“A Dios nadie lo ha visto”, escribe San Juan para dar mayor
relieve a la verdad, según la cual “precisamente el Hijo unigénito que está en
el seno del Padre, ése le ha dado a conocer” (Jn 1,18)... Revelada en Cristo,
la verdad acerca de Dios como “Padre de la misericordia”, (2Co 1,3) nos permite
“verlo” especialmente cercano al hombre, sobre todo cuando sufre, cuando está
amenazado en el núcleo mismo de su existencia y de su dignidad. Debido a esto,
en la situación actual de la Iglesia y del mundo, muchos hombres y muchos
ambientes guiados por un vivo sentido de fe se dirigen, yo diría casi
espontáneamente, a la misericordia de Dios. Ellos son ciertamente impulsados a
hacerlo por Cristo mismo, el cual, mediante su Espíritu, actúa en lo íntimo de
los corazones humanos. En efecto, revelado por El, el misterio de Dios “Padre
de la misericordia” constituye, en el contexto de las actuales amenazas contra
el hombre, como una llamada singular dirigida a la Iglesia.
En la presente Encíclica deseo acoger esta llamada; deseo recurrir al lenguaje eterno —y al mismo tiempo incomparable por su sencillez y profundidad— de la revelación y de la fe, para expresar precisamente con él una vez más, ante Dios y ante los hombres, las grandes preocupaciones de nuestro tiempo.
En efecto, la revelación y la fe nos enseñan no tanto a meditar en abstracto el misterio de Dios, como “Padre de la misericordia”, cuanto a recurrir a esta misma misericordia en el nombre de Cristo y en unión con El ¿No ha dicho quizá Cristo que nuestro Padre, que “ve en secreto”(Mt 6,4), espera, se diría que continuamente, que nosotros, recurriendo a El en toda necesidad, escrutemos cada vez más su misterio: el misterio del Padre y de su amor?
Deseo pues que estas consideraciones hagan más cercano a todos tal misterio y que sean al mismo tiempo una vibrante llamada de la Iglesia a la misericordia, de la que el hombre y el mundo contemporáneo tienen tanta necesidad. Y tienen necesidad, aunque con frecuencia no lo saben.
En la presente Encíclica deseo acoger esta llamada; deseo recurrir al lenguaje eterno —y al mismo tiempo incomparable por su sencillez y profundidad— de la revelación y de la fe, para expresar precisamente con él una vez más, ante Dios y ante los hombres, las grandes preocupaciones de nuestro tiempo.
En efecto, la revelación y la fe nos enseñan no tanto a meditar en abstracto el misterio de Dios, como “Padre de la misericordia”, cuanto a recurrir a esta misma misericordia en el nombre de Cristo y en unión con El ¿No ha dicho quizá Cristo que nuestro Padre, que “ve en secreto”(Mt 6,4), espera, se diría que continuamente, que nosotros, recurriendo a El en toda necesidad, escrutemos cada vez más su misterio: el misterio del Padre y de su amor?
Deseo pues que estas consideraciones hagan más cercano a todos tal misterio y que sean al mismo tiempo una vibrante llamada de la Iglesia a la misericordia, de la que el hombre y el mundo contemporáneo tienen tanta necesidad. Y tienen necesidad, aunque con frecuencia no lo saben.
Autor: Beato Juan Pablo II (1920-2005), papa. Encíclica
“Dives in misericordia”, §2 (trad. © copyright Librería Editrice Vaticana rev.)
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