Unos hermanos de Scitia quisieron ver al abad Antonio. Se embarcaron en una nave y se encontraron en ella un anciano que también quería ir donde Antonio. Pero los hermanos no lo sabían. Sentados en el barco hablaban de las sentencias de los Padres, de las Escrituras y de sus trabajos manuales. El anciano guardaba silencio. Al llegar al puerto supieron que también él iba en busca del abad Antonio. Cuando se presentaron, el abad Antonio les dijo: «Buen compañero de viaje encontrasteis en este anciano». Y luego dijo al anciano: «Padre, has encontrado unos buenos hermanos». Pero el anciano le respondió: «Son buenos pero su habitación no tiene puerta. En su establo entra todo el que quiere y desata el asno». Esto lo decía porque los hermanos hablaban de todo lo que pasaba por su cabeza.
“Te amo”. Tal vez nos hayamos oído estas palabras
hoy. Pues, no sólo los novios las hablan como sus últimas palabras en la noche.
Se ha hecho costumbre que las madres las dicen como las últimas palabras a sus
hijos cuando los dejan en escuela. Los esposos también las repiten cuando
terminan una conversación telefónica. “Te amo”. ¡Que distinto matiz tienen que
las últimas palabras de Jesús en la Pasión según san Marcos!
En este evangelio Jesús dice sólo una frase de la
cruz. No tiene que ver con la confianza como en san Lucas ni con la formación
de su familia como en san Juan. No, como en san Mateo sus últimas palabras en
san Marcos demuestran desaliento y desolación. “Eloí, Eloí, ¿lemá sabactani?”,
Jesús grita en arameo. Sólo es humano que Jesús regresa al lenguaje de su niñez
en el último momento de su vida natural. Es como si dice de cada persona antes
de la muerte vuelve a su niñez para revisar toda su vida. Es como Jesús emite
estas palabras del mero corazón.
“Dios mío, Dios mío…” es la traducción que Marcos
da para “Eloí, Eloí…” A veces en la exasperación pronunciamos el nombre del
Señor, pero aquí Jesús se dirige a Dios en oración. Pues, su saludo está
seguido por una declaración. Lo que no oímos es la intimidad con que Jesús
rezaba antes. No dice, “Abba, Padre….” Como hizo en el jardín la noche
anterior. Es como si ya Jesús sintiera la pérdida de su posesión más preciosa –
que vale más que casa o barca – la relación íntima con Dios.
Los expertos han notado como “Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?” forman las primeras palabras del Salmo 21 que
comienza en lamento pero termina en alabanza. Por eso, según algunos, el
propósito de la frase no es indicar la decepción sino el triunfo. Sin embargo,
decir que Jesús no tiene desilusión profunda en este momento sería privar del
relato de Marcos lo que quiere comunicar. Es cierto que la crucifixión de Jesús
termina en el resplandor de la resurrección, pero para evaluar la grandeza de
la victoria de Jesús, hay que determinar primero las tinieblas en que se
hundió.
Realmente Jesús siente abandonado por Dios. La
noche anterior pidió a su Padre que se le quitara de la ordalía que iba a
soportar. Pero no ha visto ninguna respuesta positiva. Al contrario sólo ha
encontrado rechazo y dolor. Sus propios discípulos lo traicionaron, se le
huyeron, y lo negaron. Su pueblo prefirió un asesino en lugar de él. Los
romanos lo azotaron, se le burlaron, y lo crucificaron. Los líderes judíos lo
condenaron falsamente, le escupieron, le mostraron el desdeño en la cruz. Aun
los otros hombres crucificados con él lo trataron con desprecio. Jesús ha
sufrido el abuso como si fuera Muammar Gadafi en Libia el año pasado.
Sin embargo, no maldice a sus perseguidores, ni
desespera en Dios, ni siquiera protesta la injusticia. Más bien, muestra el
amor de Dios para el mundo por aceptar todo con paciencia. Merece el juicio del
oficio romano que ha atestiguado su muerte: “De veras este hombre era Hijo de
Dios”. También vale nuestra alabanza, nuestro seguimiento, y nuestra súplica.
Debemos alabarlo porque nos ha liberado del pecado. Debemos seguirlo para
evitar recaer en las trampas de soberbia, avaricia, y lujuria. Y debemos
suplicarle desde que aun con su ejemplo perfecto nos hace falta la gracia del
Espíritu Santo.
