“No fue, aparentemente, sino después de su resurrección,
y en particular después de su ascensión, al bajar el Espíritu Santo, cuando los
Apóstoles comprendieron que (nuestro Salvador) había estado con ellos. Lo comprendieron cuando todo había terminado,
no en el momento mismo. Vemos aquí, a mi parecer, el rastro de un principio
general que se presenta sin cesar a nuestros ojos, en la Escritura y en el
mundo, es decir, que no discernimos la presencia de Dios en el tiempo en que
está con nosotros, sino después, cuando miramos para atrás hacia lo paso y
transcurrido.
La misma historia de nuestro Salvador proporcionará
ejemplos que apoyan esa notable ley...
(los ejemplo citados remiten a Jn 13,7; 12,26; Lc 24,32,
y luego a trozos del A.T.: Gen 28,11-17; 32,30; Juec 6,22; etc.)
Tal es la ley de Dios en la Escritura: dispensar sus
bendiciones en el silencio y el secreto, de modo que no las discernamos en el
mismo momento sino sólo después.
Considera ahora cuanto concuerda aquello con lo que
ocurre en la economía providencial de nuestra vida cotidiana. Sobrevienen acontecimientos que nos causan
placer o pena; no captamos en el momento su significado, no vemos en ellos la
mano de Dios.
¡Oh Providencia de Dios, maravillosamente silenciosa y
sin embargo irresistible! ¿Cómo poder verla,
sino después, como recompensa de nuestra fe, contemplando a lo lejos la nube de
gloria que, en el instante de su presencia, era demasiado tenue, demasiado
impalpable para nuestros sentidos mortales?
Asimismo, en muchas otras ocasiones que no son ni
llamativas, ni dolorosas, ni gratas, sino totalmente ordinarias, podemos
reconocer a la postre que nuestro Señor estaba con nosotros, y, como Moisés,
adorarlo.
De ahí viene, tal vez, que los años transcurridos traigan
consigo tanto perfume en el recuerdo, mientras en el mismo momento pensábamos
encontrar poco placer en ellos, al no tener conciencia, al no poder tener
conciencia del placer que recibíamos, aunque de veras nos fuese dado. No sabemos, en el momento, sino sentir: sólo
después, nuestra razón reconoce.
Lo que es cierto para el destino de los individuos, lo es
también para la Iglesia. Sus épocas felices
lo son en el recuerdo.
Para concluir: aprovechemos lo que cada día, lo que cada
hora que pasa nos enseña. Lo que nos parece
oscuro cuando nos sale al encuentro, refleja al Sol de Justicia cuando ya
pasó. Que ello nos enseñe al menos para
el porvenir a tener fe en lo que no vemos...”
Autor: Cardenal Newman
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