Vivimos en un momento capital de nuestra historia, inmersa en un proceso de profunda transformación, pero que contiene numerosos gérmenes de vida, abundantes expectativas y esperanzas de reconstrucción positiva, copiosas preguntas de contemporáneos nuestros que procuran dar nuevos significados y nuevos contenidos a sus vidas.
Se nos estimula e interpela a que, sabiendo captar las numerosas exigencias positivas que emergen en nuestro mundo, demos razón de la esperanza que hay en nosotros (cf. 1 Pe 3,15) y la expresemos visiblemente con símbolos y con un estilo de vida significativo para el hombre de hoy.
San Francisco y su mensaje mantienen una actualidad sorprendente, capaz de despertar simpatía y acogida en todas las culturas. Francisco está más vivo que nunca y habla a los hombres de hoy. ¿Lograremos encarnar su proyecto evangélico y comunicarlo con convicción y alegría mediante una visibilidad atrayente que abarque alma y cuerpo, vida y palabra, comportamientos personales y relacionales? Ese es el reto que el mundo actual nos dirige en nuestro camino del tercer milenio.
Se nos pide una respuesta a las crecientes desigualdades existentes entre un puñado de ricos, cada vez más ricos, e inmensas masas de pobres carentes de lo necesario. ¿Nuestro estilo fraterno de vida, solidario con los últimos, expresa, antes incluso que nuestro mismo servicio a ellos, libertad, superación de todo tipo de etnicismo y de nacionalismo, a la vez que distanciamiento de cualquier compromiso con el consumismo que nos rodea?
Se nos pide ser hombres de justicia, de reconciliación y de paz en un mundo guiado por el provecho económico, la competición y el arribismo.
Lo que nos falta, una vez más, no es la palabra o gestos aislados de generosidad, sino formas concretas, alternativas de vida en Fraternidad. Estamos sufriendo, como dice san Pablo, «dolores del parto».
Vivimos un «kairós», una gracia especial que se nos da con vistas a nuevos comienzos, a una vida nueva, empezando precisamente desde nuestros valores carismáticos.
El mensaje franciscano de la fraternidad universal como invitación al respeto, a la «reconciliación de lo distinto», a la búsqueda de comunión, se presenta con toda su fuerza como palabra de esperanza y como valor evangélico alternativo en este momento preciso en que se advierte el poder destructivo del individualismo.
La libertad y el desasimiento de los bienes, atestiguados con una vida frugal que no busca el proprio provecho ni cosas superfluas y que comparte lo que se es y lo que se tiene, no pueden sino provocar al hombre de hoy, que ha convertido el mundo en una «ciudad mercado», e invitarlo a la solidaridad y a la restitución, valor típicamente bíblico y franciscano. Efectivamente, la tierra es de Dios, nosotros mismos somos propiedad de Dios (cf. Ex 19,5): hemos de compartir sin avaricia ni arrogancia lo que ha sido entregado a todos y para todos, y hemos de restituirlo a Dios dándole gracias.
Considerando nuestra historia de estos últimos años postconciliares, hemos de reconocer que hoy en día se ha clarificado la definición de nuestra identidad de Hermanos menores, fundada sobre la experiencia y sobre el mensaje espiritual de san Francisco, una identidad delineada y afirmada por nuestra legislación y por los últimos documentos de la Orden (Constituciones Generales, decisiones de los Capítulos, documentos de la Orden, cartas de los Ministros generales...). En contraste con la inquieta historia de nuestra Familia, esta claridad y profundidad son una adquisición, al menos teórica e ideológica, muy importante. Hemos identificado con precisión la«ortodoxia» de nuestro carisma. Ahora debemos, quizás, concentrar nuestros principales esfuerzos en la«ortopraxis», en un estilo de vida que exprese proféticamente al mundo actual aquello en lo que creemos y esperamos y aquello que profesamos.
No obstante la disminución numérica, la Familia religiosa Franciscana (200.000 miembros, de ellos 20.000 monjas contemplativas de la Segunda Orden y 35.000 frailes de la Primera Orden) sigue constituyendo una cuarta parte del total de los religiosos y religiosas del mundo. Se trata de una fantástica fuerza espiritual para la vida del mundo, de una fuerza que debe encontrar sus propias expresiones en el mundo actual y encarnarse en las aspiraciones y en el entramado cotidiano de la vida de los hombres del tercer milenio.
Muchos Hermanos y muchas Provincias están adentrándose en este camino de transformación profética; hay un retorno innovador a los valores fundamentales de nuestra vida franciscana. Incluso ciertos fenómenos preocupantes -como la dificultad de mantener grandes obras y la disminución del número de Hermanos- pueden interpretarse como una invitación a revisar nuestros compromisos y a reexaminar con dinamismo nuestras estructuras para adecuarlas a las exigencias del momento presente. Les recuerdo algunos de los caminos proféticos emprendidos en los últimos años:
·
Crece incesantemente
la colaboración entre el «Gobierno Central» y las Provincias, así como entre
las Provincias y Custodias limítrofes.
·
En las Provincias o en
las Conferencias florecen Fraternidades diversificadas a partir de ciertos
valores: unas de carácter más radical, otras orientadas principalmente a la
contemplación, otras más «encarnadas» y más empeñadas en un diálogo de
solidaridad con el mundo. Esta diversidad es acogida positivamente, sin
prevenciones ni prejuicios. Se trata de un camino muy importante para el
nacimiento de Fraternidades proféticas que pueden abrir nuevos caminos. Es una
«fidelidad creativa» querida por la Iglesia y en sintonía con nuestro carisma.
·
En algunas Provincias
la formación permanente, garantía de nuestro futuro, está empeñando seriamente
a Hermanos, a Fraternidades y a grupos especiales como el Definitorio, los
Guardianes, los Formadores, los Hermanos dedicados a determinados sectores...
·
Así mismo, algunas
Provincias han advertido la necesidad de reestructurar la formación inicial y
de dar tiempo y espacios al acompañamiento personal, a la formación
franciscana, teórica y experiencial, a valores humanos, cristianos y
franciscanos específicos. Existe también un discernimiento muy serio, liberado
de la tentación del número elevado y del miedo a la supervivencia.
·
Aumenta el número de
Fraternidades internacionales e interculturales. Por ejemplo, todos los
proyectos misioneros de la Orden y casi todas las Entidades de África y de
Oriente Medio son internacionales e interculturales.
·
Cada vez es mayor el
número de Hermanos que piden realizar experiencias que sean, a la vez,
itinerantes, contemplativas y evangelizadoras y que se basen sobre una seria
estabilidad interior.
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Existe cada vez más
colaboración en el seno de la Familia Franciscana.
·
Por último, hay que
decir que casi todos los Hermanos custodian su vocación con amor y viven sus
compromisos religiosos con fidelidad. Muchos Hermanos, incluso ancianos, están
dispuestos a emprender caminos nuevos.
Autor: Giacomo Bini, Ministro General o.f.m.
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