Quisiera partir de esta
columna breve –o mejor brevísima- agradeciendo a Jorge, porque quien no aprende
a agradecer aprendió nunca a valorar, y bien es cierto que apenas es un grano
de arena en la playa del espacio digital, pero un grano es mejor a ninguno.
Este pequeño aporte tiene como pretensión ser como una mini-falda; que es lo
más corto posible, y tratando de enseñar lo suficiente sin enseñar de más. Hubo
una vez un hombre ingenuo que quiso cambiar el mundo, buscose un lugar, lo más
humilde posible para nacer, tan humilde que alguno dijo que ni los suyos lo
habían recibido, pero él lo sabía y así lo quiso. ¿Pudo ser diferente? Quizá sí
-pero no fue así- y de esto quiero ocuparme. La historia se repite en infinidad
de momentos, impensable sería para el más listo de los hombres, calcular al
mismo tiempo cuantos desprotegidos nacen en nuestros tiempos, en cada tiempo de
los nuestros y en cada segundo de los que son, y la pregunta es ¿Y los suyos
los recibieron? ¿Acaso los hombres no constituimos una sola cosa? Entonces en
tanto que exista uno solo de nosotros, que nazca olvidado y olvidado se
mantenga, nosotros como humanidad no seremos completos, porque los hemos
olvidado. Si el hombre más grande de la tierra, quiso nacer en la pobreza y la
ignominia, y morir con los brazos
abiertos; ¿Qué haces tú, sentado de brazos cruzados?
Es ya el tiempo que la Santa
Iglesia de Dios celebra el tiempo sagrado de preparación para conmemorar el
nacimiento de este hombre del que al inicio hablaba, y propone muchos caminos,
uno de ellos, es que confesemos –sacramentalmente- nuestros pecados, a manera de preparar una
morada y cambiar, al menos en un granito, esa soledad del recibimiento, pero lo
más importante, será preparar nuestra generosidad y empezar a ayudar a todos
los nuestros que yacen en la soledad, no puedo limitarme a los niños, los
jóvenes, los ancianos, y en general todos cuantos sufren, y claramente me
refiero a las personas desamparadas, sería increíble, sería signo del amor de
Dios que cada uno de nosotros empezara a ayudar al necesitado, socorrer al
desamparado, darle hogar al vagabundo, ropa al desnudo, porque en esto podremos
reconocer que no lo hacemos por ellos y nosotros solamente, sino que en esto,
dice el mismo Dios en su Palabra, que lo hacemos por Él.
Yo les propongo, como inicio
del itinerario de este Adviento, que empiecen en familia a vivir el amor, y no
importa el tamaño de tu familia, el apostolado será el de “la sonrisa” como
decía la Madre Teresa de Calcuta. Y esta propuesta es a manera de escuela, de
ir educándonos poco a poco para llegado el momento, compartir nuestra familia
con todos, porque solo así como dice la Buena Nueva, seremos uno.
Autor:
Sem. Carlos F. Amador Treviño D.
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