lunes, 31 de octubre de 2011

No te lamentes por el Haloween, ¡organiza Holyween!”




Una iniciativa que nace en Italia para conocer e imitar a los santos en su día

En lugar de lamentarse por los monstruos, las calaveras o las máscaras irreverentes propias de las fiestas de Halloween, en varias parroquias y diócesis de Italia se está difundiendo la idea de descubrir y contar historias y virtudes de los santos de preferencia de cada quien festejando Holyween.
Se trata de una la propuesta que realiza el proyecto “Centinelas de la mañana” el cual se está difundiendo en diferentes diócesis de todo el país.
En el afiche promocional, elaborado por jóvenes presentes en otras 35 diócesis, está la calabaza y el rostro de Santa Teresita con la frase “Holyween, un santo en cada iglesia”.
Una noche llena de luz
“Pon el rostro de un santo en una iglesia y en tu balcón en las vísperas del día de todos los santos”, piden los centinelas.
“En una noche donde los jóvenes aman vestirse horriblemente, Holyween quisiera mostrar el encanto y la actualidad de los santos, inmortalizados en una foto o en el arte”.
“Nos hace bien recordar sus rostros que nos dicen cómo hoy la santidad es posible, en personas concretas de carne y hueso”, aseguran los Centinelas de la mañana.
No obstante, el padre Andrea Brugnoli, creador de esta fiesta precisa: “No queremos ir en contra de nadie. Simplemente queremos llenar la ciudad no de monstruos sino de rostros bellos: los de los santos”.
Se espera que centenares de jóvenes bajen por las calles y entren a los bares para anunciar la llegada de la fiesta de Todos los Santos. Para ellos “Halloween” se ha transformado en “Holyween”, que llega este año a su tercera edición.
El slogan habla claro: los santos se toman de nuevo su fiesta y para hacer ahora más evidente la antigua tradición. No tienen nada que temer de las modas del momento, rostros de santos aparecerán en los balcones y en las ventanas de su ciudad.
“Si ves un esplendor en la ventana, pon tu nariz hacia arriba y verás el rostro sonriente de un santo italiano, preferiblemente joven”, recomiendan los Centinelas de la mañana.
En las ciudades donde se festeja el Holyween los jóvenes vinculados a este proyecto vivirán una velada llamada “Una luz en la noche”.
Las iglesias permanecerán abiertas desde las 10 de la noche hasta las 2 de la mañana. El encuentro se ha hecho ya 350 veces en 50 ciudades italianas.
Hasta ahora centenares de miles de jóvenes han participado en las ediciones pasadas. La prensa y a la televisión han estado presentes para registrar el acontecimiento, atraídos por este fenómeno han registrado el flujo continuo de personas.
En un país como Italia, en el cual el 35 % de los católicos va a misa cada semana (según datos suministrados por Doxa en octubre de 2009) Holyween representa un reto particular.
La celebración incluye el concurso de los santos más destacados. El año pasado ganó la Madre Teresa de Calcuta y el Padre Pío ocupó el segundo lugar. Este año, según los organizadores ganará Juan Pablo II “no es santo pero para los centinelas es su campeón”, dicen.
“Los centinelas de la mañana” es un proyecto que busca que los jóvenes sean responsables en primera persona de la pastoral juvenil de cada diócesis. Pertenecen a diferentes diócesis y realidades sociales y eclesiales dentro de Italia.
En la localidad de Desenzano hay un centro que suministra material, ideas y propuestas formativas para ayudar a las diferentes diócesis en la tarea evangelizadora de los jóvenes.

Autor: Antonio Gaspari, traducción del italiano de Carmen Elena Villa

domingo, 30 de octubre de 2011

Oración al Señor de la Misericordia



Oh Señor mi dulce amigo
cuatro cosas hoy te pido
con mucha necesidad.

Paciencia para sufrir

Fuerza para trabajar
Valor para resistir
las penas que han de venir
y me han de mortificar.

Temperamento sereno

para poder resolver
las cosas con santa calma.

Y así tener en el alma
perfecta tranquilidad.

Esto tengo que pedirte

oh mi Jesús adorado
en este día consagrado
para adorarte y servirte
por siempre.

Amén.

sábado, 29 de octubre de 2011

La Sencillez (I DREAMED A DREAM - 25TH YEAR ANN.)



La sencillez es la virtud que “cuida de que el comportamiento habitual en el hablar, en el vestir, en el actuar, este en concordancia con sus intenciones íntimas, de tal modo que los demás, puedan conocerle claramente, tal como es”. (1)

Dicho en otras palabras, la sencillez es la virtud de la inteligencia, que nos hace rechazar todo lo que sea complejo y complicado innecesariamente. Es el arte de saber reducir lo complicado a lo escueto y sustancial. Aunque la vida es compleja, su conocimiento, el fin para el cual hemos sido creados y el camino a seguir es sencillo.

La persona sencilla carecerá de artificios y complicaciones desde su interior, sus pensamientos y sus razonamientos serán simples y profundos, no tendrá doblez, ni engaños. Sencillez es transparencia, limpieza interior, soltura, espontaneidad, ausencia de cálculo y de especulaciones en nuestros actos. La sencillez dará lugar a la naturalidad, que es esa vertiente aristocrática de la conducta, que se entreteje con la llaneza, la sinceridad, la franqueza, la falta de doblez y de artificios.

“La naturalidad y la sencillez son dos maravillosas virtudes humanas, que hacen al hombre capaz de recibir el mensaje de Cristo. Y, al contrario, todo lo enmarañado, lo complicado, las vueltas y revueltas en torno a uno mismo, construyen un muro que impide con frecuencia oír la voz del Señor”. (2)

Es la virtud característica de los niños, que se presentan sin especulaciones y tal como son, diciendo lo que sienten con la naturalidad propia de la inocencia, de la buena fe y del candor, de quien no ha sido corrompido todavía.

En los niños no han aparecido los mecanismos complejos que se cierran a aceptar la Verdad. Sirva como ejemplo a lo que digo:

En una oportunidad una catequista les pidió a los niños que le escribieran una carta a Dios. Entre las cartas de esos pequeños filósofos había una que decía: “Dios, mañana me toca disfrazarme de diablo. ¿No te importa. No?...”

