domingo, 2 de octubre de 2011

El canto gregoriano



El canto gregoriano es ante todo «el canto propio de la liturgia romana» (Vaticano II, Constitución sobre la liturgia Sacrosantum Concilium, nº 116). Desde San Pío X y el término de los primeros trabajos de erudición concernientes a la historia de este canto, pasando por el Concilio Vaticano II, y hasta Juan Pablo II, luego ahora Benedicto XVI, el Magisterio de la Iglesia no deja de reivindicar para sí una primacía que está muy lejos de detentar en la diversidad de las celebraciones litúrgicas contemporáneas.
Esta primacía, la Iglesia la concede al canto gregoriano, en tanto que oración y en tanto que arte musical sagrado. Él es incluso una norma, un criterio de evaluación de las otras composiciones litúrgicas en este dominio. En su carta para el centenario del Motu Proprio de San Pío X, Tra Le Sollecitudini (22 de noviembre de 1903), el Papa Juan Pablo II redefinía las tres cualidades fundamentales de la música litúrgica: la sacralidad, la belleza, la universalidad. Y concluía así, antes de retomar la fórmula del Concilio: «Entre las expresiones musicales que mejor responden a las cualidades requeridas para la noción de música sagrada, especialmente litúrgica, el canto gregoriano ocupa un lugar particular» ( Juan Pablo II, Carta bajo forma de Quirógrafo, del 22 de noviembre de 2003). Él es verdaderamente, por excelencia, «el canto propio de la liturgia romana», es decir su tesoro, la expresión cantada más auténtica y la más acabada del misterio de salvación celebrado en la liturgia.
No hay además nada de asombroso en que la Iglesia, y ella sola, esté habilitada para definir así como suya una realidad que ha nacido en ella, y ha crecido en el seno de su contemplación. El anonimato que caracteriza ampliamente al canto gregoriano, hasta en sus más grandes obras maestras, aboga poderosamente a favor de una reivindicación plena de la Iglesia misma como autora de ese canto que lleva además el nombre de uno de sus Papas más ilustres, San Gregorio Magno. En efecto, el canto gregoriano hunde sus raíces en la más alta antigüedad cristiana; él ha sido contemporáneo de los mártires, ha sido formado por el pensamiento vigoroso de los Padres de la Iglesia, antes de formar él mismo el pensamiento de numerosas generaciones de cristianos y de sostener su fe. Él ha atravesado los siglos y ha sufrido múltiples tempestades, a lo largo de su historia, y sus altos y bajos coinciden estrechamente con la historia de la misma Iglesia. Y hoy en día también, sobre todos los continentes, el canto gregoriano continúa atrayendo, mostrando por ahí su aptitud para trascender las culturas. Él ha seducido África tanto como Asia o América. La razón de su éxito más profundo es sin duda que él detenta todavía y para siempre el secreto de la oración. Está permitido entonces pensar que él está llamado a volver a ser un fermento poderoso de unidad litúrgica, particularmente gracias a la lengua latina, de la cual es el vehículo.
En tanto que oración oficial de la Iglesia, en tanto que arte sagrado auténtico y privilegiado, el canto gregoriano merece entonces que se le consagre un estudio serio, al término del cual será él mismo la recompensa del fiel, en una unión con Dios más íntima y más fuerte, a través de la oración social de la Iglesia.
El fiel que desea tomar contacto con lo que se llama canto gregoriano, puede hacerlo de dos maneras: sea escuchando una melodía gregoriana, sea abriendo un libro de canto litúrgico en el cual están transcritas las melodías gregorianas. Dicho de otra manera, hay una forma visual y una auditiva de abordar el canto gregoriano. Mirar y escuchar: dos actitudes de acogida respetuosa delante de una realidad desconocida. Dos actitudes tanto más necesarias, cuanto que se trata aquí de una realidad encargada de expresar el más alto punto el misterio de Dios y de su obra creadora y redentora. Dos actitudes que será necesario conservar durante el aprendizaje y hasta en la ejecución de este canto, cuando se convierta en nuestro, durante la celebración litúrgica. Para cantar, para cantar a Dios sobre todo, es necesario siempre escuchar, es necesario siempre mirar. Es de una vez una invitación a la infancia espiritual y a la docilidad, que preludia la iniciación gregoriana. El canto gregoriano es una larga mirada, una contemplación, una oración; él es también una escucha atenta de la Palabra de Dios.
La iconografía representa con frecuencia a la Virgen María ocupada en leer el pasaje del profeta Isaías (7, 14) cuando el Ángel Gabriel se le aparece en la Anunciación, para revelarle que Ella será la Madre de Dios. María mira y escucha, y esta contemplación y esta obediencia se vuelven fecundas, al alba de la salvación. La Iglesia encuentra en ellas el modelo acabado de su fecundidad.

Manual de canto gregoriano, Laus in Ecclesia

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