sábado, 11 de agosto de 2012

El mandamiento del amor a Dios




Amar a Dios no necesita maestro. Así como sin algún aprendizaje nos alegramos de la luz, y deseamos el bien. La misma naturaleza enseña a amar a los padres, aquellos que nos educaron y nos alimentaron. Así lo mismo, en una manera muy superior y no de alguien, aprendemos a amar a Dios. Desde el nacimiento hay en nosotros como una semilla, una fuerza espiritual, una inclinación, una capacidad para el amor. En la escuela de los mandamientos de Dios esta fuerza del alma se desarrolla, se alimenta y, por gracia de Dios, llega a la perfección... Pues es necesario saber que el amor a Dios es una virtud, pero ella con su fuerza abraza y cumple todos los mandamientos: "Jesús les respondió: El que me ama será fiel a mi palabra y mi padre lo amara, iremos a El y habitaremos en El" (Jn.14:23). Otra vez repite: "De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas" (Mt. 22:40). Así pues por la naturaleza humana, los hombres aspiran a cosas hermosas y buenas, y no hay algo mejor, mas hermoso, que el bien: Dios es el mismo bien. Por eso el que desea el bien, desea a Dios. Aunque nosotros no conoceremos como El es bueno, pero ya el saber que El nos creo es suficiente, para que lo amemos por sobre todo y continuamente estemos unidos a El, como los hijos están unidos a su madre. Si tenemos una natural unión y amor a nuestros bienhechores y tratamos de agradecerles, entonces que decir de los dones espirituales? Ellos son tan importantes, que es imposible valorizarlos y cada uno de ellos es suficiente para obligarnos a un total agradecimiento hacia el Dador.

El nos redimió de la maldición, siendo El, por nosotros, maldición (Ga. 3:13). El asumió sobre si la peor muerte, para devolvernos la vida gloriosa. Y no siendo suficiente para El dar la vida por nosotros, El nos dio todavía la gloria de su naturaleza y nos preparo la vida en la eternidad, donde la felicidad supera todo humano entendimiento.

El amor a Dios se profundiza en la meditación de las verdades de la fe

Pues es Necesario y útil, que cada uno aprenda la Divina Escritura, para saber como permanecer en la piedad y no acomodarse a las filosofías humanas, porque es imposible comenzar algo con ligereza y querer inmediatamente obtenerlo sin meditación, sin un continuo y atento ejercicio. Conocemos a Dios mediante la iluminación del Espíritu Santo, que es como el sol, ilumina las cosas de Dios, abriendo el ojo puro (el conocimiento) a la imagen de Dios invisible. Con su gracia el Espíritu Santo eleva también nuestro corazón hacia Dios; a los débiles El los sostiene, como una poderosa mano; y a aquellos que caminan por el camino de la santidad, El aun mejor los perfecciona. El Espíritu Santo, purificando con su gracia a los limpios de la mancha del pecado, los espiritualiza. Como el claro rayo del sol, refleja así a los corazones limpios; iluminados por el Espíritu Santo, ellos se transforman en espirituales y también, a los demás, les participan de esa espiritualidad. Un corazón espiritualizado llega al don del entendimiento de los misterios de Dios, al conocimiento de los misterios secretos, con el recibimiento de los dones espirituales, la ciudadanía celestial, la participación a los coros angélicos, a la felicidad eterna, a la unión con Dios y finalmente nuestra semejanza con El; es decir, nuestra civilización, que es el cumplimiento de la ascética cristiana.

Que mas milagroso que la belleza de Dios? Que mas dulce que meditar sobre la grandeza de Dios? Puede existir en el corazón algo mas fuerte y mas profundo sentimiento que el que Dios infunde en un alma purificada de todo pecado, para que el alma sienta todo lo que surge de estas palabras? "Yo con amor exijo" (Ct. 2:5). En verdad es imposible narrar o describir el rayo de la belleza de Dios.

Para los ojos humanos esta belleza es inaccesible, solamente el conocimiento y el alma pueden alcanzarla. Cuando esta belleza iluminaba a los santos, entonces, dejaba en el alma de ellos una insaciable sed. Aquellos a los cuales el amor de Dios toco y colmo no pudieron contener su ímpetu amoroso. Llenos del deseo de contemplación de la belleza de Dios, ellos rogaban que su contemplación divina se prolongara por toda la eternidad. Con atenta y profunda meditación sobre la grandeza de la gloria de Dios, con profundidad de pensamiento, sin interrumpir la memoria sobre la bondad de Dios y con profundidad e intensidad, continuando el deseo de asemejarse a Dios, nuestra alma se hace capaz de cumplir estas palabras: "Y tu amaras al Señor, tu Dios, con toda tu alma y con todo tu corazón, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas" (Mc. 12:30). He aquí con que intención hay que servir a Dios.


Autor: San BASILIO EL GRANDE

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