invisible e inmortal de mi ser, que anima y sostiene la vida de mi cuerpo, que con él me hace persona, donde se asientan la inteligencia, la libertad, el amor y la dignidad del hombre. De donde brotan también, por su cara obscura, el pecado y la maldad, la abyección y la podredumbre moral.

Sobre mi alma, que soy yo mismo, sobre su desnudez indigente y pecadora, derrama, ¡oh Cristo!, la gracia, la luz y la santidad de la tuya.


Cuerpo de Cristo, sálvame

Me refiero a tu cuerpo viviente y humano, gestado por el Espíritu en las entrañas de María, amamantado a sus pechos, crecido y curtido en el taller de José. Enrolado, de niño y de joven, en juegos, caminatas y debates, en la sinagoga y en el templo. Metido entre la gente, israelita cabal, hijo del carpintero. Y luego sudoroso en los caminos de Galilea y de Judea, sin cabezal para el descanso, dormido sobre la barca, profeta erguido y entrañable, Hijo del hombre.

Me acojo a ese cuerpo mortal de cordero inocente, llevado al sacrificio, abofeteado, sangrante y escarnecido. Colgado después de tres clavos, traspasado por la lanza, muerto y silencioso, grano de trigo en el sepulcro. Te adoro, cuerpo resucitado y glorioso de mi único Señor, vivo para siempre, blanco cordero celestial, vencedor de tu muerte y de la mía. Y, ¿cómo no?, cuerpo eucarístico de Jesús, pan vivo bajado del cielo, manjar de resurrección para mi carne ciega y mortal, proclive a los siete pecados. ¡Sálvame, cuerpo místico de Cristo, cabeza de la Iglesia, de la que soy miembro agradecido!.


¡Oh buen Jesús, óyeme

Tampoco esto viene muy a cuento, en una letanía de peticiones concretas. Tendría yo que decirte como tú al Padre: ¡Sé que siempre me oyes! Pero es que estoy pidiéndote santidad, salvación, pureza de alma, experiencia de tí, fortaleza en mis cruces. Me asalta, perdón, la duda de si no me estás oyendo tú, o yo te estoy pidiendo demasiado. Es un decir, Señor. Lo que pasa es que, entre nosotros los hombres, yo el primero, ocurre a menudo que no le echas cuentas al que se desahoga contigo, al que espera tu escucha de sus cuitas.

Sigo, pues, mi letanía, tras este descansillo afectivo, y perdona mi atrevimiento en lo que paso a decirte.


Dentro de tus llagas, escóndeme

Esto le iría a San Francisco o Santa Teresa. Pero, ¿a mí? Ha habido contemplativos en la Iglesia que, por gracia singular, han llevado en sus manos, en sus pies y en su costado los estigmas de tus llagas. Jesús, yo no pido tanto, pero sí que me escondas místicamente en tus llagas sacrosantas, que es decir en lo más íntimo de tu ser divino. No pretendo ser el único, ¡hasta eso podríamos llegar! Ábrenos tus cinco ventanas, hoy de luz y de gloria, al montón infinito de cristianos que buscamos tu rostro. Señor, tú sabes que te amo.


No permitas que me aparte de tI

Pero, ¿cómo puedo, Cristo mío, cantar victoria? ¿Acaso estamos ya en las Bodas eternas, en la casa del Padre, en la mansión de la luz y de la paz? No, por cierto y por desgracia. Aunque tú hicieras realidad conmigo la metáfora inefable de esconderme en tus llagas benditas, todavía en esta carne de pecado, tú no te fies ni un pelo del uso y abuso insensato que yo puedo hacer de mi albedrío.

Igual os pediría a ti y a tu Padre la herencia que me tenéis asignada, para quemarla luego a mis anchas por el mundo. No soy de pasta distinta que la de los apóstatas, adúlteros, o simples cabezas locas que en el mundo han sido. Por eso, Señor, al igual que el Jueves Santo conserva el sacerdote, colgada a su cuello, la llave preciosa del monumento, haz tú eso mismo con las llaves de tus cinco llagas para que, una vez dentro, no sienta yo jamás el arrebato de escaparme. Tú ya nos conoces. No permitas, entonces, que me aparte de ti.


Del maligno enemigo defiéndeme

Es que, Señor, vivimos en zozobra. Recibimos y paladeamos tus dádivas exquisitas, al tiempo que ejercen sobre nosotros una presión constante y abrumadora el mundo, el demonio y la carne. Son las fuerzas del mal, el misterio de iniquidad, o el aguijón del pecado que se clavaba en las carnes de San Pablo. Las cosas son así y nosotros, según confesaba el mismo apóstol, "no estamos guerreando únicamente contra la sangre y la carne, sino contra los principados, potestades y dominaciones de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires".

Conozco, cómo no?, la sonrisa de superioridad de algunos ante esas supuestas mitologías, una actitud que a todos nos tienta un poco. Pero, ¿quién que esté empeñado cada día en el combate cristiano no experimenta, de sobra, todo eso y mucho más? Tú, Señor, derrotaste al maligno en el desierto de Judá.


En la hora de mi muerte llámame, y mándame ir a ti, para que con tus santos te alabe por los siglos de los siglos

se me desatan al final, Jesús bendito, la lengua y el corazón, implorando de ti sin rodeos la suerte buena de una buena muerte. Toma tú entonces, amigo mío, la iniciativa final de llevarme a ti en el momento más solemne de mi destino. Hazme pasar, entonces y para siempre, del reino de la queja al de la alabanza. Eso es lo que quiero yo, quizá con solapado egoísmo: cantar eternamente tus alabanzas, aunque ello no supusiera para mi la plenitud eterna de la dicha. Resulta, empero, que por eso mismo lo es. Vocación, pues, eterna la mía de músico y de cantor. ¡Afina tú el instrumento, Señor soberano! Amen.

Autor: Antonio Montero Moreno (Arzobispo de Mérida-Badajoz)

domingo, 26 de mayo de 2013

Salve Regina





En la formación religiosa de todo cristiano ocupan un lugar muy relevante aquellas plegarias que desde niños hemos estado escuchando y rezando. De una forma imperceptible pero eficaz esas oraciones han ido formando nuestra piedad y delineando nuestro trato con Dios, con la Santísima Virgen, con el ángel de la guarda y con los santos; han enriquecido nuestra oración con unas determinadas actitudes, sentimientos y modos de invocar que sin duda influyen hoy en nuestra vida.

Sin embargo, tales oraciones, a base de repetición, pueden perder su brillo y atractivo, como ciertas hermosas catedrales y monumentos que ya no inspiran nada al transeúnte que ha vivido siempre frente a ellas. No obstante, bastaría detenerse un momento y contemplarlas tranquilamente para arrancarles nuevos secretos y emociones.

Una de estas oraciones es la Salve Regina. Se trata de una oración muy antigua: consta por la historia que ya existía en el siglo XI, antes de la primera cruzada y, de hecho, su vocabulario rebosa de la cortesía y galantería que por aquellos tiempos se comenzaba a abrir paso en la sociedad. La Salve es una oración que ha gustado en todas las épocas por su brevedad y sencillez, por su ternura y profundidad, en la que se entrelazan de modo admirable la tristeza del peregrino y la esperanza del creyente: no por nada, tanto los franceses como los españoles y alemanes se han disputado siempre su autoría.

La Salve es un maravilloso ejemplo de lo que significa una oración "esencial". En ella se hace una única petición: et Jesum, benedictum fructum ventris tui, nobis post hoc exsilium, ostende. Esta única súplica va precedida de un saludo (Salve, Regina, Mater misericordiae, vita, dulcedo, et spes nostra, salve) y de una breve presentación (Ad te clamamus, exsules filii Evae; ad te suspiramus, gementes et flentes in hac lacrimarum valle). Termina con una brevísima "coda": O clemens, o pia, o dulcis Virgo Maria.

El adjetivo "nuestra" nos indica que cuando rezamos esta oración no nos presentamos...


Saludo

El saludo es una sucesión rápida pero abundante de piropos, que tienen la función de atraer la mirada y ganar la benevolencia de la Santísima Virgen. Los latinos dirían que es la captatio benevolentiae con la que debe comenzar todo buen discurso.

- Salve es el típico saludo latino, respetuoso y familiar al mismo tiempo, y ciertamente, no tan solemne como la traducción española: "Dios te salve". Es simplemente un augurio de buena salud.

- Regina: es el primer piropo de la oración. Es verdad que María es Reina, pero no es normal que un hijo llame así a su madre: nosotros no nos dirigimos a nuestras madres recordándoles sus títulos: <"doctora o licenciada"... Si alguna vez lo hacemos está claro que hay de por medio una intención bien concreta: queremos llegar a nuestra madre por el lado femenino -toda mamá guarda siempre algo de la coquetería femenina- para obtener mejor lo que deseamos. Por otra parte, este título también nos recuerda -a María y a nosotros- que Ella, por ser reina, es poderosa y puede concedernos lo que le pedimos.

- Mater misericordiae: inmediatamente después la oración pasa al título más querido por nosotros: Mater. Y además, con un matiz especial: misericordiae. El que suplica quiere salir al paso, cuanto antes, de una posible objeción: es cierto que él no se presenta con méritos y que no tiene ningún derecho para obtener lo que pide. Su único argumento es que Ella, María, es misericordiosa. También el Mater misericordiae se podría traducir, aunque no es el sentido de esta oración, como "Madre de la Misericordia", es decir, Madre de Cristo, de Jesús, que es la misericordia infinita, como diciendo: "Tu hijo no tendría ningún problema en que me concedieras esto que te pido... Él es la misericordia misma".

