A la edad de doce años, Jesús se queda en Jerusalén. No
sabiéndolo, sus padres lo buscan con inquietud y no lo encuentran. Buscan
"entre sus parientes cercanos", buscan "entre sus compañeros de
camino", buscan "entre sus conocidos", pero, entre toda aquella
gente, no lo encuentran... Mi Jesús no quiere ser encontrado entre la muchedumbre.
Aprended pues
dónde lo encontraron... para que vosotros también podáis encontrarlo: "a
fuerza de buscarlo, lo encontraron en el Templo". No en cualquier lugar,
sino "en el Templo", y no simplemente en el Templo, sino "En
medio de los doctores a los que escuchaba y hacía preguntas". Vosotros
también, buscad pues a Jesús en el templo de Dios, buscadlo en la Iglesia,
buscadlo cerca de los maestros que están en este templo y que no salen de él.
Si buscáis de ese modo, lo encontraréis...
Lo encontraron
"sentado en medio de los doctores, escuchándoles y haciéndoles
preguntas". Ahora todavía, Jesús está aquí; nos interroga y nos escucha.
"Todos estaban admirados ", dice Lucas. ¿Qué admiraban? No sus
preguntas que sin embargo eran admirables, sino sus respuestas... "Moisés
hablaba, dice la Escritura, y Dios le respondía" (Ex 19,19). Así es como
el Señor le enseñaba a Moisés lo que ignoraba. Unas veces Jesús interroga, y
otras responde, y por muy admirables que sean sus preguntas, sus respuestas
todavía son más admirables.
Para que nosotros
también podamos oírlo y que nos plantee preguntas que él mismo resolverá,
supliquémosle, hagamos un esfuerzo intenso y doloroso por buscarle, y podremos
entonces encontrar lo que buscamos. Con razón dice la Escritura: "Tu padre
y yo te buscábamos angustiados". Hace falta en efecto que el que busca a
Jesús no lo haga con negligencia y blandura, de forma intermitente, como lo
hacen algunos... y que, por esta razón, no lo encuentran. Nosotros, digamos: "Te buscábamos
angustiados".
Orígenes (c. 185-253), sacerdote y teólogo. Homilía sobre el
evangelio de Lucas, n° 18; SC 87
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