domingo, 30 de junio de 2013

LA COMPAÑÍA DE DIOS




Podrás pensar que mi vida ha sido fácil y aquí estoy, sin trabajo, a mis cincuenta años, luchando cada día por llevar el pan a la casa.

Curiosamente, vivo tranquilo. Ilusionado. Agradecido con Dios por el don de la vida, por los hijos, la familia, pidiendo como un mendigo la “gracia”.

Anoche pensé en los porqués de la vida, y recordé las palabras de san Alberto Hurtado, aquél sacerdote chileno que veía a Cristo en los pobres y clamaba emocionado: “El pobre es Cristo”.

“¿Para qué está el hombre en este mundo? El hombre está en el mundo porque alguien lo amó: Dios. El hombre está en el mundo para amar y ser amado”.

He pasado largo rato en oración. Ha sido un hablar maravilloso con Dios, en medio de la noche y el silencio.

A medida que pasaba el tiempo comprendí que soy como una jarra astillada, esperando al alfarero que la repare. Me di cuenta de mi poca fe.

Para ser verdaderamente feliz, debo aprender a confiar en las promesas de Dios:

“No se inquieten entonces, diciendo: "¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?". Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura” (Mt 6-31,33).

Quiero aprender el amor. Salir cada mañana de mi casa, amando a mis semejantes. Tener caridad. Llevar a Dios a mis hermanos, los que viven solos, los que sufren, los que no han sentido el abrazo de un amigo.

Las horas pasaron y todo fue silencio, hasta la madrugada. De pronto, súbitamente, comprendí: Era verdad lo que decía santa Teresa: “Sólo Dios basta”. No necesitas más.

Me invadió una esperanza tan grande. Una paz sobrenatural. Una alegría inmensa.

¿Será la presencia de Dios?

Fue como si una flama incendiara mi corazón, surgió una necesidad de amar y de golpe me di cuenta: “El camino, es el amor”. “El sentido de la vida, es el amor”.

Esa llama, que todos guardamos, hay que avivarla, usarla para incendiar este mundo cansado, con el fuego y el amor de Dios.

Al amanecer, dejé atrás la incertidumbre y el temor y empiezo de nuevo a caminar. Esta vez más seguro, más confiado, porque sé que no estamos solos.

El hombre no está sólo. Dios lo acompaña.


Autor: Claudio De Castro

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