- Vita, dulcedo: apelativos muy tiernos y cariñosos. Creo que no hay oración mariana en la que le dirijamos nombres más dulces: "mi vida... dulzura...". Spes nostra: el adjetivo "nuestra" nos indica que cuando rezamos esta oración no nos presentamos a María como hijos únicos, sino junto con todos los hermanos. Si ya de por sí es difícil a una madre resistirse cuando su hijo le pide algo, ¿qué será cuándo se le presentan todos al mismo tiempo?

...a María como hijos únicos, sino junto con todos los hermanos.


Presentación de la súplica

Antes de entrar de lleno en su única petición, el suplicante se presenta a sí mismo y describe el estado en el que se encuentra:
- Clamamus: la traducción exacta es más fuerte que la que ordinariamente se usa en castellano. No sería "llamamos" sino más bien "gritamos" o "clamamos". Suspiramus: indica esa dificultad para respirar propia de aquél al que le asaltan las lágrimas o una pena muy grande. Gementes et flentes: describe dos formas de llorar: ruidosa y violenta una, suave y mansa la otra. No hace falta más introducción para expresar que el suplicante no es feliz y que se encuentra en una situación de necesidad. Exsules filii Hevae: sin concretar sus penas, las resume todas ellas en su condición de pecador (hijo de Eva), desterrado de un Paraíso maravilloso que podría haber sido suyo. Esta nostalgia del Paraíso perdido se hace más acuciante todavía en esos momentos de abatimiento y de tristeza que la vida tiene y que están maravillosamente sintetizados con la alusión a las lágrimas y con la imagen geografica del valle: in hac lacrimarum valle. Mientras la montaña sugiere sentimientos de exaltación, luminosidad y fuerza, al valle, por el contrario, le acompaña la niebla, la oscuridad, la incertidumbre.


Petición

Antes de hacer la petición, una última alabanza, precedida de una expresión sumamente coloquial: eia: ea, venga!, orsù dirian los italianos.
- Advocata: "si tú, que eres nuestra defensora, no nos ayudas, ¿a quién vamos a recurrir?". Es una invocación que pone a María entre la espada y la pared... Illos tuos misericordes oculos ad nos converte: el suplicante, antes de pedirle a la Santísima Virgen la gracia que necesita, le pide que le mire: ¿cómo va a negar algo una madre cuando su hijo le está mirando a los ojos? Por eso, el hijo le pide a María que, por favor, le mire. Pero, obviamente, no lo dice así, sino con un giro poético y finísimo: "dirige hacia nosotros esos tus ojos misericordiosos". De nuevo, otro piropo a María como mujer: y concretamente a sus ojos, cuya belleza natural se ve potenciada por el amor y la misericordia que en ellos se reflejan.

Finalmente, llegamos a la petición. En latín, por el hipérbaton característico, que pone normalmente el verbo al final, la construcción de la frase tiene un encanto especial: et Jesum, benedictum fructum ventris tui, nobis post hoc exsilium, ostende. Refleja muy bien el titubeo, la indecisión, los anacolutos del que quiere hacer una petición difícil y no sabe cómo comenzar. Una traducción literal sería ésta: "y a Jesús, que es el fruto bendito de tu vientre... a nosotros, después de este exilio... muéstranoslo".

¡Qué bien dicho! La idea es que nos deje entrar en el cielo, que nos alcance esa gracia. Pero no lo dice de modo tan directo y burdo, pues podría parecer una petición interesada. El suplicante quiere expresar que lo de menos es el cielo; lo que a él le interesa es... ver a Jesús. Obviamente, es lo mismo, pero dicho de modo más fino, más elegante. Esto me recuerda una anécdota de mi infancia: cuando era pequeño en mi barrio existía la costumbre de invitar a todos los amigos de los hermanos a una pequeña merienda cuando nacía un nuevo niño.

Pues bien, cuando mis amigos y yo nos enterábamos de que en tal casa se estaba festejando un nuevo nacimiento, acudíamos a la casa aunque no tuviéramos nada que ver con la familia, y le preguntábamos a la señora: "Disculpe, señora, ¿nos deja ver al niño?". La señora, emocionada y contenta de ver niños tan modositos, nos hacía pasar de mil amores y nos mostraba a la criatura. Después de esto, obviamente, no nos iba a echar de la fiesta con las manos vacías...

Los momentos de abatimiento y de tristeza de esta vida están sintetizados con la alusión a las lágrimas.



Coda final

La coda, que algunos atribuyen a san Bernardo, es el broche final y la despedida de esta hermosísima oración: · O clemens: invoca la clemencia de María y muy discretamente hace referencia a nuestra condición de pecadores. O pia alude a nuestra triste condición de hombres que sufren. O dulcis Virgo sintetiza todos los cariñosos apelativos que se le han dirigido a la Virgen a lo largo de la oración. Y concluye de modo magistral pronunciando simplemente el nombre de María: Maria. El último recurso para alcanzar de la Virgen la gracia de las gracias: pronunciar su nombre con un hilo de voz, con amor y mirándola confiadamente a los ojos.

Autor: P. José Luis Richard

sábado, 25 de mayo de 2013

Ave Maria





Se trata de la bellísima salutación del Ave María, repetida centenares de veces por todos los devotos de la Virgen, sobre todo durante el rezo del Santo Rosario.

Y sabemos que esta plegaria tiene dos partes.


La primera parte:

Eetá formada por las palabras del ángel de la anunciación: “Ave, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc. 1,28) , a los que se han agregado las que pronunció Santa Isabel al recibir la visita de su prima María: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” (Lc. 1,42) . La Iglesia ha añadido el nombre de “María” al principio y el de “Jesús” al final.
¡Es un himno de sublime alabanza, absolutamente desinteresado, pues no se le pide nada a María!


La segunda parte:

Comenzó a aparecer en la Iglesia en el siglo XIV, pero su uso no se hizo universal hasta que San Pío V, al promulgar el Breviario Romano en 1568, mandó que se rezase:
“Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”

Una alabanza y una súplica sentida y humilde.

Ave: ¡Dios té salve! ¡La paz sea contigo! Así saludaba Cristo a los suyos.
Hoy correspondería en lenguaje cristiano a estas expresiones populares y devotas: “Dios le guarde, buenos días nos dé Dios, vaya con Dios, quede con Dios, adiós” Es tener presente a Dios en todo, estar bajo su mirada y providencia.

María: la más bella música que han podido formar cinco letras (Pemán). Es una palabra dulcísima, la más tierna y entrañable para un cristiano.
María significa: “Señora”, “Belleza”, “Estrella del mar”, con todo lo que significa “Estrella”: guía, amparo, refugio, esperanza, consuelo, socorro. María es Estrella.
Así como la Estrella guía al navegante al puerto, así María nos guía al cielo.
Así como la estrella da aliento y esperanza, así María nos da fuerza.
Así como la estrella en medio de la tempestad consuela, así María nos alegra en nuestras luchas.
La Virgen es nuestra Estrella del mar, que disipa las nubes de los engaños y errores con que nos seduce el demonio.

Por eso, el nombre de “María” debemos tenerlo frecuentemente en los labios y en el corazón.
También María significa “Mar amargo”, por la inmensidad de sus penas en la pasión de Su Hijo, por la ingratitud de los pecadores, por la tristeza de su condenación.

Llena de gracias: significa abundancia, posesión, permanencia, estado. Llena de gracias en el alma, para obrar de gracia, es decir, de santidad, llena de gracia porque fue habitada por Dios.

El Señor es contigo: indica la presencia de Dios activa y eficaz para la misión encomendada. Esta presencia llena de gozo y alegría. Dios está con Ella. Está invadida de Dios.




Bendita tú entre las mujeres: por ser la Madre de Dios, escogida y preferida... por ser madre y virgen, única entre todas las mujeres... por ser concebida sin pecado original... por ser más santa que todas las mujeres santas del mundo. Por eso, sólo a ella le han levantado en toso el mundo altares, templos y ermitas.

Y bendito el fruto de tu vientre: es Jesús ese fruto. Es un fruto hermoso, sabroso, suculento, suave. Quien lo come quedará saciado. El fruto que nos ofreció Eva fue un fruto de muerte. María nos ofrece el fruto de la Salvación. La fragancia de este bendito fruto, viene exhalada en la Eucaristía.

Jesús: palabra que añadió la Iglesia al final de la 1° parte del Ave María Jesús significa la salvación de Jahvé.


Santa María, Madre de Dios: Así comienza la 2° parte. Santa, Santa porque cumplió fidelisimamente la voluntad de Dios en todo. Ser santos, para eso vinimos a la tierra. Y es Madre de Dios, no madre de un serafín o de un querubín. Madre del Soberano Dios.

Ruega por nosotros: que estamos desterrados en este valle de lágrimas... que somos pecadores... que estamos tentados.

Pecadores: somos pecadores, lo contrario que ella. Pecamos con los ojos, por inmodestia; con el oído, por oír conversaciones vanas: con la lengua, por hablar mal; con el paladar, por gula en los manjares; con la fantasía, por imaginaciones peligrosas; con el entendimiento, por pensar mal, con la memoria, por recuerdos nocivos; con el corazón por malos deseos.


