domingo, 18 de marzo de 2012

La Castidad de la inteligencia





La virtud de la Fe nos facilita penetrar más allá de los umbrales de nuestra tímida naturaleza, y tomar consciencia de las profundidades de los vínculos que unen el universo a Dios. El Creador le transciende infinitamente y, por tanto, no hay menor confusión entre Él y la creación. Sin embargo, es Dios quien mantiene a las criaturas en el ser, como también cada uno de sus elementos constitutivos, e incluso, es la causa eficiente de la santidad que pueda existir en cada una de ellas. De ahí nos es necesario el apoyo de las Sagradas Letras para mejorar en nosotros el sentido de Dios. En ellas encontraremos las verdades claramente expuestas con extremo fervor por Cristo Jesús, sobre la vida íntima de Dios, los atributos del Padre y el Espíritu Santo, etc.

Así, la presencia de Dios y la propia acción divina, tanto la permanente como la actual, sobre todas las criaturas, serán discernidas -aunque muchas veces en medio de una cierta penumbra- por una Fe robusta y viva. Y esto consistirá, de cierto modo, en alguna participación en el conocimiento que Dios posee sobre Sí mismo y sobre el universo. Será la más elevada vida intelectual, en la cual la intensidad de esa virtud teologal determinará mayor o menor penetración (y dominio) de ésta, en aquella.

La Fe, por tanto, no constituye un estorbo para la cultura como erróneamente podría parecer a espíritus menos avisados. Muy al contrario, determinación, certeza y substancia son conferidas a la inteligencia que en ella se fundamenta. Ella diviniza las cualidades humanas, y jamás las perjudica. Y nuestra inteligencia, así divinizada, pasa a comprender todo bajo el prisma de Dios. Ahí estará alojada la castidad de nuestra inteligencia que consistirá en una íntegra lealtad de cara a las realidades objetivas y del propio Dios, todo analizado con una esplendorosa clareza debido a una mayor o menor participación en el conocimiento increado. Ella es un precioso fruto de la plena donación de nuestra inteligencia a Dios, fruto, a su vez, de la iniciativa de Él en escogernos y de nosotros tomar posesión: "No fuiste vos que me escogiste sino, fui yo que os escogí" (Jn 15, 16).

Autor: Mons. João S. Clá Dias, EP

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