Haced esto en conmemoración mía. Dos cosas hay destacar en estas
palabras. La primera es el mandato de celebrar este sacramento, mandato
expresado en las palabras: Haced esto. La segunda es que se
trata del memorial de la muerte que sufrió el Señor por nosotros.
Dice, pues: Haced esto. No
podríamos imaginarnos un mandato más provechoso, más dulce, más saludable, más
amable, más parecido a la vida eterna. Esto es lo que vamos a demostrar punto
por punto.
Lo más provechoso en nuestra vida es
lo que nos sirve para el perdón de los pecados y la plenitud de la gracia. Él,
el Padre de los espíritus, nos instruye en lo que es provechoso para recibir su
santificación. Su santificación consiste en su sacrificio, esto es, en su
ofrecimiento sacramental, cuando se ofrece al Padre por nosotros y se ofrece a
nosotros para nuestro provecho. Por ellos me consagro yo. Cristo, que,
en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin
mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al
culto del Dios vivo.
Es también lo más dulce que podemos
hacer. ¿Qué puede haber más dulce que aquello en que Dios nos muestra toda su
dulzura? A tu pueblo lo alimentaste con manjar de ángeles,
proporcionándole gratuitamente, desde el cielo, pan a punto, de mil sabores, a
gusto de todos; este sustento tuyo demostraba a tus hijos tu dulzura, pues
servía al deseo de quien lo tomaba y se convertía en lo que uno quería.
Es lo más saludable que se nos podía
mandar. Este sacramento es el fruto del árbol de la vida, y el que lo come con la
devoción de una fe sincera no gustará jamás la muerte. Es árbol de vida
para los que la cogen, son dichosos los que la retienen. El que me come vivirá
por mí. Es lo más amable que se nos podía mandar. Este sacramento, en
efecto, es causa de amor y de unión. La máxima prueba de amor es darse uno
mismo como alimento. Los hombres de mi campamento dijeron: «¡Ojalá nos
dejen saciarnos de su carne!»; que es como si dijera: «Tanto los amo
yo a ellos y ellos a mí, que yo deseo estar en sus entrañas y ellos desean
comerme, para, incorporados a mí, convertirse en miembros de mi cuerpo. Era
imposible un modo de unión más íntimo y verdadero entre ellos y yo».
Y es lo más parecido a la vida eterna
que se nos podía mandar. La vida eterna viene a ser una continuación de este
sacramento, en cuanto que Dios penetra con su dulzura en los que gozan de la
vida bienaventurada.
Autor: San Alberto Magno, Obispo y doctor de la Iglesia
Oración del predicador
Señor Jesucristo, haz que con deseo
ardiente me precipite a escuchar la Palabra de Dios,
y haz que no rechaze a los que ya se han acercado;
haz que sepa estar junto a las aguas, no dentro de las aguas de la vanagloria;
que suba a la navecilla de la obediencia y que baje a tierra por la humildad;
que lave las redes del deseo de la predicación
y de las buenas obras de toda avaricia, vanagloria y adulación;
que sepa repararlas mediante la armonía de las sentencias;
que las seque con la claridad;
que las recoja por cautela y no por pereza;
que no las rasgue por las divisiones;
que aleje de la tierra la nave de la religión y permanezca descansando en ella.
y haz que no rechaze a los que ya se han acercado;
haz que sepa estar junto a las aguas, no dentro de las aguas de la vanagloria;
que suba a la navecilla de la obediencia y que baje a tierra por la humildad;
que lave las redes del deseo de la predicación
y de las buenas obras de toda avaricia, vanagloria y adulación;
que sepa repararlas mediante la armonía de las sentencias;
que las seque con la claridad;
que las recoja por cautela y no por pereza;
que no las rasgue por las divisiones;
que aleje de la tierra la nave de la religión y permanezca descansando en ella.
Haz que enseñe a los demás con el
ejemplo;
que sepa alternar la contemplación y la acción;
que sepa conducir a los demás a la profundidad de la contemplación
mediante la predicación de la religión.
que sepa alternar la contemplación y la acción;
que sepa conducir a los demás a la profundidad de la contemplación
mediante la predicación de la religión.
Que lance las redes en tu palabra
y no en la tiniebla del pecado y de la ignorancia
de tal forma que pueda capturar obras vivas;
que en las aguas de las tribulaciones
pueda llenar mis redes de la abundancia de tu presencia y de tus consuelos
de modo que el alma reviente de admiración y busque ayudar al prójimo,
especialmente a los más necesitados.
y no en la tiniebla del pecado y de la ignorancia
de tal forma que pueda capturar obras vivas;
que en las aguas de las tribulaciones
pueda llenar mis redes de la abundancia de tu presencia y de tus consuelos
de modo que el alma reviente de admiración y busque ayudar al prójimo,
especialmente a los más necesitados.
Que llene las naves de obediencia y
de paciencia
y que por la humildad me prosterne ante las rodillas de Jesús
y que, una vez arribado de este mundo a la tierra de los vivientes,
pueda yo recibir los premios eternos. Amén.
y que por la humildad me prosterne ante las rodillas de Jesús
y que, una vez arribado de este mundo a la tierra de los vivientes,
pueda yo recibir los premios eternos. Amén.
San Alberto Magno. Liturgia de las Horas. Propio
O.P., pp. 1814-1815.
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