Atrás de esta aparente sencillez hay mucha teología... Los niños con su catecismo bien aprendido habían comprendido que Satanás es el enemigo de Dios y su preocupación era que al Señor pudiera dolerle o mortificarlo que uno fuese cómplice de el, o minimice el enfrentamiento y el gran daño que el diablo produce en las almas.

De ahí la importancia de enseñar el catecismo a los niños, porque sus corazones y mentes inocentes y sencillas les permiten mejor aceptar sin problemas las enseñanzas de Dios. Es por eso que no les costará nada a los niños aceptar por ejemplo el dogma de la Santísima Trinidad, cuando se les explica que son Tres Personas distintas en un solo Dios verdadero, de la misma manera que tres fósforos juntos pueden fundirse en una sola llama. Sirva para entender lo que digo este relato que me consta verídico. En una oportunidad, a una joven madre a días de enterrar a su bebe de cinco meses, (nacido vivo por medio de una cesárea), su hija de siete años le preguntó:

“Mamá, cuántos hijos tenés? Ella le contestó: “Tres”. Su hijita la corrigió y le dijo: “No mamá, tenés cuatro”.

“Bueno” - le contestó la madre - “uno muerto y tres vivos”. Su hijita de siete años volvió a corregirla por segunda vez y le dijo: “No mamá, tenés cuatro. Sólo que uno vive con Jesús y los otros tres vivimos con vos.”...

A esta sencillez de los niños, tan abierta y tan dócil a las grandes verdades es a la que se refirió Nuestro Señor cuando dijo que hasta que no nos hiciésemos como niños no entraríamos en el Reino de los cielos. Más tarde, esta virtud que es tan genuina y permeable en la niñez y que les permite aceptar las verdades reveladas sin resistencias, será la que nos permitirá afrontar mejor los avatares de la vida, asumir los sufrimientos y las dificultades como permitidas desde lo alto, y nos ayudará a sanar y curar mejor las heridas del corazón y de la mente.

La sencillez es también la virtud de los sabios, de los que conocen lo esencial de las cosas y se limitan a ello. De ahí que fueran los pastores, (hombre sencillos), y los Reyes Magos, (los sabios de Oriente), quienes encontraron al Niño Dios. La sencillez tiene sabiduría, y los sabios son sencillos porque conocen sus limitaciones de criaturas y la buscan de lo alto.

Es por eso que una persona sencilla aceptará más fácilmente el plan de Dios sin regateos, sin cerrarle la puerta de su corazón con tacañerías, y responderá ante las situaciones con la simpleza de la Santísima Virgen: “Hágase en mí Tu voluntad” o, como en las bodas de Caná: “No tienen vino”. Aceptará a sus padres y superiores como los son, con sus virtudes y defectos, y llamará al pan, pan, y al vino, vino.

El alma sencilla no es el incauto que es fácil de engañar, el ingenuo en el trato, que dice lo que siente sin filtro ni prudencia alguna. Esta será una persona indiscreta, ingenua e imprudente. Casualmente, uno de los motivos por los cuales es necesaria la sencillez es para “no hacer el ridículo”. Una persona que quiere aparentar lo que no es, siempre estará fuera de lugar y generará menosprecio en los demás. “ Dime de que presumes y te diré de qué careces”, dice el refrán.

La importancia de la sencillez en nuestras vidas está bien explicada en las “Cartas del diablo a su sobrino” cuando el diablo viejo Escrutopo adoctrina a su inexperto sobrino Orugario en el arte de perder a las almas y le dice: “Muchas son las conclusiones que saca de su estudio; y hay una en la que insiste con frecuencia: lo natural, lo sencillo estorba en sus planes infernales. Al demonio le ayuda todo lo que es rebuscado y artificial. En cambio, algo tan simple como un paseo por el campo puede inspirar en el hombre el deseo de pensar mas profundamente y sustraerlo así al influjo diabólico”. (3)

“Si su conciencia se resiste atúrdele!”. (4)
El alma sencilla simplemente será en su exterior como en su interior. Si escribe, su lenguaje será sencillo y comprensible de manera que su lectura será amena y nos permitirá comprender lo que nos quiere decir. Cuando hable su vocabulario en general será rico pero no artificioso, rebuscado y complejo. Nos permitirá entender su conversación y las ideas que nos quiera transmitir. Será lo contrario de lo que aconseja el diablo a su sobrino para perder a las almas: “Mantén sus ideas vagas y confusas, y tendrás toda la eternidad para divertirte”. (5)

En toda su apariencia carecerá de adornos superfluos, excesivos y ostentosos que la hagan aparecer más rica, más joven, más moderna, mas divertida, más grande de lo que es. La sencillez no complica innecesariamente sino que, simplifica todos los aspectos de la vida cotidiana. Va a lo esencial.

Esto lo constatamos en la tranquila vida de los pueblos donde las personas viven todavía en esa felicidad serena que da una vida sana, y el trabajo produce lo que podríamos llamar las alegrías comunes y sencillas de una mesa bien puesta, de un mantel limpio, de una comida sabrosa, de compartir un mate o unas tortas fritas recién hechas en un día de lluvia, del placer indescriptible de ver ponerse serenamente el sol en el horizonte encendido como un fuego... De la crianza sana y despreocupada que provee estabilidad emocional de por vida en los niños que viven alrededor de sus madres en un mundo de cariño y ternura, difícil de comprender para esta sociedad moderna donde al primer problema se recurre al psicoanalista para que nos solucione los problemas que el hogar tan lastimado y convulsionado de nuestro tiempo ha gestado y no puede resolver.

Quienes hemos tenido la experiencia de conocer la vida sencilla de los pueblos y ciudades pequeñas del interior hemos constatado que los niños se criaban sanos y fuertes al aire y al sol en contacto diario con la naturaleza. Y si habían cometido alguna travesura no dejaban de recibir una buena llamada de atención o castigo en la zona justa para llamarlos a la realidad. Los juguetes eran en su mayoría caseros y su belleza consistía más en la imaginación que en la realidad. Una sola muñeca podía acompañar durante años inolvidables de la infancia. Un palo podía ser un caballo, un sable, una lanza para luchar contra los indios imaginarios. Varios palitos podían servir a su vez, para armar un barrilete.

