«Las
almas de los justos están en las manos de Dios y no les alcanzará tormento
alguno» . Así dice: las almas de cuantos abrazan la senda de la rectitud con
devoto amor en sus obras están en manos del Auxiliador Supremo, así que, por
estas obras con las que se elevan hacia la altura de la justicia en pos de los
cielos, no les quebrantará el tormento de la perdición, porque la luz verdadera
los apacienta en el temor y en el amor de Dios. Ahora bien, después de que Adán
y Eva fueran expulsados del jardín de las delicias, conocieron la obra de
concebir y parir hijos. Pero como al caer en la muerte por su desobediencia
percibieron la dulzura del pecado -cuando supieron que podían pecar-,
transformaron la justicia de esta obra procreadora que Yo instituí en placer
ignominioso; y, aunque debían saber que la agitación de sus venas no era para
la dulzura del pecado, sino por amor de los hijos, la entregaron a la lujuria,
bajo el hechizo del Demonio: al perder la inocencia de la procreación, la
condenaron a la culpa. Así que esto no ocurrió sin la persuasión del Demonio,
que lanzó sus dardos contra esta obra para que no se consumara sin su
maleficio, cuando dijo: «He aquí mi fuerza: la procreación de los hombres; por
tanto, el hombre es mío». Y, comprendiendo que el hombre participaría de sus
tormentos al seguirle, murmuró de nuevo para sí: «Todas las iniquidades son
contrarias al Dios Todopoderoso, pues no hay en Él injusticia alguna».
Entonces, el asechador ocultó esto con gran sigilo en su corazón: si un hombre,
por propia voluntad, se comprometía con él, no podría librarse de sus cepos.
Por eso albergaba Yo el secreto designio de enviar a Mi Hijo para redimir a los hombres y que pudieran regresar a la Jerusalén Celestial. Ninguna iniquidad pudo oponerse a este designio Mío, porque cuando Mi Hijo vino al mundo, reunió a Su alrededor a todos los que quisieron escucharle y seguirle abandonando el pecado.
Pues
Yo soy justo y recto y no Me complazco en la iniquidad a la que tú, oh hombre,
abrazas, sabiendo que puedes hacer el mal. Porque Lucifer y el hombre
intentaron ambos, cuando fueron creados, rebelarse contra Mí y no pudieron
mantenerse en pie, al caer del bien y elegir el mal. Pero Lucifer abarcó todo
el mal y rechazó todo el bien y, sin probarlo siquiera, se precipitó en la
muerte. En cambio, Adán saboreó el bien al aceptar la obediencia, aunque
apeteció el mal y, llevado de su ambición, lo cometió cuando se alzó en
rebeldía contra el Señor. Por qué sucedió esto, no es tarea tuya, oh hombre,
indagarlo, ni qué ocurrió antes del comienzo de los tiempos, o qué pasará
cuando llegue el último día: nada de todo esto puede saber el mortal, pues sólo
Dios lo conoce, salvo lo que revele Él a Sus elegidos.
Pero
esa fornicación común entre los hombres es abominable ante Mi faz, porque, en
el principio, creé al varón y a la mujer en la pureza y no en el oprobio. Por
tanto, esos hipócritas en cuya opinión les es lícito fornicar, según los
apetitos animales, con quienes deseen, son indignos a Mis ojos; pues
despreciando la honra y la altura de su razón, miran a las bestias y a ellas se
asemejan. ¡Ay de aquellos que así vivan y en esta ignominia porfíen!
Autor:
Santa Hildegarda
de Bingen. Tomado del libro Scivias:
Conoce los caminos
Oración a Santa Hildegarda de Bingen
Santa Hildegarda, protectora y portavoz nuestra escucha la
oracion de tus hijos que te llaman ante tu tumba. El Espíritu Santo te ha
llenado de dones maravillosos y te ha anunciado el camino de Dios. Consíguenos que por tu
intercesión que nos atengamos a los mandamientos de Dios y contigo consigamos
la felicidad del Cielo. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén
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