martes, 30 de abril de 2013

Del miedo al santo temor





Entre los estados de la República Mexicana se ha desatado una especie de competencia para saber cuál de ellos es el menos violento o cuál ha logrado bajar su índice de criminalidad.

Entre los estados de la república se ha desatado una especie de competencia para saber cuál de ellos es el menos violento o cuál ha logrado bajar su índice de criminalidad. Las encuestas y estadísticas rara vez disminuyen las alarmas y lo que crece es la desconfianza y el temor entre la población. Los ciudadanos no saben si continuar resistiendo o desesperar, como se desprende de los datos que arroja la encuesta del INEGI sobre «Victimización y la Percepción sobre Seguridad Pública», del 20 de septiembre de 2011.

Las instituciones públicas que conforman el estado mexicano han buscado afanosamente una solución, puesto que son ellas las principales responsables tanto de la situación vigente como de su correcta solución. Son para eso: para dar seguridad a la población. Así parecen haberlo entendido al celebrar continuos encuentros, asambleas y foros; al hacer declaraciones y ofrecer programas, acompañados de la sociedad civil con manifestaciones y marchas. Loable es esta intención, aunque sean magros los resultados.

La Iglesia católica publicó en febrero de 2009 un documento titulado «Que en Cristo, Nuestra Paz, México tenga Vida digna». Es un estudio analítico y doctrinal sobre la naturaleza de la violencia y las posibles soluciones. La jerarquía católica ha hablado con oportunidad y claridad, aunque el aporte mayor es el de la fe, la oración, la paciencia y el doloroso silencio de las familias victimadas que integran la comunidad católica. Esta es la contribución mayor y mejor a la paz. El señor cura sigue enseñando a sus fieles el padrenuestro y a conducir su vida bajo «el santo temor de Dios»; y la catequista continúa repasando a niños y jóvenes los diez mandamientos, porque ambos siguen creyendo que el amor de Dios es capaz de arrancar el odio y la violencia del corazón.

¿En qué consiste este bendito y santo temor de Dios?

Sencillamente, en que el hombre es creatura de Dios y a Él tiene que rendirle cuentas. «El impío dice en su corazón: no hay Dios que me pida cuentas», leemos en la Biblia.

Porque no cree en Dios, está lleno de impiedad y atropella a los demás. El último fundamento de una vida honesta sólo puede ser la fe en Dios. Si existe, a Él debo rendir cuentas. Si no, a nadie más. Los tribunales humanos están saturados de gritos de justicia y la sociedad cansada de escuchar juicios temerarios. No es el hipotético tribunal de la «historia» el que nos va a pedir cuentas, sino el Dios verdadero. Sólo el juicio divino nos garantiza la justicia y el respeto a la dignidad humana, y el santo temor de Dios es lo único y último que puede normar nuestra conducta moral y erradicar el mal del corazón. El señor cura y la catequista siguen teniendo razón y haciendo una gran labor a favor de la paz.

Autor: Mario de Gasperín | Fuente: El Observador

lunes, 29 de abril de 2013

Catalina de Siena hoy






Estamos en un momento histórico en el que es indiscutible el rol de la mujer, y en el que ésta va recuperando una serie de derechos que históricamente le fueron arrebatados; aunque a lo largo de la historia hubo algunas, que, a pesar de los condicionamientos históricos, se abrieron camino y son para las mujeres y para la sociedad un referente, y ¿por qué no? un modelo a imitar.

Coincidiendo con el comienzo de este curso, la semana pasada tuvo lugar en Madrid un curso, organizado por la CONFER[1], en el que participaron más de un centenar de personas, sobre “La tarea insustituible de la mujer en la acción evangelizadora de la Iglesia”. Era abierto, pero los participantes fueron 134 mujeres... Y esto es un indicativo. El título no cuestiona, afirma. Pero, he aquí que las participantes y ponentes al finalizar dicho curso “reclaman un protagonismo mayor e insustituible”; hablan de una Iglesia patriarcal –hoy- y afirman que “las mujeres son evangelizadoras porque son portadoras de una antorcha, que pasó de mano en mano, porque ayudan a despertar, a tomar conciencia y a actuar promoviendo así el cambio social...”. Hablaron de la mujer evangelizadora y evangelizada como “servidora del Reino, no como sirvienta gratuita y no rentable, para las cuentas diocesanas; de las mujeres como comensales del banquete, y no cocineras”... Se habló de corresponsabilidad, y del papel del acompañamiento espiritual por parte de la mujer en los procesos de fe, y se indicó que estamos en una sociedad y en una Iglesia que carece de líderes y de maestros espirituales; y aquí se apunto un papel insustituible para la mujer, por su capacidad de escucha, por su visión global de la vida y por su tendencia maternal femenina”. Finalmente se reconoció que la voz de la mujer había sido silenciada.... ¿y hoy?.... La pregunta quedó abierta.