Ahora: en este día, en esta hora en este momento de luz o de oscuridad, de paz o desasosiego, de tentación o de calma. Ahora, cuando camino, cuando me subo al autobús, cuando voy al trabajo, cuando salgo de vacaciones, cuando descanso.

Y en la hora de nuestra muerte: que no sabemos cómo será, si cuándo será, ni cómo nos sorprenderá. Es ese momentos el demonio nos traerá el recuerdo de nuestros pecados pasados, el rigor de la justicia divina y la memoria del desprecio de tantas gracias. En la hora de nuestra muerte, cuando el dolor de la enfermedad no nos permita acudir a ti, que tengamos a nuestro lado a un sacerdote que nos absuelva, que nos administre el Viático y nos dé la Unción de enfermos y nos recomiende el alma, y así demos el último suspiro pronunciando tu santo nombre y el de tu Hijo Jesús.

Quien reza fervorosamente el avemaría tendrá la gracia de una santa muerte. No olvidemos al acostarnos las tres Avemarías, prenda segura de una buena muerte.

Amén: así es. Así lo creo




¡Qué hermosa oración!

María, ruega por nosotros.

Autor: P. Antonio Rivero LC | Fuente: Catholic.net


viernes, 24 de mayo de 2013

Todo lo que pertenece a mi Padre es mío




“Todo lo que pertenece a mi Padre es mío”

Tú brillaste, te manifestaste como una luz de gloria
la luz inalcanzable de tu esencia, Salvador,
y tú iluminaste un alma hundida en las tinieblas...
Iluminados por la luz del Espíritu,
los hombres miran al Hijo, ven al Padre
y adoran a la Trinidad de Personas, al Dios único...
Porque el Señor (Cristo) y el Espíritu (2Corintios 3,17),
el Espíritu también es Dios, el Padre del Señor,
seguro que es un solo Espíritu, porque no está dividido.
Aquel que lo posee, posee realmente los tres
pero sin duda...
Porque el Padre existe ¿y cómo será el hijo?
Ya que él fue unigénito por esencia.
Ahí está el hijo ¿y cómo se volverá Espíritu?
El Espíritu es Espíritu - ¿y cómo aparecerá el Padre?

El Padre es Padre, porque produce constantemente...
El Hijo es Hijo porque constantemente es engendrado
y fue engendrado antes de todos los tiempos.
Él surge sin ser cortado de raíz.
Pero a la vez es una parte sin ser separado
y se hace uno con el Padre que está Vivo,
y él mismo es Vida y da la vida a todos (Juan 14,6:10,28).
Todo lo que tiene el Padre, el Hijo también lo tiene.
Todo lo que tiene el Hijo, el Padre también lo tiene.
Vemos que el Padre en todo se parece al Hijo,
solo que uno engendra y el otro es engendrado constantemente...
¿Cómo surge el hijo del Padre? Como la palabra sale del espíritu.
¿Cómo fue separado? Como la voz lo es de la palabra.
¿Cómo tomó un cuerpo? Como la palabra que escribimos...

¿Cómo darle un nombre al Creador de todo?
Nombres, acciones, expresiones,
todo vino al mundo bajo la orden de Dios
porque él le dio nombre a sus obras
y a cada realidad su apelación propia...
Pero su nombre nunca lo hemos conocido
si no que es “Dios inexplicable” como dice la Escritura (Génesis 32,30).
Entonces, si Él es inexplicable, si no tiene nombre,
si es invisible, si es misterioso,
si es inaccesible, solo más allá de toda palabra,
más allá del pensamiento no solamente humano
sino también aquel de los ángeles,
“Envuelto en un manto de oscuridad” (Salmos 17,12).
Todo el resto, aquí abajo pertenece a las tinieblas
pero él mismo, como la luz, está más allá de las tinieblas.

Autor: Simeón el Nuevo Teólogo (c 949-1022), monje griego. Himno 21; SC 174

jueves, 23 de mayo de 2013

Ocho consejos prácticos para rezar mejor el Rosario







El Papa Juan Pablo II dijo: "El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad." (JPII, 29 oct 78) Comenzó a rezarlo desde joven y nunca lo dejó. Él mismo nos cuenta que el Rosario le acompañó en momentos de alegría y de tribulación, y que en él encontró consuelo y le confió sus preocupaciones.

No tan sólo el testimonio de Juan Pablo II y de muchos otros Papas y Santos nos exhortan a rezar el Rosario todos los días, sino la misma Virgen María se ha ocupado en diversas ocasiones de pedirnos recurrir a esta forma de oración contemplativa, especialmente para pedir por la paz del mundo.

Desde mi adolescencia tengo el hábito de rezar el Rosario todos los días, pero debo confesar que a veces caigo en la rutina: no siempre lo rezo bien. A aquellos a quienes les pasa lo mismo que a mí, quisiera compartirles algunos elementos que me ayudan para tratar de rezarlo mejor cada día.

Entre los 8 consejos hay actos, actitudes y reflexiones. Los he ido extrayendo de documentos de la Iglesia, sobre todo del Papa Juan Pablo II, de conversaciones con personas que disfrutan mucho el rezo del Rosario y de mi propia experiencia.



1. Antes de iniciar el Rosario es provechoso guardar unos segundos de silencio para tomar conciencia de lo que vas a hacer y así rezarlo con devoción, no mecánicamente. Adoptar la actitud del hijo que se acerca con mucho cariño a su Madre del cielo y decirle algo así: Aquí me tienes de nuevo, María, quiero estar un rato contigo, mostrarte mi afecto, sentir tu cercanía; quiero que me ayudes a conocer mejor a Tu Hijo, que me enseñes a rezar como Él y a parecerme cada día más a Él.



2. Durante unos minutos o durante todo el rezo del Rosario puedes tener delante una imagen de la Santísima Virgen que te recuerde a la que está en el cielo. A partir de la imagen perceptible con los sentidos, trae a la memoria a tu Madre del cielo y ponte espiritualmente en Sus brazos.



3. Recuerda que el Rosario consiste en meditar y contemplar los principales episodios de la vida de Cristo para conocerlo, amarlo e imitarlo. Mientras rezas las diez Avemarías de cada misterio como si fueran una melodía de fondo que tranquiliza y serena, centras tu oración en Cristo, su vida, sus enseñanzas. Los misterios del Rosario son como un compendio del mensaje de Cristo. Cada misterio tiene sus gracias especiales, grandes temas en qué meditar, grandes enseñanzas. Meditar en los misterios de la vida de Cristo nos ayuda a crecer en nuestra configuración en Él. No es un simple ejercicio intelectual, sino un encuentro vivo con Cristo, pues por las virtudes teologales podemos entrar en contacto real con Cristo.



4. "Contemplar con María el rostro de Cristo" (RVM, 3). Ponte al lado de María y juntamente con Ella recuerda a Cristo. Si rezas así el Rosario, verás que algo sucede en tu alma mientras lo rezas. Experimentas la presencia de María que te dice que Ella está allí, siempre a tu lado, te abraza, te enseña a contemplar a Jesús. Durante el Rosario, María trabaja de manera especial en tu alma, modelándola conforme a la imagen de Jesús. Ella es quien nos conduce de modo más seguro a Cristo y lo hace no sólo con su ejemplo sino con una acción espiritual, profundamente eficaz. Cuando María y el Espíritu Santo trabajan juntos, forman una mancuerna realmente poderosa.



5. Rezar el Rosario es rezar desde el corazón de María. "Aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y la profundidad de su amor". (RVM 1) María es modelo insuperable de contemplación. A partir de la experiencia de María, el Rosario es oración contemplativa; es entrar a la escuela de oración de la Virgen María. Nos enseña mostrándonos a Jesús y permitiéndonos ver cómo ella los vive interiormente.



6. Ten siempre presente que el Rosario es un arma poderosa. Rezándolo con esta certeza de fe, obtenemos abundantes gracias a través de las manos de María. La paz del mundo es una intención particularmente querida por María. Otra intención muy especial y que, como dice Juan Pablo II, requiere hoy "urgente atención y oración", es la familia.



7. Es una oración que ayuda a unificar e integrar toda la vida y a ponerla en manos de Jesús y María, pues a lo largo de los misterios del Rosario podemos ir poniendo en sus manos las personas que más llevamos en el corazón, la familia, los amigos, la Iglesia, la nación, la humanidad, la misión, el trabajo, las preocupaciones e intenciones personales.



8. El hábito de rezar el Rosario todos los días es un modo de asegurar un contacto diario con la Virgen María, de expresarle todo tu afecto, veneración y gratitud. Es bueno tratar de rezarlo cada día mejor, con más atención, disponiéndote con las actitudes correctas, meditando mejor, poniendo más amor.



Muchos más consejos prácticos podemos encontrarlos en la Carta ApostólicaRosarium Virginis Mariae, del Papa Juan Pablo II, que encuentras aquí:


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El contenido de este artículo puede reproducirse total o parcialmente en internet, sin fines comerciales y citando siempre al autor y la fuente de la siguiente manera:

Autor: P. Evaristo Sada, L.C.; publicado originalmente en: http://www.la-oracion.com

miércoles, 22 de mayo de 2013

la oración valiente, humilde y fuerte




Una oración valiente, humilde y fuerte, cumple milagros: lo afirmó el Papa Francisco esta mañana en la Misa presidida en la Casa de Santa Marta. La liturgia del día nos propone el pasaje del Evangelio en el que los discípulos no logran sanar a un muchacho; Jesús debe intervenir lamentando la incredulidad de los presentes; y al padre de aquel chico que le pide ayuda, responde que “todo es posible para el que cree”.

