Tú,
Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia; ¿quién,
que haya empezado a gustar, por poco que sea, la dulzura de tu dominio
paternal, dejará de servirte con todo el corazón? ¿Qué es, Señor, lo que mandas
a tus siervos? Cargad –nos dices– con mi yugo. ¿Y
cómo es este yugo tuyo? Mi yugo –añades– es llevadero y mi
carga ligera. ¿Quién no llevará de buena gana un yugo que no oprime,
sino que halaga, y una carga que no pesa, sino que da nueva fuerza? Con razón
añades: Y encontraréis vuestro descanso. ¿Y cuál es este yugo
tuyo que no fatiga, sino que da reposo? Por supuesto aquel mandamiento, el
primero y el más grande: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón. ¿Que
más fácil, más suave, más dulce que amar la bondad, la belleza y el amor, todo
lo cual eres tú, Señor, Dios mío?
¿Acaso
no prometes además un premio a los que guardan tus mandamientos, más preciosos
que el oro fino, más dulces que la miel de un panal? Por cierto que sí, y un
premio grandioso, como dice Santiago: La corona de la vida que el Señor ha
prometido a los que lo aman. ¿Y qué es esta corona de la vida? Un bien superior
a cuanto podamos pensar o desear, como dice san Pablo, citando al profeta
Isaías: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha
preparado para los que lo aman.
En
verdad es muy grande el premio que proporciona la observancia de tus
mandamientos. Y no sólo aquel mandamiento, el primero y el más grande, es
provechoso para el hombre que lo cumple, no para Dios que lo impone, sino que
también los demás mandamientos de Dios perfeccionan al que los cumple, lo
embellecen, lo instruyen, lo ilustran, lo hacen en definitiva bueno y feliz.
Por esto, si juzgas rectamente, comprenderás que has sido creado para la gloria
de Dios y para tu eterna salvación, comprenderás que éste es tu fin, que éste
es el objetivo de tu alma, el tesoro de tu corazón. Si llegas a este fin, serás
dichoso; si no lo alcanzas, serás un desdichado.
Por
consiguiente, debes considerar como realmente bueno lo que te lleva a tu fin, y
como realmente malo lo que te aparta del mismo. Para el auténtico sabio, lo
próspero y lo adverso, la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad, los
honores y los desprecios, la vida y la muerte son cosas que, de por sí, no son
ni deseables ni aborrecibles. Si contribuyen a la gloria de Dios y a tu
felicidad eterna, son cosas buenas y deseables; de lo contrario, son malas y
aborrecibles.
Autor:
San Roberto Belarmino. Del tratado sobre la ascensión de la mente hacia Dios. Grado
1: Opera omnia 6
Oración a San Roberto Belarmino
Señor,
tú que dotaste a san Roberto Belarmino de santidad y sabiduría
admirable para defender la fe de tu Iglesia, concede a tu pueblo, por su
intercesión, la gracia de vivir con la alegría de profesar plenamente la fe
verdadera. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los
siglos. Amén
No hay comentarios:
Publicar un comentario