jueves, 5 de abril de 2012

La revelación del futuro




Si la inspiración es participación en una existencia concreta, en una vida múltiple y diversa que no puede ser definida sino cantada o descrita en cada uno de sus detalles -en cada una de sus edades-, la vocación es, en cambio, separación, ruptura con una existencia anterior. Si la inspiración es, ante todo, una revelación del espacio, la vocación es una revelación del tiempo. Hesíodo, el pastor que apacienta su rebaño a los pies del monte Helicón, en su Beocia natal, es el mismo que recibe la inspiración de las Musas y toma parte, por ello, en una vida consagrada al canto y la alabanza. El espacio en el que Hesíodo realiza y consuma su vida nueva es el mismo en el que transcurría su vida anterior, su vida cotidiana de pastor de ovejas. La novedad que la inspiración introduce en su vida cotidiana no la cambia de espacio habitual. La novedad se introduce, más bien, en su vida de una manera natural, revelándole el silencio en el que cada cosa se manifiesta. El silencio de la palabra inspirada es la revelación de los silencios en los que las cosas se manifiestan para que el poeta pueda oír la voz divina y participar de aquella vida en la que cada cosa tiene su silencio propio. La inspiración es, en este sentido, una revelación del espacio: todo lo que para el no inspirado es lo mismo, para el inspirado es diferente. Por serlo, hay que recorrerlo con el canto y con la danza, hay que decirlo desde el principio, desde los orígenes del mundo.

La vocación, a diferencia de la inspiración, no es ya una revelación del espacio sino una revelación del tiempo. No se trata ya, en la vocación, de cambiar de lugar o de permanecer donde se estaba sino de cambiar de tiempo. La vocación es la revelación de un tiempo diferente de aquel en el que naturalmente se vive. Si, para el inspirado, la diferencia permanece al alcance de los sentidos -se despliega en el espacio natural de una ladera de montaña-, para el llamado la diferencia no encuentra ya lugar en el espacio de la experiencia común, no se hace presente como se hacen presentes las cosas de las que tenemos alguna noticia. No se hace presente sino futura, en forma de teofanía. La vocación es revelación de un tiempo diferente de aquel en el que se vive: es revelación del futuro, el tiempo de Dios. No es que el futuro se le haga presente al hombre que recibe la vocación. Sucede, más bien, que el propio hombre se ve arrebatado al futuro. Ser arrebatado al futuro es el éxtasis de la visión que abre el capítulo sexto del libro de Isaías, profeta de Israel durante la segunda mitad del siglo VIII: “El año de la muerte del rey Ozías vi al Señor sentado en un trono alto y excelso”. Obviamente, lo visto por el profeta no pertenece al tiempo en el que la visión acontece, el año de la muerte del rey. No pertenece, en realidad, a tiempo alguno porque el futuro es el tiempo de la no pertenencia. El tiempo del que el hombre todavía no dispone y que, por ello, puede proyectar. Porque no lo tiene a su disposición, necesita anticiparlo.

Pero el profeta no anticipa el futuro: es, como decimos, arrebatado a él. Ser arrebatado vale aquí como ser despojado de toda pertenencia. Ver en visión es quedarse viendo en silencio, sin poder hablar de lo que se ve. Sin poder participar en lo visto. Uno puede hablar de lo que ve mientras lo está viendo o después de haberlo visto porque la visión humana es visión participante: no ven los ojos sino el hombre en cuerpo y alma. La visión humana no es nunca objetiva porque un hombre no está separado jamás de todo cuanto pueda ver. Toda visión humana tiene algo de inspiración: inspira siempre en el espectador algún sentimiento, alguna forma de participación emotiva en lo visto. Y no podemos olvidar que la indiferencia es también un sentimiento. No deberíamos tener la indiferencia que pueda inspirarnos la visión de algo por garantía de una visión objetiva. Antes, al contrario, visión objetiva sólo puede ser aquella que nos deja diferentes, no indiferentes. Pues bien, vocación es visión objetiva, visión de un tiempo diferente de aquel en el que vivimos, separado absolutamente del nuestro. La diferencia no está ya a la vista, como sucede en el caso de la inspiración. La vista es arrebatada, más bien, allí donde el vidente de nada dispone, donde se ve despojado de toda pertenencia.

 Autor: Víctor Márquez Pailos

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