El Santo Padre observó que a menudo también aquellos que aman a Jesús no arriesgan mucho en su fe y no se confían completamente a Él: “Pero ¿por qué, esta incredulidad? Creo que es justamente el corazón que no se abre, el corazón cerrado, el corazón que quiere tener todo bajo control”.

Es un corazón que “no se abre” y no “deja a Jesús el control de las cosas ” – explicó el Papa –. Cuando los discípulos preguntan por qué no han podido curar al joven, el Señor responde que aquel “tipo de demonios no se puede eliminar sino solo con la oración”. “Todos nosotros – subrayó el Santo Padre- llevamos un poco de incredulidad, dentro”. Es necesaria “una oración fuerte, y esta oración humilde y fuerte hace que Jesús pueda obrar el milagro. La oración para pedir un milagro, para pedir una acción extraordinaria – prosiguió el Obispo de Roma – debe ser una oración coral, que nos involucre a todos”.

A este propósito el Papa narró un episodio ocurrido en Argentina: una niña de 7 años se enfermó y los médicos le dieron pocas horas de vida. El papá, un electricista, “hombre de fe”, “se puso como loco y en aquella locura” tomó un autobús para ir al Santuario mariano de Lujan, distante 70 km: “Llegó ahí pasadas las 9 de la noche, cuando todo estaba cerrado. Y comenzó a rezar a la Virgen, con las manos aferradas a la reja de fierro. Y rezaba, y rezaba, y lloraba, y rezaba … y así, permaneció toda la noche. Pero este hombre luchaba: luchaba con Dios, luchaba junto a Dios por la sanación de su hija. Luego, después de las 6 de la mañana, fue al terminal, tomó el bus y llegó a casa, al hospital, a las 9, más o menos. Encontró a su esposa llorando. Se imaginó lo peor. ‘¿Qué ha pasado? ¡No entiendo, no entiendo! ¿Qué ha pasado?’. ‘Han venido los doctores y me han dicho que la fiebre ha pasado, que respira bien, que ¡no tiene nada! La dejarán en reposo por dos días más, pero no entienden qué ha pasado!’. ¡Esto todavía sucede, ¿eh?, los milagros existen!”.

Pero es necesario orar con el corazón, concluyó Francisco: “Una oración valiente, que lucha por llegar a aquel milagro; no esas oraciones de circunstancia, ‘Ah, rezaré por ti’: rezo un Padre Nuestro, un Ave María y, después me olvido. No: oración valiente, como aquella de Abraham que luchaba con el Señor por salvar la ciudad, como aquella de Moisés que tenía las manos en alto y se cansaba, rezando al Señor; como aquella de tantas personas, de tanta gente que tiene fe y con la fe reza, reza. La oración hace milagros, pero ¡debemos creer! Creo que podemos hacer una bella oración… y decirle hoy, durante toda la jornada: ‘Creo, Señor, ayuda mi incredulidad’ ... y cuando nos piden rezar por tanta gente que sufre en las guerras, los refugiados, por todos los dramas de la actualidad, reza al Señor, pero con el corazón: ‘¡Hazlo!’Pero diciéndole: ‘Creo, Señor. Ayuda a mi incredulidad’ que también está en mi oración. Hagamos esto, hoy”.

Autor: S.S. Francisco Fuente: Homilía: la oración valiente, humilde y fuerte cumple milagros

martes, 21 de mayo de 2013

No tengan miedo




"No tengan miedo, abran las puertas a Cristo"

Juan Pablo II nos da el testimonio de haber donado toda su vida al servicio del bien y del amor a Cristo y la humanidad, Es quien ha conquistado las cimas de la santidad y continua con sus palabras guiando la Iglesia y la humanidad. En efecto, hoy resuenan más que nunca para todos la esencia de su mensaje que lo proclamó al inicio de su pontificado y que lo escuchamos en este video que destaca la figura del papa con su mensaje: "Abran las puertas a Cristo", hoy, más actual que nunca. De modo especial recalca cuanto es importante la misión del cristiano y también de como nuestro amado papa Benedicto XVI continua su misma misión con el mismo espíritu y carisma, no suyo, sino dado por Cristo a todos los sucesores de San Pedro, la piedra angular de su Iglesia. Apoyemos al papa en toda su dura misión de Vicario de Cristo.

A mi particularmente también me han tocado mucho las palabras de Juan Pablo II pronunciadas en su primera homilía, que las he sentido resonar externamente en todo lugar durante la beatificación, y también en modo especial en mi corazón.


Transcribo aquí el centro de este su mensaje:

“Hermanos y hermanas! No tengan miedo de acoger a Cristo y aceptar su potestad! Ayuden al Papa y a todos los que quieren servir a Cristo y con la potestad de Cristo, servir a la persona humana y a la entera humanidad! No tengan miedo! Abran, abran de par en par las puertas a Cristo!

A su salvadora potestad, abran los confines de los Estados, los sistemas económicos y políticos, los vastos campos de la cultura, la civilización y el desarrollo. No tengan miedo! Cristo sabe "lo que está en el corazón del hombre." Sólo él lo sabe! Hoy en día tan a menudo el hombre no sabe lo que tiene dentro en el profundo de su alma, de su corazón. Muy a menudo es incierto el significado de su vida en esta tierra. Es invadido por la duda que se convierte en desesperación. Permítanle entonces - por favor, se los suplico con humildad y confianza – permitan que Cristo hable al hombre. Sólo Él tiene palabras de vida, ¡sí! de la vida eterna!"

(Juan Pablo II en su primer discurso del Pontificado Domingo 22 octubre 1978).

Por Claudia Naranjo

lunes, 20 de mayo de 2013

La oración según el magisterio





Introducción


La oración ha sido siempre a lo largo de la historia de la humanidad un tema fascinante, envuelto en el misterio. De las religiones politeístas a los cultos monoteístas, desde los tiempos que se pierden en los inicios del hombre hasta nuestros días, la oración tiene un lugar privilegiado en el corazón del hombre. La sola idea de poder relacionarse con Dios, de entablar un diálogo con el creador, con la materia viviente, con el origen de la vida o con los dioses que rigen el destino del universo ha despertado en el hombre una incógnita que lo ha llevado a erigir altares, establecer cultos y rituales en forma tal que le permitieran esta comunicación o al menos los deseos de comunicarse con las deidades.

No es sino con la Revelación cuando el hombre logra captar lo que Dios quiere de Él y la forma en que puede relacionarse con Él, la forma en que puede hablar con Él. Es Dios mismo quien se comunica con el hombre y quien comunica al hombre sus deseos, lo que espera de su criatura preferida. Ya Jesucristo nos revelará las particularidades de esta relación, no sólo con su palabra sino con su misma vida.

A partir de entonces surgirán hombres y mujeres en la historia del cristianismo que mediante su testimonio personal y su palabra irán ilustrando el misterio que significa la oración cristiana. Un misterio que no puede ser abarcado en unas pocas palabras, precisamente porque es misterio. Quien habla o escribe sobre la oración lo hace siempre desde su experiencia personal, desde aquello que Dios le ha permitido vivir. Si bien el sujeto que experimenta la oración es único y cada hombre o mujer que ora lo hace con sus propias cualidades y no puede hablar sino de lo que ha experimentado en primera persona, sabemos que el objeto de la oración, este encuentro personal con Dios es un dato objetivo 1 , porque es el mismo Dios que se encuentra con el hombre, si bien respetando las peculiaridades de cada hombre.

Confiados en esta objetividad de la Revelación y guiados por el Magisterio de la Iglesia podemos afirmar, como nos dice el Catecismo de la Iglesia católica que la oración no es sino es la elevación del alma hacia Dios o la petición a Dios de bienes convenientes" (San Juan Damasceno, f. o. 3, 24) . 2 Muchos otros maestros de oración han dado otras definiciones que enriquecen el concepto de oración y nos hacen partícipes de las experiencias de dichos maestros. “La oración es una conversación y un coloquio con Dios” (san Gregorio Nacianceno); “es hablar con Dios” (San Juan Crisóstomo); “es el pensar en Dios con piedad y afecto humilde” (San Agustín); “es el piadoso afecto de la mente que piensa en Dios” (san Buenaventura); “es la elevación de la mente a Dios para alabarlo y pedirle las cosas convenientes para la salvación eterna” (Santo Tomás, sintetizando el pensamiento de Sal Juan Damasceno.” 3

Establecemos entonces como un dato objetivo que es el encuentro del alma con Dios en la oración viene a ser vivido por un sujeto dentro de la obediencia a lo que Dios quiere, por tanto, dentro de unos datos que pueden ser verificables de acuerdo a la Revelación y no sólo dejándose guiar por el sólo subjetivismo. Es el sujeto quien en el encuentro con Dios en la oración obedece a lo que Dios le hace ver, sin perder para nada sus propias cualidades subjetivas. Al contrario, sus cualidades personales subjetivas vienen a enriquecer el dato objetivo del encuentro con Dios.

