lunes, 3 de diciembre de 2012

El Adviento y la soledad







Quisiera partir de esta columna breve –o mejor brevísima- agradeciendo a Jorge, porque quien no aprende a agradecer aprendió nunca a valorar, y bien es cierto que apenas es un grano de arena en la playa del espacio digital, pero un grano es mejor a ninguno. Este pequeño aporte tiene como pretensión ser como una mini-falda; que es lo más corto posible, y tratando de enseñar lo suficiente sin enseñar de más. Hubo una vez un hombre ingenuo que quiso cambiar el mundo, buscose un lugar, lo más humilde posible para nacer, tan humilde que alguno dijo que ni los suyos lo habían recibido, pero él lo sabía y así lo quiso. ¿Pudo ser diferente? Quizá sí -pero no fue así- y de esto quiero ocuparme. La historia se repite en infinidad de momentos, impensable sería para el más listo de los hombres, calcular al mismo tiempo cuantos desprotegidos nacen en nuestros tiempos, en cada tiempo de los nuestros y en cada segundo de los que son, y la pregunta es ¿Y los suyos los recibieron? ¿Acaso los hombres no constituimos una sola cosa? Entonces en tanto que exista uno solo de nosotros, que nazca olvidado y olvidado se mantenga, nosotros como humanidad no seremos completos, porque los hemos olvidado. Si el hombre más grande de la tierra, quiso nacer en la pobreza y la ignominia,  y morir con los brazos abiertos; ¿Qué haces tú, sentado de brazos cruzados?

Es ya el tiempo que la Santa Iglesia de Dios celebra el tiempo sagrado de preparación para conmemorar el nacimiento de este hombre del que al inicio hablaba, y propone muchos caminos, uno de ellos, es que confesemos –sacramentalmente-  nuestros pecados, a manera de preparar una morada y cambiar, al menos en un granito, esa soledad del recibimiento, pero lo más importante, será preparar nuestra generosidad y empezar a ayudar a todos los nuestros que yacen en la soledad, no puedo limitarme a los niños, los jóvenes, los ancianos, y en general todos cuantos sufren, y claramente me refiero a las personas desamparadas, sería increíble, sería signo del amor de Dios que cada uno de nosotros empezara a ayudar al necesitado, socorrer al desamparado, darle hogar al vagabundo, ropa al desnudo, porque en esto podremos reconocer que no lo hacemos por ellos y nosotros solamente, sino que en esto, dice el mismo Dios en su Palabra, que lo hacemos por Él.

Yo les propongo, como inicio del itinerario de este Adviento, que empiecen en familia a vivir el amor, y no importa el tamaño de tu familia, el apostolado será el de “la sonrisa” como decía la Madre Teresa de Calcuta. Y esta propuesta es a manera de escuela, de ir educándonos poco a poco para llegado el momento, compartir nuestra familia con todos, porque solo así como dice la Buena Nueva, seremos uno.

Autor: 


 Sem. Carlos F. Amador Treviño D.

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