Se acaba
el año y empieza otro, y parece que todo se resuelve entre tradiciones,
propósitos y algunas supersticiones. Los días pasados nos llenaron, entre
curiosidad y nostalgia, de noticias, eventos, circunstancias que resumieron el
año que nos deja. Volvemos a ver imágenes que llamaron la atención o fueron
primera plana, dándonos de nuevo la sensación de novedad que nos golpeó cuando
las vimos por primera vez, haciéndonos fijar la atención, quitándonos tiempo,
llenando nuestras conversaciones, siendo motivo de discusión. Volver al pasado
cercano nos deberá hacer pensar que podríamos haber sido distintos, o haber
hecho las cosas de manera diferente, haber tomado diferentes decisiones, dicho
otras palabras. El último día del año conlleva una cierta reflexión, un balance
de lo bueno y lo malo, acción de gracias por todo lo recibido y un cierto dolor
interior por todo lo que se ha perdido. Cada año pone en la balanza de la vida
las cosas o situaciones a las que habíamos dado más peso del que debían tener.
Hoy es un día para pedir perdón, sobre todo por el tiempo que dejamos escapar
sin darle su peso, y por las ocasiones que dejamos ir sin llenarlas de un amor
mejor, pues lo que cuenta no es ni lo que piensas, ni lo que te imaginas, sino
lo que amas. Hoy, de modo especial, es día para agradecer el don de las personas
que te han sido dadas en este año, agradecer el don de todos los que han
caminado a tu lado. Hoy es también un tiempo para agradecer por los que ya no
caminan a tu lado y que fueron parte de la construcción de la persona que eres
hoy.
El fin de
año mira hacia atrás y mira al futuro. El año que llega, como el que se va,
posiblemente contenga algunos males, sufrimientos, dramas, sea provocados por
la maldad de los hombres, sean fruto de la fragilidad de la creación que nos
rodea. Pero siempre hay un futuro, quizá no el que esperábamos, ni el que
queríamos, ni siquiera aquel por el que habíamos trabajado, pero hay siempre un
paso más que dar. Esta noche, cambiaremos de año al son de unas campanadas de
reloj, campanadas que suenan cada noche, para decirnos que cada día que empieza
podemos empezar de nuevo. Que basta con que queramos cambiar. Con que queramos
cambiar el egoísmo que no reconoce al otro como alguien importante de nuestra
vida, que queramos cambiar la actitud con la que pisoteamos a los demás para
hacerlos piezas del nuestro juego de egoísta ajedrez, que cambiemos la
capacidad para esconder nuestras verdaderas intenciones en la relación con las
personas, que cambiemos… cada uno de nosotros tiene que tener la valentía y la
transparencia interior para estar dispuesto a cambiar. Sin eso las doce
campanadas no son sino martillazos que insisten en que no hay nada nuevo, de
que lo que daña no se ha movido de su sitio.
Si así lo
decidimos hoy cada hora del año que comienza puede ser una oportunidad de
llenar nuestro tiempo de bien, de bien personal, del bien de la familia, del
bien de una experiencia viva de Dios, del bien de un semilla sembrada para
cambiar nuestro ambiente, con la certeza de que las horas breves y cansadas de
la existencia cotidiana esconden una joya maravillosa. Hoy inicia un año nuevo
que comenzamos mirando a los ojos a la madre del Salvador. A la que llamamos
vida, dulzura, esperanza nuestra. A Ella le entregamos el año que empieza. En
ella caminaremos seguros por este valle de lágrimas y lo transformaremos en un
valle de esperanza, cuando hagamos de cada día un encuentro renovado, con los
demás, con nosotros mismos, con Dios.
Autor: Padre Cipriano Sánchez L.C. Fuente: www.ciprianosanchez.blogspot.com
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