lunes, 30 de noviembre de 2015

Ha llegado el Adviento.



Comienza el año litúrgico, y el introito de la Misa nos propone una consideración íntimamente relacionada con el principio de nuestra vida cristiana: la vocación que hemos recibido. Vias tuas, Domine, demonstra mihi, et semitas tuas edoce me (Ps XXIV, 4.); Señor, indícame tus caminos, enséñame tus sendas. Pedimos al Señor que nos guíe, que nos muestre sus pisadas, para que podamos dirigirnos a la plenitud de sus mandamientos, que es la caridad (Cfr. Mt XXII, 37; Mc XII, 30; Lc X, 27.).

Me figuro que vosotros, como yo, al pensar en las circunstancias que han acompañado vuestra decisión de esforzaros por vivir enteramente la fe, daréis muchas gracias al Señor, tendréis el convencimiento sincero –sin falsas humildades– de que no hay mérito alguno por nuestra parte. Ordinariamente aprendimos a invocar a Dios desde la infancia, de los labios de unos padres cristianos; más adelante, maestros, compañeros, conocidos, nos han ayudado de mil maneras a no perder de vista a Jesucristo. (Es Cristo que pasa, 1)
(San Josemaría.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario