martes, 22 de enero de 2013

La prueba







Es el amor en sentido cristiano ("apape-caritas") que constituye la esencia misma del Dios revelado por Jesucristo (cf. 1 Jn 4,8). Ésta consiste en entregar la propia vida (Jn 15,13). La forma perfecta de la caridad es el don de sí de Cristo sobre la Cruz (Ga 2,20). La Cruz es la "cifra" y el símbolo del amor: en ella Jesús cumple el doble mandamiento del amor a Dios y al → prójimo, retomado de la Ley antigua (Torah) (cf. Mc 12,28ss; Dt 6,5; Lv 19,17). Sobre la Cruz, de hecho, Jesús ama totalmente a Dios Padre, encomendándose en sus manos (Lc 23,44), y al prójimo, → perdonando a sus enemigos (Lc 23,26).

El amor verdadero o caridad consiste en amar con → gratuidad, también a quien no lo merece, el pecador, el malvado, el traidor, el enemigo (cf. Lc 6,32: Rm 5,11). Este amor divino, único y trascendente, no es "utópico" para los seres humanos. Se convierte en realidad cuando el Don del Señor resucitado es derramado en el corazón de los hombres mediante la potencia del Espíritu Santo (cf. Hch 2; Rm 5,5) y hace posible abandonarse al amor de Cristo. Tal es la experiencia de los santos y de los mártires (cf. Hch 7,59-60). La caridad es por tanto una virtud teologal, o sea, sobrenatural y pneumatológica.

San Pablo la considera el más grande de los dones del Espíritu Santo y la describe así: "La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuanta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. La caridad no acaba nunca". (cf. 1 Co 13, 4-8). La caridad puede considerarse obra de la → fe (cf. Ga 5,6). Poseer el amor es signo de una vida nueva que vence a la muerte: "Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte" (1 Jn 3,14).

Toda la tradición cristiana la ha venerado como "reina de las virtudes". Ella consiste, para s. Agustín, en el amor de la cosas que deben ser amadas ("dilectio rerum amandarum") y concede anteponer la cosas comunes a aquellas propias ("caritas communia propriis non propria communibus anteponit"). La caridad es "ordenada": ella hacer amar a Dios por sí mismo; inspira un recto amor de sí (recordando la propia dignidad filial); estimula a amar al prójimo en Dios y al enemigo a causa de Dios ("caritas est amicum diligere in Deo et inimicum diligere propter Deum", s. Gregorio Magno). La caridad ama según la medida desmesurada de Dios ("modo sine modo", s. Bernardo). Para Santo Tomás sólo la caridad merece verdaderamente el nombre de gracia porque es la única que "hace gratos a Dios" ("nomen gratiae meretur ex hoc quod gratum Deo facit").

Ella posee la facultad de transformar al amante en el amado, porque suscita una especie de "éxtasis", un salir de sí mismos para adherir al amado ("caritatis proprium est transformare amantem in amatum, quia ipsa est quae extasim facit").

La caridad es el vínculo de comunión de la → Iglesia, y encuentra en la Eucaristía su sacramento. Mediante la caridad el Espíritu reúne a los fieles bajo un solo cuerpo: el mismo Espíritu unifica el cuerpo con su presencia, con su fuerza y con la interna conexión de los miembros, produce la caridad entre los fieles y empuja a vivirla. Por tanto, si un miembro tiene un sufrimiento, todos los miembros sufren con él; o si un miembro es honrado, gozan juntamente todos los miembros (cf. 1 Co 12,26; LG 7,3). La caridad no puede ser ni confusa ni mucho menos sustituida por la noción, no peculiarmente, cristiana de → solidaridad. Ésta consta del orden humano y social de la fraternidad universal. En cambio, la caridad es la relación de comunión propia de la → fraternidad cristiana. Ella posee una propulsión universal (hasta abrazar a los enemigos), pero es especialmente enriquecida por la reciprocidad en la comunidad eclesial: "Pues este es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros" (1 Jn 3,11-12); "Así que mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe", (Ga 6,10).

Autor: A cura de C.L. Rossetti | Fuente: Vatican.va

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