El matrimonio, la unión de vida más plena y total entre dos seres humanos que pueda darse en este mundo, tiene su origen, se mantiene y se perpetúa por el amor. Cada uno de los cónyuges es alguien único e irrepetible, con una personalidad, con un proyecto de vida a realizar, con un destino a alcanzar. El que ambos unan sus personas, sus proyectos de vida, sus destinos, se debe a una realidad llamada amor. El amor conduce al matrimonio, mantiene el matrimonio, perpetúa el matrimonio. Si desaparece el amor, desaparece el matrimonio. De aquí la necesidad de volar juntos, de caminar juntos, en una divina complementación, respetando los propios espacios, y volar uno junto al otro, sin atropellarse.
Cuenta una leyenda de los indios sioux que, cierta vez, Toro Bravo y Nube Azul llegaron tomados de la mano a la tienda del viejo hechicero de la tribu y le pidieron:
Nosotros nos amamos y vamos a casarnos, pero nos amamos tanto, que queremos un consejo que nos garantice estar para siempre juntos, que nos asegure estar uno al lado del otro hasta la muerte. ¿Hay algo que podamos hacer?
El viejo, emocionado al verlos tan jóvenes, tan apasionados y tan ansiosos, les dijo:
Tú, Nube Azul, debes escalar el monte al norte de la aldea, sólo con una red; cazar el halcón más fuerte y traerlo aquí con vida hasta el tercer día después de la luna llena. Y tú, Toro Bravo, debes escalar la montaña del trueno; allá encima encontrarás a la más brava de todas las águilas; solamente con una red deberás agarrarla y traerla para mí, viva.
Los jóvenes se abrazaron con ternura y partieron para cumplir con la misión. El día fijado, frente a la tienda del hechicero, los dos esperaban con las aves. El viejo las sacó de las bolsas y constató que eran verdaderamente hermosos ejemplares de los animales que él les había pedido.
Y ahora, ¿qué debemos hacer? Los jóvenes le preguntaron.
Tomen las aves y amárrenlas una a otra por las patas con esas cintas de cuero. Cuando estén amarradas, suéltenlas para que vuelen libres.
Ellos hicieron lo que les fue ordenado y soltaron los pájaros. El águila y el halcón intentaron volar, pero apenas consiguieron dar pequeños saltos por el terreno. Minutos después, irritadas por la imposibilidad de volar, las aves comenzaron a agredirse una a otra, picándose hasta lastimarse.
Entonces, el viejo dijo:
Jamás olviden lo que están viendo. Y este es mi consejo: Ustedes son como el águila y el halcón. Si estuvieran amarrados uno al otro, aunque fuera por amor, no sólo vivirían arrastrándose, sino también, más tarde o más temprano, comenzarían a lastimarse el uno al otro. Si quieren que el amor entre ustedes perdure, vuelen juntos, pero jamás amarrados. Libera a la persona que amas para que ella pueda volar con sus propias alas.
Esta es una verdad en el matrimonio y también en las relaciones familiares, amistades y profesionales. Respeta el derecho de las personas de volar rumbo a sus sueños.
La lección principal es saber que, solamente libres, las personas son capaces de amar.
¡Qué felicidad, qué dicha la de aquel hogar donde cada uno de los cónyuges vive para hacer feliz al otro, lo deja volar con la confianza y seguridad que será fiel! Es feliz, haciendo feliz al otro. Un amor que es paciente, que sabe perdonar siempre, que es comprensivo, que busca servir, que nunca viene a menos, que sabe sacrificarse para hacer feliz al otro, que no es orgulloso, que no reclama "lo suyo", es un amor que está destinado a triunfar, es un amor que es reflejo del Amor de Dios.
Autor: P. Dennis Doren L.C. | Fuente: Catholic.net
No hay comentarios:
Publicar un comentario