domingo, 25 de septiembre de 2011

Habitar en el Corazón de María


El Espíritu Santo, por boca de los Santos Padres, llama también a la Santísima Virgen: Primero, la puerta oriental por la cual el gran sacerdote Jesucristo entró en el mundo; por ella entró la primera vez y por ella vendrá la segunda. Segundo, es menester también saber que la Santísima Virgen es el santuario de la Divinidad, el reclinatorio de la Santísima Trinidad, el trono de Dios, la ciudad de Dios, el altar de Dios, el templo de Dios, el mundo de Dios. Todos estos diferentes epítetos y alabanzas son muy verdaderos por su relación con las diferentes maravillas que el Altísimo ha obrado en María. ¡Oh, qué riquezas! ¡Oh, qué gloria! ¡Oh, qué placer! ¡Oh, qué dicha poder entrar y permanecer en María, en la que el Altísimo puso el trono de su gloria suprema!
Pero cuán difícil es a pecadores como nosotros tener el permiso, la capacidad y la luz para entrar en un lugar tan alto y tan santo, que está guardado, no por un querubín, como el antiguo paraíso terrestre, sino por el mismo Espíritu Santo, que se hizo dueño absoluto de él, y que lo ha llamado Huerto cerrado (Cant. 4,12). María está cerrada; María está sellada; los desgraciados hijos de Adán y Eva, echados del paraíso terrestre, no pueden entrar en este paraíso sino por una gracia particular del Espíritu Santo de que deben hacerse merecedores.
Después que se ha alcanzado por la fidelidad esta insigne gracia, es menester permanecer en el Corazón de María con complacencia, reposar en él en paz, apoyarse en él con confianza, esconderse en él para seguridad, y darse a él sin reserva, a fin de que en este virginal seno el alma sea bien alimentada con la leche de su gracia y de su misericordia maternal; se despoje de las turbaciones, temores y escrúpulos y se ponga en seguridad contra todos sus enemigos: el mundo, el demonio y el pecado que jamás han estado allí. Por esto dice, que los que obran con ella no pecarán: los que están conmigo no pecarán; es decir, aquellos que están en espíritu con la Santísima Virgen no pecarán. Finalmente, para que ella se forme en Jesucristo y a Jesucristo en ella; porque su seno es, como dicen los Santos Padres, la sala de los sacramentos divinos en donde se han formado Jesucristo y todos los elegidos: El Hombre y el hombre en ella nacieron.

Autor: San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la verdadera devoción a la Virgen María

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