El Hijo de Dios, el
que es anterior a todos los siglos, el invisible, el incomprensible, el
incorpóreo, el que es principio de principio, luz de luz, fuente de vida y de
inmortalidad, representación fiel del arquetipo, sello inamovible, imagen
absolutamente perfecta, palabra y pensamiento del Padre, él mismo se acerca a
la criatura hecha a su imagen y asume la carne para redimir a la carne; se une
con un alma racional para salvar mi alma, par purificar lo semejante por lo
semejante: asume nuestra condición humana, asemejándose a nosotros en todo, con
excepción del pecado. Fue concebido en el seno de una virgen, que previamente
había sido purificado en su alma y en su cuerpo por el Espíritu (porque
convenía que fuese dignamente honrada la maternidad y que , a la vez, fuese
grandemente exaltada la excelencia de la virginidad); nació Dios con la
naturaleza humana que había asumido, unificando dos cosas contrarias entre si,
es decir la carne y el espíritu. Una de ellas aportó la divinidad, la otra la
recibió.
El que enriquece a
otros se hace pobre; soporta la pobreza de mi carne para que yo alcance los
tesoros de su divinidad. El que todo lo tiene, de todo se despoja; por un breve
tiempo se despoja de su gloria par que yo pueda participar de su plenitud.
¿Por qué tantas
riquezas de bondad? ¿Por qué este admirable misterio en favor mío? Recibí la
imagen divina y no supe conservarla. Él asume mi carne para dar la salvación al
alma creada a su imagen y para dar la inmortalidad a la carne; se une a
nosotros mediante un consorcio mucho más admirable que el primero.
Convenía que la
santidad fuese otorgada al hombre mediante la humanidad asumida por Dios; de
manera que , habiendo vencido con su poder al tirano que nos tenía sojuzgados,
nos librara y atrajera nuevamente hacia sí por medio de su Hijo, que realizó
esta obra redentora para gloria de su Padre y que tuvo siempre esta gloria como
objetivo de todas sus accione.
Aquel buen Pastor
que dio su vida por las ovejas salió a buscar la oveja perdida, por las
montañas y colinas donde tú ofrecías sacrificios a los ídolos. Y , cuando
encontró a la oveja perdida, la cargó sobre sus hombros, sobre los que había
cargado también el madero de la cruz, y así la llevó nuevamente a la vida
eterna.
La luz brillante
sigue a la antorcha que la había precedido, la Palabra a la voz, el Esposo al
amigo del Esposo, que preparaba par el Señor un pueblo bien dispuesto y lo
purifica con el agua, disponiéndolo a recibir el bautismo del Espíritu.
Tuvimos necesidad de
que Dios asumiera nuestra carne y muriera, para que nosotros pudiéramos vivir.
Hemos muerto con él para ser purificados, hemos resucitado con él, porque con
él hemos muerto; y con él hemos sido glorificados, porque juntamente con él
hemos resucitado.
Señor, no dejes de darme,
para que yo pueda compartir.
Sigue perdonándome,
para que yo aprenda a ser indulgente;
No te canses de pedirme,
para que no me encierre en mí mismo.
Reclama, para que no me vuelva avaro
persiste en mover mi pereza,
para que no me instale en mi egoísmo.
enséñame a vivir en el amor,
enséñame a amar con tu corazón.
Y... ten paciencia con éste tu
ojo
para que no se canse nunca de servirte.
Enséñame a vivir.
Los santos varones, al hallarse involucrados en el combate de las tribulaciones, teniendo que soportar al mismo tiempo a los que atacan y a los que intentan seducirlos, se defienden de los primeros con el escudo de su paciencia, atacan a los segundos arrojándoles los dardos de su doctrina, y se ejercitan en una y otra clase de lucha con admirable fortaleza de espíritu, en cuanto que por dentro oponen una sabia enseñanza a las doctrinas desviadas, y por fuera desdeñan sin temor las cosas adversas; a unos corrigen con su doctrina, a otros superan con su paciencia. Padeciendo, superan a los enemigos que se alzan contra ellos; compadeciendo, retornan al camino de la salvación a los débiles; a aquéllos les oponen resistencia, para que no arrastren a los demás; a éstos les ofrecen su solicitud, para que no pierdan del todo el camino de la rectitud
Veamos cómo lucha contra unos y otros el soldado de la milicia de Dios. Dice san Pablo: Ataques por fuera, temores por dentro. Y enumera estas dificultades exteriores, diciendo: Con peligros de ríos, con peligros de bandoleros, peligros entre mi gente, peligros entre gentiles, peligros en la ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros con los falsos hermanos. Y añade cuáles son los dardos que asesta contra el adversario en semejante batalla: Muerto de cansancio, sin dormir muchas noches, con hambre y sed, a menudo en ayunas, con frío y sin ropa.
