No puedo dejar de estremecerme ante
las noticias que nos van llegando día a día de la situación de nuestro país.
Cientos de dramas humanos entretejen nuestra historia. Imágenes que nos llegan
en el televisor de actores que no se maquillan, que no tienen dobles, no hay
fantasía. Es la cruda realidad. He reflexionado con el corazón en un puño.
Pocos, muy pocos son los que todavía se conmueven. ¿No nos habremos domesticado
a fuerza de latigazos visuales? En verdad me cuesta tildarme de moderno y
civilizado. Creo que somos muchos los que estamos hartos del menú que
diariamente alimenta nuestras almas: homicidios, robos, torturas, secuestros,
fraudes, condiciones ignominiosas de trabajo: obreros simplemente usados.
Muñones y más muñones. Cientos de semi-hombres. Muñones de humanidad. Sin
embargo, yo no me quedo indiferente. Sé que hay mucha gente buena. Los conozco,
somos tú y yo, los de todos los días. Los que luchamos por vivir, los que
asimos el presente con manos férreas y trabajamos por transformar el mundo. Los
que apostamos por el futuro. La nación no está carcomida hasta la raíz. Más
bien es un árbol con la copa destrozada. Sólo hace falta injertos de amor, de
esperanza y de responsabilidad.
Autor: P. José Manuel Otaolaurruchi L.C. Fuente: Church
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