Es justa la reivindicación, y ésta es muy diferente de igualdad de funciones. Confundir los papeles de hombres y mujeres, podría ser nefasto, nos veríamos privados de la riqueza que aporta lo femenino y lo masculino a nuestra existencia. Valores igualmente dignos y nobles, pero diferentes entre sí, complementarios.

Viendo el influjo de Catalina, y pensando en nuestra la Iglesia, que es madre, llegamos a la conclusión que no puede verse privada de lo femenino, de la presencia de la mujer en los ámbitos de decisión, de consulta, de gobierno; en la cátedra, en las relaciones diplomáticas, etc. porque por naturaleza ella está llamada a llenar de ternura y de cercanía esos ámbitos, -que de por sí son frios y/o formales- que sirven para acercarse al corazón del hombre, para comprender, perdonar, acoger.

Es tiempo de devolver a la Iglesia su auténtico rostro de esposa y de madre, y de no dejar a la sociedad privada de los valores auténticamente femeninos: La intuición, la capacidad de escucha y de sufrimiento, la perseverancia, la comprensión......ayudarán a dar respuestas a los problemas concretos del hombre de hoy, y seguramente será un buen paso para suavizar actitudes de condena, de inflexibilidad, de excesiva dureza.

En esto también Catalina, fue una precursora, que puede arrojar mucha luz para ayudarnos a descubrir nuevos caminos de realización. Basta ver su actuación, para darnos cuenta que hay muchos ámbitos que, entonces como ahora, pueden ser enriquecidos con la presencia activa de la mujer. Reducir su influjo o gastar todas las cargas, por defender temas, como por ejemplo el sacerdocio de la mujer, sería, tal vez una minimización del auténtico papel de la mujer. Eso, a lo mejor llegue, tal vez lo veamos, tal vez no, pero no es lo único ni lo más importante. De momento han dicho que no, que lo estudien los teólogos y lo discutan  los que tienen a su cargo la guía de la Iglesia. Nosotros, tratemos de “trabajar” por dar un paso “protagónico”, donde tiene que tenerlo la mujer, y no hay leyes -aunque sí costumbres- que se lo puedan impedir: ¿Serían los cardenales y los papas; los políticos y religiosos, los clérigos y laicos de entonces más dóciles que los de ahora?.... Catalina hizo oír ante ellos su voz enérgica y grave, y fue escucha, y también ignorada, pero no por eso dejó de: negociar, exponer, congregar en torno suyo una “familia”, orar, viajar, etc....

[1] Conferencia española de Religiosos.


Autor: Dominicos | Orden de Predicadores

domingo, 28 de abril de 2013

Un momento de serenidad





Llegué al Collado del Acebal en tiempo de lluvias. Nunca había visto caer tanta agua en tan poco tiempo, así que enseguida comenté a todos mi asombro ante los torrentes que pasaban ante nosotros deslavando los campos y convirtiendo los caminos en auténticos ríos.

Sin embargo las montañas y los valles estaban muertos y parecían amasados de fango y tristeza. No pude ocultar por más tiempo mi perplejidad:

- ¿Por qué no están verdes los valles y las montañas si cae tanta agua?

Y uno de los más ancianos me dio una palmada en la espalda y me dijo:

- El agua es muy buena, pero ahora es violenta. Espera y verás.

Esperar no fue fácil. Los truenos estallaban por las noches con tal ímpetu como si una manada de bisontes galopara por el tejado. Fuera sólo había agua y más agua. Pero, como dijo el anciano, era un agua voraz, más insoportable para los campos que el sol del desierto... pero era agua, sólo agua.

A los pocos días amainó el temporal y, al pasar la época de lluvias, una gran serenidad se adueñó del clima. El sol salía y se ocultaba trazando en el cielo un recorrido limpio de nubes. Así, en medio de la calma y de la paz, la región floreció y se convirtió en un vergel como nunca antes había visto.

Nuestra alma no necesita sólo agua, sino la serenidad y la paz que da el silencio. Nada florecerá en quien no vive en paz.

Autor: P. Miguel Segura | Fuente: Catholic.net

viernes, 26 de abril de 2013

Jesús es el CAMINO







“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros”... el que escucha este mandamiento, o mejor, el que lo obedece, se renueva interiormente no por un amor cualquiera sino por el mismo amor que el Señor ha precisado, añadiendo: “Como yo os he amado”... a fin de distinguirlo de un amor puramente natural. “Todos los miembros del cuerpo se preocupan los unos de los otros. Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; si un miembro es glorificado, todos los miembros se congratulan con él” (1Cor. 12,25-26). En efecto, ellos comprenden y observan estas palabras: “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis lo unos a los otros” no como fuente de desenfrenos, ni como se aman los  hombres simplemente porque son hombres, sino como aquellos que se aman porque todos “son dioses” (Jn 10,35) e “hijos del Altísimo” (Lc 6,35), para llegar así a ser los hermanos de su Hijo único, amándose unos a otros con el mismo amor con que él los amó, para conducirlos a todos a aquel fin  que los satisfaga, donde su anhelo de bienes encuentre su saciedad. Porque no quedará ningún anhelo sin saciar cuando Dios lo sea “todo en todos” (1Cor. 15,28).