Pero, en medio de tan fuertes batallas, nos dice también cuánta es la vigilancia con que protege el campamento, ya que añade a continuación: Y, aparte todo lo demás, la carga de cada día, la preocupación por todas las Iglesias. Además de la fuerte batalla que él ha de sostener, se dedica compasivamente a la defensa del prójimo. Después de explicarnos los males que ha de sufrir, añade los bienes que comunica a los otros.
Pensemos lo gravoso que ha de ser tolerar las adversidades, por fuera, y proteger a los débiles, por dentro, todo ello al mismo tiempo. Por fuera sufre ataques, porque es azotado, atado con cadenas; por dentro sufre por el temor de que sus padecimientos sean un obstáculo no para él, sino para sus discípulos. Por esto, les escribe también: Nadie vacile a causa de estas tribulaciones. Ya sabéis que éste es nuestro destino. Él temía que sus propios padecimientos fueran ocasión de caída para los demás, que los discípulos, sabiendo que él había sido azotado por causa de la fe, se hicieran atrás en la profesión de su fe.
¡Oh inmenso y entrañable amor! Desdeñando lo que él padece, se preocupa de que los discípulos no padezcan en su interior desviación alguna. Menospreciando las heridas de su cuerpo, cura las heridas internas de los demás. Es éste un distintivo del hombre justo, que, aun en medio de sus dolores y tribulaciones, no deja de preocuparse por los demás; sufre con paciencia sus propias aflicciones, sin abandonar por ello la instrucción que prevé necesaria para los demás, obrando así como el médico magnánimo cuando está él mismo enfermo. Mientras sufre las desgarraduras de su propia herida, no deja de proveer a los otros el remedio saludable.
Autor: san Gregorio Magno, papa, De los tratados morales sobre el libro de Job 3, 39-40
LAS NUEVE ORACIONES DE SAN GREGORIO MAGNO
En reverencia de la Sagrada Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo
(El Maremagnum)
El Papa Inocencio VIII, concedió a los que rezaren las nueve oraciones siguientes de San Gregorio, las siguientes indulgencias:
Cada día: 14.185.149 años de indulgencia.
En Viernes el doble.
En Viernes Santo: 8 indulgencias plenarias.
Y los que no saben leer, o muy enfermos, pueden rezar 20 Padrenuestros y 20 Avemarías frente a la imagen del santo, y ganan lo mismo.
Los que dijesen 7 Padrenuestros y 7 Avemarías frente a la imagen del Santo: 50.000 años de indulgencias y el Viernes Santo, indulgencia plenaria
Hagamos este obsequio a las benditas almas del Purgatorio
Puede parecer que son grandes indulgencias y que no es necesario rezarlas a menudo, pero se hacen suave brisa fresca en la inmensidad del Purgatorio y del gran número de almas que allí se encuentran. Muchas almas padecen y pocos rezan por ellas. Rezar con tesón y con la mayor frecuencia que se pueda.
PRIMERA ORACIÓN
Señor mío Jesucristo, te adoro colgado de la Santa Cruz, coronada de espinas tu Cabeza. Te ruego que Tu Santísima Cruz me libre del ángel malo. Amén Jesús.
Un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
SEGUNDA ORACIÓN
Oh Señor mío Jesucristo, te adoro en la Cruz herido y llagado, bebiendo hiel y vinagre. Te ruego que la lanza de Tu Santísimo Costado sea remedio para mi alma. Amén Jesús.
