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¿Por qué el mal, por qué el dolor, por qué el sufrimiento?
Son estos los interrogantes que el hombre se ha planteado
desde los tiempos primitivos, intentando dar una respuesta. En estos términos
habla el Papa Juan Pablo II en el comienzo de su carta sobre el valor salvífico
del sufrimiento:
"El tema del sufrimiento... es un tema universal que
acompaña al hombre a lo largo Y ancho de la geografía. En cierto sentido
coexiste con él en el inundo y por ello hay que volver sobre el constantemente.
Aunque San Pablo ha escrito en la carta a los Romanos que «la creación entera
hasta ahora gime y siente dolores de parto» (Rm 8,22); aunque el hombre conoce
bien y tiene presentes los sufrimientos del mundo animal, sin embargo lo que
expresamos con la palabra «sufrimiento» parece ser particularmente esencial a
la naturaleza del hombre. Ello es tan profundo como el hombre, precisamente
porque manifiesta a su manera la profundidad propia del hombre y de algún modo
la supera. El sufrimiento parece pertenecer a la trascendencia del hombre; es
uno de esos puntos en los que el hombre está en cierto sentido «destinado» a
superarse a sí mismo, y de manera misteriosa es llamado a hacerlo". (SD 2)
"El sufrimiento humano suscita compasión, suscita
también respeto, y a su manera atemoriza. En efecto, en él está contenida la
grandeza de un misterio específico. Ele particular respeto por todo sufrimiento
humano debe ser puesto al principio de cuanto será expuesto a continuación
desde la más profunda necesidad del corazón, y también desde el profundo
imperativo de la fe: la necesidad del corazón nos manda vencer el temor, y el
imperativo de la fe... brinda el contenido, en nombre y en virtud del cual
osamos tocar lo que parece en todo hombre algo tan intangible: porque el
hombre, en su sufrimiento, es un misterio intangible". (SD 4)
¿Qué entendemos por dolor y qué entendemos por sufrimiento?
"El sufrimiento es algo todavía más amplio que la
enfermedad, más complejo y a la vez aún más profundamente enraizado en la
humanidad misma. Una cierta idea de este problema nos viene de la distinción
entre sufrimiento físico y sufrimiento moral. Esta distinción toma como
fundamento la doble dimensión del ser humano, e indica el elemento corporal y
espiritual como el inmediato o directo sujeto del sufrimiento... El sufrimiento
físico se da cuando de cualquier manera «duele el cuerpo», mientras que el
sufrimiento moral es «dolor del alma».
Se trata, en efecto, del dolor de tipo espiritual, y no sólo
de la dimensión «psíquica» del dolor que acompaña tanto el sufrimiento moral
como el físico". (SD 5)
Hay que notar como cuando sufrimos tiene una importancia
fundamental descubrir el sentido de nuestro sufrir. Es distinta la situación de
quien sufre sin saber el por qué, de quien sufre habiendo descubierto el por
qué de su sufrimiento. Cada uno de nosotros se dispone mejor a sufrir los
dolores de una operación y del tiempo post operatorio, si sabe que esto le
servirá para recuperar la salud. Mientras, al contrario, un enfermo de cáncer,
que sabe que se va a morir en un breve espacio de tiempo, aunque tenga menos dolores,
sufre mucho más. En el primer caso, en efecto, soportamos mejor porque tenemos
la certeza de ser curados, mientras que quien está sin esperanza está tentado
por la desesperación y, a lo mejor de, quitarse la vida[4].
"Dentro de cada sufrimiento experimentado por el
hombre, y también en lo profundo del mundo del sufrimiento, aparece
inevitablemente la pregunta: ¿por qué? Es una pregunta acerca de la causa, la
razón; una pregunta acerca de la finalidad (para qué); en definitiva, acerca
del sentido. Esta no sólo acompaña el sufrimiento humano, sino que parece
determinar incluso el contenido humano, eso por lo que el sufrimiento es
propiamente sufrimiento humano.
Obviamente el dolor, sobre todo el físico, está ampliamente
difundido en el mundo de los animales. Pero solamente el hombre, cuando sufre,
sabe que sufre y se pregunta por qué; y sufre de manera humanamente aún más
profunda, si no encuentra una respuesta satisfactoria". (SD 9).
Algunas respuestas al problema del sufrimiento
Antes de exponer la respuesta de la Revelación al problema
del sufrimiento, echemos una mirada rapidísima a algunas de las respuestas
dadas a lo largo de la historia en las distintas culturas, que nos ayude a
comprender mejor también la respuesta hodierna a la enfermedad, a la vejez y a
la muerte.
Para esta visión emplearé también, con su consentimiento, un
estudio hecho por un Presbítero del Redemptoris Mater de Madrid que cito en la
bibliografía[5].
De la antigüedad al Renacimiento[6]
En el mundo mesopotámico y egipcio la enfermedad, la vejez y
la muerte se vivían como si estuvieran profundamente vinculadas a lo sacro, a
la divinidad. En muchos pueblos el sacerdote o el brujo desempeñaban también el
papel de curandero, de médico, sobre todo con remedios sacados de la naturaleza
(hierbas, sangrías, etc.). Por eso quien estaba afligido por alguna enfermedad
o problema grave recurría al templo donde el sacerdote hacía unos ritos,
ofrecía unos sacrificios a la divinidad para obtener la curación y al mismo
tiempo brindaba aquellos remedios que la medicina rudimentaria podía ofrecer
para aplacar el dolor y obtener la curación.