La experiencia de un hombre en su encuentro de amor con Dios, es decir en la oración, vendrá por tanto a significar no sólo una forma de comprender la definición de la oración, sino una forma muy personal de vivir este encuentro de amor con Dios. Esta forma personal de vivir el encuentro con Dios es el reflejo de toda la persona, ya que el encuentro con Dios, si es verdadero, abarca a toda la persona humana. Por ello, una palabra, una definición, una expresión en la oración, nos puede revelar el interior de la persona, su estado de humor, su psicología y hasta su cultura. Así vemos en Santa Teresa de Ávila y san Juan de la Cruz la cultura de su tiempo se refleja en su vida de oración.

En este pequeño estudio queremos abarcar una pequeña parte del magisterio de Benedicto XVI sobre la oración. Se trata en primer lugar de comprender lo que Benedicto XVI entiende por la oración y específicamente por oración en la vida consagrada y para las personas consagradas. Contamos para ello con un texto magnífico, que si bien no entra propiamente en su magisterio petrino, refleja en forma clara y objetiva el pensamiento de Joseph Ratzinger sobre la oración. Se trata de la Carta sobre algunos aspectos de la meditación cristiana – Orationis formas del 15 de octubre de 1989, cuando aún era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. En él, Joseph Ratzinger como teólogo y pedagogo nos dejarán para la posteridad cuál es el pensamiento de la oración cristiana, en contraste con las formas de oración de tipo oriental que comienzan a pulular en Occidente. Este documento unido a la carta encíclica Spe salvi, serán los puntos de arranque para dejar sentado lo que es la oración en el magisterio de Benedicto XVI.

Sin embargo queremos profundizar y descubrir lo que espera Benedicto XVI de las personas consagradas sobre el tema de la oración. Desde el inicio de su pontificado y tomando pie a lo dicho en su mensaje del 27 de septiembre de 2005 con motivo de la Asamblea plenaria de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica, el Santo Padre viene hablando de una auténtica “ripresa” 5 (término italiano de difícil o exacta traducción al español y que algunos erróneamente traducen como renovación – preferible el término inglés recovery), es decir de un lanzar de nuevo con grande vigor la vida consagrada. Basándonos en este concepto, descubriremos el papel que según Benedicto XVI juega la oración en esta búsqueda por vivir con más frescura, con más vigor la vida consagrada.

Por último y como argumento al que tantas congregaciones religiosas femeninas dan mucha importancia y al que dedican no poco tiempo, hablaremos sobre la oración por las vocaciones. Constataremos no sólo lo mucho que el Papa confía en este medio, sino la forma en la que él entiende que se debe desarrollar la oración por las vocaciones, la forma en que la religiosa debe rezar y encontrarse con Dios para pedir por las vocaciones.


Más que un concepto, la oración es un tipo de vida.



Definir la oración no es una empresa fácil. Y mucho menos si a esta empresa se une el hecho de que quien debe definir la oración es el sumo Pontífice, el vicario de Cristo en la tierra. Puede asaltarnos justamente la pregunta del criterio que debe seguirse para cimentar la definición de la oración que da Benedicto XVI. Podemos elegir como criterio los grandes dotes pedagógicos con los que Dios lo ha dotado, mismos que ya se veían desde la labor desempeñada en la diócesis de Mónaco de Baviera, pasando por su trabajo desempeñado en la Congregación de la Doctrina de la Fe. También podemos referirnos a la asistencia que recibe en su ministerio petrino. Sin embargo queremos basarnos en el servicio que él viene haciendo a la verdad y a la revelación, como el mismo lo ha dicho: “… restando nella luce della verità rivelata in Gesù, tramite la genuina tradizione della chiesa.” 6 ES por tanto el servicio que presta Josph Ratzinger a la verdad revelada en Jesús, la que nos permitirá descubrir su pensamiento acerca de la oración.

Por otra parte vemos una línea continua de este servicio entre su trabajo en la Congregación para la Doctrina de la Fe y su ministerio petrino. Ya desde el inicio de su pontificado, en el momento de dar las primeras palabras en el balcón central de la Basílica Vaticana como recién elegido sumo pontífice, él se considera como un trabajador de la viña del Señor, queriendo de esta forma enfatizar el hecho de que está al servicio de la verdad revelada en Jesús: “Queridos hermanos y hermanas: después del gran Papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor.” 7 Y ya en la homilía del inicio de su pontificado podrá explayarse más sobre su programa de trabajo, que sintetiza su pensamiento y el tenor de autoridad con el que quiere llevar adelante la misión encomendada. “¡Queridos amigos! En este momento no necesito presentar un programa de gobierno. Algún rasgo de lo que considero mi tarea, la he podido exponer ya en mi mensaje del miércoles, 20 de abril; no faltarán otras ocasiones para hacerlo. Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino de ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia.” 8 Animados por tanto por esta convicción de escuchar a un hombre que quiere ser sólo testigo de la verdad revelada en Cristo, nos acercamos a su pensamiento sobre la oración.

Joseph Ratzinger no duda en trazar las fuentes históricas de la oración cristiana, partiendo siempre de lo que dice la Biblia y lo santos padres. “Come debba pregare l’uomo che accoglie la rivelazione biblica, lo insegna la Bibbia stessa. Nell’Antico Testamento ci’è una meravigliosa raccolta di preghiere, rimasta viva lungo i secoli anche nella chiesa di Gesù Cristo, nella quale essa è diventata la base della preghiera ufficiale: il libro delle Lodi o dei Salmi.” 9 Por ello, se debe considerar siempre la oración cristiana dentro del marco del cristianismo, es decir de la fe cristiana. Quien reza, quien hace oración en el cristianismo lo hace dentro de la estructura de la fe católica. “La preghiera cristiana è sempre determinata dalla struttura della fede cristiana, nella quale risplende la verità stessa di Dio e della creatura.” 10 Encontramos nuevemamente en el pensamento de Joseph Ratzinger esta fuerte tendencia a no apartarse de lo que ha sido revelado por Cristo, este pensamiento de querer hacer lo que Cristo ha querido y ha pensado siempre como verdad revelada por Dios su Padre.

Una vez puestas estas premisas podemos acercarnos a descubrir cuál es el concepto de Benedicto XVI sobre la oración. Nuevamente el documento Orationis formas nos sirve de guía. “Per questo essa (la preghiera) si configura, propiamente parlando como un dialogo personal, intimo e profundo, tra l’uomo e Dio. Essa esprime quindi la comunione delle creature redenta con la vita intima delle Persone trinitarie. In questa comunione, che si fonda sul battesimo e sull’eucaristia, fonte e culmine della vita della chiesa, è implicato un atteggiamento di conversione, un esodo dall’io verso il tu di Dio.” 11 Nos encontramos por tanto con una definición de oración que hunde sus raíces en una profunda sintonía con la verdad revelada. Si bien toda oración es un encuentro personal con Dios, este encuentro se realiza en la Iglesia y para la Iglesia. En la Iglesia porque el encuentro personal se llevará a cabo dentro de la estructura que Jesús ha marcado para que este encuentro se lleve a cabo. Es un encuentro de dos personas: el cristiano que quiere encontrar a Dios y Dios (le Persone trinitarie) que viene al encuentro del hombre. Y es un encuentro para la Iglesia, porque toda oración no queda encerrada en el caparazón del egoísmo personal. Si el hombre ha orado verdaderamente, entonces ese encuentro se traduce necesariamente en una misión. El hombre que encuentra a Dios lo encuentra necesariamente en un ambiente de obediencia. “Sul Tabor, dove certamente egli (Cristo) è unito al Padre in maniera manifesta, viene evocata la sua passione (cf. Lc 9, 31) e non viene neppure presa in considerazione la possibilità di permanere in <> sul monte della trasfigurazione. Ogni preghiera contemplativa cristiana rinvia continuamente all’amore del prossimo, all’azione e alla passione, e proprio così avvicina maggiormente a Dio.” 12

La oración como encuentro no la podemos circunscribir a una técnica. Quien se encuentra y habla con una persona, por la calle, o en un encuentro formal, no circunscribe el encuentro a un método, a una técnica. Si bien es cierto que todo encuentro, aunque fortuito es precedido de un pequeño o grande ceremonial, el encuentro no se puede basar en dicho ceremonial o normas de etiqueta o respeto mutuo como pueden ser el saludo, el intercambio de algún signo de amistad. Son las palabras, los gestos, las emociones, la sintonía en el pensamiento y en la voluntad las que hacen el núcleo del encuentro. De la misma manera, lo veremos más adelante, no son las técnicas de la oración las que hacen el núcleo y el centro de la oración. Son las palabras, el intercambio de pensamientos y de ideas los que hacen la oración. Nuestra sociedad occidental es una sociedad que se ha centrado en la velocidad, lo quiere todo y en un solo momento. Se olvida por ejemplo que la naturaleza tiene procesos que llevan tiempo: la cosecha está sujeta al cambio de las estaciones, la gestación de la vida humana requiere de nueve meses y así todos los procesos conllevan un cierto tiempo. Guiados más bien por la técnica que busca el eficientismo, muchos han visto la oración como una técnica más, en dónde si se llegan a cumplir una serie de rituales, se pueden esperar los resultados prometidos. Si se cumplen las condiciones establecidas en la oración, entonces podré hacer la experiencia del encuentro con Dios. Se olvida por una parte que el encuentro con Dios es una gracia que procede de Dios mismo y que la oración como encuentro no está circunscrito a una serie de técnicas. Dios y el hombre que se encuentran están guiados por la gracia y por la libertad, no por una técnica.

