La virtud de la Fe nos
facilita penetrar más allá de los umbrales de nuestra tímida naturaleza, y
tomar consciencia de las profundidades de los vínculos que unen el universo a
Dios. El Creador le transciende infinitamente y, por tanto, no hay menor confusión
entre Él y la creación. Sin embargo, es Dios quien mantiene a las criaturas en
el ser, como también cada uno de sus elementos constitutivos, e incluso, es la
causa eficiente de la santidad que pueda existir en cada una de ellas. De ahí
nos es necesario el apoyo de las Sagradas Letras para mejorar en nosotros el
sentido de Dios. En ellas encontraremos las verdades claramente expuestas con
extremo fervor por Cristo Jesús, sobre la vida íntima de Dios, los atributos
del Padre y el Espíritu Santo, etc.
Así, la presencia de Dios y la
propia acción divina, tanto la permanente como la actual, sobre todas las
criaturas, serán discernidas -aunque muchas veces en medio de una cierta
penumbra- por una Fe robusta y viva. Y esto consistirá, de cierto modo, en
alguna participación en el conocimiento que Dios posee sobre Sí mismo y sobre
el universo. Será la más elevada vida intelectual, en la cual la intensidad de
esa virtud teologal determinará mayor o menor penetración (y dominio) de ésta,
en aquella.
La Fe, por tanto, no
constituye un estorbo para la cultura como erróneamente podría parecer a
espíritus menos avisados. Muy al contrario, determinación, certeza y substancia
son conferidas a la inteligencia que en ella se fundamenta. Ella diviniza las
cualidades humanas, y jamás las perjudica. Y nuestra inteligencia, así
divinizada, pasa a comprender todo bajo el prisma de Dios. Ahí estará alojada
la castidad de nuestra inteligencia que consistirá en una íntegra lealtad de
cara a las realidades objetivas y del propio Dios, todo analizado con una
esplendorosa clareza debido a una mayor o menor participación en el
conocimiento increado. Ella es un precioso fruto de la plena donación de
nuestra inteligencia a Dios, fruto, a su vez, de la iniciativa de Él en
escogernos y de nosotros tomar posesión: "No fuiste vos que me escogiste
sino, fui yo que os escogí" (Jn 15, 16).
Autor: Mons. João S. Clá Dias,
EP
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