domingo, 6 de diciembre de 2015
Para oír a Dios
Si acudimos a la Sagrada Escritura, veremos cómo la humildad es requisito indispensable para disponerse a oír a Dios. Donde hay humildad hay sabiduría, explica el libro de los Proverbios. Humildad es mirarnos como somos, sin paliativos, con la verdad. Y al comprender que apenas valemos algo, nos abrimos a la grandeza de Dios: ésta es nuestra grandeza.
¡Qué bien lo entendía Nuestra Señora, la Santa Madre de Jesús, la criatura más excelsa de cuantas han existido y existirán sobre la tierra! María glorifica el poder del Señor, que derribó del solio a los poderosos y ensalzó a los humildes. Y canta que en Ella se ha realizado una vez más esta providencia divina: porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava, por tanto ya desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones.
María se muestra santamente transformada, en su corazón purísimo, ante la humildad de Dios: el Espíritu Santo descenderá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por cuya causa el santo que de ti nacerá será llamado Hijo de Dios. La humildad de la Virgen es consecuencia de ese abismo insondable de gracia, que se opera con la Encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad Beatísima en las entrañas de su Madre siempre Inmaculada.
Amigos de Dios, 96
San Josemaría
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