lunes, 19 de marzo de 2012

La firma de Dios



Nabucodonosor, rey de Babilonia, en cierta ocasión, mandó erigir una enorme estatua de oro con el objetivo de instituir una nueva divinidad, como si ya no bastasen las muchas que eran adoradas en el país. Promulgó en seguida un decreto que obligaba a todos sus súbditos a postrarse en un acto de adoración, cada vez que las trompetas y otros instrumentos musicales sonasen. Para los que no obedeciesen, el castigo era la muerte: serían inmediatamente arrojados a una hoguera ardiente. (cfr. Dan. 3. 1-7, Biblia Sagrada, 1964, p. 1213).

Babilonia en esa época era también habitada por judíos cautivos. De estos, un cierto número se negó a obedecer a tal ley impía; entre esos estaban tres jóvenes: Ananías, Azarías y Misael.

Como eran altos funcionarios del rey, fueron llamados por el soberano e interrogados por él, confirmaron que, de hecho, no adorarían y no cumplirían el edicto real, pues eran servidores del Dios verdadero, único a quien se debe adoración.
Fuera de sí, el rey ordenó que fuesen lanzados inmediatamente al horno que fue, para ese efecto, calentado siete veces más como habitualmente lo era. Fueron amarrados y lanzados al fuego conforme el rey determinara. Dios, sin embargo, intervino y nada malo les sucedió a los tres jóvenes, que tranquilamente paseaban entre las llamas entonando alabanzas a la misericordia divina. [Ver Dan. 3, 57-89]

Sabedor del hecho, Nabucodonor, lleno de admiración, alabó también al Dios de Ananías, Azarías y Misael y ordenándoles que saliesen de la hoguera, los restableció con honor en los puestos que antes ocupaban.

El canto de los tres jóvenes es para nosotros un mensaje lleno de poesía y verdad, pero no es ésta la razón fundamental de su magnífico valor.

¿Cuál es el principal contenido de ese mensaje? Él nos muestra, nos revela, que todas las cosas existen para alabar y glorificar a Dios. Todo fue creado por Él, existe en función de Él, sustentado por Él, según leyes establecidas por Él para su propia gloria y alabanza. De un modo o de otro, Él está reflejado en todo lo que creó; en función de eso, el conjunto de la creación constituye un inmenso libro en el cual el hombre que no sea un analfabeto espiritual, podrá conocer y amar a Dios Nuestro Señor.

El orden que rige todas las cosas, el orden del Universo - es verdaderamente la firma de Dios.

Por el Padre Edwaldo Marques, EP.

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