martes, 24 de enero de 2012

El amor a nuestra vocació



«Además de los mandamientos generales -escribe san Francisco de Sales-, hay que cumplir exactamente los mandamientos particulares que nuestra vocación nos impone»', porque también ellos son expresión de  la voluntad divina. «Y quien no los cumpliere -prosigue-, aunque resucitara muertos, no dejaría de estar en  pecado y condenarse si muriera así. Por ejemplo, los obispos tienen el deber de visitar a sus ovejas, para enseñarles, corregirlas y consolarlas. Si yo permaneciera toda la semana en oración, si ayunara toda mi vida, pero no visitase a las mías, me perdería. Si una persona casada hiciera milagros pero no cumpliese sus deberes matrimoniales para con su cónyuge, o no cuidase de sus hijos, sería peor que un infiel, dice san Pablo». Esta es una verdad que es necesario profundizar: nuestra vocación y sus deberes son queridos  por Dios. Pero ¿nos consagramos verdaderamente a los deberes de nuestro estado de vida para agradar a Dios? « ¡Ay! -decía el Santo-, todos los días pedimos a Dios que se haga su voluntad, y, cuando llega el momento de cumplirla, ¡cuánto trabajo nos cuesta! Nos ofrecemos al Señor, le repetimos: Señor, soy todo vuestro, aquí tenéis mi corazón. Pero cuando quiere servirse de él, ¡somos tan cobardes! ¿Cómo podemos decirle que somos suyos, si no queremos acomodar nuestra voluntad a la de Él?». ''Tengamos en cuenta, además, que esos «mandamientos particulares de nuestra vocación», son, al igual que los generales, «dulces, agradables y suaves». «¿Qué es, pues, lo que nos los hace molestos? En realidad, solamente nuestra propia voluntad, que quiere reinar en nosotros al precio que sea... Queremos servir a Dios, pero haciendo nuestra voluntad y no la suya. No nos corresponde a nosotros escoger a nuestro gusto; tenemos que ver lo que Dios quiere, y si Él quiere que yo le sirva en una cosa, no debo servirle en otra». Pero eso no hasta. Una persona fervorosa, «devota», como dice el obispo, debe cumplir sus deberes, todos sus deberes, con amor y con gozo.

«Esto no es todo -continúa san Francisco de Sales-, sino que, para ser devoto, no sólo hay que querer  cumplir la voluntad de Dios, sino hacerlo con alegría. Si yo no fuera obispo, quizá no querría serlo, por saber lo que sé; pero, puesto que lo soy, no solamente estoy obligado a hacer todo lo que esa penosa vocación exige, sino que debo hacerlo con gozo, y complacerme en ello y sentir agrado. Es lo que dice san Pablo: que cada uno permanezca en su vocación ante Dios. No tenemos que llevar la cruz de los demás, sino la nuestra, y para poderla llevar, quiere núestro Señor que cada uno se renuncie a sí mismo, es decir, a su propia voluntad. Es una tentación decir: Yo quisiera esto y lo otro, yo preferiría estar aquí o allá. Nuestro Señor sabe bien lo que hace; hagamos lo que Él quiere y quedémonos donde Él nos ha puesto».

Autor: San Francisco de Sale

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