Acordémonos por un momento el cayado del Beato
Juan Pablo II. Llevaba la imagen de Jesús crucificado. No parece como Jesús en
san Juan que forma su familia desde la cruz. Ni necesariamente Jesús en san
Lucas quien muere en completa confianza de Dios Padre. No, parece más como
Jesús crucificado en san Marcos: exasperado y maltratado para decirnos: “Te
amo”. Jesús aguanta todo para decirnos, “Te amo”.
Ten por cierto que si a Dios un alma le es grata, más la pondrá a prueba. Por tanto, ¡Coraje! y adelante siempre.
Por muy altas que sean las olas, el Señor es más alto. ¡ Espera!... la calma volverá.
Las pruebas a las que Dios os somete y os someterá, todas son signos del amor Divino y Perlas para el alma.
Uno puede ahogarse en alta mar, y también puede sofocarse hasta el ahogo con un simple vaso de agua.- ¿Donde esta la diferencia? - ¿Acaso no es la muerte, en cualquiera de esas formas?.
El demonio es como perro encadenado; si uno se mantiene a distancia de el, no será mordido.
Jesús os guía hacia el cielo por campos o por desiertos - ¿que importancia tiene? Acomodaos a las pruebas que El quiera enviaros, como si debieran ser vuestras compañeras para toda la vida; cuando menos lo esperéis, quizás queden resueltas.
Los grandes corazones ignoran los agravios mezquinos.
En una estampa representando la cruz, el Padre escribió estas palabras:"El madero no os aplastará; si alguna vez vaciláis bajo su peso, su poder os volverá a enderezar".
Golgota. Una cima cuya ascensión nos reserva una visión beatifica de nuestro amado salvador.
Por los golpes reiterados de su martillo, el Artista divino talla las piedras que servirán para construir el Edificio Eterno.
Puede decirse con toda justicia que cada alma destinada a la gloria eterna es una de esas piedras indispensables. Cuando un constructor quiere levantar una casa, debe ante todo limpiar y nivelar el terreno; el Padre celestial procede de igual manera con el alma elegida que, desde toda la eternidad ha sido concebida para el fin que El se propone; por eso tiene que emplear el martillo y el cincel.
Esos golpes de cincel son las sombras, los miedos, las tentaciones, las penas, los temores espirituales y también las enfermedades corporales. Dad pues, gracias al Padre celestial por todo lo que impone a vuestra alma. Abandonaos a El totalmente. Os trata como trató a Jesús en el Calvario.
Es mediante una sumisión completa y ciega que os sentiréis guiado en medio de las sombras, las perplejidades y las luchas de la vida."El hombre obediente cantará victoria", nos dice la escritura. Si Jesús se manifiesta a vosotros, dadle también las gracias; si se oculta a vuestra vista, dadle también las gracias. Todo esto compone el yugo del amor.
No escuchéis lo que os dice vuestra imaginación. Por ejemplo, que la vida que lleváis es incapaz de guiaros al bien.
La gracia de Jesús vela y os hará obrar para ese bien.
Oración, pobreza, austeridad, fraternidad,
sencillez en la predicación y dedicación a los más pobres y marginados de la
sociedad
Aunque ambos comparten el apelativo, conviene
saber que el café capuchino no tiene nada que ver con los monjes capuchinos,
quienes aparecen en la historia justo tres siglos después de queSan Francisco de Asísestableciera en 1209 la Orden de Frailes Menores.
Junto a otros dos seguidores, en 1525 el monje italiano Matteo da Bascio obtuvo
un permiso del Papa Clemente VII para retomar el camino original del fundador.
Él revivió el
carisma franciscano, subrayando la vida de oración, pobreza, austeridad,
fraternidad, sencillez en la predicación y dedicación a los más pobres y
marginados de la sociedad. Y como hasta en el atuendo quiso mantener la
fidelidad a la primera Regla del “hermano de los hermanos”, la túnica con
capucha puntiaguda pronto distinguió a los frailes “capuchinos”.
Hoy forman una
comunidad de 10,109 hermanos repartidos en 56 países de los cinco continentes y
cuentan con 400 postulantes.
Como Orden de
Frailes Menores (OFM), ellos recalcan que están abiertos a miembros que no son
sacerdotes, pero que desean vivir consagrados a la oración contemplativa en
comunidad fraternal.
