jueves, 24 de enero de 2013

Hermosura






La unión establecida en la variedad engendra el orden; el orden produce la conveniencia y la proporción, y la conveniencia, en las cosas acabadas y perfectas, produce la belleza. La bondad y la belleza, aunque ambas estriben en cierta conveniencia, no son, empero, una misma cosa; el bien es aquello cuyo goce nos deleita; lo bello, aquello cuyo conocimiento nos agrada.

Habiendo, pues, lo bello recibido este nombre, porque su conocimiento produce deleite, es menester que, además de la unión, de la variedad del orden y de la conveniencia, posea un resplandor y una claridad tales, que lo pongan al alcance de nuestra visión y de nuestro conocimiento.

Pero en los seres animados y vivientes, su belleza no existe sin la buena gracia, la cual, además de la conveniencia perfecta de las partes, exige la conveniencia de los movimientos, de los ademanes y de las acciones, que son como el alma y la vida de la hermosura de las cosas vivas. Así, en la soberana belleza de nuestro Dios, no reconocemos la unión, sino la unidad de la esencia en la distinción de las personas, con una infinita claridad, unida a la conveniencia incomprensible de todos los movimientos, de las acciones y de las perfecciones, soberanamente comprendidas, o, por decirlo así, juntas y excelentemente acumuladas en la única y simplicísima perfección del puro acto divino, que es el mismo Dios, inmutable e invariable, como lo diremos en otro lugar.

Dios, pues, al querer que todas las cosas fuesen buenas y bellas, redujo la multitud y la diversidad de las mismas a una perfecta unidad, y, por decirlo así, las dispuso según un orden monárquico, haciendo que todas se relacionasen entre sí, y, en último término, con Él, que es el rey soberano. Redujo todos los miembros a un cuerpo, bajo una cabeza; con varias personas, formó una familia; con varias familias, una ciudad; con varias ciudades, una provincia; con varias provincias, un reino, y sometió todo el reino a un solo rey.

De la misma manera, entre la innumerable multitud y variedad de acciones, movimientos, sentimientos, inclinaciones, hábitos, pasiones, facultades y potencias que encontramos en el hombre, Dios ha establecido una natural monarquía en la voluntad, la cual manda y domina sobre todo lo que hay en este pequeño mundo, y parece que Dios haya dicho a la voluntad lo que Faraón dijo a José: «Tú tendrás el gobierno de mi casa y, al imperio de tu voz, obedecerá el pueblo todo; sin que tú lo mandes, nadie se moverá». Pero este dominio de la voluntad se ejercita con grandes diferencias.

Autor: San Francisco de Sales Fuente: Tratado del amor de Dios  

No hay comentarios:

Publicar un comentario