A DON
Bosco se
le ha llamado con razón «el santo de la alegría». Cuando Pablo VI, el año 1975,
regaló a la Iglesia su carta sobre la alegría, «Gaudete in Domino», nombró a
San Juan Bosco como uno de los santos que mejor habían aprendido y comunicado
el carisma de la alegría.
Ya
en sus tiempos de estudiante en Chieri, hacia el 1832, fundó «la Sociedad de la Alegría»
entre sus compañeros, mostrando su opción por buscar lo positivo en la vida y
evitar toda tristeza («melancolía, fuera de la casa mía»).
Y
esa fue una de las claves principales de su pedagogía con los niños y los
jóvenes: la vida entendida como fiesta y la fe
como felicidad. Por una parte, la música, el teatro, las
excursiones, el deporte. Por otra, la alegría sobrenatural de la fe. En todo
momento la alegría del existir, del poder trabajar, de la entrega a los demás,
la alegría de la vida de cada día.
El optimismo, la confianza en Dios y en las personas, saber ver
y gozarse de los valores que hay en este mundo, sin lamentarse continuamente,
son los secretos de su pedagogía humana y religiosa. La alegría envuelve la
vida de piedad y el estudio, abre a la esperanza y suscita energías para hacer
el bien. En la famosa carta de 1884, desde Roma, lo que más echa de menos don
Bosco, y recomienda que recuperen, es la alegría que antes reinaba en sus
colegios, y que los impregnaba de serenidad y cercanía. Don Bosco, por el
camino de la alegría, condujo a muchos jóvenes a cimas importantes de
espiritualidad cristiana.
Domingo Savio, su discípulo predilecto, describiéndole a su amigo Gavio el
programa de la vida del Oratorio de Valdocco, lo resumió en una frase:
«Nosotros hacemos consistir la santidad en estar alegres». No es una frase
ocurrente y superficial. La alegría, en la pedagogía de don Bosco, es fruto de
la conjunción de valores muy profundos, humanos y cristianos a la vez: la
conciencia de ser hijos de Dios, el cumplimiento del deber, la piedad
eucarística y la devoción a la Virgen, la visión concreta y sencilla del camino
de la santidad, los valores de las personas y de la vida.
Hay
frases predilectas de don Bosco que nos revelan el secreto de su serenidad: la
del Eclesiastés (3,12), que tenía como señal en su breviario: «No hay más felicidad que alegrarse y
buscar el bienestar en la vida»; la de Santa Teresa de Jesús:
«Nada te turbe, nada te espante», que fue el primer consejo a sus directores en
los «recuerdos» de 1886; y la consigna que da a los suyos: «Haced el bien,
estad alegres y dejad que canten los pájaros». Un pensador, F. Orestano, afirmó
que «si san Francisco de Asís santificó la naturaleza y la pobreza, san Juan
Bosco santificó el trabajo y la alegría».
Por
eso, el buen humor, la risa, el rechazo de las actitudes sin naturalidad y de
las distancias de respeto hacia el educador, aunque sea sacerdote o religioso,
todo ello unido al optimismo de fondo, hace del clima
educativo salesiano un
clima de distensión donde se vive a gusto, y en el que uno se siente un poco
como en su casa, y en el que se percibe que una libertad real es posible. Así
se entiende que en la casa de don Bosco el juego, el teatro, la expresión
corporal, la gimnasia, el canto, etc., tienen tanta importancia.
Es el cuerpo que expresa la alegría de vivir de la persona; esa alegría que se
encuentra viviendo en un clima de confianza y de paz con Dios. Pues, para don
Bosco, es en la medida en que uno está en paz como se encuentra en profunda paz
consigo mismo y con los demás: todo esto parece muy ordinario hoy. Pero, ¿ha
pasado también a los actos? ¿Habría tantos jóvenes buscando el calor artificial
de las sectas o de ciertas comunidades informales, si hubieran encontrado en su
familia, en su escuela, en la residencia de estudiantes, este clima de paz y de
serenidad alegre que creaba don Bosco a su alrededor?
Es
verdad que existen paces falsas que pueden desarmar a los jóvenes, pero la
verdadera alegría, la que brota del encuentro profundo del otro con Dios, tiene
siempre un papel desestabilizador. Hace sentir cuán falsas son las promesas de
felicidad hechas por la publicidad de nuestra sociedad, esas promesas que nos
hacen creer que la felicidad surgirá de la acumulación de los bienes, del
dinero y de los objetos de consumo. La verdadera alegría, por el contrario,
transmite deseos de cambiar algo; la verdadera alegría nos enseña que la
felicidad brota de la relación y del encuentro con el otro. La verdadera
alegría busca con quién comunicarse. Tal vez por eso, a poco
más de cien años de la muerte de don Bosco, 16.913 salesianos, 15.308
salesianas, más cientos de miles de cooperadores, antiguos alumnos y
simpatizantes de la llamada Familia Salesiana, esparcidos por el mundo,
intentan transmitir el mensaje de su fundador.
¡Cómo
entendió don Bosco la importancia que tiene, para los grupos juveniles, «la vida del patio».
Con la iglesia y con las aulas es uno de los tres principales factores
educativos; y es para la sicología del chico, como para las posibilidades
formativas, un elemento indispensable. La vida del patio es el lugar clásico
donde se revela la índole del jovencito, y donde se le puede estudiar para
orientarlo. Saber educar en medio del recreo y con el recreo, es una
especialidad de la tradición de don Bosco.
Él siempre quería la alegría, el movimiento, el ruido. «Désele
al niño amplia libertad para correr, saltar, alborotar a su gusto», ha dejado
escrito en sus páginas de oro. La alegría, el regocijo, es, en la casa de don
Bosco, el undécimo mandamiento, y es un factor de primer orden en su pedagogía.
No podía ver a los muchachos cabizbajos y enfurruñados: temía el ocio en los
recreos; por eso no quería bancos en los patios de sus casas.
Don
Bosco fascinaba a sus jóvenes sobre todo con sus juegos de
mano, con su arte y con su maestría en el juego. Él era lo que conviene mucho a
todo pedagogo, un «magíster ludi» de alta cualidad, y el juego era para él el
elemento de la alegría. El método pedagógico que don Bosco desarrolló en los
años de la fundación de su ciudad juvenil en Turín (1846) tenía que ser una
pedagogía de la alegría.
Para
concluir: una invitación a la alegría cristiana
y salesiana. Es una herencia de corazón de la Virgen María en
su Magnificat. Preciosa la que recibimos del evangelio de Jesús y del
patrimonio de nuestros mayores en la Familia Salesiana. Vivir en alegría,
porque nos sentimos amados por Dios, en su presencia, invadidos por la energía
vital del Resucitado, llenos de su Buena Noticia, poseídos de su Espíritu,
imitando la alegría de corazón de la Virgen María en su Magnificat.
Una alegría que, antes de ser pedagogía, es forma de vida y
convicción de fe que brota del Evangelio y que luego, espontáneamente, se
transmite a los demás, haciéndoles uno de los mejores regalos que se les puede
hacer en este mundo de hoy: la alegría.
Autor: Higinio Martínez Crespo (Diario de León)
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