Cuando
Dios escoge... escoge. Eso lo han sabido muchos santos. Pero nadie lo supo
mejor que Jonás, ese interesante y pintoresco personaje del Antiguo Testamento
que según nos cuenta el libro que lleva su nombre, pasó tres días dentro de una
ballena.
¿Podrá
ser verdad esto? Cuesta pensar en algo así. Pero lo desconcertante es que el
mismo Jesús se refiere a la estadía forzada de Jonás dentro de una ballena para
tratar algo tan trascendental como su futura Resurrección. ¿Iba el Hijo de Dios
a citar un mito, y con el sentido y la precisión que lo hizo?
“Estos
hombres de hoy son gente mala; piden una señal, pero no la tendrán. Solamente
se les dará la señal de Jonás. Porque así como Jonás fue una señal para los
habitantes de Nínive, así lo será el Hijo del Hombre para esta generación” (Lc
11, 29-30).
¿Sin
embargo, de Jonás lo más importante no fue si realmente pasó o no tres días
dentro de una ballena, sino que no quería hacer lo que Dios le pedía. Dios lo
escogió para que se convirtiera él y para que -por la escogencia que Dios hizo
de él- muchos también se convirtieran.
El
Señor escogió a Jonás y a este profeta no le valió de nada escapar en un barco
para huir de Dios. El barco se vio metido dentro de una tormenta. Jonás es
lanzado al agua al conocerse que la causa de la tormenta es la huída de Jonás.
Y luego de ser tragado por una ballena, es lanzado por el animal cerca de las
costas de Asia Menor para que de allí fuera a la ciudad de Nínive a predicar lo
que el Señor le pedía. El Señor buscaba que la gran ciudad de Nínive se
convirtiera de sus vicios y pecados. (Para dar una idea del tamaño de esta
ciudad, baste con el dato que nos da la Escritura: se requerían 3 días para
recorrerla a pie).
Jonás
predicó lo que el Señor le indicó: “Dentro
de cuarenta días Nínive será destruida”. Sin embargo,
sorprendentemente, los habitantes de Nínive se convirtieron y creyeron en Dios,
e hicieron penitencia todos. Dios, entonces, no destruyó la ciudad.
Otros
elegidos de Dios son más dóciles que Jonás. Tal es el caso de los primeros
discípulos escogidos por Jesús. Nos cuenta el Evangelio de San Marcos (Mc. 1, 14-20) que cuando
Jesús, viendo a Andrés y a su hermano Pedro echando las redes de pescar en el
lago de Galilea, les llamó para hacerlos “pescadores
de hombres, ...y ellos dejaron las redes y lo siguieron.” Respuesta
inmediata y obediente a la escogencia del Señor.
Los
escogidos de Dios son instrumentos suyos para la conversión que Dios desea
realizar en medio de su pueblo, es decir, en cada uno de nosotros. Y la
conversión siempre exige un cambio de vida: incluye, primero que todo, dejar el
pecado. Pero no basta esto. Es necesario pasar a una segunda fase: “creer en el Evangelio”.
Y creer en el Evangelio significa vivir según el Evangelio. No basta conocer la
teoría del Evangelio: es necesario vivirlo en la práctica.
Es
necesario cambiar la mentalidad terrena que nos vende el mundo, esa mentalidad
a la que estamos muy acostumbrados. ¿Cuál es la mentalidad del mundo? Aquélla
que nos lleva a quedarnos en lo temporal y a olvidarnos de lo eterno, a
preferir lo terrenal y olvidarnos de lo celestial, a conformarnos con lo humano
y a descartar lo divino, a creer en el mundo y a olvidarnos del Evangelio.
Sin
embargo, el Señor nos dice: “El
Reino de Dios ya está cerca. Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”. Ciertamente
el Reino de Dios está cerca, pero sólo será una realidad cuando, arrepentidos y
convertidos, creamos y vivamos según el Evangelio. Será una realidad cuando
vivamos según la Voluntad Divina, cuando -como rezamos en el Salmo (#24)- el Señor “nos descubra sus caminos”. Y,
una vez descubiertos los caminos del Señor, podamos seguirlos con docilidad.
San
Pablo nos recuerda en la Segunda Lectura (1
Cor. 7, 29-31) que “este
mundo que vemos es pasajero”, yque “la vida es corta”. Y nos aconseja cómo
conviene que vivamos desapegados de este mundo pasajero y de esta vida corta: “los que sufren, como si no sufrieran;
los que están alegres, como si no se alegraran; los que compran como si no
compraran; los casados, como si no lo estuvieran”. Es decir: “estar
en el mundo sin ser del mundo” (cfr.
Jn. 17, 14-15).
Y
cuando el Señor nos llame, no hay que seguir el ejemplo de Jonás: duro para
responder. Hay que imitar a otros: a Pedro, Andrés, Santiago, Juan…. Ellos, sin
pensarlo mucho, dijeron sí enseguida y siguieron al Señor.
Autor: homilia.org
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