La casa de la persona sencilla tenderá a ser sencilla, con todas las cosas necesarias para vivir, (por más que tenga objetos de calidad según su condición social y cultural), y lo mismo llevará, (dentro de lo posible y de su condición), una vida sencilla, sin ostentación, sin artificios, ni grandes complicaciones que sólo implican un lastre para vivir diariamente, y a nada llevan. Sabemos que no es lo mismo ser Embajador de un país que el portero de la embajada. Pero ambos, cada cual en su nivel y situación pueden ser sencillos y no vivir agobiados por lo innecesario. Cada uno tendrá que tener el orden de prioridades de lo superfluo y de lo que necesita según su función en la vida.

La persona sencilla será sencilla aún en sus conversaciones, sin tratar de aparentar ser más inteligente, más culta que los demás, (nombrando distintos autores y hablando en difícil), o más divertida de lo que en realidad es. Simplificará aún su modo de actuar. No pretenderá mostrarse tremendamente ocupada en cosas muy importantes, no tratará de hacer creer que ha leído de todo, que sabe de todo, que está al tanto de todo, cuando nada de eso hace falta en realidad para vivir bien.

Será sencilla hasta en sus diversiones (no necesitará ni programas exóticos, ni rebuscados innecesariamente para distraerse, ni dar la vuelta al mundo para sentir que se tomó sus merecidas vacaciones). En sus actitudes, en su vestimenta, hasta en la elección de sus comidas, disfrutará de lo poco, de lo simple, de lo esencial, de lo que no genere un trabajo y un desgaste desproporcionado y estéril. Hay quien dijo sabiamente: “Necesitamos vivir simplemente para que otros puedan simplemente vivir”.

El vicio contrario a la sencillez es lo complicado. El alma que no es sencilla siempre estará complicándose, torciendo todas las situaciones y planteos, llenándose de angustias sin sentido, viendo problemas donde no los hay, pidiendo explicaciones de todo y por todo, vivirá llena de susceptibilidades que harán muy dificultoso tratarla. Se ofenderá continuamente por pequeñeces. Por eso aconseja el diablo viejo a su inexperto sobrino: : “Todo ha de ser retorcido para que nos sirva de algo a nosotros. Luchamos en cruel desventaja: nada está naturalmente de nuestra parte” (6) y más adelante agrega: “Acentúa la más sutil de las características humanas, el horror a lo obvio y su tendencia a descuidarlo”. (7)

A veces, lo obvio puede ser que mi amiga no pudo llegar al velorio de mi padre porque no había tiempo material de hacerlo, o porque contaba con los medios justos y probablemente en ese momento no tendría dinero para el pasaje, o no se lo autorizaron en el trabajo. Esto puede ser lo “obvio”. Lo obvio es lo que es claro ante nuestros ojos, que no tenemos dificultad en comprender. Antes de prejuzgar y ofenderse porque no vino, (aunque me llamó por teléfono varias veces desde larga distancia y me avisó que pidió una misa por el alma de mi padre), debo tratar de comprender sus razones.

Una persona que no es sencilla, que es complicada, también cruzará toda la ciudad para ir a buscar los tomates que le gustan, que venden únicamente en tal o cual verdulería especial que abre a una hora determinada. Llevará en auto veinte cuadras a la modista un pantalón para que le levante un ruedo, porque considerará que únicamente esa persona que vive en la otra punta de la ciudad y atiende sólo dos veces por semana, sabrá hacerlo. Vestirá a su hijita de dos años a la última moda, con camperas con siete bolsillos, con recortes, llenas de ojales, botones, cintas, recortes y pespuntes y todo lo que complique para lavar, planchar y eventualmente coser cuando se descosa. Habrá en sus actitudes y elecciones una continua desproporción entre el esfuerzo a realizar y el objetivo.

Para ir al colegio y aprender a leer y escribir hace falta una cartuchera con sus lápices, pero no ayuda a la sencillez el pararse en una librería frente a la posibilidad de elegir entre docenas de modelos distintos de cartucheras según nos quieren imponer con cada personaje de moda nuevo que aparece. Para hacer deporte nos hacen falta unas zapatillas. Si son buenas, mejor. Pero el poder elegir entre docenas y docenas de opciones genera mas inquietud que seguridad, porque nunca estaremos conformes con la opción elegida y siempre aparecerá otra que nos parecerá mejor y nos hará dudar si habremos comprado bien. Si tenemos sed, un vaso de agua fresca nos la saciará, pero el poder elegir entre docenas de góndolas de un supermercado una bebida no colabora a la sencillez de simplemente saciar la sed.

La sociedad moderna, con su consumismo exacerbado por la multiplicidad de propuestas en todos los órdenes, arrasa también con esta virtud de la sencillez.

Notas:
(1) “La educación de las virtudes humanas”. David Isaac. Editorial Eunsa. Pág. 379.
(2) “La educación de las virtudes humanas”. David Isaac. Editorial Eunsa. Pag. 384.
(3) “Cartas del diablo a su sobrino” C.Lewis. Editorial Andrés Bello. Pág. 7.
(4) “Cartas del diablo a su sobrino” C.Lewis. Editorial Andrés Bello. Pág. 137.
(5) “Cartas del diablo a su sobrino” C.Lewis. Editorial Andrés Bello. Pág. 30.
(6) “Cartas del diablo a su sobrino” C.Lewis. Editorial Andrés Bello. Pág. 109
(7) “Cartas del diablo a su sobrino” C.Lewis. Editorial Andrés Bello. Pág. 33.
Autor: Marta Arrechea Harriet de Olivero

viernes, 28 de octubre de 2011

Homilía del Domingo 30 de octubre, XXXI del tiempo ordinario (ciclo "A")


El Evangelio de hoy contiene una seria advertencia del Señor a sus discípulos (nosotros) para que no caigamos en los errores de los hombres "religiosos” de su tiempo... y también de nuestros tiempos!

