El silencio tiene por fin atender a las inspiraciones del
Espíritu Santo que habita dentro de nuestra alma. Dios no habla en el tumulto
de impresiones, ni en la disipación. Cuando el alma está en silencio interior y
exterior, cuando el alma está recogida dentro de sí, entonces es cuando Dios
habla y cuando el alma puede escucharlo. Muchas veces el Espíritu Santo está clamando con gemidos inenarrables, pero el alma no los oye porque se encuentra fuera de sí, atenta a lo que sucede fuera.
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