jueves, 21 de marzo de 2013

Mis ovejas








Mis ovejas, dice el Señor, oyen mi voz. ¿Pensáis que sois ovejas de Dios no oyendo a Dios? Os vengáis por una parte, estáis en vuestras enemistades, y por otra parte decís: recemos un poco. No sois ovejas de Dios, andáis de un rebaño en otro, no oiréis la voz del Señor, y no la oyendo, no sois de Él. […] Amar a vuestros enemigos, amar y querer bien a quien os quiere mal (Mt 5,44; Lc 6,27ss), esto es ser oveja de Jesucristo. ¿Quieres conocer si eres oveja de Jesucristo? Pues mira si te duele perdonar a tu prójimo, y oyendo que dice Dios: “¡Perdona!”, sí perdonas. […]

         Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco. […] Oyen mi palabra, ellas pacen en mi dehesa y comen de mi hierba, conózcolas, guárdolas yo. Y síguenme. Porque donde voy yo van ellas; adonde estoy yo están ellas; no me pierden paso las buenas ovejas. Las que conocen a su pastor, de cualquier manera siguen a su pastor; va el pastor por breñales y espinas, y va la oveja coja, y aquí se deja el pedazo de la lana, acullá se rompe el pellejo, y como puede, cansada como está, siempre sigue a su pastor. ¡Oh pastor bendito, y cómo curáis vos la ovejita coja y cansada, cómo volvéis por el cristiano que os va siguiendo y va cansado y sudando y, como puede, no deja de seguir vuestros pasos! ¡Cómo y con qué amor volvéis vos a él y tomáis a cuestas sus trabajos, y le ayudáis a pasar el camino, y le ponéis miera adonde la ha menester, como buen pastor! […] Seguid a Jesucristo, mirad las pisadas del pastor. No quieras dejar a tu pastor por el mal paso e irte tú por el bueno y por las plazas anchas. […] Hallólos en lugar espantoso y en lugar solo (cf. Dt 32,10) ¿No andáis con vuestro pastor? ¿No seguís a Jesucristo? Andáis en lugar solo y lleno de terror. Halló las ovejas que no eran suyas en lugar lleno de temor. […]

         El que quisiere ser mi oveja, el que quisiere ser mío, niéguese a sí, no piense en sí, no quiera lo que el Señor no quiere. […] Seguís sus pisadas por el llano; amáis sus misericordias, holgáis con los consuelos; y porque se os mete por las espinas, dejáis a Jesucristo; porque os pone en una tribulación, porque se os esconde para conocer quién sois sin Él, decís luego: “Háseme escondido, ya no me quiere, ya no me consuela”; perdéis luego el rastro; luego decís que os castiga, que os ha quitado la gracia. No así, no. […] Entrad en las espinas, aunque pensáis que os habéis de espinar, que ahí hallaréis al Señor; entrad en los trabajos, que se ha metido para que le busquéis; entrad en los trabajos, entrad en vencer la carne, en desechar al demonio; entrad en la carne, que, si entráis, tened por cierto que ahí se entró, pensad que ahí lo hallaréis.

         “Si vienes tras mí, ven sin ti. No pienses en ti; haz cuenta que no eres”. No tengas en nada espinarte, que ahí está el Señor. ¿Qué fuera de ti, cristiano, si Jesucristo dijera: “Quiero ir a salvar el mundo por lo llano, pero si hay espinas no quiero”? ¿Qué fuera de ti? ¿Qué hicieras tú si Dios no se pusiera contra todo el mundo y se entrara rascuñado por las espinas y trabajos que pasó? ¿Qué fuera de ti si Él no quisiera pasar trabajos y si, habiendo llegado al paso de la muerte, no dijera: Hágase, Padre, como tú quieres y no como yo quiero (Lc 22,42); y si no quisiera que le espinara la espina de la pobreza, de la paciencia y de la caridad que, con todo cuanto pasaba, tenía para perdonarlos? ¿Y sabéis a cuánto llegó? Que lo coronaron de espinas, lo azotaron, lo escupieron, lo mofaron y le hirieron mil injusticias que no se pueden escribir ni contar, y al fin no pararon hasta ponerlo en la cruz. Pero si Jesucristo dijera, como tú, que no se quisiera meter por espinas, ¿qué fuera de ti? Y si por ti se metió el Señor de los señores por tan grandes trabajos, ¿qué mucho que tú te metas siquiera por alguno de ellos? Síguele y conocerás que eres su oveja. […]

         Mis ovejas me siguen; yo les doy la vida eterna y no perecerán para siempre (cf. Jn 10,27-28). No penséis, ovejitas, que os quedaréis así. Seguidme, que no andaréis desconsoladas. Yo daré –dice el Señor- a mis ovejas la vida eterna. […] En mi divinidad, en aquella infinita bondad, en la infinita luz, allí las apacentaré yo, allí les daré yo el manjar de vida, allí gozarán de mí, allí pacerán en aquella fertilidad de aguas, en aquellos suavísimos ríos que corren agua de infinita bondad y suavidad, allí las recrearé yo. […]

         Lleguemos al Señor; bebamos de su fuente; apacentémonos en sus prados; amémosle. Sacaréis aguas que beber de las fuentes del Salvador, dice Isaías (cf. Is 12,3). Refrescaréis vuestras llagas; lavaréis lo podrido; beberéis de aquella agua suavísima que da vida; y si os halláredes fatigados, tiene Dios unos montes muy altos, que da el sol en el lado de ellos, y de la otra parte hace sombra y frescura. Sentaos a la sombra. […]. Da en aquellos montes el sol de justicia, y por la otra parte hace sombra el sol de misericordia. Miraré al Cordero sin mancilla, miraré aquel Dios omnipotente, que por nosotros, sin deber nada, quiso ser azotado y escarnecido, y sobre todos sus trabajos y angustias, crucificado. Me sentaré yo a esta sombra. Miraré las frescuras de ella; miraré las esperanzas y consuelos que hay en ella para pasar mi camino y refrigerando mis llagas, rociando mis pasiones, consolándome con el desconsuelo que por mí el Señor pasó, y mirando que mi pastor, sólo por sacar mi ánima de entre la espinas, porque no me espinase, quiso Él entrar en ellas y espinarse.

         Debajo de la sombra me asentaré y allí descansaré para ir tras mi pastor.

Autor: San Juan de Ávila, Sermón 15. ¡Dichosas ovejas que tienen tal Pastor! Miércoles de la semana de Pasión, en Obras Completas, t. III: Sermones. BAC, Madrid 2002, 207-219.






Oración que usaba San Juan de Ávila, compuesta por su devoción

Todopoderoso y sempiterno Dios,
yo protesto delante de vuestra divina majestad
que nada soy y nada valgo,
y que, si algo tengo,
Jesucristo, mi Señor me lo ganó.

Bendito seáis, Señor, que me disteis tal Hijo;
y bendito sea tal Hijo,
que me reconcilió con tal Padre.

Al arcángel San Miguel pido me alcance gracia
para conocer el tesoro que Jesucristo,
mi Señor, me ganó.

Amén

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