La enseñanza del Señor tiene dos partes bien claras:
 descripción de actitudes de los escribas y fariseos
 exhortación a los discípulos a obrar evangélicamente

Veamos a los personajes:

+ Escribas: eran especialistas en la Biblia. La conocían muy bien, la leían e interpretaban.
+ Fariseos: el Señor dice que están sentados "en la cátedra de Moisés", haciendo referencia a su actividad docente. Básicamente, son judíos piadosos, intransigentes en materia religiosa, que cuidaban la ley hasta el detalle... actitud (esta última) que no pocas veces daba lugar a la ostentación y a la jactancia... No todos ellos eran hipócritas, pero su modo de conducirse los hacía muy proclives a este vicio...

¿Qué es lo que Jesús condena en ellos?
Precisamente, la hipocresía ("ellos dicen y después no hacen")...
Las interpretaciones rígidas y severas que ellos hacen de la ley terminan obstruyendo el camino hacia Dios, en vez de ayudar a recorrerlo...
Obran no para glorificar a Dios, sino para hacerse ver (es decir, por ostentación)
* "no mueven las cargas ni con un dedo..."
* "obran para ser vistos..."
* llevan hasta en la frente las filacterias (franjas con textos de la Biblia, que ellos encima alargan)
* aún en la ropa buscan destacarse (“borlas del manto”... )
* buscan los primeros lugares y los títulos de honor (ambas cosas manifiestan su soberbia)

+ "Pero ustedes..." Ahora Jesús habla a los discípulos:
* “no se hagan llamar "maestro"; "padre"; "director"...
Todos estos eran títulos honoríficos en Israel...

Para los discípulos, queda claro que:
* la mayor dignidad será servir al prójimo por amor al Señor; en ese espíritu, no tiene sentido la pretensión de títulos que signifiquen imponerse por encima de los demás...
* pero ¡cuidado! Las sectas hacen una predicación fundamentalista y retorcida de esta palabra del Señor: no se trata de no decirle "padre" o "maestro" a quien lo es: sino de recordar que esos dones vienen de Dios, y que no son para creerse más o mejor, sino para servir. Por otra parte, si el único Padre es Dios, y el único Maestro es Jesucristo, cuando le apliquemos estas palabras a alguien será porque reconocemos en esa persona los rasgos del único Padre, y del único Maestro...

San Pablo se llama a sí mismo ... "padre" y "maestro", sin contradecir a Cristo, sino precisamente en nombre de Él, con Su Autoridad (cfr. I Tim 2,7; II Tim 1,11; I Tes 2,11)...

Por lo tanto:
* Los títulos (especialmente en Iglesia) son para servir a Dios y a los hermanos.
* El mayor es el servidor de todos. Y esa es la mayor dignidad. El Papa es – y así firma en los documentos más importantes de la Iglesia – “Siervo de los siervos de Dios”...

¿Qué nos dice este Evangelio hoy a nosotros?
Hay una advertencia que alcanza a todos: cuidado con la hipocresía; con el gusto por "aparentar" delante de los demás lo que no se es; cuidado con el "creerse más" y aspirar por eso a los primeros puestos; con el buscar títulos o poder en la Iglesia para pretender dominar sobre los otros...

Esta actitud es típica en las sectas, que hoy llenan los M.C.S. No pocas veces, este vicio es el pan de cada día en el mundo de la política; y - lamentablemente – no es raro encontrar este pecado también en la Iglesia...

¡Qué distinta la actitud de San Pablo, verdadero padre y maestro, que lo es en nombre del Señor: vale la pena repasar aquí palabras suyas que leemos hoy en la II lectura, en la carta a los Tesalonicenses:

“Los tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos.

Les teníamos tanto cariño que deseábamos entregarles no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque ustedes habían ganado nuestro amor.
Recuerden si no, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y noche para no serle gravoso a nadie, proclamamos entre ustedes el Evangelio de Dios.
Ésa es la razón por la que no cesamos de dar gracias a Dios, porque al recibir la palabra de Dios, que les predicamos, la recibieron no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en ustedes los creyentes”.

En esa familia que es la Iglesia, que tiene un único Padre, un único Maestro, un único Señor, los sacerdotes de Cristo somos enviados para servir al pueblo Santo Dios que son ustedes, y ésta es nuestra única gloria y nuestra mayor alegría; complacer a Dios y a su Pueblo, y no buscar el aplauso de los hombres. Si somos llamados "padres", o "maestros", es sólo porque es el único Señor y Maestro quien nos envía.

+ Pidamos hoy en Señor que los de la gracia de ser fieles no en las palabras y las apariencias, sino con las obras y de verdad; y que la única Iglesia de Cristo se caracterice siempre por su servicio humilde y efectivo entre los hombres. 



Autor: P. Juan Pablo Esquivel

jueves, 27 de octubre de 2011

El desierto interior


La Iglesia, dejando los agitados desórdenes de la vida presente, se dirige a la soledad, en la que encuentra su lugar. ¿Y cual es esa soledad sino los corazones de los elegidos, pacíficos y lejos del tumulto de los deseos terrenos? En efecto, los santos varones se hacen desiertos de quietud para tener adonde huir... Sólo desean la patria eterna. Y como no aman nada en este mundo, gozan de una gran tranquilidad espiritual. En esta soledad encuentran un lugar en el que, huyendo, se salven, pues en lo escondido de la mente encuentran a Dios los que le buscan.

 Autor: Ambrosio Autperto, In Apocalypsim 6

miércoles, 26 de octubre de 2011

La docilidad


La docilidad es la virtud que nos lleva a hacer: “lo que se nos manda o aconseja tranquilamente sin violentarnos, ni oponerle resistencia, y la que hace fácil que se nos enseñe. Es la predisposición para aceptar las indicaciones que recibimos para encaminarnos hacia el bien.”

