miércoles, 28 de mayo de 2014

¿Quién soy yo...








¿Quién soy yo ante mi Señor que sufre? ¿Quién soy yo ante mi Señor que sufre?

¿Soy de aquellos que, invitados por Jesús a velar con él, se duermen y, en lugar de rezar, tratan de evadirse cerrando los ojos a la realidad? ¿Soy de esos?

¿O me reconozco con aquellos que huyeron por miedo, abandonando al Maestro en la hora más trágica de su vida terrena?

¿Descubro en mí el doblez, la falsedad de aquel que lo vendió por treinta monedas, que, fue llamado amigo y, sin embargo, traicionó a Jesús?

¿Me reconozco con aquellos que fueron débiles y lo negaron, como Pedro? Él, poco antes, había prometido a Jesús que lo seguiría hasta la muerte (cf. Lc 22,33); después, acorralado y preso del pánico, jura que no lo conoce.

¿Me parezco a aquellos que ya estaban organizando su vida sin Él, como los dos discípulos de Emaús, necios y duros de corazón para creer en las palabras de los profetas (cf. Lc 24,25)?

O bien, gracias a Dios, ¿me encuentro entre aquellos que fueron fieles hasta el final, como la Virgen María y el apóstol Juan? Cuando sobre el Gólgota todo se oscurece y toda esperanza parece terminar, sólo el amor es más fuerte que la muerte. El amor de la Madre y del discípulo amado los impulsa a permanecer a los pies de la Cruz, para compartir hasta el fondo, el dolor de Jesús.

¿Me reconozco con aquellos que han imitado a su Maestro y Señor hasta el martirio, testimoniando hasta qué punto Él era todo para ellos, la fuerza incomparable de su misión y el horizonte último de sus vidas?

La amistad de Jesús con nosotros, su fidelidad y su misericordia son el don inestimable que nos anima a continuar con confianza en su seguimiento, a pesar de nuestras caídas, nuestros errores y también nuestras traiciones.

Pero esta bondad del Señor no nos exime de la vigilancia frente al tentador, al pecado, al mal y a la traición que pueden atravesar. Todos estamos expuestos al pecado, al mal, a la traición. Advertimos la desproporción entre la grandeza de la llamada de Jesús y nuestra pequeñez; entre la sublimidad de la misión y nuestra fragilidad humana. Pero el Señor, en su gran bondad y en su infinita misericordia, nos toma siempre de la mano, para que no nos ahoguemos en el mar del desaliento. Él está siempre a nuestro lado, no nos deja nunca solos. Por tanto, no nos dejemos vencer por el miedo y la desaliento, sino que con coraje y confianza vayamos adelante en nuestro camino y en nuestra misión.

Fragmento del encuentro de Papa Francisco con los sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas en la Iglesia de Getsemaní, en el marco de su visita a Tierra Santa. 26 de mayo de 2014
Autor: Papa Francisco | Fuente: es.radiovaticana.va




No hay comentarios:

Publicar un comentario