Para
algunos el inicio de un nuevo año, de un nuevo número que caracterice el final
de todas las fechas y documentos, puede significar que todo empieza, que se
hizo “borrón y cuenta nueva”. Sin embargo, no existe tal borrón, pues iniciamos
el nuevo año con las deudas pendientes, con el mismo coche (a no ser que
hayamos comprado uno nuevo), con el mismo esposo o esposa, con los mismos hijos
y padres... Una serie de parámetros permanecen ahí, inmutables, y nos
recuerdan, con nuestro nombre y apellido inmutables, que algo (o mucho)
continúa, que recogemos el pasado y con él iniciamos la navegación incierta, y
normalmente llena de esperanzas, del año nuevo.
En
momentos especiales como estos, conviene no tirarlo todo por la ventana. Pero
tampoco es oportuno sentirnos atrapados por el pasado, condicionados por lo que
ha ocurrido. Mucha literatura psicológica nos ha ido “condicionando” hasta el
punto de creer que muchos de nuestros actos, incluso aquellos que creíamos más
libres, más creativos, no serían sino consecuencia de la acción que el
“inconsciente” sigue ejerciendo sobre nosotros, como un dueño y señor
misterioso y tremendo de nuestro destino, por más que no nos demos cuenta de su
poderío.
Esta
tentación del determinismo psicológico es mucho más vieja de lo que creemos.
Basta con leer algunas tragedias griegas, escritas hace más de 2400 años, para
comprender que también otros pueblos y culturas han creído en fuerzas ciegas
que guían fatalmente los destinos humanos. El caso paradigmático de Edipo,
destinado a matar a su padre para casarse con su madre, nos hace ver que
incluso quien desea huir de las cadenas de la “predestinación”, no puede sino
caer en ellas. No es extraño que el padre del psicoanálisis, Freud, haya usado
nombres de personajes griegos, como el del mismo Edipo o el de Electra, para
ilustrar sus doctrinas psicoanalíticas.
Frente a
los que creen tener un folio en blanco cada año, y a los que creen que ya está
todo escrito y fijado en nuestra psicología (o en el horóscopo, que viene a ser
lo mismo), hemos de contraponer una visión más serena y equilibrada del ser
humano, una visión que deje su lugar a la historia sin negarle su puesto a la
fantasía y creatividad. El pasado, sí, nos condiciona, pero no nos esclaviza.
Como decía un psicólogo, agudo crítico de Freud, los determinismos y
condicionamientos no sólo no eliminan la libertad, sino que son como la
gravedad que nos permite caminar (libremente) por la vida. Una visión realista
debe hacernos comprender que hay que asumir con responsabilidad lo que somos y
tenemos, las carencias y las cualidades, los fracasos y los éxitos anteriores,
los cariños y los rencores, para, desde ahí, sin cerrar los ojos, preguntarnos
con sencillez: ¿a dónde quiero llegar en este año que empieza? ¿Qué deberes he
heredado del pasado? ¿Qué expectativas me rodean y orientan mis respuestas para
el futuro?
Un año
nuevo inicia en pañales. Lo cogemos con el temor de quien coge a un recién
nacido. Pero lo cogemos desde las canas, las arrugas y las cicatrices que nos
han dejado los muchos o pocos años que hemos transcurrido en este planeta.
Quizá cuando empiece otro año nuevo, y volvamos los ojos a lo que fue el
anterior, podamos respirar, con orgullo, al ver que algo ha mejorado, que el
amor ha crecido, que la justicia ha sido más completa, que los rencores han
empezado a ceder el paso a la generosidad del perdón. Quizá, Dios no lo quiera,
tengamos que ocultar el rostro ante un año perdido en nuestro enriquecimiento
integral.
Cuando el
calendario tiene números bajos en el mes de enero (el mes primero, el mes más
tierno), podemos trazar planes atrevidos, hacer propuestas de superación y de
conquista. Desde lo que somos y tenemos, para que seamos un poco más y hagamos
a quienes viven a nuestro lado un poco más felices.
Autor: Padre Fernando Pascual L.C. Fuente: Church Fórum
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