Un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
TERCERA ORACIÓN
Oh Señor mío Jesucristo, por aquella amargura, que por mí, miserable pecador, sufriste en la Cruz, principalmente en aquella hora, cuando tu Alma santísima salió de tu bendito cuerpo , te ruego Señor, que tengas misericordia de mi alma cuando salga de esta vida mortal; la perdones y la encamines a la Vida Eterna. Amén Jesús.
Un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
CUARTA ORACIÓN
Oh Señor mío Jesucristo, yo te adoro depositado en el Santo Sepulcro, ungido con mirra y ungüentos fragantes. Te ruego Señor, que tu muerte sea remedio para mi alma. Amén Jesús.
Un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
QUINTA ORACIÓN
Oh Señor mío Jesucristo, yo te adoro y considerando aquel tiempo cuando descendiste a los infiernos y de allí sacaste y pusiste en libertad en los cielos a los que allí estaban cautivos, te ruego Señor que tengas misericordia de mi. Amén Jesús.
Un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
SEXTA ORACIÓN
Oh Señor mío Jesucristo, que estás sentado a la derecha del Padre Eterno, yo te adoro por tu santa resurrección de entre los muertos y Ascensión a los Cielos. Te ruego Señor que yo te pueda seguir y mi alma pueda ser presentada delante de la Santísimas Trinidad. Amén Jesús.
Un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
SÉPTIMA ORACIÓN
Oh Señor mío Jesucristo, Pastor bueno, conserva y guarda a los justos, justifica y perdona a los pecadores, ten misericordia de todos los fieles y acuérdate de mí, triste y miserable pecador. Amén Jesús.
Un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
OCTAVA ORACIÓN
Oh Señor mío Jesucristo, yo te adoro y contemplando que el día del Juicio vendrás a juzgar a los vivos y a los muertos y a los buenos darás gloria y a los malos condenación eterna. Te ruego Señor, por tu Santa Pasión, nos libres de las penas del Infierno, nos perdones y nos lleves a la Vida Eterna. Amén Jesús.
Un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
NOVENA ORACIÓN
Oh amantísimo Padre, yo te ofrezco la inocente muerte de Tu Hijo y el amor tan firme de Su Corazón por toda la culpa y pena que yo miserable pecador merezco, y todos los pecadores: por aquellos enormes y gravísimos pecados míos y por todos mis prójimos y amigos vivos y difuntos. Te ruego tengas misericordia de nosotros. Amén Jesús
Un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
OFRECIMIENTO
Estas oraciones las ofrezco a los méritos de la Pasión y muerte de nuestro Redentor Jesucristo, a quien pido y suplico me las reciba en descuento y satisfacción de mis culpas y pecados confirmándome lo que San Gregorio y otros Pontífices han concedido a quienes la rezaren delante de su imagen o la llevasen consigo y es mi voluntad que Dios nuestro Señor aplique lo que le pareciese ser bastante para sacar del Purgatorio el alma que allí estuviese y que fuese más de mi obligación gloria suya y de la Santísima Virgen María, a quien pido y suplico sea mi abogada con su Divina Majestad. Amén Jesús.
ORACIÓN
Oh altísima Cruz, oh inocente y preciosa Sangre, oh pena grande y cruel, oh pobreza de Cristo mi Redentor, oh Llagas muy lastimadas, oh Corazón traspasado, oh Sangre de Cristo derramada, oh muerte amarga de Dios, oh dignidad grande de Dios, digna de ser reverenciada. Ayúdame Señor para alcanzar la vida eterna, ahora y en la hora de mi muerte. Amén Jesús.
"Jesús, tomando a Pedro, a Juan y a Santiago, subió a
un monte a orar. Mientras oraba, el aspecto de su rostro se transformó, sus
vestidos se volvieron blancos y resplandecientes. Y he aquí que dos varones
hablaban con Él: Moisés y Elías..." (Lc. 9, 28-30)
La primera consideración es ésta: Jesús subió a la montaña y
se puso a orar... Nosotros conoceremos que nuestra oración ha sido buena si, como
Nuestro, salimos con la faz resplandeciente y los vestidos blancos como la
nieve; quiero decir, si nuestra cara brilla por la caridad y nuestro cuerpo por
la castidad. La caridad es la pureza del alma, pues no puede soportar en
nuestros corazones ningún afecto impuro o contrario a Aquel a quien ama (la
caridad y el amor son una sola cosa); y la castidad es la caridad del cuerpo,
que rechaza toda clase de impurezas.
si al salir de la oración tenéis un rostro hosco y
melancólico, enseguida se verá que no habéis hecho la oración como debierais.
