viernes, 2 de septiembre de 2011

CORTESIA



De noche, de día, en la casa o la cafetería, dentro de la escuela o en la peluquería, esta virtud se puede vivir día a día.

La cortesía es la virtud que promueve el respeto hacia las personas y que nos ayuda a salir de nosotros mismos para atender las necesidades de los demás. Mediante la repetición consciente de pequeños actos de “buenos modales”, el hombre se perfecciona al tratar a los demás como se merecen.

El saludo, ceder el paso, el protocolo, lo usual y acostumbrado “se hace” porque lo hace la gente. Pero ¿quién es la gente?, se preguntaba el filósofo español Ortega y Gasset, “¡ah!, pues todos y nadie determinado”. Una masa más o menos extraña que se convierte en un “social anónimo” y donde se pierde la dimensión interpersonal.

Las normas de educación, practicadas sin reflexión, pueden desembocar en un automatismo mecanizado. Cuando éstas se viven conscientemente se convierten en cortesía, porque ya no tratan con la “humanidad” sino con personas concretas. Por ello esta virtud no rebaja al hombre, sino que lo transforma en más humano.

“En la mesa y en el juego se conoce al caballero”. Así, se puede practicar la cortesía en las comidas familiares. No soy raro si uso en la mesa las palabras mágicas “por favor”, “por fa” o “plis” en su versión anglo-hispana más juvenil; cuando me preocupo de que los otros tengan agua y pan; si paso la sal antes de que me la pidan o si espero a que otros se sirvan para comenzar. Qué hermoso regalo nos dejó el Maestro en aquellas palabras: “el que quiera ser grande entre ustedes sea su servidor. El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir” (cf. Mc 10,43-45).

Saludar es algo de todos los días. Este es otro campo en donde se puede trabajar. La sabiduría popular nos enseña que “lo cortés no quita lo valiente” y un claro ejemplo lo encontramos en la vida de san Pablo. Él vivió como un “campeón” del cristianismo y también fue un “campeón” de cortesía. Así lo manifiestan los saludos en sus cartas a las primeras comunidades creyentes. “Doy gracias a Dios cuando me acuerdo de ustedes, rogando siempre y en todas mis oraciones por todos. Dios es testigo de cuánto les aprecio en el afecto entrañable de Cristo” (cf. Flp 1,3-7).

Allí está el reto para las cartas, los mensajes de correo electrónico de Internet y los recados que se dejan en la mesa o el refrigerador. Añadiendo al “Bye” un “te encomiendo en mi oración”, puedo hacer que la persona se sienta más apreciada al leer la nota. Si pienso que quien está delante de una pantalla es una persona con la que me comunico, el correo electrónico se convertirá en un medio, un instrumento mejor para facilitar el diálogo interpersonal.

Vivir dentro de una sociedad es una parte integral del hombre y continuamente nos presenta oportunidades para relacionarnos con “los demás”. La cortesía convierte el saludo, las palabras y el trato dirigido a “los demás” en actos mucho más personales.

El ensayista y moralista francés Joseph Joubert sintetizó la virtud de la cortesía diciendo que ésta “es la flor de la humanidad y el que no es suficientemente cortés, no es suficientemente humano”.
Autor: Laureano López, L.C.

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