domingo, 16 de septiembre de 2012

La cruz






a)            El seguimiento de Jesús pasa por la cruz: “Si alguien quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz de cada día y sígame” (Lc 9,23).

b)           No le fue fácil a Jesús enfrentar la realidad de la Cruz. En el momento culminante de su vida:

+ Pidió a sus amigos más cercanos que lo acompañaran: “Entonces fue Jesús con sus discípulos a un huerto llamado Getsemaní, y les dijo: Siéntense aquí mientras voy a orar un poco más allá. Llevó consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo; comenzó a sentir tristeza y angustia, y les dijo: Me muero de tristeza, quédense aquí y velen conmigo” (Mt 26,36-38).

+ Rogó al Padre que le evitara sufrir esa prueba: “Padre mío, si no es posible evitar que yo beba este cáliz de amargura, hágase tu voluntad” (Mt 26, 42).

+ Se sintió defraudado por la traición de sus discípulos: “Jesús le dijo: Judas, ¿con un beso entregas al hijo del hombre” (Lc 22,48).

+ Prohibió a Pedro usar la violencia para defenderlo: “Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó e hirió con ella a un siervo del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. (Este siervo se llamaba Malco.) Pero Jesús dijo a Pedro: “Guarda tu espada. ¿Es que no debo beber este caliz de amargura que el Padre me ha preparado?” (Jn 18,10-11).

+ Llegó al Calvario casi solo, acompañado únicamente por Juan, su madre y algunas mujeres (Jn19,25-26).

+ Pero aún así tuvo el valor y coraje para aceptar con serenidad la voluntad del Padre: “No se haga como yo quiero, sino como quieres Tú” (Mc 14,36).

c)            Tampoco fue fácil para los discípulos aceptar la Cruz de Cristo. Pese a haber estado tres años junto a Jesús, no pudieron entender lo que estaba sucediendo. Con la vida por delante parecían caer muchos de sus proyectos y esperanzas.

d)           Aceptar la Cruz de Cristo no es fácil, “hubo un período -que aún no se ha superado del todo- en el que se rechazaba el cristianismo precisamente a causa de la Cruz. La Cruz habla de sacrificio -se decía-; la Cruz es signo de negación de la vida. En cambio, nosotros queremos la vida entera, sin restricciones y sin renuncias. Queremos vivir, sólo vivir. No nos dejamos limitar por mandamientos y prohibiciones; queremos riqueza y plenitud; así se decía y se sigue diciendo todavía. Todo esto parece convincente y atractivo; es el lenguaje de la serpiente, que nos dice: “¡No tengáis miedo! ¡Comed tranquilamente de todos los árboles del jardín!”. Sin embargo, el domingo de Ramos nos dice que el auténtico gran “sí” es precisamente la Cruz; que precisamente la Cruz es el verdadero árbol de la vida. No hallamos la vida apropiándonos de ella, sino donándola. El amor es entregarse a sí mismo, y por eso es el camino de la verdadera vida, simbolizada por la Cruz.” (Juan Pablo II, Mensaje con ocasión de la XIX Jornada Mundial de la Juventud 2004).

e)           La Cruz de Cristo revela plenamente el amor de Dios: “En la Cruz, Jesús muere por cada uno y cada una de nosotros. Por eso, la Cruz es el signo más grande y elocuente de su amor misericordioso, el único signo de salvación para todas las generaciones y para la humanidad entera”. (Juan Pablo II, XIX Jornada Mundial de la Juventud, Homilia).



f)            La manifestación del amor divino es total y perfecta en la Cruz, como afirma san Pablo: “La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Rm 5,8). Por tanto, cada uno de nosotros, puede decir sin equivocarse: “Cristo me amó y se entregó por mí” (cf. Ef 5,2). Redimida por su sangre, ninguna vida humana es inútil o de poco valor, porque todos somos amados personalmente por Él con un amor apasionado y fiel, con un amor sin límites. La Cruz, locura para el mundo, escándalo para muchos creyentes, es en cambio “sabiduría de Dios” para los que se dejan tocar en lo más profundo del propio ser, “pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1 Co 1,24-25). Más aún, el Crucificado, que después de la resurrección lleva para siempre los signos de la propia pasión, pone de relieve las “falsificaciones” y mentiras sobre Dios que hay tras la violencia, la venganza y la exclusión. Cristo es el Cordero de Dios, que carga con el pecado del mundo y extirpa el odio del corazón del hombre. Ésta es su verdadera “revolución”: el amor.  (Benedicto XVI, Mensaje para la XXII Jornada Mundial de la Juventud 2007).

g)            Con la Cruz, Jesús ha abierto de par en par la puerta de Dios, la puerta entre Dios y los hombres. Ahora ya está abierta. Pero también desde el otro lado, el Señor llama con su Cruz: llama a las puertas del mundo, a las puertas de nuestro corazón, que con tanta frecuencia y en tan gran número están cerradas para Dios. Y nos dice más o menos lo siguiente: si las pruebas que Dios te da de su existencia en la creación no logran abrirte a Él; si la palabra de la Escritura y el mensaje de la Iglesia te dejan indiferente, entonces mírame a mí, al Dios que sufre por ti, que personalmente padece contigo; mira que sufro por amor a ti y ábrete a mí, tu Señor y tu Dios. (Benedicto XVI, Mensaje para la XXII Jornada Mundial de la Juventud 2007).

h)           “El amor crucificado, no acaba en el escándalo del Viernes santo, sino que culmina en la alegría ía de la Resurrección y la Ascensión al cielo, y en el don del Espíritu Santo, Espíritu de amor por medio del cual, también esta tarde, se perdonarán los pecados y se concederán el perdón y la paz.” (Benedicto XVI, Mensaje para la XXII Jornada Mundial de la Juventud 2007).

i)             “La nueva arma, que Jesús pone en nuestras manos, es la cruz, signo de reconciliación, de perdón, signo del amor que es más fuerte que la muerte. Cada vez que hacemos la señal de la cruz debemos acordarnos de no responder a la injusticia con otra injusticia, a la violencia con otra violencia; debemos recordar que sólo podemos vencer al mal con el bien, y jamás devolviendo mal por mal.” (Benedicto XVI, Homilía XXI Jornada Mundial de la Juventud, 2006).

j)             “En la Cruz, el Hijo puede derramar su sufrimiento en el corazón de la Madre. Todo hijo que sufre siente esta necesidad. También vosotros, queridos jóvenes, os enfrentáis al sufrimiento: la soledad, los fracasos y las desilusiones en vuestra vida personal; las dificultades para adaptarse al mundo de los adultos y a la vida profesional; las separaciones y los lutos en vuestras familias; la violencia de las guerras y la muerte de los inocentes. Pero sabed que en los momentos difíciles, que no faltan en la vida de cada uno, no estáis solos: como a Juan al pie de la Cruz, Jesús os entrega también a vosotros su Madre, para que os conforte con su ternura.” (Juan Pablo II, Mensaje para la XVIII Jornada Mundial de la Juventud).





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