miércoles, 19 de septiembre de 2012

Bienaventurados los limpios de corazón



«A Dios nadie lo ha visto» (Jn 1, 18)… La promesa de ver a Dios sobrepasa toda bienaventuranza. En la Escritura, ver es poseer. Aquél que ve a Dios ha obtenido todos los bienes que se pueden concebir.

Pero, ¿cómo purificar tu corazón para ver a Dios? Puedes aprenderlo en la doctrina del Evangelio. Si recorres todas sus enseñanzas, encontrarás allí el remedio cierto que purifica el corazón…

Oh, hombres, en quienes se encuentra una avidez de contemplar el Bien: cuando escuchéis decir que la divina Majestad y la inefable Belleza no se pueden percibir, no desesperéis, como si fuera imposible ver lo que deseáis. Existe en ti un modo de contemplar a Dios: pues Aquél que te ha formado ha, por así decir, incorporado y hecho consubstancial a tu naturaleza ese Bien. En tu constitución, Dios ha impreso semejanzas e imitaciones de Su propia naturaleza, como se imprime sobre la cera un sello grabado. Como le ocurre al fierro cuando se le ha quitado la herrumbre afinándolo contra la piedra y, negro un instante antes, brilla de cara al sol y reproduce sobre sí mismo resplandores y chispas, así es el hombre interior, al que el Señor llama «el corazón». Cuando haya expulsado la capa de herrumbre que se había acumulado sobre su forma por un moho malo, retomará la semejanza con su arquetipo y será bueno. Pues evidentemente, lo que es semejante al Bueno es bueno.

Entonces, aquél que se ve a sí mismo, ve en sí a quien desea, y así «el corazón puro» se vuelve bienaventurado: pues contemplando su propia pureza, él ve el arquetipo en la imagen.
En efecto, como aquellos que ven el sol en un espejo sin dirigir sus miradas hacia el cielo, ven el sol en la luz del espejo tanto como los que miran directamente el mismo disco del sol, así será para vosotros, dice el Señor: sin duda, vosotros sois impotentes para mirar a la cara la Luz; pero si volvéis a esa gracia de la Imagen que fue depositada en vosotros al comienzo, poseéis en vosotros lo que buscáis; pues la pureza, la paz del alma (apatheia), el alejamiento de todo mal son propias de Dios. Entonces, si esas cosas están en ti, Dios está en ti.

Cuando tu razón esté pura de todo mal, libre de las pasiones, y enteramente extraña a toda mancha, serás bienaventurado: pues lo que es invisible a los impuros, una vez purificado, tú lo comprenderás. Una vez apartada la niebla carnal de los ojos del alma, tú verás claramente en la atmósfera serena del corazón el espectáculo beatificante. ¿Pero cuál es ese espectáculo? Pureza, santidad, simplicidad, todos esos fulgores de la naturaleza divina a través de los cuales se ve a Dios.

1 comentario:

  1. bellisima reflexión, gracias por compartir esta enseñanza de San Gregorio de Nisa.

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