Ved qué dulzura y qué delicia, convivir los hermanos unidos. Ciertamente, qué dulzura, qué delicia cuando los hermanos conviven unidos, porque esta convivencia es fruto de la asamblea eclesial; se los llama hermanos porque la caridad los hace concordes en un solo querer.
Leemos que, ya desde los orígenes de la predicación apostólica, se observaba esta norma tan importante: En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo. Tal, en efecto, debe ser el pueblo de Dios: todos hermanos bajo un mismo Padre, todos una sola cosa bajo un solo Espíritu, todos concurriendo unánimes a una misma casa de oración, todos miembros de un mismo cuerpo que es único.
Qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos. El salmista añade una comparación para ilustrar esta dulzura y delicia, diciendo: Es ungüento precioso en la cabeza, que baja por la barba de Aarón, hasta la franja de su ornamento. El ungüento con que Aarón fue ungido sacerdote estaba compuesto de substancias olorosas. Plugo a Dios que así fuese consagrado por primera vez su sacerdote; y también nuestro Señor fue ungido de manera invisible entre todos sus compañeros. Su unción no fue terrena; no fue ungido con el aceite con que eran ungidos los reyes, sino con aceite de júbilo. Y hay que tener en cuenta que, después de aquella unción, Aarón, de acuerdo con la ley, fue llamado ungido.
Del mismo modo que este ungüento, doquiera que se derrame, extingue los espíritus inmundos del corazón, así también por la unción de la caridad exhalamos para Dios la suave fragancia de la concordia, como dice el Apóstol: Somos el buen olor de Cristo. Así, del mismo modo que Dios halló su complacencia en la unción del primer sacerdote Aarón, también es una dulzura y una delicia convivir los hermanos unidos.
La unción va bajando de la cabeza a la barba. La barba es distintivo de la edad viril. Por esto, nosotros no hemos de ser niños en Cristo, a no ser únicamente en el sentido ya dicho, de que seamos niños en cuanto a la ausencia de malicia, pero no en el modo de pensar. El Apóstol llama niños a todos los infieles, en cuanto que son todavía débiles para tomar alimento sólido y necesitan de leche, como dice el mismo Apóstol: Os alimenté con leche, no con comida, porque no estabais para más. Por supuesto, tampoco ahora.
Autor:
San
Hilario, obispo, De los tratados sobre
los salmos,
Oración del enfermo al comenzar la jornada.
Atribuida a San Hilario de Poitiers
Señor,
voy a comenzar un nuevo día; resuenan en mis oídos las palabras que dijiste:
Aunque la madre olvide a sus hijos, yo jamás te olvidaré. Sé que me miras con cariño Y me amas con ternura porque estoy enfermo. Estoy debilitado físicamente, estoy preocupado por la enfermedad que se apoderó de mí.
A
veces, el sufrimiento me hace perder el gusto a la vida. Pero la fe me da la
seguridad de que estás a mi lado, para ampararme, para consolarme, y para
comunicarme la fuerza necesaria a fin de que no vacile en la hora del dolor y
no me desanime en la hora del sufrimiento.
Así como la madre demuestra todo su desvelo maternal y su amor cuando el hijo está enfermo, así yo creo, Señor, que tu bondad me va a proteger y guiar durante este día, ya que soy tu hijo y estoy enfermo. Te agradezco la noche que pasé, el descanso que tuve y las horas de vigilia que aproveché para pensar en ti. Te agradezco por el desvelo de aquellos que me cuidaron y me atendieron cuando lo necesité.
Así como la madre demuestra todo su desvelo maternal y su amor cuando el hijo está enfermo, así yo creo, Señor, que tu bondad me va a proteger y guiar durante este día, ya que soy tu hijo y estoy enfermo. Te agradezco la noche que pasé, el descanso que tuve y las horas de vigilia que aproveché para pensar en ti. Te agradezco por el desvelo de aquellos que me cuidaron y me atendieron cuando lo necesité.
Ante
la inseguridad que siento al comenzar este nuevo día, confío en ti, ya que todo
lo que tengo y lo que soy te pertenece. El deseo de recuperarme y volver junto
a mis seres queridos me hará enfrentarme a todo lo que sea preciso. En el
esfuerzo de los que me atienden veré tu mano, Señor, que quiere levantarme y
verme restablecido. Los sacrificios que este día me reserva con tu ayuda quiero
soportarlos pacientemente y las alegrías que por ventura sienta, quiero
compartirlas con quien esté sufriendo conmigo. En mi ansia de ser feliz haré
todo lo que se me ordene, con la frente erguida y el ánimo sereno.
Te
pido, Señor, que alivies los dolores de los que sufren más que yo. Bendice mi
día y acepta mis sufrimientos; te los ofrezco en unión con los sufrimientos de
Jesús. Amén.
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