La docilidad es hija de la prudencia y de la humildad, porque la actitud dócil es la que está abierta al aprendizaje a la corrección, al consejo, a aceptar que otros saben más que nosotros y que pueden y deben enseñarnos y nosotros debemos dejarnos enseñar sin resistirnos como fieras. La persona dócil no ofrece resistencia a aprender, a ser aconsejada, a ser corregida. Más bien lo acepta con humildad e interés. La docilidad hace que no nos altere que nos manden y, si entendemos esta virtud, el acatar la autoridad en todos los órdenes no nos resultará tan áspero. El entender nos aliviará, nos facilitará y nos suavizará el obedecer y el dejarnos enseñar. Aún en el mundo de los seres inanimados como el de los materiales, podemos hablar de materiales “dóciles” haciendo referencia a los que se dejan trabajar, moldear, tallar, esculpir, (como la madera, el barro, la arcilla), y los que no son fáciles y generan resistencia, (como la piedra y la roca).

Pedir y escuchar un consejo a las personas capacitadas de darlo es una actitud en la vida no sólo humilde sino inteligente. Achica el margen de error en todos los órdenes. No tendremos que pagar tan altos precios por pensar que siempre nuestro propio parecer es superior al del que sabe. Los adultos que han vivido, y sobre todo si han vivido bien, siempre tendrán luces más largas para divisar el camino a seguir que los jóvenes que generalmente utilizan sólo luces cortas. Estarán en condiciones de aconsejarnos en las distintas decisiones que habremos de ir tomando a medida que crezcamos. La carrera a seguir, el trabajo a aceptar, el lugar donde habremos de comprar nuestra casa, el médico que nos conviene por su seriedad académica. Siempre estaremos más iluminados por el consejo de los que saben que por nuestra sola opinión Ser dócil a los ojos de Dios es hacer fácil que se nos enseñe lo que es bueno o malo según Su Ley, y no lo que a nosotros nos parece que la docilidad es. Dejarse enseñar sin rebeldía en todos los órdenes, no sólo en los modos que pueden ser muy dóciles, sino en nuestro interior, empezando por observar las simples leyes de la naturaleza. La actitud de rebeldía, de soberbia, de rechazo, de autonomía, mal dispone a la persona a ser enseñada, aconsejada y a escuchar.

Ser dócil es aceptar que el profesor del deporte que practico me pueda corregir algún defecto, aunque yo me haya destacado igual haciéndolo mal. Ser dócil es no empecinarnos en hacer el campamento en un lugar inapropiado en el período de lluvias debajo del cartel que nos indica “No acampar”. Aceptar que la bandera colorada que ha levantado el guarda vidas me indica que el mar está peligroso, (aunque a mí me parezca que está igual que siempre y que yo sé nadar muy bien). Aceptar que las hortensias necesitan mayormente sombra y mucha agua, porque la verdad objetiva de la floricultura nos enseña que es así, y no lo que a nosotros nos parece que es bueno para esas flores. Si nos encaprichamos en contra de esa verdad, (demostrada por años de experiencia), y las ponemos al rayo del sol todo el día y las regamos solo de vez en cuando, simplemente se marchitarán.

La ignorancia no es falta de docilidad, porque la ignorancia a veces puede ser culpa nuestra y otras veces no. Lo mismo que ocurre con las hortensias y en todos los ámbitos también ocurre con al alma humana y sus necesidades. La naturaleza tiene sus leyes, aún para la persona humana. Si nos empecinamos en llevarle la contra a lo sumo resistiremos un tiempo, porque tanto la naturaleza como la naturaleza humana, a la corta o a la larga, nos pasarán la cuenta. Por ejemplo, la Iglesia nos enseña que lo bueno para el hombre es cumplir con los Mandamientos. Si somos dóciles a esta verdad y tratamos al menos de caminar (sino en el camino al menos por la banquina) dejándonos guiar por ellos seremos más felices que si los ignoramos continuamente e ignoramos adrede que existe siquiera un rumbo a seguir.

La docilidad es fundamental en el mundo de la docencia, en donde los alumnos deben tener la actitud abierta hacia la necesidad de aprender. Antes que el maestro comience a enseñar el alumno debe ser “enseñable”. El alumno dócil vuela en el aprendizaje. De la misma manera que la condición para comer algo es que primero ese algo sea “comestible” y para transitar por un lugar el camino primero tiene que ser “transitable”. Los docentes necesitan frente a sí alumnos dóciles, educados, respetuosos para poder empezar con su tarea.

Hoy la revolución anticristiana ha generado una falta de autoridad, obediencia, respeto hacia la jerarquía del maestro o profesor y disciplina en las aulas que hace imposible la enseñanza y los resultados están a la vista. Escuchamos en los medios que los alumnos rompen a patadas los calefactores para no tener calefacción y por ende no tener clases, que a fin de año tiran los bancos por las ventanas del colegio y salvajadas antinaturales por el estilo. De ahí que no sólo se hable de deserción escolar por los alumnos, sino que son los profesores y maestros quienes abandonan sus cursos por sentir que los alumnos que tienen adelante ya “no son enseñables”. En nuestra Patria, sabemos que la violencia ha llegado a un grado en que un alumno entró una mañana al curso y mató a mansalva a cinco de sus compañeros de clase e hiriendo a otros tres mas con una pistola de 9 mm, (como sucedió en el 2004 en Carmen de Patagones). Pero lo grave es que esta violencia ya es antinatural. Está generada por la revolución para ser utilizada con otros fines.

La revolución anticristiana ha cortado adrede ese nexo que siempre existió entre el maestro o profesor que enseña y el alumno que respetuosamente, reconociendo la superioridad de conocimientos del profesor, aprende. La revolución lo fomenta para que el alumno no reciba ni la cultura de generaciones anteriores, (y por lo tanto, al no saber ni quien es ni de donde viene, ni su propia historia, no tenga ni arraigo ni raíces que lo sostengan), ni desarrolle sus talentos y eso le genere una frustración y una violencia que luego será “manejable”, con objetivos políticos.

