«He aquí el Cordero de Dios»
Juan ve a Jesús venir hacia él y dice: «He aquí el Cordero de
Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29). Ya no es el tiempo de
decir: "Preparad el camino del Señor" (Mt 3,3), ya que donde su llegada
ha sido preparada, se deja ver: se presenta desarmado a las miradas de
todos. La naturaleza del acontecimiento pide otro discurso: hay que dar a
conocer al que está aquí, explicarse por qué descendió del cielo y vino
hasta nosotros. Por eso Juan declara: "He aquí el Cordero de Dios".
El
profeta Isaías nos lo anunció diciendo que él "es llevado al matadero
como una oveja, como un cordero mudo delante del esquilador" (Is 53,7).
La Ley de Moisés lo prefiguró, pero... esta proporcionaba sólo una
salvación incompleta y su misericordia no se extendía a todos los
hombres. Entonces, hoy, el Cordero verdadero, representado antaño por
símbolos, la víctima sin mancha, es llevado al matadero.
Esto
es para desterrar el pecado del mundo, derribar al Exterminador de la
tierra, destruir a la muerte muriendo por todos, quebrantar la maldición
que nos golpeaba y poner fin a esta palabra: "Eres polvo y al polvo
devolverás" (Gn 3,19). Llega a ser así, el segundo Adán, de origen
celeste y no terrestre (1Co 15,47), es la fuente de todo bien para la
humanidad, el camino que lleva al Reino de los cielos. Porque un solo
Cordero murió por todos ellos, recobrando para Dios Padre, todo el
rebaño de los que habitan la tierra. «Uno sólo murió por todos, «con el
fin de someterlos a Dios"; «Uno sólo murió por todos» con el fin de
ganarlos a todos, con el fin de que todos " los que viven, ya no vivan
para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos»(2Co 5,14-15).
San Cirilo de Alejandría (380-444), obispo y doctor de la Iglesia. Comentario al Evangelio de San Juan 2, Prol. ; PG 73, 192
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