martes, 18 de septiembre de 2012

El racimo




Un día llamaron a la puerta de un convento, y abrió el hermano portero llamado Barragán. Éste vio con asombro que un hortelano de las tierras de al lado le entregaba un hermoso racimo de uvas tan grande que le causó admiración, diciéndole: Hermano, te regalo este racimo de uvas en agradecimiento por la buena atención que me prestas cada vez que vengo al convento.

Sin pensarlo dos veces el hermano portero le dio las gracias por tan precioso regalo y le dijo que no tardarían mucho en dar cuenta de él.

Apenas salió el hortelano del convento, ya se relamía pensando en que se lo comería él sólo y no diría nada a los demás. Al fin y al cabo, se lo habían regalado a él.

Lo lavó y dejó escurrir en un clavo que había colgado en la pared, mirándolo con alegría por el gran festín que le esperaba. Pero su viva conciencia le hizo pensar que en el convento había un hermano enfermo que no gustaba de comer nada, debido a su enfermedad. Este pensó para sí que sería una buena obra alegrarle el día al enfermo y de paso llenarle el estómago, tan necesitado de alimento.

Sin pensarlo mucho descolgó el racimo de uvas y se fue a la enfermería a regalárselo a tan delicado enfermo, quien al ver el racimo abrió los ojos sobresaltado por su gran tamaño.

El portero le dijo: Hermano Matías, me han regalado este racimo para mí, pero pensando en su enfermedad y sabiendo que no le apetece comer nada, quizás estas uvas le abran el apetito. El hermano Matías le agradeció de corazón que se hubiese acordado de él, diciéndole que si se moría le tendría muy presente cuando estuviera en el Cielo con Nuestro Señor.

El portero le buscó una fuente donde le colocó el racimo para que fuera picando cuando gustara. Dejándolo solo, se fue para la portería a continuar con su humilde labor.

El enfermo cogió el racimo como pudo e iba a dar buena cuenta de él, pero pensó que si lo dejaba haría un buen sacrificio para remisión de sus pecados y bien de su alma y decidió no comerlo y dárselo al hermano enfermero que le atendía con tanta caridad y se desvivía por él por las noches.

Gritó al hermano enfermero y pensando éste que le sucedía algo al enfermo por la insistencia con que le llamaba, acudió rápidamente. Hermano Esteban, me ha traído el hermano portero este racimo de uvas para que lo degustara pensando en mi enfermedad, pero ya que no me entra nada en el estómago y pudiera ser que me hiciera daño, he pensado que se lo coma usted, que se porta tan bien conmigo. El Hermano Esteban insistía en que intentara comérselo, pero cuanto más insistía el enfermero, más lo rechazaba el enfermo. Este decidió comérselo en su celda dándole las gracias por tan delicioso regalo.

Y mientras caminaba hacia su celda, pensó que mejor que comérselo él, se lo daría al hermano cocinero que bien se esmeraba para que todos lo frailes comieran lo poco que les llegaba de la huerta y de donativos.
Bajó a la cocina y encontrándose con Buenaventura, el hermano cocinero, le dijo: Mira lo que me han regalado, pero te lo regalo a ti para que saborees estas uvas tan hermosas, como hermoso es tu corazón.
El hermano Buenaventura quitándole importancia a lo que decía, le insistió que se lo diera mejor al prior ya que era tan responsable con la comunidad.

Y así fue pasando el racimo de hermano en hermano por todo el convento, hasta que llegó de nuevo a la portería donde el hermano portero, extrañado y perplejo por el suceso, decidió que no diera más vueltas el racimo de uvas, y ni corto ni perezoso se lo comió con tal gusto que le parecieron las uvas más sabrosas que jamás hubiera comido.

Autor desconocido extraído de www.masalto.com

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