Al visitar este
verdadero “puerto virtual” capuchino resulta fascinante introducirse en el
mundo de la espiritualidad de San Francisco. Así, se entienden las sucesivas
reformas que dieron origen no sólo a los monjes capuchinos, sino a otras tres
ramas de frailes menores.
También, se puede
conocer la actividad de dos órdenes más que también fundó el “pobrecillo de
Asís”: la Orden de Santa Clara, a la que pertenecen religiosas recluidas en
monasterios inspirados en la regla de San Benito y la Tercera Orden o
Terciarios, integrada por religiosos o laicos que desean vivir insertos en el
mundo.
Cabe destacar que
actualmente existen cerca de 400 fraternidades o congregaciones terciarias
franciscanas dedicadas a labores específicas al servicio de la salud y la
educación. De hecho, el Papa Juan XXIII era terciario, según destaca el Boletín
Electrónico Capuchino.
La riqueza del
método franciscano de oración también se ofrece enesta página, en donde es posible encontrar desde los
fundamentos de la meditación personal hasta la metodología de los famosos
Talleres de Oración que promueve el fraile franciscano capuchino, Ignacio
Larrañaga.
Los caminos de la vida nos han llevado por distintos
senderos, pero al final de todo, nos encontramos en la senda común que es
CRISTO.
Siéntete en casa y compartamos nuestras experiencias
fraternas.Pues estoy
persuadido que:
"Muchos rostros ocupan mi mente, mis energías, mi
corazón. Con todos ellos he
caminado en estos años, todos ellos se han configurado conmigo y han
enriquecido mi vida. Rostros míos,
corazones abiertos, vengan a mi cada día. No se vayan todavía. Cada uno de ustedes
me habla de Dios. Todos juntos, son el
rostro de Cristo. Rostros míos,
quédense en mi casa. Les invito a jugar y a gozar". Amén.
Hay quien se ha preocupado por la exhumación. No se hacía
a la idea de entrar en la cripta y encontrar una situación diferente de la que
había visto durante cuarenta años, y no ver el bloque de granito azul del
labrador sobre el cual han apoyado la mano, entre otros, la beata Madre Teresa
de Calcuta y el Siervo de Dios Papa Juan Pablo II. Y de nada servía explicar a
los “nostálgicos” que es lo que sucede con todos los santos.
Hay quien se ha preocupado de la ostensión. A alguien, con un conocimiento no
profundo de la espiritualidad del Padre Pío, le parecía una violación del
comportamiento de humildad con el cual el santo Hermano ha vivido toda su
existencia. Y no era suficiente explicar que, si es verdad que el Padre Pío
nunca quería exhibirse y escondía los dones sobrenaturales recibidos del Señor,
no titubeaba cuando confirmaba las propias experiencias místicas e incluso
enseñaba sus estigmas, por las cuales sentía “vergüenza”, incluso a las
personas a las cuales no tenía confianza, cuando examinando los corazones le
indicaban que aquel impacto habría sacudido la conciencia o despertado la fe.
Alguno ha expresado su opinión quedita. Otros han tenido oculta la propia
perplejidad bajo la disponibilidad a aceptar, con respetuosa y filial
obediencia, lo que había decidido la Iglesia. No ha faltado quien ha preferido
manifestar el propio disentimiento delante de faros y telecámaras, para
conquistarse un poco de notoriedad o para ajardinar una popularidad un poco
oscurecida. Han sido ocho millones y medio de personas que han compartido la
decisión de los Frailes, del Arzobispo y de la Santa Sede, aprovechando de
estos diecisiete meses de ostensión para vivir la emoción del encuentro
sensible con san Pío de Pietrelcina, esperando obtener un beneficio para el
propio crecimiento espiritual o simplemente curiosidad, que a veces se vuelve
un vehícolo para la acción de la gracia santificante.