La destrucción de la lectro escritura también merece unas palabras. Es destruir el idioma y su riqueza, el nivelar para abajo, el minimizar el vocabulario, el sacar de circulación las mayúsculas y escribir todo con minúsculas, todo forma parte del mismo plan. Incluso el sistema de cambiar sistemáticamente todos los libros de texto todos los años que imposibilita a los hermanos y familiares heredar y compartir los libros de colegio, con textos incomprensibles para la mayoría de los padres tiene su explicación. Se trata otra vez de cortar los lazos que unían a los padres que podían colaborar con sus hijos en tareas y deberes escolares. Hoy esto es casi un imposible para la mayoría de los padres por lo incomprensible y la falta de sentido común de los textos. Aún en materias como matemáticas los adultos nos vemos imposibilitados de ayudar.

Dócil fue Nuestro Señor Jesucristo a la voluntad de Su Padre. Dócil fue la Santísima Virgen para aceptar su maternidad divina que no estaba en sus planes. Dócil fue San José en seguir los dictados del ángel para salvar al Niño Dios y a Su Madre y huir a Egipto. Dóciles han sido los santos a las inspiraciones divinas y hemos visto los resultados. Dóciles tenemos que ser nosotros para respetar los 10 Mandamientos, para aceptar los consejos de nuestros padres y superiores que representan la voluntad de Dios, para obedecer a los consejos de sacerdotes y directores espirituales (de buena doctrina) en confesión, que nos ayudarán a transitar el mejor camino sin temor a equivocarnos. Para dejarnos enseñar y corregir por nuestros padres, maestros, hermanos mayores y buenos amigos que tan sólo estarán cumpliendo con nosotros los consejos evangélicos de las obras espirituales de misericordia de “corregir al que yerra” y de “enseñar al que no sabe”.

Es fácil constatar que, en todos los ámbitos de la vida, y mucho más para crecer en la vida espiritual y crecer en santidad, sin la docilidad es imposible que demos ni tan siquiera un paso adelante en orden a nuestra santificación y mejora personal. La revolución anticristiana ha impuesto el vicio opuesto a la docilidad, la rebeldía como norma a seguir. Presenta al hombre como una vasija llena que no tiene nada ya más que recibir en sabiduría de nada ni de nadie, para que nadie se deje engañar por el que sabe, para que no se acepte la cultura y la sabiduría heredada de siglos anteriores, para cortar lazos con todo y con todos, empezando y terminando con el Divino Maestro que es Dios y de su Iglesia, Madre y Maestra.


Autor: Marta Arrechea Harriet de Olivero

martes, 25 de octubre de 2011

La eutrapelia, una virtud olvidada



¿Cuántos moralistas modernos o lectores podrían decir que es la eutrapelia? La eutrapelia, con todo, es la virtud que nos ubica en el justo medio entre el espíritu de relajación lúdica y el exceso en la seriedad. Propia del espíritu aristocrático, la eutrapelia es una nota típíca del equilibro y madurez del cristianismo, tras haber sido mal comprendida durante siglos.

Fue Aristóteles quien inició el tratamiento de esta virtud. Posteriormente pasó casi al olvido, quizás porque la palabra "eutrapelia" se confundió con la disipación y el espíritu payasesco. San Pablo empleó el vocablo en ese sentido peyorativo cuando en su carta a los efesios (5,4) los exhortaba a evitar "las conversaciones tontas o la bufonería (eutrapelia)", término que la Vulgata traduce por "scurrilitas". Los Padres de la Iglesia primitiva mantuvieron, por lo general, dicha tesitura, condenando la falta de seriedad, la propensión a la broma incesante. Es decir que en los primeros siglos del cristianismo se tendió a confundir la eutrapelia con lo que Aristóteles había fustigado como un exceso del espíritu lúdico.

Fue Santo Tomás quien al redescubrir a Aristóteles retomó, también aquí, la enseñanza del Estagirita, elaborando una doctrina de la eutrapelia plenamente integrada en la ética cristiana. Aristóteles había tratado el asunto principalmente en su Ética a Nicómaco, que el Aquinate comentó con gran penetración, desarrollando luego ese análisis en distintos lugares de la Summa Teológica, pero sobre todo en una cuestión dedicada toda ella al estudio de dicha virtud. Es principalmente en este último lugar donde nos ha dejado un análisis admirable que proporciona los grandes principios de lo que podría denominarse "la filosofía y teología del juego y de las diversiones". En la arquitectura de la moral tomista, la virtud de la eutrapelia encuentra su lugar como parte de la virtud de la modestia, y ésta, a su vez, como parte potencial de la virtud de la templanza (1). Expongamos, pues, la enseñanza aristotélico-tomista.



1. El reposo del trabajo

En la Ética a Nicómaco comienza Aristóteles su inquisición preguntándose si al hombre culto y perteneciente a una civilización refinada le es lícito buscar descanso en la broma placentera y el juego. Y responde, sin dudar, por la afirmativa. Santo Tomás reforma su razonamiento: "Tiene el juego cierta razón de bien, en cuanto que es útil a la vida humana. Porque así como el hombre necesita a veces descansar de los trabajos corporales desistiendo de ellos, así también se necesita a veces que el alma del hombre descanse de la tensión del alma, con la que el hombre encara las cosas serias, lo que se hace por el juego" (2).

Tal sería su primera aproximación a la materia. El hombre tiene la experiencia del cansancio, sintiendo la necesidad de reposo, de distracción. El descanso del cuerpo lo obtiene suspendiendo el ejercicio corporal; la mente, en cambio, encuentra su solaz en la "diversión" (di-versio = apartamiento) de la atención hacia otros objetos agradables, distintos de los que integran su trabajo habitual.

En la Summa vuelve sobre lo mismo: "Así como la fatiga corporal se repone por el descanso orgánico, también la fatiga espiritual se restaura por el reposo espiritual. Sabiendo, pues, que el reposo del espíritu se halla en el placer, como hemos visto anteriormente, debemos buscar un placer apropiado que alivie la fatiga espiritual procurando una interrupción en la tensión del espíritu". Y trae aquí a cuento un relato que se conserva en la llamada "Colación de los Padres". Habiéndose escandalizado algunos de sorprender al evangelista San Juan jugando con sus discípulos, mandó éste a uno de ellos que arrojara una flecha. Lo hizo una vez, otra vez... "¿Podrías hacerlo continuamente?". "No, le respondió, porque se rompería el arco". "Eso mismo sucede al alma si se mantiene siempre en la misma tensión", concluyó San Juan. Y agrega Santo Tomás: "Esos dichos o hechos en que no se busca sino el placer del espíritu se denominan juegos y fiestas, y es preciso usarlos para descanso del alma" (3).


