"Tened entre vosotros los mismos sentimientos de
Cristo: el cual, siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de
Dios, al contrario, se despojo de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose
semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se
humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso
Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el nombre sobre todo nombre" (Fl
2,5-9)... Este texto extraordinariamente rico, se refiere claramente a la
primera caída...
Jesucristo vuelve sobre los pasos de Adán. Al contrario que Adán, verdaderamente es "como Dios" (cf Gn 3,5). Pero ser como Dios, ser igual a Dios, es «ser Hijo" y pues totalmente relación: "el Hijo no puede hacer nada por sí mismo"(Jn 5,19). Por eso el que es verdaderamente igual a Dios no se aferra a su autonomía, al carácter ilimitado de su poder y de su voluntad. Porque para recorrer el camino inverso, se hace el muy-dependiente, se hace el servidor. Porque no toma el camino del poder, sino el del amor, puede descender hasta la mentira de Adán, hasta la muerte, y allí, erigir la verdad, dar vida.
Así, Cristo
se hace el nuevo Adán por el que la vida humana toma un nuevo origen... La
cruz, lugar de su obediencia, se convierte en el verdadero árbol de la vida.
Cristo llega a ser la imagen opuesta a la serpiente, como dicho Juan en su
evangelio. De este árbol no viene la palabra de la tentación, sino la palabra
del amor salvador, la palabra de la obediencia, por la cual Dios mismo se hizo
obediente, y nos ofrece así su obediencia como espacio de la libertad. La cruz
es el árbol de la vida de nuevo accesible. En su Pasión, Cristo, por decirlo
así, apartó la espada fulgurante (Gn 3,24), atravesó el fuego y levantó la cruz
como eje verdadero del mundo, sobre el cual se sostiene el mundo. Por eso la
Eucaristía, como presencia de la cruz, es el árbol de la vida que permanece
siempre entre nosotros y nos invita a recibir los frutos de la vida verdadera.
Autor: Cardenal Ratzinger [Papa Benedicto XVI], Sermón Cuaresma 1981
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