Jospeh Ratzinger previene de este posible error cuando escribe: “I falsi carismatici del IVsecolo identificavano la grazia dello Spirito santo con l’esperienza psicologica della sua presenza nell’anima. Contro di esse i padri insistettero sul fatto che l’unione dell’anima orante con Dio si compie nel mistero, in particolare attraverso i sacramenti della chiesa. Essa può inoltre realizzarsi perfino attraverso esperienze di afflizione e anche di desolazione. (…) Queste forme di errore continuano a essere una tentazione per l’uomo peccatore. Lo istigano a cercare di superare la distanza che separa la creatura del Creatore, come qualcosa che non dovrebbe esserci; a considerare il cammino di Cristo sulla terra, con il quale egli ci vuole condurre al Padre, come realtà superata; ad abbassare ciò che viene accordato come pura grazia al livello della psicologia naturale, come <> o come <>. 13 Y más adelante ratifica lo dicho cuando escribe: “L’amore di Dio, unico oggetto della contemplazione cristiana, è una realtà della quale non ci si può <> con nessun metodo o tecnica; anzi, dobbiamo aver sempre lo sguardo fisso in Gesù Cristo, nel quale l’amore divino è giunto per noi sulla croce a tal punto che egli si è assunto anche la condizione di allontanamento del padre (cf. Mc 15, 34) Dobbiamo dunque lasciar decidere a Dio la maniera con cui egli vuole farci partecipi del suo amore. Ma non possiamo mai, in alcun modo, cercare di metterci allo stesso livello dell’oggetto contemplato, l’amore libero di Dio; neanche quando, per la misericordia di Dio Padre, mediante lo Spirito santo mandato nei nostri cuori, ci viene donato in Cristo, gratuitamente, un riflesso sensibile di questo amore divino e ci sentiamo come attirati dalla verità, dalla bontà e dalla bellezza del Signore.” 14

Ya en su ministerio petrino, Benedicto XVI vuelve a hablar de la oración como un encuentro y en un contexto muy preciso como es el de las almas consagradas a Dios. Si bien todos los cristianos están llamados a utilizar este medio que es la oración para acrecentar su unión con Dios, las personas consagradas, por la misma profesión que han hecho de seguir a Cristo en pobreza, castidad y obediencia, necesitan tener una unión fuerte y constante con Dios. Se presenta la oración no ya sólo como un encuentro con Dios, sino como un encuentro con Dios que fortifica la misma consagración. “El alimento de la vida interior es la oración, íntimo coloquio del alma consagrada con su Esposo divino.” 15 Pero de este tema hablaremos con más detenimiento. Ahora sólo queremos recalcar el hecho de que Benedicto XVI sigue viendo la oración como un encuentro con Cristo.

¿Para qué rezar? Las finalidades de la oración.

Una vez que sabemos que la oración es un encuentro con Dios, conviene conocer la dinámica de este encuentro. El saber algo no implica automáticamente el vivirlo. El pasaje de la razón a la voluntad y de ésta a la acción no se debe suponer como un paso automático. La voluntad es una potencia que sigue a la razón, pero si el hombre no hace suyas las propuestas que le presenta la razón será muy difícil que su voluntad se ponga en movimiento. Es necesario por tanto que el pasaje de la razón a la voluntad y de ésta a la acción se efectúe a través de las debidas motivaciones, esto es, el hombre debe encontrar y hacer suyos los motivos por los cuales es conveniente poner en práctica lo que la razón le ha presentado.

Con la oración sucede algo semejante al proceso que acabamos de describir. Saber que la oración es el encuentro de Dios y el alma no es suficiente para que el hombre ore. Es necesario que el hombre conozca las finalidades de la oración y que estas finalidades las haga propias. Se trata de que el hombre mueva su voluntad no sólo por razones, sino que haga propia estas razones, es decir, que haga propia las finalidades de la oración. Por ello, pretendemos explicar cuáles son las finalidades de la oración en las enseñanzas de Benedicto XVI con el fin de que la persona pueda apropiárselas, es decir, con la finalidad de que el hombre pueda transformar estas finalidades de la oración en sus propias motivaciones. Para pasar de la razón a la acción, es necesario el pasaje del corazón. Lograr hacer propias las finalidades de la oración.

De acuerdo con los maestros de la vida espiritual las finalidades de la oración pueden abarcarse en la adoración, la acción de gracias, la petición, el perdón y el ofrecimiento. 16 Todo encuentro de Dios y el hombre en la oración engloba al menos una de las finalidades antes mencionadas. Haremos ahora un pequeño análisis de la aplicación que Benedicto XVI hace de estas finalidades de la oración en forma tal que a partir de dicho conocimiento podamos encontrar las motivaciones personales para nuestra oración.

Si hemos dicho que la oración es el encuentro personal con Dios, es lícito preguntarnos de qué esta hecho este encuentro, cómo se llena este encuentro. Es necesario poner como premisa que este encuentro se realiza entre una persona que es criatura y su Creador, por lo tanto la criatura nunca podrá poseer por entero a su Creador. Podrá tan sólo participar de la vida del Creador, y a esto tiende la oración, el encuentro con Dios.

Una de las finalidades de la oración que señala Benedicto XVI es la de ser familiar con Dios, de modo que el hombre pueda someterse a la voluntad del Padre. Se trata por tanto de lograr un trato íntimo y personal con Dios. No es que la persona pueda abarcar a Dios, lo cuál no será posible, por la premisa que hemos mencionado en el párrafo precedente. Es lograr en el hombre, mediante el asiduo contacto con Dios, una confianza total en la voluntad del Padre. Que conozca de tal forma al Padre, que pueda vaciarse de sí mismo para cumplir su voluntad. Es necesario por tanto en el hombre un proceso de vaciamiento para que pueda entrar en él la voluntad del padre. “<>: ecco il vero pericolo. Il grande dottore della chiesa (S. Agostino) raccomanda di concentrarse in se stessi, ma anche di trascendere l’io che non è Dio, ma solo una creatura. Dio è <>. Dio infatti è in noi e con noi, ma ci trascende nel suo mistero.” 17

Esta familiaridad con Dios le permite no sólo conocerlo, sino estar siempre en una postura de hacer su voluntad. Cuando mediante la oración el corazón del hombre logra deshacerse de las preocupaciones del mundo, la única preocupación es la de hacer la voluntad de Dios. El encuentro con Dios tiene como una finalidad para el hombre la de ayudarlo a vaciarse de sí mismo para aceptar y cumplir con amor la voluntad de Dios. “Obviamente, el cristiano que reza no pretende cambiar los planes de Dios o corregir lo que Dios ha previsto. Busca más bien el encuentro con el Padre de Jesucristo, pidiendo que esté presente, con el consuelo de su Espíritu, en él y en su trabajo. La familiaridad con el Dios personal y el abandono a su voluntad impiden la degradación del hombre, lo salvan de la esclavitud de doctrinas fanáticas y terroristas.” 18

Si el encuentro con Dios tiene como una de sus finalidades buscar la voluntad de Dios para que Dios esté presente en las realidades del hombre, tanto más cuanto estas realidades son las que maneja el sacerdote, y podemos nosotros añadir, las personas consagradas. Si bien es cierto que el sacerdote y las personas consagradas están insertas en el mundo, no son del mundo, como recomienda el mismo Cristo. Este vivir siempre con la mirada fija en Dios dentro de las realidades terrenas, requiere de un medio para avivar estos deseos de Dios. La oración tendrá como finalidad el mantener vivo este deseo. “Para cumplir su elevada tarea, el sacerdote debe tener una sólida estructura espiritual y vivir toda su vida animado por la fe, la esperanza y la caridad. Debe ser, como Jesús, un hombre que busque, a través de la oración, el rostro y la voluntad de Dios, y que cuide también su preparación cultural e intelectual.” 19

¿Un método?


Hemos dicho que la oración no puede reducirse a un método, ya que la criatura no podrá abarcar nunca el objeto de la oración, esto es, el amor inefable de Dios. La oración no es un método, pero un buen método ayuda a hacer oración. “La preghiera è un mistero. L’uomo non può entrare in contatto con Dio se non entrando nel mistero divino. La preghiera cristiana è il mistero di Cristo che introduce i suoi discepoli in una relazione filiale che permette loro di gridare: <>.” 20 Por lo tanto, estamos hablando de misterio, en dónde la gracia de Dios juega un papel preponderante, aunque sin descuidar tampoco la importancia de la libertad del hombre. Siendo por tanto el encuentro con Dios suscitado por su Espíritu santo, no podemos encasillar dicho encuentro a una serie de normas, de reglas, de recetas que nos permitan obtener un resultado infalible. El hágase esto y entrará en contacto con Dios, reduce el misterio del encuentro con Dios a los horizontes terrenos de la mente humana. El encuentro con Dios es más que un método, pero un buen método ayuda al encuentro con Dios, en la manera en que dicho método permite a Dios actuar libremente, dándole la primacía del actuar.

