Pero, Señor, Creador del universo, yo quiero mi tierra. En ella nací y en ella he dejado y sigo dejando mi experiencia. En ella vivieron y murieron mis padres y abuelos. Tú también, Dios hecho hombre, Jesús de Nazareth, tuviste mucho cariño a la naturaleza. La tierra y los árboles, los animales y el agua, las flores fueron buena noticia en el anuncio de tu Reino de amor y de servicio.
Entre las muchas cosas bellas que dijiste acerca de la creación, recuerdo con satisfacción aquello que trae tu discípulo Juan: “Yo soy la vid y ustedes los sarmiento o ramas. Si alguien permanece en mí y yo en él, produce mucho fruto pero sin mí nada pueden hacer.”(Juan 15, 5) Y aquello otro:”Ustedes no me escogieron a mí; soy yo quien los escogí a ustedes y los he puesto para que vayan y produzcan fruto abundante.” (Juan 15, 16)
Saber todo esto me da mucha alegría. Somos ramas del único árbol de vida que eres tú, Jesucristo. Y en ti y por ti estamos invitados a adelantar tu Reino de hermandad por el amor y el servicio a nuestros prójimos. Es lo que esperas de nosotros donde quiera nos encontremos y en oficio que realicemos.
Quiero, Señor Jesús, compartir tu amor por toda la creación. Concédeme sabiduría y capacidad para usar la tierra sin destruirla y poder dejar a mis hijos un espacio de vida en buenas condiciones. Ayúdame a darme cuenta de mi dignidad de ser humano y dame valor para unirme a mis hermanos campesinos en busca de mejores condiciones para nosotros y para todos los que hasta ahora hemos sido marginados de los bienes del universo. “Sólo así la tierra podrá cantar tus alabanzas pues la gloria de Dios es el hombre viviente” (San Ireneo).
Tomado del libro Oremos viviendo el amor y la misericordia de Dios No 3
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