Objeciones por las que parece que el amor de caridad
termina en Dios y no se extiende al prójimo:
1. Así como a Dios debemos amor, le debemos
también temor, a tenor de estas palabras de la Escritura: Y ahora,
Israel, ¿qué te pide el Señor sino que le temas y le ames? (Dt 10,12).
Ahora bien, es distinto el temor que inspira el hombre, o temor humano, del que
inspira Dios, que es o servil o filial, como hemos expuesto (q.19 a.2). Es,
pues, distinto el amor de caridad con que amamos a Dios y el amor con que
amamos al prójimo.
2. Según el Filósofo en VIII Ethic., ser
amado es ser honrado. Y es distinto el honor debido a Dios, que es
honor de latría, y el debido a la criatura, honor de dulía. Es, por lo mismo,
distinto el amor de Dios y el amor del prójimo.
3. La esperanza —según la Glosa—
engendra la caridad. Pero la esperanza se ha de poner en Dios de tal
forma, que son reprendidos quienes la ponen en el hombre, según la Escritura: Maldito
el hombre que espera en el hombre (Jer 17,5). En consecuencia, a Dios
se le debe una caridad que no se extiende al prójimo.
Contra
esto: está el testimonio de la
Escritura: Mandamiento tenemos de Dios: que el que le ame ha de amar a
su hermano (1 Jn 4,21).
Respondo: Según hemos expuesto (1-2 q.54 a.3), los
hábitos no se diferencian sino porque cambia la especie de sus actos; todos los
actos de una especie pertenecen al mismo hábito. Pues bien, dado que el
carácter específico de un acto lo constituye la razón formal de su objeto, por
fuerza han de ser de la misma especie el acto que versa sobre la razón formal
del objeto y el que recae sobre un objeto bajo tal razón formal, como son
específicamente lo mismo la visión con que se ve la luz y la visión con que se
ve el color por medio de la luz. Ahora bien, la razón del amor al prójimo es
Dios, pues lo que debemos amar en el prójimo es que exista en Dios. Es, por lo
tanto, evidente que son de la misma especie el acto con que amamos a Dios y el
acto con que amamos al prójimo. Por eso el hábito de la caridad comprende el
amor, no sólo de Dios, sino también el del prójimo.
A
las objeciones:
1. El prójimo tanto puede ser temido como amado
de dos maneras. Primera, por lo propio de él, como el tirano es o temido por su
crueldad o amado por el deseo de conseguir algo de él. En este sentido, el
temor y el amor humano se distinguen del temor y del amor de Dios. En segundo
lugar, también es temido y amado el hombre por lo que hay de Dios en él. Y así,
es temido el brazo secular, porque ha recibido de Dios la misión de castigar al
malhechor, y es amado por justicia. Este temor y amor del hombre no se
distinguen del temor de Dios, como tampoco de su amor.
2. El amor se refiere al bien en general,
mientras que el honor se refiere el bien propio de la persona honrada, ya que
se le tributa como testimonio de la propia virtud. Por eso el amor no se
diferencia específicamente por la diversidad de bienes diferenciados con tal
que se refieran a un bien común; el honor, en cambio, se diferencia por los
bienes particulares de cada uno. Según eso, amamos con el mismo amor de caridad
a todos los prójimos, en cuanto les referimos a un bien común que es Dios,
mientras que les rendimos honores distintos según la cualidad intransferible de
cada uno. Igualmente, tributamos a Dios el honor especial de latría por su
excelencia única.
3. Son vituperados los hombres que esperan en el
hombre como principal autor de salvación; mas no los que esperan en él como
instrumento en dependencia de Dios. Sería asimismo reprensible quien amara al
prójimo como fin principal; pero no quien lo ame por Dios, lo cual es propio de
la caridad.
Autor: Santo Tomás de Aquino, Summa Teológica
Autor: Santo Tomás de Aquino, Summa Teológica
Oración
del estudiante compuesta por Santo Tomás de Aquino
Oh
Dios, fuente de la sabiduría,
principio
supremo de todas las cosas.
Derrama
tu luz en mi inteligencia
y
aleja de ella las tinieblas
del
pecado y de la ignorancia.
Concédeme
penetración para entender,
memoria
para retener, método para aprender,
lucidez
para interpretar y expresarme.
Ayuda
el comienzo de mi trabajo,
dirige
su progreso, corona su fin,
por
Cristo nuestro Señor.
Amén.
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