sábado, 26 de noviembre de 2011

La paciencia día a día


Lo que realmente necesitamos para tener paciencia es tener fe. La paciencia no es virtud de débiles, sino de quien la vida ha obligado a practicarla. El que tiene paciencia es que es una persona inteligente.

En nuestra sociedad reina la “prisa”. La vida hoy se desenvuelve a un ritmo vertiginoso: demasiada prisa para hacer, para llegar, para resolver asuntos personales y del trabajo, fricciones que surgen cada día con las personas, citas urgentes.

Es necesario hacer un alto en el camino y reflexionar un poco sobre el valor de la paciencia, para no dejarse abrumar y tampoco seguir esa carrera loca que va a toda marcha. ¿Cómo se espera que la vida tenga más cordura y reflexiva, sea más amable si todo se quiere “ya”? ¿Corriendo hacia ninguna parte? ¿Reaccionando instintivamente? La paciencia es una virtud, algo que el hombre nunca llegará a alcanzar. Quien tiene paciencia tendrá recompensa.

La paciencia es el valor que hace a las personas tolerar, comprender, padecer y soportar los contratiempos, las enfermedades, las carencias y limitaciones, los achaques y las adversidades con fortaleza, sin lamentarse; moderando las palabras y las actitudes para actuar de manera acorde a cada situación. Con las personas molestas, inoportunas o “lentas”, se puede caer en el error de fingir una actitud paciente, de dar la apariencia de escuchar sin alterarse ni expresar emoción, buscando escapar de la situación rápidamente con respuestas breves y un tanto cortantes, con indiferencia e insensibilidad ante el estado de ánimo de los demás.

Uno de los grandes obstáculos que impiden el desarrollo de la paciencia, es la impaciencia de esperar resultados a corto plazo, sin detenerse a considerar las posibilidades reales de éxito, el tiempo y esfuerzo requeridos para alcanzar el fin. Cargarse con excesivas actividades produce ansiedad y prisa, de lo que resulta un amargo sabor de boca, de frustración y de mal humor por no terminar todo lo comenzado.

Urge la moderación, la conciencia de la propia capacidad para evitar contraer demasiados compromisos que después no se pueden cumplir. Frenar la ambición. Soportar las molestias del clima a través del arduo trayecto a la oficina y la escuela, la circulación sobresaturada. Tolerar las inconveniencias, la falta de destreza de los demás. “Mejor que el fuerte es el paciente, y el que sabe dominarse vale más que el que expugna una ciudad” (Prov 16, 32).

LA PACIENCIA. NO ES UNA CUALIDAD TEMPERAMENTAL

El hombre flemático suele ser paciente. Pero lo es por condición natural. Es un hombre que no tiene prisa para nada, frío, sin vigor. Esto puede constituir una cualidad negativa que facilite la adquisición de la paciencia, pero frecuentemente es un obstáculo para el servicio generoso y para las grandes empresas. La paciencia no es la indiferencia.

No es la falta de vibración del estoico, que se desinteresa de todo, para que nada pueda sacarle de su dolce-far-niente. Ni es la actitud del nihilismo budista, la aniquilación de todo deseo humano. NI es el hombre espectador negativo, sin ninguna actividad, pues así elimina la base necesaria para el desarrollo de la verdadera paciencia. La paciencia es una virtud. Es un hábito operativo bueno, que es una firme disposición del alma para no apartarse de la prosecución del bien a causa de los obstáculos que puedan sobrevenir en el camino. La paciencia es la virtud que inclina a soportar sin tristeza de espín tu ni abatimiento de corazón los padecimientos físicos y morales.

LA PACIENCIA PERFECCIONA LAS DEMÁS VIRTUDES

La paciencia es la raíz y guarda de todas las virtudes, no porque las produzca o conserve directamente, sino sólo porque remueve los obstáculos que estorban a las virtudes (Suma 136. 2 ad 3).

“Tenga obra perfecta la paciencia, para que seáis perfectos y cumplidos, sin faltar en cosa alguna” (Sant 1,4).

“Porque tenéis necesidad de paciencia, para que cumpliendo la voluntad de Dios, alcancéis la promesa” (Heb 10,36).

Sin la paciencia no tendrían mérito los trabajos y sufrimientos, que agravarían nuestros males: la cruz pesa mucho más cuando se la lleva de mala gana.

Las tribulaciones con que Dios nos aflige, si se toleran con paciencia, abaten el orgullo de la carne y fortifican la virtud del alma.
“Por vuestra paciencia salvaréis vuestras almas” (Lc. 21, 19), porque ella arranca de raíz la turbación causada por las adversidades, que quitan el sosiego al alma (Suma 2-2, 136, 2 ad 2).

Por eso, los pacientes verdaderos, llenos de fe y ardientes en la caridad, lanzan esas fórmulas que estremecen a la moderna sensibilidad hedonista y blandengue: “O padecer o morir” de Santa Teresa. “Padecer y ser despreciado” de San Juan de la Cruz. “He llegado a no poder sufrir, pues me es dulce todo padecimiento” de Santa Teresita. “Que el Señor guíe vuestros corazones en la caridad de Dios y en la paciencia de Cristo (1 Tes. 3, 5). Pues “nos es preciso entrar en el reino de Dios por muchas tribulaciones” (He 14, 22).


Autor: Jesús Martí Ballester

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