La segunda consideración es que los apóstoles vieron a
Moisés y a Elías hablando a Nuestro
Señor del exceso que Él iba a hacer en Jerusalén. fijaros bien, durante la
Transfiguración están hablando de la Pasión... Y ¿qué exceso es ese? El exceso
de que un Dios descienda de su gloria suprema. Y ¿para qué desciende? Viene a
tomar nuestra humanidad y a estar sumiso a los hombres, o sea, a todas las
miserias humanas, hasta el punto de que, siendo inmortal, se sometió a la
muerte y muerte de Cruz...
Me diréis: es bueno subir al Tabor para ser consolados
porque eso empuja y hace avanzar a alas almas débiles que no tienen el valor
para hacer el bien si n sienten satisfacción. ¡Ah, ni, perdonadme!, la
verdadera perfección no se logra entre consuelos. Ya lo veis en la
Transfiguración: los tres apóstoles que vieron la gloria de Nuestro señor, no
dejaron por ello de abandonarle en su Pasión. Y San Pedro, que siempre había
hablado con mucho atrevimiento, fue sin embargo un gran pecador, negando a su
Maestro. Del Tabor se baja pecador y al contrario, del Calvario se baja
justificado; claro está que siempre que nos hayamos mantenido firmes al pie de
la Cruz, Nuestra Señora.
Oración a San Francisco de Sales
Glorioso San Francisco de Sales,
vuestro nombre porta la dulzura del corazón mas afligido;
vuestras obras destilan la selecta miel de la piedad;
vuestra vida fue un continuo holocausto de amor perfecto
lleno del verdadero gusto por las cosas espirituales,
y del generoso abandono en la amorosa divina voluntad.
Enséñame la humildad interior,
la dulzura de nuestro exterior,
y la imitación de todas las virtudes que has sabido copiar
El Señor
descubre su gloria en presencia de testigos escogidos, e hizo resplandecer de
tal manera aquel cuerpo suyo común a todos, que su rostro se volvió semejante a
la claridad del sol y sus vestiduras aparecieron blancas como la nieve. En su
transfiguración, se trataba, sobre todo, de alejar de los corazones de sus
discípulos el escándalo de la cruz, y hacer que la ignominia voluntaria de su
muerte no pudiera desconcertar a estos antes quienes sería descubierto la
excelencia de su dignidad escondida.
Pero con no menor vista se estaba fundamentando la
esperanza de la santa Iglesia, ya que el cuerpo de Cristo, en su totalidad,
podría comprender cual habría de ser su transformación, y sus miembros podrían
contar con la promesa de su participación en aquel honor que brillaba en la
cabeza de antemano.
“Este es mi Hijo amado,...escuchadle”. Escuchadle, a él
que abre el camino del cielo, por el suplicio de la cruz, vosotros preparar las
enseñanzas para subir al Reino. ¿Por qué teméis, ser redimidos? ¿Por qué,
heridos, teméis, ser curados? Qué más voluntad hace falta que el querer de
Cristo. Arrojad el temor carnal y armaos de la constancia que inspira la fe.
Pues no conviene que dudéis en la pasión del Salvador que, con su auxilio,
vosotros no temeréis en vuestra propia muerte...
En estos tres apóstoles, la Iglesia entera ha aprendido
todo lo que vieron sus ojos y oyeron sus oídos (cf 1Jn 1,1). Por tanto la fe de
todos ellos se vuelva más firme por la predicación del santo Evangelio, y hace
que nadie enrojezca ante la cruz de Cristo, por la cual el mundo ha sido
rescatado.
Autor: San
León I el Magno ( ?- c 461), doctor de la Iglesia. Sermón 51,
2-3, 5-8 : PL 54, 310-313, SC 74 bis Fuente: evangeliodeldia.org
Para atajar
toda pregunta de sus discípulos sobre el momento de su venida, Cristo dijo: Esa
hora nadie la sabe, ni los Ángeles ni el Hijo. No os toca a vosotros conocer
los tiempos y las fechas. Quiso ocultarnos esto para que permanezcamos
en vela y para que cada uno de nosotros pueda pensar que ese acontecimiento se
producirá durante su vida. Si el tiempo de su venida hubiera sido revelado,
vano sería su advenimiento, y las naciones y siglos en que se producirá ya no
lo desearían. Ha dicho muy claramente que vendrá, pero sin precisar en qué
momento. Así todas las generaciones y todas las épocas lo esperan
ardientemente.