2. La elegancia del espíritu

Aristóteles nos ofrece una aproximación al "hombre eutrapélico": "Los que tienen gusto por el humor, moderado (moderate ludentes) se llaman eutrapelos, es decir, bien orientados (bene vertentes)". Básase el Estagirita en el origen semántico de la palabra eutrapelia, que significa bueno, pero también – y en nuestro caso – con facilidad, bien, convenientemente; trapelia se traduce movilidad, agilidad, sustantivo que proviene de dar vuelta y giro. Tras las huellas de Aristóteles, Santo Tomás se refiere tanto a la virtud como al que la encarna en los siguientes términos: "Todas estas cosas (los descansos, las diversiones, el juego) han de estar ponderadas por la razón. Y como todo hábito que obra en conformidad con la razón es virtud, síguese que acerca del juego puede darse también virtud, que el Filósofo llama "eutrapelia". Y al hombre que tiene la gracia de convertir en motivo de solaz las palabras y obras, le llaman "eutrapélico", palabra que viene de "buen giro" (bona versio)" (4).

Porque así como el cuerpo se vuelve hacia acá o hacia allá, según las necesidades, también el alma se comporta de manera semejante, orientándose en una u otra dirección. Muchas veces juzgamos a un hombre por los movimientos de su cuerpo, escribe Aristóteles; de manera análoga los movimientos del alma revelan la calidad de su espíritu. Santo Tomás retoma esa idea diciendo que las diversas actitudes que alguien puede tomar cuando está en un grupo – al inducir a la risa en exceso, o con defecto, o de manera moderada – son indicio de su disposición interior. "Porque así como por los movimientos corporales se disciernen las disposiciones interiores de los cuerpos, así por las obras exteriores se conocen las costumbres interiores".

La eutrapelia es, pues, la virtud del que "gira bien", del que sabe ubicarse como conviene al momento, una virtud aristocrática, propia de quien posee agilidad espiritual, por la que es capaz de "volverse" fácilmente a las cosas bellas, joviales y recreativas, sin lastimar por ello la elegancia espiritual del movimiento, sin perder la debida seriedad y su rectitud moral.


3. La gracia del hombre liberal

No nos referimos, por cierto, a lo que los políticos llaman "liberales", que por lo general suelen tener bastante poca gracia. Usamos este calificativo, tras Aristóteles y Santo Tomás, para designar al hombre desprendido, desapegado de los bienes materiales, a tal punto que se vuelve capaz de ser generoso, dadivoso..., liberal. Y así Aristóteles, luego de decir que la virtud de la eutrapelia consiste en un medio entre dos extremos viciosos, aquel que peca por exceso y aquel que falla por defecto, agrega: "El medio propio (de la eutrapelia) es el de la distinción. Es propio de la distinción decir y oír lo que conviene a un hombre liberal. Hay ciertas cosas que un hombre de bien puede decir y oír en el campo lúdico. El juego liberal (liberalis ludus) se diferencia del servil, como el disciplinado del indisciplinado" (5).

Santo Tomás interpreta este texto del Filósofo diciendo que hay un juego que conviene al hombre liberal, o sea, a aquel cuyo ánimo está libre de pasiones serviles: "El juego del hombre liberal, es decir, del que por propia voluntad intenta obrar bien, difiere del juego del hombre servil, que se ocupa de las cosas serviles. Y el juego del hombre disciplinado, es decir, del que está instruido de cómo deba jugar, difiere del juego del hombre indisciplinado, al que ninguna disciplina refrena en el juego" (6).


4. El juego y la felicidad

Por noble que sea el juego cuando se lo entiende como corresponde, sin embargo no parece que pueda ser considerado como el summum de la vida humana. Preguntándose Aristóteles si no será en el juego donde se encuentra la felicidad, responde: "La felicidad no consiste en el juego. Sería un absurdo que la diversión fuera el fin de la vida... Según Anacarsis parece recto divertirse para dedicarse después a asuntos serios. La diversión es una especie de reposo, y como no se puede trabajar sin descanso, el ocio es una necesidad. Pero este ocio, ciertamente, no es el fin de la vida, porque sólo tiene lugar en razón de la futura operación. La vida dichosa es la vida conforme a la virtud; ésta va con el gozo, pero no con el gozo del juego. Las cosas serias son mejores que las que mueven a risa y a chanza, y el acto de la mejor parte del hombre, o de lo mejor del hombre, se considera siempre como el acto más serio" (7).

Santo Tomás coincide con el Estagirita en su afirmación de que la felicidad radica en la vida virtuosa, no en el juego. Si el juego fuera la felicidad, sería el fin de toda la vida humana, de modo que el hombre trabajaría y haría todas las demás cosas sólo para jugar. Juzga, por consiguiente, acertado lo que afirmaba Anacarsis: "Los hombres, como no pueden trabajar continuamente, necesitan de descanso. Por donde se ve que el juego o el descanso no es el fin; porque el descanso es para el trabajo, es decir, para que después el hombre trabaje con más intensidad. Por lo que se ve que la felicidad no consiste en el juego" (8). ¿No se contrapone esto a lo que anteriormente dijimos, es a saber, que el juego se caracteriza por ser de alguna manera "inútil", no ordenado a ningún fin práctico? Nos parece que no, ya que si bien el juego no tiene en sí mismo finalidad alguna, con todo, la razón por la cual se lo lleva a cabo lo ordena de hecho extrínsecamente a un fin determinado, que es, en este caso, la recuperación de las fuerzas del alma y el ulterior trabajo.