Benedicto XVI sin sugerir un método en cuanto tal, traza con deliciosas pinceladas lo que podría ser una forma, no me atrevo a decir método, del encuentro con Dios y que cada hombre puede aprender y hacer propias estas formas. Encuadra esta forma de oración en una escuela de esperanza. 21 Como la oración es un encuentro personal con Dios, el núcleo de la persona humana, su corazón, entendido como el órgano de la voluntad, su deseo más íntimo, debe irse trasformando para que en él sólo pueda estar Dios, sus intereses, sus anhelos. Benedicto XVI, citando a San Agustín, lo expresa de la siguiente manera. “« Imagínate que Dios quiere llenarte de miel [símbolo de la ternura y la bondad de Dios]; si estás lleno de vinagre, ¿dónde pondrás la miel? » El vaso, es decir el corazón, tiene que ser antes ensanchado y luego purificado: liberado del vinagre y de su sabor. Eso requiere esfuerzo, es doloroso, pero sólo así se logra la capacitación para lo que estamos destinados.” 22

El encuentro personal con Dios no es simplemente un encuentro que deja indiferente a la persona. Antes de encontrarse con Dios, la persona debe buscar las disposiciones necesarias para encontrarlo. Disposiciones que son únicamente exteriores, sino sobre todo interiores . Disposiciones que se resumen en buscar ya desde antes el querer de Dios. De lo contrario la oración se reduce a un ejercicio depreda que o toca lo íntimo del hombre, que no lo transforma. A lo más será una meditación piadosa que llena un cierto requisito de piedad filial. Cuando por el contrario, el hombre busca en el encuentro personal con Dios cumplir su voluntad, el corazón se ensancha: “El hombre ha sido creado para una gran realidad, para Dios mismo, para ser colmado por Él. Pero su corazón es demasiado pequeño para la gran realidad que se le entrega. Tiene que ser ensanchado. « Dios, retardando [su don], ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y, ensanchándola, la hace capaz [de su don] ».” 24 Este ensancharse del corazón es un ejercicio constante que se realiza en la oración que sin ser una escuela de oración, bien lo podemos llamar, con Benedicto XVI, una forma de oración que lleva a una cierta finalidad. La forma es la de buscar que el corazón del hombre se hace al corazón de Dios, a aceptar lo que Dios quiere de él. Es llegar a la oración con un corazón abierto, dispuesto para que Dios lo llene, que es precisamente la finalidad de la oración: “El modo apropiado de orar es un proceso de purificación interior que nos hace capaces para Dios y, precisamente por eso, capaces también para los demás. En la oración, el hombre ha de aprender qué es lo que verdaderamente puede pedirle a Dios, lo que es digno de Dios.” 25


La oración de las personas consagradas y en las personas consagradas.
Si la oración reviste una importancia fundamental para la vida del cristiano, cuanto más para la vida de la persona que ha entregado su vida a Cristo mediante la consagración a través de los votos o de cualquier otro vínculo estable . 26 Conocer lo que es la persona consagrada en el magisterio de Benedicto XVI puede servirnos para entender mejor la importancia que el Santo Padre da a la oración de las personas consagradas.

Desde la inauguración de su magisterio, Benedicto XVI se ha referido a las personas consagradas con expresiones llenas de significado espiritual. “Os saludo a vosotros, religiosos y religiosas, testigos de la presencia transfigurante de Dios,” 27 fue su primer saludo a las personas consagradas. A partir de ese momento se ha referido a los religiosos y las religiosas como personas que viven la dimensión espiritual de la unión con Dios. Así, en uno de los que podemos llamar su primer documento oficial a la vida consagrada, la Carta con motivo de la Asamblea plenaria de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica del 27 de spetiembre de 2005, Benedicto XVI pone su acento en la dimensión espiritual de las personas consagradas, esto es, su relación personal con Cristo: “alegría, porque a través de vosotros sé que me dirijo al mundo de las mujeres y de los hombres consagrados que siguen a Cristo por el camino de los consejos evangélicos y del respectivo carisma particular sugerido por el Espíritu.” 28

Esta dimensión espiritual está centrada en el seguimiento de Cristo, pero que se hace personal. No es seguir una idea, unas costumbres, sino que es seguir a una persona que se ha encontrado. De este encuentro nace la conciencia de saber que se pertenece sólo y exclusivamente a Aquél que se ha encontrado. Esta pertenencia Benedicto XVI la sabe expresar claramente en el pensamiento de San Benito, cuando comenta el número de la regla que se refiere al amor de Cristo: “En efecto, la vida consagrada, desde sus orígenes, se ha caracterizado por su sed de Dios: quaerere Deum. Por tanto, vuestro anhelo primero y supremo debe ser testimoniar que es necesario escuchar y amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas, antes que a cualquier otra persona o cosa.” 29 Ser de Dios y pertenecer a Dios son las características fundamentales de la consagración. Dichas características impregnan la vida de todo consagrado y le permiten actuar en el mundo con una cierta especificidad. “Pertenecer al Señor: esta es la misión de los hombres y mujeres que han elegido seguir a Cristo casto, pobre y obediente, para que el mundo crea y sea salvado. Ser totalmente de Cristo para transformarse en una permanente confesión de fe, en una inequívoca proclamación de la verdad que hace libres ante la seducción de los falsos ídolos que han encandilado al mundo. Ser de Cristo significa mantener siempre ardiendo en el corazón una llama viva de amor, alimentada continuamente con la riqueza de la fe, no sólo cuando conlleva la alegría interior, sino también cuando va unida a las dificultades, a la aridez, al sufrimiento.” 30

Nos damos cuenta que Benedicto XVI basa el concepto de la vida consagrada en la pertenencia al Señor y que por consecuencia la persona consagrada busca vivir en todo momento esta pertenencia, no anteponiendo nada al Amor. A partir de este concepto de vida consagrada, la oración cobra un matiz muy específico. Si como hemos dicho, la persona consagrada es aquella que pertenece sólo a Dios y se esfuerza por vivir esa pertenencia a Dios en todas las dimensiones de la vida, necesariamente buscará aquellas actividades que más le ayuden a reforzar su pertenencia a Dios. Quien busca pertenecer a un objeto, trata de poseer dicho objeto. No en vano el amor que es una acción de la voluntad y no del sentimiento, busca ponerse siempre en sintonía con el objeto amado . Y si la oración es un encuentro personal con Dios, para la persona consagrada que busca pertenecer sólo a Dios y poseer sólo a Dos, la oración se convierte en una forma de poseer a Dios y de alimentarse de Dios: “El alimento de la vida interior es la oración, íntimo coloquio del alma consagrada con su Esposo divino.” 32

Si la oración es el alimento necesario para que las personas consagradas puedan pertencer y aumentar su pertenencia al Señor, se infiere que la continuidad en la oración es la garantía de la constancia en la pertenencia al Señor. Siendo que la persona consagrada se desarrolla a lo largo del tiempo y que su vida no está exenta de peligros y tribulaciones, ya sea que vengan del exterior de la persona, ya sea que provengan del interior, la oración se convierte por tanto en un medio esencial para llenarse del Señor y reafirmar la pertenencia a Él. Un medio que no debe reducirse a un tiempo esporádico, sino que debe sellar la jornada de todos los días, ya que la pertenencia se alimenta de los encuentros cotridianos, no sólo esporádicos. “Proseguid por este camino, fortaleciendo vuestra fidelidad a los compromisos asumidos, al carisma de vuestros respectivos institutos y a las orientaciones de la Iglesia local. Esta fidelidad, como sabéis, es posible a quienes se mantienen firmes en las fidelidades diarias, pequeñas pero insustituibles: ante todo, fidelidad a la oración y a la escucha de la palabra de Dios; fidelidad al servicio de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo, de acuerdo con el propio carisma; fidelidad a la enseñanza de la Iglesia, comenzando por la enseñanza acerca de la vida consagrada; y fidelidad a los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía, que nos sostienen en las situaciones difíciles de la vida, día tras día.” 33

Una aplicación de la oración: la oración por las vocaciones.
Siendo la escasez de las vocaciones uno de los argumentos de mayor importancia para la vida consagrada en nuestra época, Benedicto XVI ha señalado en diversos momentos de su magisterio la forma en que el problema debe afrontarse. Desde un comienzo debe verse esta situación desde el punto de vista de Dios y no dejarse llevar ni por un malsano alarmismo, pero tampoco por un infructuoso pesimismo. En su discurso al clero de la diócesis de Aosta en julio de 2005, Benedicto XVI, con una visión realista dice que no nos debemos llevar del pesimismo ni pensar en recetas que puedan solucionar el problema. Se debe partir aceptando la situación de sufrimiento, conscientes de que el Señor permite y está en el sufrimiento, pero conscientes también de que el Señor actuará a través de nuestra acción. Y una de estas acciones es la oración por las vocaciones . 34