Aunque el Señor haya dado a conocer las señales de su venida, no se advierte
con claridad el término de las mismas, pues, sometidas a un cambio constante,
estas señales han aparecido y han pasado ya; más aún, continúan todavía. La
última venida del Señor, en efecto, será semejante a la primera. Pues, del
mismo modo que los justos y los profetas lo deseaban, porque creían que
aparecería en su tiempo, así también cada uno de los fieles de hoy desea
recibirlo en su propio tiempo, por cuando que Cristo no ha revelado el día de
su aparición. Y no lo ha revelado para que nadie piense que Él, dominador de la
duración y del tiempo, está sometido a alguna necesidad o a alguna hora. Lo que
el mismo Señor ha establecido, ¿cómo podría ocultársele, siendo así que Él
mismo ha detallado las señales de su venida? Ha puesto de relieve esas señales
para que, desde entonces, todos los pueblos y todas las épocas pensaran que el
advenimiento de Cristo se realizaría en su propio tiempo.
Velad, pues cuando el cuerpo duerme, es la naturaleza quien nos domina; y
nuestra actividad entonces no será dirigida por la voluntad, sino por los
impulsos de la naturaleza. Y cuando reina sobre el alma un pesado sopor –por
ejemplo, la pusilanimidad o la melancolía-, es el enemigo quien domina el alma
y la conduce contra su propio gusto. Se adueña del cuerpo la fuerza de la
naturaleza, y del alma el enemigo.
Por eso ha hablado nuestro Señor de la vigilancia del alma y del cuerpo, para
que el cuerpo no caiga en un pesado sopor ni el alma en el entorpecimiento y el
temor, como dice la Escritura: Sacudíos la modorra, como es razón;
y también: Me he levantado y estoy contigo; y todavía: No os acobardéis.
Por todo ello, nosotros, encargados de este ministerio, no nos acobardamos.
Autor: San Efrén, Diácono, sobre el Diatésaron (Cap. 18,
15-17: SCh 121, 325-328)
Oración
de San Efrén de Siria
Mi santísima
Señora, Madre de Dios, llena de gracia, tú eres la gloria de nuestra
naturaleza, el canal de todos los bienes, la reina de todas las cosas después
de la Trinidad..., la mediadora del mundo después del Mediador; tú eres el
puente misterioso que une la tierra con el cielo, la llave que nos abre las
puertas del paraíso, nuestra abogada, nuestra mediadora. Mira mi fe, mira mis
piadosos anhelos y acuérdate de tu misericordia y de tu poder. Madre de Aquel
que es el único misericordioso y bueno, acoge mi alma en mi miseria y, por tu
mediación, hazla digna de estar un día a la diestra de tu único Hijo.
Si hay
aquí alguno que esté esclavizado por el pecado, que se disponga por la fe a la
regeneración que nos hace hijos adoptivos y libres; y así, libertado de la
pésima esclavitud del pecado y sometido a la dichosa esclavitud del Señor, será
digno de poseer la herencia celestial. Despojaos, por la confesión de vuestros
pecados, del hombre viejo, viciado por las concupiscencias engañosas, y vestíos
del hombre nuevo que se va renovando según el conocimiento de su creador.
Adquirid, mediante vuestra fe, las arras del Espíritu Santo, para que podáis
ser recibidos en la mansión eterna. Acercaos a recibir el sello
sacramental, para que podáis ser reconocidos favorablemente por aquel que es
vuestro dueño. Agregaos al santo y racional rebaño de Cristo, para que un día,
separados a su derecha, poseáis en herencia la vida que os está preparada.