    El que ama a su prójimo con un amor espiritual ¿qué amará en él sino a Dios? Este amor es el que el Señor quiere separar del amor puramente natural cuando añade: “Como yo os he amado”. ¿Qué es lo que él ha amado en nosotros sino a Dios? No a Dios tal como ya lo poseemos, sino tal como él quiere que le poseamos cuando dice: "Dios será todo en todos”. El médico ama a sus enfermos por la salud que les quiere dar, no por su enfermedad. “Como yo os he amado, amaos los unos a los otros”. Es por eso que nos ha amado: para que nosotros también sepamos amarnos los unos a los otros.

San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia. Sermón sobre el Evangelio de Juan, nº 65


jueves, 25 de abril de 2013

Decálogo de la serenidad





1. Sólo por hoy trataré de vivir exclusivamente el día, sin querer resolver el problema de mi vida todo de una vez.

2. Sólo por hoy tendré el máximo cuidado de mi aspecto: cortés en mis maneras, no criticaré a nadie y no pretenderé mejorar o disciplinar a nadie, sino a mi mismo.

3. Sólo por hoy seré feliz en la certeza de que he sido creado para la felicidad, no sólo en el otro mundo, sino en este también.

4. Sólo por hoy me adaptaré a las circunstancias, sin pretender que las circunstancias se adapten todas a mis deseos.

5. Sólo por hoy dedicaré diez minutos de mi tiempo a una buena lectura; recordando que, como el alimento es necesario para la vida del cuerpo, así la buena lectura es necesaria para la vida del alma.

6. Sólo por hoy haré una buena acción y no lo diré a nadie.

7. Sólo por hoy haré por lo menos una cosa que no deseo hacer; y si me sintiera ofendido en mis sentimientos procuraré que nadie se entere.

8. Sólo por hoy me haré un programa detallado. Quizá no lo cumpliré cabalmente, pero lo redactaré. Y me guardaré de dos calamidades: la prisa y la indecisión.

9. Sólo por hoy creeré firmemente aunque las circunstancias demuestren lo contrario que la buena providencia de Dios se ocupa de mí como si nadie
existiera en el mundo.

10. Sólo por hoy no tendré temores. De manera particular no tendré miedo de gozar de lo que es bello y de creer en la bondad.

Autor: Juan XXIII


miércoles, 24 de abril de 2013

La serenidad en el dolor








Por el camino que el Señor me lleva, camino que sólo Dios y yo conocemos, he tropezado muchas veces, he pasado amarguras muy hondas, he tenido que hacer continuas renuncias, he sufrido decepciones, y hasta mis ilusiones que yo creía más santas, el Señor me las ha truncado. Él sea bendito, pues todo eso me era necesario…, era necesaria la soledad, fue necesaria la renuncia a mi voluntad y es necesaria la enfermedad.

¿Para qué? Pues mira, a medida que el Señor me ha ido llevando de acá para allá, sin sitio fijo, enseñándome lo que soy y desprendiéndome unas veces con suavidad de las criaturas y otras con rudos golpes…, en todo ese camino que yo veo tan claro, he aprendido una cosa, y mi alma ha sufrido un cambio… No sé si me entenderás, pero he aprendido a amar a los hombres tal como son, y no tal como yo quisiera que fueran, y mi alma con cruz o sin ella, buena o mala, aquí o allí, donde Dios la ponga, y como Dios la quiera, ha sufrido una transformación…

Yo no sé expresarlo, no hay palabras…, pero yo lo llamo serenidad…; es una paz muy grande para sufrir y para gozar…; es el saberse amado de Dios, a pesar de nuestra pequeñez y nuestras miserias…; es una alegría dulce y serena cuando nos abandonamos de veras en sus manos; es un silencio por todo lo exterior, a pesar de estar de lleno en medio del mundo; es la felicidad del enfermo, del tullido, del leproso, del pecador que, a pesar de todo, seguía al nazareno por los caminos de Galilea… Dios me lleva de la mano, por un campo donde hay lágrimas, donde hay guerras, hay penas y miserias, hay santos y pecadores, me pone muy cerca de la cruz y, enseñándome con la mirada todo esto, me dice: "Todo eso es mío, no lo desprecies…"

Autor: Monseñor Rafael Palmero| Fuente: agea.org