¿En qué consiste ese vicio? En
la tristeza por causa del bien ajeno. Tanquerey, en su Compendio de Teología
Ascética y Mística, resalta que el despecho causado por la envidia está
acompañado de una constricción del corazón, que disminuye su actividad y
produce un sentimiento de angustia. El envidioso siente el bien de otra persona
"como si fuese un golpe vibrado a su superioridad". No es difícil
percibir como ese vicio nace de la soberbia, la cual, como explica el famoso
teólogo Fray Royo Marín, O.P., "es el apetito desordenado de la excelencia
propia". La envidia "es uno de los pecados más viles y repugnantes
que se pueda cometer", hece hincapié el dominicano.
De la envidia
nacen diversos pecados, como el odio, la intriga, la murmuración, la
difamación, la calumnia y el placer en las adversidades del prójimo. Ella está
en la raíz de muchas divisiones y crímenes, hasta incluso en el seno de las
familias (basta recordar la historia de José de Egipto). Dice la Escritura:
"Por envidia del diablo, entró la muerte al mundo"(Sb 2, 24). Aquí
está la raíz de todos los males de nuestra tierra de exilio. El primer
homicidio de la Historia tuvo ese vicio como causa: "... y el Señor miró
con agrado a Abel y para su oblación, pero no miró a Caín, ni para sus dones.
Caín se quedó extremamente irritado con eso, y su semblante se tornó
abatido"(Gn 4, 4-5).
Ese vicio
comporta grados. Cuando tiene por objeto bienes terrenales (belleza, fuerza,
poder, riqueza, etc.), tendrá gravedad mayor o menor, dependiendo de las
circunstancias. Pero si dice respecto a dones y gracias concedidas por Dios a
un hermano, constituirá uno de los más graves pecados contra el Espíritu Santo:
la envidia de la gracia fraterna.
"La
envidia del provecho espiritual del prójimo es uno de los pecados más satánicos
que se puede cometer, porque con él no solo se tiene envidia y tristeza del
bien del hermano, sino también de la gracia de Dios, que crece en el mundo",
comenta Fray Royo Marín.
Todas esas
consideraciones deben grabarse a fondo en nuestros corazones, haciéndonos huir
de ese vicio como de una peste mortal. Alegrémonos con el bien de nuestros
hermanos, y alabemos a Dios por su liberalidad y bondad. Quien actúe así
notará, en poco tiempo, cómo el corazón estará tranquilo, la vida en paz, y la
mente libre para navegar por horizontes más elevados y bellos. Más aún: se
tornará él mismo el blanco del cariño y de la predilección de nuestro Padre
Celestial.
Autor: Monseñor
João S. Clá Dias, EP.
No hay comentarios:
Publicar un comentario