La oración por las vocaciones no falta en la mayor parte de las comunidades de vida religiosa. Ya sea en forma comunitaria, personal o intercongregacional, la oración por las vocaciones se ha convertido en un elemento indispensable para pedir al dueño de la mies que envíe obreros a la mies (cf. Mt 9, 37 – 38). Sin embargo, Benedicto XVI, hace una aclaración importante. No basta pedir que el Señor envíe obreros a la mies. Hay que enseñar a los obreros, a los jóvenes actuales, a orar. Es precisamente en la oración, el encuentro personal con Dios, en dónde se hace el discernimiento vocacional. Es en la oración en dónde los corazones de los jóvenes se deciden a dejar todo por seguir el único necesario. Si un joven no sabe rezar, es inútil que se hagan campañas promocionales de oración por las vocaciones, de que se convoque a jóvenes a eventos para darles a conocer lo que es el sacerdocio o la vida consagrada. Si falta en el joven la capacidad de interiorizarse, de encontrar a Dios en lo profundo de su ser, de nada o poco servirán todos esos medios externos. Podemos entonces decir que Benedicto XVI ha re-cualificado la oración por las vocaciones, para que se convierta verdaderamente en un instrumento para suscitar vocaciones en el corazón de los jóvenes. “Parecerá extraño, pero yo pienso muchas veces que la oración —el unum necessarium— es el único aspecto de las vocaciones que resulta eficaz y que nosotros tendemos con frecuencia a olvidarlo o infravalorarlo. No hablo solamente de la oración por las vocaciones. La oración misma, nacida en las familias católicas, fomentada por programas de formación cristiana, reforzada por la gracia de los Sacramentos, es el medio principal por el que llegamos a conocer la voluntad de Dios para nuestra vida. En la medida en que enseñamos a los jóvenes a rezar, y a rezar bien, cooperamos a la llamada de Dios. Los programas, los planes y los proyectos tienen su lugar, pero el discernimiento de una vocación es ante todo el fruto del diálogo íntimo entre el Señor y sus discípulos. Los jóvenes, si saben rezar, pueden tener confianza de saber qué hacer ante la llamada de Dios.” 35


Autor: Germán Sánchez Griese | Fuente: Catholic.net



NOTAS
1 “La santa Iglesia, nuestra madre, mantiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas" (Cc. Vaticano I: DS 3004; cf. 3026; Cc. Vaticano II, DV 6). Sin esta capacidad, el hombre no podría acoger la revelación de Dios. El hombre tiene esta capacidad porque ha sido creado "a imagen de Dios" (cf. Gn 1,26). (…)El espíritu humano, para adquirir semejantes verdades, padece dificultad por parte de los sentidos y de la imaginación, así como de los malos deseos nacidos del pecado original. De ahí procede que en semejantes materias los hombres se persuadan fácilmente de la falsedad o al menos de la incertidumbre de las cosas que no quisieran que fuesen verdaderas (Pío XII, enc. "Humani Generis": DS 3875). Por esto el hombre necesita ser iluminado por la revelación de Dios, no solamente acerca de lo que supera su entendimiento, sino también sobre "las verdades religiosas y morales que de suyo no son inaccesibles a la razón, a fin de que puedan ser, en el estado actual del género humano, conocidas de todos sin dificultad, con una certeza firme y sin mezcla de error" (ibid., DS 3876; cf. Cc Vaticano I: DS 3005; DV 6; S. Tomás de A., s.th. 1,1,1). Catecismo de la Iglesia católica, nn. 36 – 38.
2 Ibídem., n. 2590
3 Antonio Furioli, Preghiera e contemplazxione mistica, Casa editrice Marietti, Genova 2001, p. 22.
4 “la preghiera è un incontro dell’uomo con Dio. (…). Si tratta din un incontro del Padre con il figlio, del figlio con il proprio Dio che sa essergli Padre, di un incontro quindi che è uno scambio di amore. Le forme delle preghiere potranno essere diverse, cosí pure i suoi motivi e anche le difficoltà che vi troviamo, ma la ragione intima della preghiera è sempre l’amore; e una persona che desidera incontrarsi con Dio, dovrà preoccuparsi di una cosa sola: amare, o meglio rispondere a Dio che le si dà per puro amore.” F. Charmot, L’oraison èchange d’amour, c. I. in Antonio Furioli, Preghiera e contemplazione mistica, Casa editrice Marietti, Genova 2001, p. 22.
5 “Una auténtica renovación de la vida religiosa sólo puede darse tratando de llevar una existencia plenamente evangélica, sin anteponer nada al único Amor, sino encontrando en Cristo y en su palabra la esencia más profunda de todo carisma del fundador o de la fundadora.” Benedicto XVI, Carta con motivo de la Asamblea plenaria de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, 27.9.2005.
6 Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta sobre algunos aspectos de la meditación cristiana – Orationis formas, 15.10.1989, n. 1.
7 Benedicto XVI, Discursos, 19.4.2005.
8 Benedicto XVI, Homilías, 24.4.2005
9 Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta sobre algunos aspectos de la meditación cristiana – Orationis formas, 15.10.1989, n. 2.
10 Ibídem.
11 Ibídem.
12 Ibídem., n. 11.
13 Ibídem., n. 9 – 10.
14 Ibídem., n. 31.
15 Benedicto XVI, Discursos, 22.5.2006.
16 Antonio Furioli, Preghiera e contemplazione mistica, Casa editrice Marietti, Genova 2001, p. 24 – 31.
17 Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta sobre algunos aspectos de la meditación cristiana – Orationis formas, 15.10.1989, n. 19.
18 Benedicto XVI, Carta encíclica Deus caritas est, 25.12.2005, n. 37
19 Benedicto XVI, Discursos, 13.5.2007, n. 5.
20 Jean Galot, S.J. Presentazione, in Antonio Furioli, Preghiera e contemplazione mistica, Casa editrice Marietti, Genova 2001, p. 15.
21 Benedicto XVI, Carta encíclica Spes salvi, 30.11.2007, n. 32.
22 Ibídem., n. 33.
23 “La ricerca di Dio mediante la preghiera deve essere preceduta e accompagnata dalla ascesi e dalla purificazione dai propri peccati ed errori, perché secondo la parola di Gesù soltanto <> (Mt 5, 8).” Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta sobre algunos aspectos de la meditación cristiana – Orationis formas, 15.10.1989, n. 18.
24 Benedicto XVI, Carta encíclica Spes salvi, 30.11.2007, n. 33.
25 Ibídem.
26 “Adoptan con libertad esta forma de vida en institutos de vida consagrada canónicamente erigidos por la autoridad competente de la Iglesia aquellos fieles que, mediante votos u otros vínculos sagrados, según las leyes propias de los institutos, profesan los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, y, por la caridad a la que éstos conducen, se unen de modo especial a la Iglesia y a su misterio.” Código de Derecho Canónico, c.573, § 2.
27 Benedicto XVI, Homilías, 24.4.2005
28 Benedicto XVI, Cartas, 27.9.2005.
29 Benedicto XVI, Discursos, 10.12.2005.
30 Benedicto XVI, Discursos, 22.5.2006.
31 “Idem velle, idem nolle, querer lo mismo y rechazar lo mismo, es lo que los antiguos han reconocido como el auténtico contenido del amor: hacerse uno semejante al otro, que lleva a un pensar y desear común.” Benedicto XVI, Carta encíclica Deus caritas est, 25.12.2005, n.17.
32 Benedicto XVI, Discursos, 22.5.2006.
33 Benedicto XVI, Discursos, 10.12.2005.
34 “El primer punto es un problema que se plantea en todo el mundo occidental: la falta de vocaciones. (…)Es diferente la situación en el mundo occidental, un mundo cansado de su propia cultura, un mundo que ha llegado a un momento en el cual ya no se siente la necesidad de Dios, y mucho menos de Cristo, y en el cual, por consiguiente, parece que el hombre podría construirse a sí mismo. En este clima de un racionalismo que se cierra en sí mismo, que considera el modelo de las ciencias como único modelo de conocimiento, todo lo demás es subjetivo. Naturalmente, también la vida cristiana resulta una opción subjetiva y, por ello, arbitraria; ya no es el camino de la vida. Así pues, como es obvio, resulta difícil creer; y, si es difícil creer, mucho más difícil es entregar la vida al Señor para ponerse a su servicio. (…)Así pues, la primera respuesta es la paciencia, con la certeza de que el mundo no puede vivir sin Dios, el Dios de la Revelación ―y no cualquier Dios, pues puede ser peligroso un Dios cruel, un Dios falso―, el Dios que en Jesucristo nos mostró su rostro, un rostro que sufrió por nosotros, un rostro de amor que transforma el mundo como el grano de trigo que cae en tierra.
Por consiguiente, tenemos esta profundísima certeza: Cristo es la respuesta y, sin el Dios concreto, el Dios con el rostro de Cristo, el mundo se autodestruye y resulta aún más evidente que un racionalismo cerrado, que piensa que el hombre por sí solo podría reconstruir el auténtico mundo mejor, no tiene la verdad. Al contrario, si no se tiene la medida del Dios verdadero, el hombre se autodestruye. Lo constatamos con nuestros propios ojos.
Debemos tener una certeza renovada: él es la Verdad y sólo caminando tras sus huellas vamos en la dirección correcta, y debemos caminar y guiar a los demás en esta dirección.
El primer punto de mi respuesta es: en todo este sufrimiento no sólo no debemos perder la certeza de que Cristo es realmente el rostro de Dios, sino también profundizar esta certeza y la alegría de conocerla y de ser así realmente ministros del futuro del mundo, del futuro de todo hombre. Y hemos de profundizar esta certeza en una relación personal y profunda con el Señor. Porque la certeza puede crecer también con consideraciones racionales. Realmente, me parece muy importante una reflexión sincera que convenza también racionalmente, pero llega a ser personal, fuerte y exigente en virtud de una amistad con Cristo vivida personalmente cada día.
Por consiguiente, la certeza exige esta personalización de nuestra fe, de nuestra amistad con el Señor; así surgen también nuevas vocaciones.” Benedicto XVI, Discursos, 25.7.2005.
35 Benedicto XVI, Discursos, 16.4.2008, n. 3.