También ahora, después del cierre de la urna en un sarcófago y el retiro del
cuerpo del Padre Pío a las miradas de los fieles y de los peregrinos, ha habido
alguna voz de disentimiento. Ya se había vuelto familiar ese rostro durmiente
que reproducía perfectamente las facciones del Santo después de su muerte. Se
había vuelto un punto de referencia de tantas oraciones, de tantas lágrimas, de
tantas esperanzas el cuerpo mortal de aquel hombre que, en vida, ha
evangelizado también a través de su cuerpo, que se ha vuelto imagen especular
de la muerte y de la resurrección de Cristo. También la nueva situación, en
menos de un año y medio, ha sido capaz de crear familiaridad, nostalgia, y de
esta forma una pregunta, siempre la misma, repetida y escuchada miles de veces:
¿Porqué volver a taparlo? Ha pensado nuestro Ministro Provincial a dar la
respuesta exactamente en la primera fase de la larga y conmovente ceremonia de
clausura.
Finalmente hay quien se está preocupando, con sorprendente tempestividad, del
futuro y todavía no anunciado traslado desde la cripta actual a la que está en
la iglesia dedicada a san Pío de Pietrelcina, bendecida el veintiuno de junio
pasado por el Santo Padre al final de su visita pastoral a San Giovanni
Rotondo.
Tanta participación, emotiva y pasional, demuestra que el Padre Pío no viene
advertido sólo por los devotos del santo, como un potente intercesor, sino que
viene considerado como un amigo, uno de familia. Pero, también en este caso, no
hay que pararse sólo en la superficie.
Qué bonito hubiera sido si la atención que se ha concentrado sobre la modalidad
de la sepultura del Padre Pío fuese por lo menos igualada, en los medios de
información y sobre todo en los corazones, a la atención de la espiritualidad y
a las enseñanzas del Santo, quizás recordando lo que Jesús dijo refiriéndose a
las hermanas de Lázaro: “Marta, Marta, tú te afliges y te agitas por muchas
cosas, pero sólo necesitamos una cosa. María ha elegido la parte mejor, que no
le será quitada”.
Autor: Francesco D. Colacelli extraído
de La Voz del Padre Pío (Año XXXVIII - n. 6 - NOVIEMBRE/DICIEMBRE 2009)
En el tiempo fuerte de la cuaresma,
propongo una reflexión sobre el valor de esta práctica en la vida de San
Francisco de Asís, su ejemplo nos estimula a vivir bien este tiempo propicio de
conversión y expectativa de la Pascua.
Para San Francisco la oración y el ayuno tiene especial lugar en su ascesis. Él
nos dice en su Regla No Bulada (III,1): “Dice el Señor: 'esta clase de demonios
no puede salir más que a fuerza de ayuno y oración' (cf. Mc 8,28)”. El monte
Alvernia es una demostración clara de que San Francisco, al final de sus días,
sentía la necesidad de lo que llamamos “ratos fuertes de oración y de una
experiencia del desierto” (Charles de Foucault). Su inserción en Dios era tan
fuerte y profunda, que era un hombre hecho oración.
San Francisco no se contenta de vivir la Cuaresma así dicha “Grande” o de la
Redención, convocada por la Iglesia, que inicia el Miércoles de Cenizas hasta
la Semana Santa en preparación a la Pascua (RegB III, 6). Creó la Cuaresma de
Adviento o de la Encarnación, en preparación a la Navidad, que san Francisco
hacia, y que va de la fiesta de todos los Santos a la vigilia de la Natividad
del Señor. Solo estas dos eran obligatorias para todos sus frailes, escribe en
la Regla (RegB III, 6): Y ayunen desde la fiesta de Todos los Santos hasta la
Navidad del Señor. Sin embargo, la santa cuaresma que comienza en la Epifanía y
se prolonga cuarenta días continuos, la que el Señor consagró con su santo
ayuno (cf. Mt 4,2).
San Francisco personalmente hace otras tres, y todas ellas pasaba en ayunas y
oraciones, apartado del mundo, para estar solo y solamente con Dios, en
continuo proceso de conversión. Viviendo más profundamente el misterio de la
Encarnación de Jesucristo, la Cuaresma de la Epifanía o “Benedetta” (RegNB III,
11; LM IX, 2); con esta cuaresma, San Francisco entendía hacer una relación
entre el tiempo de Navidad y de Pascua. Como ya vimos, él no hace separación
entre la Navidad y la Pascua, pues representan los dos polos del único misterio
de salvación.