Concluye Santo Tomás: "Algunos ponen la felicidad en el juego, por el deleite que hay en el juego. La felicidad tiene, es verdad, cierto deleite, porque es operación según la virtud, que existe con gozo. Pero no, sin embargo, con el gozo del juego. Porque siendo la felicidad el bien sumo del hombre, es preciso que consista en las cosas óptimas. Pues bien, decimos mejores a las cosas virtuosas, que se obran con seriedad, que a las risueñas, que se hacen con juego. Y esto es claro: porque la operación que es de la mejor parte del alma, y que es propia del hombre, es más virtuosa. Es claro que la operación que es de la mejor parte, es mejor, y por consiguiente más feliz" (9).

Tal es la doctrina aristotélico-tomista acerca de la virtud de la eutrapelia. No será el juego lo más elevado del hombre; con todo "el juego es necesario para el desarrollo de la vida humana" (10).

La virtud de aquellos que, al decir de Aristóteles, saben "desenvolverse bien", comportarse adecuadamente cuando están en grupo, ocupó un lugar importante en el sistema de virtudes del hombre culto tradicional. Fue en ese clima de eutrapelia donde se formó un alto ideal griego del hombre alegre y serio a la vez (11).

La eutrapelia, en última instancia, fue para el pensamiento antiguo la virtud que rige las relaciones de la amistad y la afabilidad (12).

Al asumir la enseñanza de Aristóteles e impregnarla con el espíritu del Evangelio, luego de siglos en que los autores se habían inclinado a confundir la eutrapelia con la bufonería, el Doctor Angélico puso las cosas en su punto. La ética cristiana heredó así el ideal del humanismo griego y lo llevó a su plenitud, cosa que sólo el cristiano era capaz de realizar perfectamente, porque sólo él tiene conciencia exacta de su situación entre el cielo y la tierra, entre Dios y el mundo, entre el espíritu y la carne, entre la esperanza y la desesperación. Sólo el cristiano que vive en gracia puede ser de manera plenaria un homo ludens; fundado en Dios, puede "orientarse" como corresponde, ser eutrapelos. Doctrina grandiosa, comenta Hugo Rahner; entonces el cristiano puede jugar y divertirse, entonces el sonreír y el reír pueden ser una virtud. "Acá se abren las puertas para la teología medieval del cristiano gozoso, capaz de percibir en todas las cosas creadas sus límites e insuficiencias, y por eso justamente puede reírse de todo, porque sabe de la santa seriedad de lo divino. El que no comprende esto pertenece al grupo para los cuales Santo Tomás acuñó la exquisita expresión de ´non molliuntur delectatione ludi´ (no se ablandan con el placer del juego)" (13).

De hecho, la doctrina tomista de la eutrapelia penetró el tejido social de la Edad Media, tan erróneamente considerada como una época triste y aburrida. Las llamadas risa paschalia; las escenas burlescas representadas en los bajorrelieves de numerosos templos y catedrales, como por ejemplo en la iglesia de Vézelay (14); las denominadas "fiestas de los locos", en que se festejaba una suerte de superación o abolición de la razón, en un espíritu semejante al que caracteriza a "los locos por Dios" del mundo eslavo; la "fiesta de los asnos", con sus rebuznos lanzados contra altos "dignatarios" no siempre tan dignos; la llamada "fiesta de los obispillos", donde un grupo de chicos se disfrazaban de obispos, tomando en chacota a las jerarquías locales; son otras tantas expresiones del humor medieval, libre y ocurrente (15).

Como dijimos al comienzo, la enseñanza moral de los últimos siglos fue olvidando más y más la doctrina del Angélico y el espíritu lúdico medieval. La virtud de la eutrapelia entró en un cono de sombra, no subsistiendo de ella sino una breve y seca definición en los manuales de teología moral. Quizás fue Kierkegaard el primer cristiano moderno que llamó la atención sobre la importancia del humor no sólo para la cultura del hombre sino también para el progreso mismo de su vida religiosa.
Autor: cristiandad.org

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1. Cuando se afirma que la modestia es una parte potencial de la virtud de la templanza, se quiere decir que es una de estas virtudes que pertenecen al ámbito de la templanza, pero que moderan las cosas que son más fáciles de moderar. A la modestia pertenecen distintas virtudes, entre las cuales se encuentra nuestra querida eutrapelia.

2. Comm. in Eth. Nic., lib. IV, lect. 16, n. 851.

3. Summa Theol. II-II, 168, 2, c.

4. Íbid.

5. Ética a Nicómaco, lib. IV, cap. 14.

6. Comm. in Eth. Nic., lib. IV, lect. XVI, nn. 857-858.

7. Ética a Nicómaco, lib. X, cap. 6.

8. Comm. in Eth. Nic., lib. X, lect. IX.

9. Íbid.

10. Santo Tomás, Summa Theol. II-II, 168, 3, ad. 2.

11. Cf. Platón, Leyes, I, 647d.

12. Cf. art. "Eutrapélie", de H. Rahner, en Dict. Sp., col. 1726-1727.

13. "Eutrapelie, eine vergessene Tugend", en Geist und Leben t. 27 (1954), 350.

14. Tales escenas, y otras posteriores, han suscitado curiosas reacciones e interpretaciones en diversas personalidades y especialistas de arte: "¡Qué irreverencia, qué diluvio de fábulas sobre la Virgen, los santos y el mismo Dios!", exclamaba Renan; Viollet-le Duc intentaría introducir la explicación del imaginero laico, antierreligioso y librepensador, y algunos españoles prefirieron culpar a algún erasmista infiltrado o a presuntos imagineros tocados de luteranismo...

15. Cf. J. Lozano, "Humor y cristianismo", en Razón y Fe 187 (1973) 440-442. Para comprender mejor cómo la Edad Media valoró la eutrapelia, cf. asimismo las detalladas recomendaciones que se daban a los Reyes en orden a vencer la tristeza en Siete Partidas II, V, XX; y los diversos consejos contra la acedia en Glosa castellana al Regimiento de Príncipes, de Egidio Romano, Libro del Caballero Zifer y Libro del caballero et del escudero, de Don Juan Manuel.