Porque
los que conserven adherida la aspereza del pecado, a manera de una piel velluda,
serán colocados a la izquierda, por no haberse querido beneficiar de la gracia
de os, que se obtiene por Cristo a través del baño de regeneración. Me refiero
no a una regeneración corporal, sino al nuevo nacimiento del alma. Los cuerpos,
en efecto, son engendrados por nuestros padres terrenos, pero las almas son
regeneradas por la fe, porque el Espíritu sopla donde quiere. Y así
entonces, si te has hecho digno de ello, podrás escuchar aquella voz: Muy
bien. Eres un empleado fiel y cumplidor, a saber, si tu conciencia es
hallada limpia y sin falsedad.
Pues, si
alguno de los aquí presentes tiene la pretensión de poner a prueba la gracia de
Dios, se engaña a sí mismo e ignora la realidad de las cosas. Procura, oh
hombre, tener un alma sincera y sin engaño, porque Dios penetra en el interior
del hombre.
El tiempo
presente es tiempo de reconocer nuestros pecados. Reconoce el mal que has
hecho, de palabra o de obra, de día o de noche. Reconócelo ahora que es el
tiempo propicio, y en el día de la salvación recibirás el tesoro celeste.
Limpia tu
recipiente, para que sea capaz de una gracia más abundante, porque el perdón de
los pecados se da a todos por igual, pero el don del Espíritu Santo se concede
a proporción de la fe de cada uno. Si te esfuerzas poco, recibirás poco, si
trabajas mucho, mucha será tu recompensa. Corres en provecho propio, mira,
pues, tu conveniencia.
Si tienes
algo contra alguien, perdónalo. Vienes para alcanzar el perdón de los pecados:
es necesario que tú también perdones al que te ha ofendido.
Autor: San
Cirilo de Jerusalén, padre de la Iglesia, siglo IV. 1,2-3.
5-6: PG 33, 371, 375-378)
Oración
a san Cirilo de Jerusalén
Padre
misericordioso, que por medio del obispo san Cirilo de Jerusalén diste a tu
Iglesia un conocimiento más profundo de los misterios de salvación, permítenos
conocer de tal manera a tu Hijo que podamos participar abundantemente de su
vida divina. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es
Dios, por los siglos de los siglos.
Yo también
alguna vez allá en el mundo, corría por las carreteras de España, ilusionado de
poner el marcador del automóvil a 120 km por hora... ¡Qué estupidez! Cuando me
di cuenta de que el horizonte se me acababa, sufrí la decepción del que goza la
libertad de la tierra... pues la tierra es pequeña y, además, se acaba con
rapidez. Horizontes pequeños y limitados rodean al hombre, y para el que tiene
un alma sedienta de horizontes infinitos... los de la tierra no le bastan... le
ahogan. No hay mundo bastante para él, y sólo encuentra lo que busca en la
grandeza e inmensidad de Dios. ¡Hombres libres que recorréis el
planeta! No os envidio vuestra vida sobre el mundo. Encerrado en un
convento, y a los pies de un crucifijo, tengo libertad infinita, tengo un
cielo..., tengo a Dios. ¡Qué suerte tan grande es tener un corazón enamorado de
El!...
¡Pobre hermano Rafael!... Sigue esperando... sigue
esperando con esa dulce serenidad que da la esperanza cierta. Sigue quieto,
clavado, prisionero de tu Dios, a los pies de su Sagrario. Escucha el lejano
alboroto que hacen los hombres al gozar breves días su libertad por el mundo.
Escucha de lejos sus voces, sus risas, sus llantos, sus guerras... Escucha y
medita un momento. Medita en un Dios infinito... en el Dios que hizo la tierra
y los hombres, el dueño absoluto de cielos y tierras, de ríos y mares; el que
en un instante, con sólo quererlo, con sólo pensarlo, creó de la nada todo
cuanto existe.
Medita un momento en la vida de Cristo y verás que en
ella no hay libertades, ni ruido, ni voces... Verás al Hijo de Dios, sometido
al hombre. Verás a Jesús obediente, sumiso, y que con serena paz, sólo tiene
por ley de su vida cumplir la voluntad de su Padre. Y, por último, contempla a
Cristo clavado en Cruz... ¡Á qué hablar de libertades!
Autor: San
Rafael Arnáiz Barón (1911-1938), monje trapense español. Escritos
Espirituales, 15/12/1936 Fuente: evangeliodeldia.org