Su gran
devoción por los santos y servidores celestiales hacen en él una cuaresma
especial, toda propia del Poverello, que no la ha impuesto y ni menos la
aconseja a sus frailes; la busca solo para sí mismo. La Cuaresma en honor a San
Miguel, ayunaba devotísimamente e iniciaba el día de la Asunción (15 de
Agosto), y la terminaba en el día de la fiesta de San Miguel Arcángel (29 de
Septiembre). Solía decir que: “cada uno debería ofrecer alguna alabanza u
ofrenda especial a Dios en honor a tan gran príncipe” (2Cel 197; LM VIII, 10,
IX 3, XIII, 1.5.)
Otra devoción
cuaresmal del Seráfico hermano era a los santos Pedro y Pablo; “exprimía” la
comunión con la sagrada jerarquía, sobre todo, con el papa, signo de la unidad
de la Iglesia. Iniciaba el día de la fiesta de los apóstolos Pedro y Pablo (29
de Junio) hasta la fiesta de Asunción (15 de Agosto), demostrando la particular
devoción por María, madre y figura de la Iglesia (LM IX, 3).
Tenemos así
las cinco las cuaresmas de San Francisco durante el año: esto quiere decir que
cerca de doscientos días él pasaba cada año en soledad, orando y
mortificándose; apartado de las personas, solo con Dios. Empleando así dos
tercios de su tiempo a la contemplación y a la oración, y solo un tercio en la
acción, Con una vivencia así, por cerca de veinte años ha cambiado la faz al
mundo.
Los tempos litúrgicos de la Iglesia, como
el Adviento, las fiestas de Navidad, la Cuaresma, las fiestas Pascuales, son
momentos privilegiados del retorno a Dios, cuando reconocemos que todo es vano
fuera del contexto religioso y que solo Cristo da un sentido, y un significado
a nuestra vida personal.
San Francisco nos dio un grande ejemplo.
Nos ha enseñado la entrada que lo condujo a hacer la experiencia del infinito
amor de Dios, gracia y don especial que el Poverello tuvo dos años antes de su
muerte, de participar en el sufrimiento y en el amor de Jesús Crucificado por
nuestra salvación. Así nos enseña (cfr Test 4): el Señor me dio una fe tal en
las iglesias, que oraba y decía así sencillamente:
Te adoramos, Señor Jesucristo, también en todas tus iglesias que hay en el
mundo entero y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
(Test 5)
En Jerusalén la muchedumbre gritaba: "Hosanna en
las alturas. Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel"
(cf Mc 11,10). Está bien decir "el que viene", porque viene sin
cesar, nunca nos deja: "el Señor está cerca de todos los que le invocan
sinceramente. Bendito el que viene en nombre del Señor" (Sal. 144,18;
117,26).
El Rey manso y pacífico está a la puerta... Los soldados aquí abajo, los
ángeles en los cielos, los mortales y los inmortales... gritaban: "Bendito
el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel". Pero los fariseos se
ponían a un lado (Jn 12,19), y los sacerdotes estaban aún más lejos. Estas
voces que cantaban la alabanza de Dios resonaban sin cesar: la creación estaba
feliz...
Por eso, aquel día, algunos
griegos, empujados por esta magnífica aclamación que honra a Dios con fervor,
se acercaron a un apóstol llamado Felipe y le dijeron: "Queremos ver a
Jesús". Mira: es toda la muchedumbre quien ocupa el lugar del Heraldo e incita
a estos griegos a que se conviertan. En seguida, éstos se dirigen a los
discípulos de Cristo: "Queremos ver a Jesús".
Estos paganos imitan a Zaqueo;
no se suben a un sicómoro [para ver a Jesús], sino que se apresuran a elevarse
en el conocimiento de Dios (Lc 19,3). "Queremos ver a Jesús": no
tanto contemplar su rostro, sino llevar su cruz. Porque Jesús, que veía su
deseo, anunció sin ambages a los que se encontraban allí: "llega la hora
en que el Hijo del hombre será glorificado", llamando gloria a la
conversión de los paganos.
Y dio a la cruz el nombre de "gloria". Porque desde ese día hasta
ahora, la cruz es glorificada; es la cruz, en efecto, lo que todavía ahora
consagra a los reyes, unge a los sacerdotes, protege a las vírgenes, da firmeza
a los ascetas, estrecha los lazos de los esposos, fortalece a las viudas. Es la
cruz la que fecunda la Iglesia, ilumina los pueblos, guarda el desierto, abre
el paraíso.
Autor: Proclo de Constantinopla(v. 390-446), obispo. Sermón para el día de Ramos; PG 65, 772