Por otra parte, en general, en los 4 la enfermedad, la vejez
y la muerte se vivían como si se trataran de procesos naturales que tocaban
también el mundo animal y el mundo vegetal: en la naturaleza todo nace, crece,
se desarrolla y madura y después se deteriora. Por ejemplo, en la cultura de
los pueblos indianos el anciano se iba a la foresta para dejarse morir y reunirse
a través de la muerte a sus antepasados.
En el mundo greco-romano, aun manteniéndose la relación
sagrada de la enfermedad y de la muerte, empieza a desarrollarse la medicina
como ciencia capaz de diagnosticar las causas de la enfermedad y de ofrecer
remedios menos rudimentales y más eficaces. (Hipócrates, Galeno).
"En la Edad Media, por influencia del cristianismo, la
enfermedad y la terapia se mantienen en un contexto sagrado. Será la
Escolástica la que impondrá a la medicina el tener que obrar una síntesis entre
contenidos y tradiciones disparatadas, abriendo así el camino al paso de la
medicina de arte a ciencia".[7]
El Renacimiento puede ser considerado el terreno de cultivo
en que maduran los contenidos de la ciencia moderna, ya que los grandes estudiosos
de aquel tiempo se colocaron en una nueva óptica en la consideración del mundo.
En este periodo, asistimos a una verdadera y propia
"revolución antropológica" y el hombre se convierte en el centro
nodal de la creación. Esta nueva situación se relaciona a una especie de
revolución religiosa.[8]
Pero es sobre todo Descartes (1596-1650) que
"funda la concepción de la naturaleza en un dualismo
fundamental: el del espíritu (o res cogitans) la sustancia pensante, y el de la
materia (o res extensa), la "sustancia extendida". El cuerpo separado
de la mente, empieza su historia como suma de partes sin interioridad y la
mente como interioridad sin sustancia... El cuerpo, con Descartes, se convierte
en "organismo´, así que todos los aspectos cualitativos se resuelven como
cuantitativos, es decir, mensurables...: a un decidido idealismo y
espiritualismo en metafísica y moral se asocia un no menos decidido mecanicismo
en biología y medicina: es un idealismo que, en algunos puntos, termina por
coincidir con el materialismo".[9]
La respuesta de la ilustración racionalista
Ha sido en el siglo XVIII cuando ha aparecido, con mucha
fuerza, la convicción utópica de que los hombres podíamos y teníamos que
eliminar los sufrimientos y ser felices aquí en la Tierra (...) La Naturaleza
era toda buena, la Razón todopoderosa y con tal de que los hombres se dejasen
guiar por la Razón y por la Naturaleza, serían felices (...) Todas las
filosofías materialistas han soñado con la utopía de una forma de existencia
sin dolor o en la que el dolor esté dominado; pervive en ellas la imagen de un
hombre dotado de una integridad original y natural.[10] En la Encíclica
Evangelium vitae, el Papa Juan Pablo II afirma al respecto:
"El eclipse del sentido de Dios y del hombre conduce
inevitablemente al materialismo práctico, en el que proliferan el
individualismo, el utilitarismo y el hedonismo. Se manifiesta también aquí la
perenne validez de lo que escribió el Apóstol: « Como no tuvieron a bien
guardar el verdadero conocimiento de Dios, Dios los entregó a su mente
insensata, para que hicieran lo que no conviene » (Rm 1, 28). Así, los valores
del ser son sustituidos por los del tener. El único fin que cuenta es la
consecución del propio bienestar material. La llamada «calidad de vida» se interpreta
principal o exclusivamente como eficiencia económica, consumismo desordenado,
belleza y goce de la vida física, olvidando las dimensiones más profundas
—relacionales, espirituales y religiosas— de la existencia.
En semejante contexto el sufrimiento, elemento inevitable de
la existencia humana, aunque también factor de posible crecimiento personal, es
«censurado», rechazado como inútil, más aún, combatido como mal que debe
evitarse siempre y de cualquier modo. Cuando no es posible evitarlo y la perspectiva
de un bienestar al menos futuro se desvanece, entonces parece que la vida ha
perdido ya todo sentido y aumenta en el hombre la tentación de reivindicar el
derecho a su supresión".(EV 23)[11]
Junto a esta concepción de la enfermedad, los cambios sociales
en las últimas décadas han conformado una cultura que presenta dos
características específicas:
a) Escasa capacidad de sufrimiento: nuestra sociedad es
presa de un creciente infantilismo que impulsa sin cesar hacia una inmediata
satisfacción y que incapacita para soportar situaciones en las que no se
obtiene un placer inmediato. Actualmente, se utilizan sistemáticamente
psicofármacos para suprimir las molestias normales de la vida, para disminuir
todo temor o nerviosismo.
b) Pasividad y falta de sentido: las sociedades primitivas
no podían ofertar soluciones a la enfermedad o la muerte, pero, por el
contrario, eran capaces de ofrecer un sentido global (...) Nuestra sociedad, a
diferencia de las primitivas, tiende a la abolición del sufrimiento´ de la
forma más patológica desde el punto de vista psicológico: negando la existencia
del sufrimiento, negando la realidad. En este contexto, el sufrimiento no tiene
sentido porque, simplemente, no existe. La enfermedad terminal es un fracaso de
la ciencia y, por tanto, de la sociedad en su conjunto (...) Nuestra sociedad
es la única en la historia que se ha atrevido a llegar a este extremo».[12]
Autor: Mario Pezzi | Fuente: mscperu.org